viernes, 29 de diciembre de 2006

El destino

Billete sencillo del MetroEntendía el destino como un elemento de predestinación humana imposible de evitar, como la acumulación de poderes infinitos contra los que nada podemos hacer. Pensaba en el destino y me iba a la época histórica de la edad media, donde el cielo marcaba cada uno de los pasos que daban caballeros y plebeyos. En aquellos siglos no se podía ir muy lejos, así que las explicaciones fantásticas superaban las que la ciencia de la época pudiera ofrecer. Hace unos días entendí que el destino no es más que ineptitud. Sufrí en la misma semana tres «incidencias» en el Metro de Madrid –ese que en los anuncios dicen que vuela- por las cuales «el servicio no se prestó con normalidad» -en realidad ni con normalidad ni sin ella, simplemente dejó de prestarse-. La del primer día me hizo pensar que el destino se había aliado contra mí pues me coincidió con las prisas y las ganas. El del segundo día me hizo pensar en mi mala suerte. Pero en el último ya lo tenía claro, lo que hace falta es invertir más en las instalaciones y los trenes, que ya empiezan a quedarse viejos y fallar.

jueves, 28 de diciembre de 2006

Plataforma

Cartel de la obraHouellebecq es un autor sobre el que mi prudencia no sabe a qué carta quedarse. Ya me pasó leyendo su novela «Ampliación del campo de batalla» en el que me parece que la segunda y tercera parte matan todo el encanto que consigue en la primera, haciendo descarrilar el tren de la historia quitándole las vías al lector. En la obra teatral «Plataforma» basada en otra de sus novelas y que se representa en el teatro Bellas Artes de Madrid estos días, sólo encuentro grandes monólogos que no se conectan entre sí para contar una historia. Incluso cuando los personajes hablan entre ellos no hay diálogo, cada uno cuenta la misma historia de decadencia sin capacidad de escuchar, sin confrontar, desde el escepticismo y el cinismo. En general, todos los personajes, salvo el protagonista, están esbozados y se convierten en mera comparsa para llenar el espacio. Una escena de la obraVeo una interpretación magistral de Juan Echanove que se desgasta en la obra, pero no me parece suficiente. Al teatro le pido mucho más; no me quedo en compartir la idea de que nuestra sociedad occidental se encuentra en su ocaso, incapaz de dar nada, siempre en guerra por pura competitividad, consumista hasta donde nuestros dirigentes y empresas nos han llevado, mezquina. No me quedo tampoco en el escándalo (tanto estético como en los diálogos) sencillo que nos propone todo el tiempo para tambalear nuestros cimientos y quizá también para evitar profundizar en las soluciones. No sé si sólo pretende que nos replantemos nuestra existencia, si propugna un nihilismo de libro o si se conforma con descolocarnos nuestras fichas en el tablero de ajedrez para que desde allí seamos cada uno de nosotros quien empiece una nueva partida. Tal vez no esté bien visto criticar a los intelectuales de la izquierda francesa por quedarse cortos, quizá con eso también juegue Houellebecq.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Esperanza Aguirre

Esperanza AguirreRetomo mi galería de plastificados con Esperanza Aguirre. No voy a entrar en la polémica sobre si le llega el sueldo o no, pero sí en que debe medir sus palabras. Reconozco que esta mujer me asusta mucho, porque, aunque ni ella misma se cree sus mentiras, se juzga con toda la razón del mundo para lanzarlas a sabiendas, ya que considera que sus fines le justifican siempre los medios que utilice. Desde sus mundos de Yuppi en los que parece estar inmersa todo está permitido con tal de que su santa voluntad –que es la forjada por su educación ultra católica y escuchando embelesada al «gran intelectual» que es Aznar- se cumpla: el bien de «todos» los madrileños es el bien que ella dictamine, la pluralidad en los medios de comunicación la que ella considere oportuna, la justicia infinita de lo que está bien y está mal siempre está en sus labios, pues es evidente de que cualquier persona humana debe pensar como ella o es malo, malo, malo. Y si tiene errores vamos a perdonárselos, ella es así. Yo no veo en Esperanza Aguirre el estereotipo de rubia tonta que nunca tiene mala intención, le veo la mentira y el daño intencionado con cada una de sus palabras. No puedo ver otra cosa que un saco de prejuicios y una guadaña que siega y siega nuestras libertadas.

Ahora habla de la Sanidad Cubana, de oídas como siempre, dejando entrever que no sirve y que no llega a todos. La medicina cubana y venezolana se extiende por toda Latinoamérica, como es el ejemplo de la Misión Milagro y el de tantos médicos no cubanos que se forman en la isla. Creo que el doctor José Luis García Sabrido, que si que ha estado allí y muy recientemente, mantiene otra opinión que puede leer por ejemplo en El País del 27 de diciembre de 2006 (del que he dejado una copia). Debería escuchar a nuestros médicos madrileños, que de medicina, sin lugar a dudas, saben más que ella.

{}Actualización del 29-12-2006: Para poder contrastar la información sobre el viaje del médico madrileño y lo dicho por Esperanza Aguirre he encontrado este artículo de Pascual Serrano publicado en Rebelión y que me parece muy aclarador

martes, 19 de diciembre de 2006

Frecuencia

El árbol de los compromisosEl nuevo compromiso que adquiero desde este momento es el de añadir un nuevo relato cada mes a esta isla inexistente. Será siempre hacia el día 15. Esta responsabilidad no afecta al resto de entradas, cuya frecuencia será, como siempre, una incógnita. ¡Depende de tantos factores!: que se muera un dictador, que una película me obligue a rebelarme, que vaya a un concierto, que se mueva una mosca...

domingo, 17 de diciembre de 2006

La fotografía

Imagen del relatoFinalmente me he decido a subir el relato «La fotografía» que escribí ya casi hace un año a la irrealidad virtual de Javi Álvarez.

El relato cuenta una anécdota que ocurre durante la Guerra Civil: cómo un fotógrafo ocasional toma una fotografía de un camión que conduce a dos hombres a la muerte. No está contada por el fotógrafo, es su hijo quién la narra, con todas sus dudas y lagunas. Son los recuerdos, las casualidades y los silencios de quienes no quieren hablar de ello –por miedo y por costumbre-, quienes le explican lo que pasó entonces. He querido que la historia se rellene con sombras, las mismas que impuso la represión.

La idea del relato surge en el mitín central de la fiesta del PCE, al terminar, cantamos «la internacional». Delante de mí un hombre mayor alzó su puño, como todos, pero la rabia contenida que tenía le daba una fuerza plástica inimitable, demasiado alejado de lo que mi puño podía representar con mi falta de Historia. Me di cuenta de que necesitaba contar la fuerza de un puño cantando «la internacional», pero...

Algún tiempo después, revisando fotografías de la Guerra Civil y la postguerra en las páginas web de la Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores me encontré con otras fotos repletas de la misma fuerza.

Con esos dos motores plásticos y con la idea de reivindicar a la sociedad el orgullo de ser republicano y la dignidad de ponerse en pie para defenderlo, recordando los años oscuros de silencio y represión que sucedieron a tantos crímenes perpetrados por el bando nacional, me construí, con todos estos retazos una fotografía inventada que fuera el hilo de este relato.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Lo que me pasó entonces

Dicen que siempre cuento la misma historia, que no tuve otra. Acababa de cumplir los veinte años por entonces y me iba ganando la vida a trompicones, un arreglo aquí, un obra allá... eso sí, con mucho sudor y sin hacer nada que no fuese legal. Lo cierto es que tuve problemas de amores entonces: un marido celoso al que una vecina le convenció de que yo me acostaba con su mujer; nada demasiado importante que no se pudiera resolver poniendo tierra de por medio. Me enrolé en un pesquero que salía a faenar hacia los caladeros de las Canarias esa misma noche con el objetivo único de empezar otra vida en cualquier lugar, ya que nada dejaba atrás.

Dibujo de San BorondónAl tercer día, cuando habíamos dejado la isla de El Hierro, nos sorprendió un viento de bolina. En un instante el cielo se encapotó y la mar se agiganto de tal forma que las olas comenzaron a rebotar contra la cubierta del barco limpiando las pocas cajas de pescado que aún quedaban en ella. El barco viró a babor llevado por el temporal. Pasaron los veinte minutos más angustiosos de mi vida durante los cuales perdí todo sentido de la orientación estando a la merced del mar que jugaba con nuestro pequeño barco como un gato con un ovillo de lana. Al mirar a sotavento, pidiendo amparo, surgió la silueta de una isla. Dos promontorios se elevaban, dejando en su centro lo que me imaginé sería un barranco. Señalé hacia tierra con el dedo mientras gritaba al capitán en medio de la tormenta. Con un esfuerzo sobrehumano conseguimos que el viento nos marcara el rumbo hacia ella. Embarrancamos cerca de una bahía limpia y tras lanzar el ancla descendimos rápidamente temiendo que el barco pudiera partirse en dos mitades. El fondo era de arena negra que se iba haciendo más gruesa según nos acercábamos a la orilla.

Ya en la playa, descubrimos restos de una hoguera no demasiado reciente, por lo que pensamos que aquella no podía ser una isla perdida. Por consenso, decidimos aquella noche no adentrarnos más, así que nos protegimos con ramas de árboles que fuimos arrancando y nos dispusimos a dormir. El amanecer nos despertó con dulces cantos de pájaros y al abrir los ojos me encontré con cientos de ellos que revoloteaban a nuestro lado sin temernos: alguno se dejó coger entre mis manos. Me sentí rodeado por un vergel, así que mi pensamiento no encontró alternativa: habíamos llegado al paraíso. La primera necesidad que se nos presentó fue conseguir agua fresca, no tardamos en dar con ella pues un río cristalino atravesaba la isla. Siguiendo el norte, por un sendero pedregoso, se ascendía hacia la más alta de las montañas. Al principio del camino descubrimos huellas que aunque por su forma parecían humanas no podían serlo por su tamaño; unos pies descalzos con cinco dedos, del doble de longitud que los míos. La razón nos decía que no debíamos seguir aquel camino, por lo que regresamos a la playa. Decidimos dedicar el resto de la mañana a reparar los daños que tuviese la embarcación. El capitán nos tranquilizó a todos: ni la quilla ni las cuadernas tenían destrozos, por lo que sólo sería necesario cambiar un par de planchas del costado de estribor que estaban agrietadas. Madera no nos iba a faltar para los arreglos, ya que todo a nuestro alrededor era selva espesa que llegaba hasta la misma orilla del mar. Senén, el viejo cocinero, nos contó historias de terror mientras comíamos. Teníamos muy presentes las huellas vistas y poca curiosidad con encontrarnos al ser que las había estampado.

Fotografía tomada en San BorondónAquella tarde, mientras estaba trabajando con el resto de la tripulación en las reparaciones, el capitán me tomó del brazo y me arrastró con él. «Hace diez años que pasamos la mitad del siglo XX, así que déjate de monsergas de vieja. Ya no existen los gigantes. No hagas caso de Senén, todos esos cuentos son de tiempos pasados. Cógete la escopeta, el machete grande y la linterna y me vas a acompañar a ver qué más podemos encontrar por aquí que algo tendremos que llevarnos a la boca. Algo que a ver si es posible no sea mitológico». Nos adentramos de nuevo en la selva, pero esta vez decidimos subir hacia la otra montaña. No llevábamos mucho caminado cuando encontramos una casa de madera y un hombre que fumaba sentado sobre un poyo. No podía creérmelo, aquel hombre era Franco. Me quedé sin voz, pero el capitán, curtido por los años y el tiempo se limitó a saludarle y hacerle alguna pregunta sobre el lugar. Pronto entablaron una animada conversación. Su voz sonaba diferente, con un carácter más cálido, pero su cara... Una de esas veces que se impuso un silencio, dejó caer sus ojos sobre mí y sonriendo me contó:

- Ya sé que nos parecemos mucho, pero estate tranquilo no soy quién piensas. Bueno, la verdad es que hubo un tiempo en el que si lo fui. Tú, que seguramente seas un chico informado, sabrás que el generalísimo tiene un grupo de dobles trabajando para él. A pesar de todo el poder que acumula, no dejará de ser en ningún momento más que un hombre temeroso de la muerte. Conmigo éramos cinco los Francisco Franco Bahamontes que inaugurábamos pantanos, visitábamos colegios, entregábamos medallas y todo lo que hiciera falta. No me crees, ¿verdad? Déjame que te cuente una historia. En el cuarenta y siete, dos anarquistas, con el rostro cubierto por un pañuelo, entraron en el palacio del Pardo armados con dos pistolas cada uno. Llegaron hasta mi habitación por cualquier casualidad del azar. Todavía hoy les veo, frente a mí, apuntándome los dos a la cabeza y diciéndome una de sus proclamas que les autorizaba a matarme por el bien social del estado español y el cambio tan necesario. Les digo que están equivocados, que yo sólo soy un pobre hombre con la mala suerte de tener su misma cara. Se ríen y me escupen. Me abofetean envalentonándose por mi miedo. Les imploro compasión, mientras de mi cartera saco una foto de mis tres hijas. Así estoy, en calzoncillos, de rodillas y con las manos suplicantes hacia arriba mostrándoles la foto, cuando los militares entran en la habitación. Todo resulta muy rápido, me tiro al suelo y escucho más de una docena de detonaciones. Al levantar la vista veo a los dos jóvenes revolucionarios en medio de un charco de sangre. No hay ninguna posibilidad de que se encuentren con vida. Perdonadme si me emociono al contarlo, pero motivos tengo. Se llevaron los cuerpos y a mí me condujeron a uno de los despachos del sótano que solíamos utilizar para algún interrogatorio. Pasé dos horas temiendo por mi vida, hasta que se personó el ministro del Ejército, Fidel Dávila Arrondo, y mirándome a los ojos me dijo: «Usted es una vergüenza para su país. No tema por la vida, si es eso lo que le inquieta, pero ya me preocuparé yo de que nadie vuelva a verle jamás. Yo me encargo de su juicio sumarísimo ahora mismo declarándole culpable y condenándole al destierro». Por la mañana llegaron los soldados que me acompañaron hasta un buque de guerra para traerme hasta aquí. Mientras zarpábamos, rasgado en el suelo de la cubierta pude ojear el titular borroso de la prensa que decía que la mayoría del pueblo español (ochenta y dos por ciento del electorado) aprobaba en referéndum la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y la Constitución de España en Reino. Franco tenía derecho a nombrar un sucesor, por lo que el régimen se instauraba definitivamente, eligiese a quien eligiese. Desconozco si en el interior llegaban a contar algo de los dos jóvenes, pero me imagino que no, ya que este tipo de noticias se silenciaban por norma. Ese es el recuerdo que me queda de aquel día, la desazón se saber eterno mi castigo.

Fotografía tomada en San BorondónUna brisa nos indicó que comenzaba a anochecer. Mientras le daba la mano para despedirme, me guiñó un ojo: «Si alguna vez le ves morir, no te lo creas, será alguno de los otros a quién le ha tocado. Todos nos vamos haciendo mayores con él».

En la playa nos recibieron con gritos de júbilo. Habían terminado todos los trabajos en el barco, así que era hora de pensar en como desembarrancarlo. Entonces nos ocurrió lo más extraño: la tierra empezó a hundirse, como si el mar se la estuviese tragando. Corrimos hacia el barco y desde allí fuimos viendo como la isla desparecía ante nuestros ojos.

Al volver a la península toda mi vida había dado un giro. Decidí ponerme a estudiar y desde aquel día los libros se convirtieron en mi prioridad absoluta. Así fui descubriendo que aquella isla en la que estuve tiene el nombre de San Borondón. En el siglo VI un monje irlandés llamado san Brandan de Clonfert salió de su tierra con el objetivo de encontrar el paraíso bíblico. Llegando el día de Pascua avistaron esta isla, a la que descendieron para honrar la festividad con una comida. A la mañana siguiente se vieron obligados, al igual que nosotros, a abandonar la isla porque esta desaparecía. La leyenda sigue y cuenta que Dios le reveló al santo que la pascua la habían celebrado sobre Jasconius, el primer pez que pobló los mares. No es la única historia que se cuenta de la isla, son muchos los navegantes que han creído pisarla, tantos que hasta el siglo XVIII aparecía en las cartas de navegación. Dicen los que no creen en estas cosas que siempre hay una explicación para poder descartar lo sobrenatural, tal vez sean efectos ópticos o quizá meteorológicos, también hay estudios sobre ello. De la misma forma, yo me pregunto cuál será la explicación a la historia del doble.




Fotografía tomada en San BorondónNota: El paisaje de este relato surgió de la idea de seguir buscando otras islas inexistentes en la red que me llevó primero a encontrar la isla de San Borondón a través del artículo de la revista Rincones del Atlántico y del proyecto realizado por Tarek Ode y David Olivera (del que están sacadas las fotografías y dibujo que ilustran este relato), posteriormente a conocer más del mitológico San Brendan a través de La Navigatio Sancti Brandani y finalmente a curiosear por la parte científica de la que nada usé en el relato. Paisaje e historia forman un todo, no podrían existir las revelaciones del doble de Franco si no hubiese encontrado la isla que permitía que todo fuese posible.



Un disparo de nieve

Pinochet en 1997Uno de los dictadores más sangrientos de la américa latina murió ayer. No falleció dentro de una prisión pagando los crímenes que acumula a su espalda, pero sin duda le quedará una idea de cómo le tratará la historia, de cómo las nuevas generaciones de chilenos crecerán sabiendo las muertes y el terror con el que acompañó toda su vida. Pinochet no era un pobre viejecito sino un asesino con 300 causas pendientes.

sábado, 9 de diciembre de 2006

Evolución

Cabecera de bloggerMi intención es escribir una entrada muy corta simplemente para indicar que la bitácora ha migrado de blogger a betablogger. Ha sido algo muy sencillo y en mi opinión ha merecido la pena el cambio.

martes, 5 de diciembre de 2006

Después del concierto de Falete

Cartel de FaleteCarta primera.

Hola, a todos:

acabo de llegar del concierto de Falete y quiero decir que me ha cambiado totalmente. Asumiendo el riesgo de que cada uno de vosotros me tome por loco y me retire la palabra para siempre, decir quiero, como si del aire que respiro surgieran las sensaciones que me llenan y completan, como si ese mismo aire fuera quien yo soy, que ya no queda nada del otro. Respirar ahora carece de sentido cuando la cabeza está llena de sonidos que rebotan en ella para erizar mis sentimientos porque tomar aliento es beberse a uno mismo. Si alguna vez tuve alma seguro que sonó como la vibración de una guitarra que no se apaga, o el clack-clack-clack seco y preciso de una caja, o el compás de unas palmas sobrecogedoras, o el chasquido suplicante que produce sabio silencio tras cortar cualquier vaguedad, o el taconeo perdido y recuperado que resuena primero sobre la tarima y después revolotea dentro de mí haciéndome cosquillas en la garganta cuando ya estoy lejos, o la voz desgarrada que te rompe el corazón para cosértelo en la siguiente frase, o todo un sentimiento que soy incapaz de expresar en palabras porque estas ya nada significan. Tal vez he encontrado mi isla inexistente que tanto busqué, o el punto de no retorno del que no será necesario volver, el definitivo...

Hoy me he sentido gitano y flamenco como hace mucho tiempo que no lo era, como las veces que lo percibí corriendo por mis venas desde una ventana mojada por la lluvia, con añoranza, con tristeza, con lejanía de no poder ser lo que uno quiere ser. Tanto me he sentido que al volver, cruzando Cascorro, me he quedado con un grupo de ellos dando palmas mientras el más joven, Josua, taconeando y frunciendo el gesto nos decía que el calor y el frío están siempre en la punta de los dedos. Todo está en la punta de los dedos con los que tocamos el mundo que quiere escapársenos. Fui un momento uno más, con el mismo ritmo, con los mismos ojos, con la misma sangre, con la misma piel. ¡Ay!, tirititran, tran, tran, tirititran, tran, tran, tirititran, tran, tran...

Siento que os lo hayáis perdido. Otra vez será.

Un beso, saludo, abrazo...

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Falete en directo

Carta respuesta.

Querido Basi:
De retirarte la palabra nada, al contrario: nos tienes que contar qué es eso del «alma», y en concreto cómo sientes tu nueva «alma gitana».
Nos vemos pronto. Feliz puente.
Yo he elegido besos,
Elisabeth


Discos de Falete

Carta contestación.

Hola,

Elisabeth, siempre haces preguntas demasiado difíciles. Si empezamos con lo del alma creo que es la esencia de uno mismo que nos vamos construyendo con los sentimientos que cumplimos y los anhelos que incumplimos. No es tangible porque no es -simplemente-. Se puede nombrarla de muchas maneras, tantas como interpretaciones se nos ocurran en cada una de las conversaciones que tengamos sobre ella -como con cualquier ente vivo ocurre-. Si alguien quiere verla de una manera gráfica que se imagine un cubo -como los que teníamos de pequeños para jugar en la playa- para llenar con todo lo que encontramos -arena, colillas, algas, agua... por seguir con el símil-.

Cuando mezclamos alma con gitano hablamos del «duende». Textualmente dice José Mercé: «Vaya palabra... No sé si existe o no. Supongamos: un día no te sientes bien, piensas en el camerino que hoy darías dinero por no cantar, pero eres un profesional y tienes que hacerlo. Y resulta que ese día que estás mal, sales al escenario y algo que no sabes lo que es te ilumina y haces un concierto "de puta madre"... Quizás eso es el duende. Pero sólo quizás».

Lo gitano, para mí representa lo marginal. El barrio de mi infancia y adolescencia era el cruce entre la zona rancia y la zona prohibida -allí donde se acaba la decencia-, por lo que nuestras calles no dejaban de ser caminos de paso de ida y regreso para la mayoría de los gitanos. Su concepción de la vida no tenía nada que ver con la nuestra; no eran contemplativos, se bebían la vida con ansia, a manos llenas, sin rendir pleitesía, tomando lo que les apetecía simplemente porque creían que eso era lo natural, sintiendo, muriendo jóvenes... En una palabra en ellos veía LIBERTAD.

La libertad es el «duende» y el «duende» lo es todo. Su libertad desenfrenada es gratis, simplemente por ser el valor que anteponen a cualquier otro; porque su precio lo pagan con todo lo demás. Lo importante es sentir el viento en la cara siempre, aunque les azotase con lluvia y les golpease con fuerza, no podrá evitar que miren de frente a la vida para pedirle sus cuentas. En estos tiempos globalizados, nos dice Bush que la nuestra se debe recortar, que es más importante la seguridad y que para que, los que nada tienen, no nos quiten lo que tenemos hace falta defenderse. Que nuestros principios occidentales de justicia, libertad y democracia exigen como moneda la libertad. La verdad es que una gran mayoría de los políticos de los Estados Unidos de Norteamérica confunden los verbos ser y tener.

Sueño que soy un gitano con «duende», que me paso a Bush por el forro de los cojones mientras me «rajo» con toda la fuerza para que mi «quejío» sea perfecto, de esos que dicen los «entendíos» del arte flamenco que no existen. Porque eso, eso es lo único que vale en esta vida.

Un saludo.

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