martes, 15 de marzo de 2005

El miedo


MiedoEl miedo nos impide hacer -o decir- muchas de aquellas tareas que deberíamos haber convertido en realidad. Nos produce una insatisfación con el camino que hemos elegido después de cada duda. Es tan atroz, que cada uno de nosotros quiere vivir sin miedo. Existen muchos tipos: unos propios y otros colectivos, unos reales y otros ficticios, unos instintivos y otros adquiridos. De la misma forma, creamos nuestras defensas para poder soportarlos y convivir con ellos. A veces son mecanismos incocentes, como el hecho de cantar cuando estamos a oscuras, tanto para infundirnos ánimos como para poder asustar al imaginario atacante. Otras son más sofisticados, la compra de armas como medio de autodefensa, los barrotes en las ventanas, los seguros de vida...

Las sociedades capitalistas han agudizado la crisis del miedo al introducir un nuevo factor: el dinero, en concreto sus fluctuaciones en mercados de futuros y en las inversiones, tanto en las más arriesgadas como en las de carácter conservador. De pronto, la sociedad nos acosa con el miedo a perderlo todo, a encontrarnos vagando por las calles sin nada.

Los gobiernos consiguen maniatar a los pueblos a través de soluciones parciales -o apaños- a sus miedos: invierten en seguridad, defensa, en medicina, en televisión... Estados Unidos recorta las libertades de sus ciudadanos -y de los inmigrantes especialmente- a cambio de asegurarles que viven en una nación más segura.

Personalmente creo que abusan de nosotros y que debemos comenzar a plantearnos algunos interrogantes. ¿Qué tenemos que sacrificar en el altar de nuestros miedos cada día para poder llegar al final de la jornada?, ¿la honestidad?, ¿los principios?, ¿el sentido común?... ¿Dónde está el límite que podemos soportar?

Ayer tuvimos reunión del taller literario. Hicimos lo de siempre, comimos y bebimos, hablamos de nosotros -de cómo nos cambia el mundo y cómo lo cambiamos-, leímos nuestros deberes y los criticamos -siempre constructivamente-. En realidad, el grupo juega un papel de lastre -en el buen sentido: tirar de nosotros- en nuestras vidas: nos obliga a escribir, a socializarnos en un entorno cultural, a compartir motivos y técnicas para mejorar nuestra pasión de escritores, y, en el fondo, a encontrarnos los unos con los otros. En realidad, el taller, es la manera de matar nuestros miedos durante tres horas.

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