martes, 20 de marzo de 2007

La cabra o ¿quién es Sylvia?

Cartel de la obraHablar de sentimientos no resulta sencillo, sobre todo si se llevan al extremo. Nadar contracorriente tampoco. Ambos eran dos buenos argumentos para acercarse al teatro Bellas Artes de Madrid a ver «La cabra o ¿quién es Sylvia?». Sin embargo debe ser que ya no soy moderno: a mí no me gustó nada y me sentí claramente defraudado.

La obra habla del sentimiento del amor, de lo prohibido, de cómo verbalizarlo y de cómo los demás nos rechazan cuando somos francos porque no quieren entendernos ni ponerse en nuestro lugar. La sociedad ha dictado las normas de lo correcto y de lo peligroso. Para hablar de todo esto, el autor (Edward Albee) lo encuadra dentro de una historia de bestialismo y entonces nos damos cuenta que «los árboles no nos dejan ver el bosque». No me engaña, la zoofilia es sólo una anécdota para ridiculizar aún más la obra. Lo mismo que romper el decorado o que los diálogos pasen de lo trágico a lo absurdo en décimas de segundo para volver a lo trágico con la misma rapidez. Esos pequeños descansos, esas pequeñas frases que pretenden ser humorísticas, rompen toda la obra. El problema del texto se contagia a los actores. La mitad de ellos recita sus diálogos sin interactuar con los demás, concentrados en interrumpirse a sí mismos. Se trataba más bien de monólogos entorpecidos por otros monólogos, donde no se escuchaba a los compañeros. A Mercè Arànega le fallaba la voz -tal vez por su afonía- y se notaba su preocupación por sobreponerse y dar la cara. Álex García no fluía, necesita más práctica en escena, por lo que estaba tan impaciente que sobreactuaba y convertía la duda de sus gestos y posturas en debilidades de su personaje.

Una escena de la obraPuedo entender que José María Pou -uno de nuestros mejores actores- haya elegido este texto. Sin duda un «camaleón» como él debe sentir la necesidad de ponerse en la piel de personajes que sienten diferente. Su capacidad de interpretación se sobrepone a todo esto y resulta bastante creíble.

Aunque en las escenas finales oí a una mujer decir «esto no es serio» y acto seguido irse, lo cierto es que se escucharon aplausos sentidos, no en vano es una obra muy premiada. Yo comparto la opinión de esta señora y disiento de la mayoría.

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