jueves, 19 de noviembre de 2009

«El pez gordo»: ¿para quién trabajamos?

«El pez gordo» traslada el dilema de quién lo puede todo en una sociedad cada día más comercializada: ¿tu jefe?, ¿el cliente? o ¿Dios?


Miércoles 18 de noviembre de 2009. Teatro Arenal. Madrid


Cartel de la obra «El pez gordo»
Cartel de la obra «El pez gordo»
La sala grande del teatro Arenal es un espacio amplio, agradable y acogedor. La verdad es que sus programadores tienen una visión novedosa sobre el teatro, trabajando para traer a sus escenarios obras entretenidas a la vez que reflexivas, dirigidas a quienes tienen alguna inquietud por el mundo que les rodea. «El pez gordo» es un buen ejemplo. Una obra dirigida a repensar el mundo empresarial donde las personas se han convertido en meras funciones. Su humanidad se pierde –diría se minimiza si no pretendiera ser alarmista- para dejar paso al desarrollo de las habilidades, orientados a producir dinero para un empresario lejano pero del que se siente su aliento sobre sus nucas en todo momento.

Los personajes han sido trazados milimétricamente y como paradigmas que resultan son el mayor acierto de la obra. Su carácter permite los punzantes diálogos de los que surgirá la reflexión. Se trata de que la experiencia de los veteranos, a vuelta ya de casi todo, sirva de instrucción al joven empleado que se ha incorporado recientemente a la empresa y se encuentra ante su primer reto verdadero. Este mecanismo utilizado por el autor permite realizar un repaso sobre los principios que sustentan el mundo empresarial de nuestros días con rapidez, de una manera fresca para centrarse sobre el discurso del deber profesional, anteponiendo los intereses de quien paga a todo tipo de inquietud personal, sinceridad incluida. Pero el joven no se calla, se enfrenta al despliegue de conocimiento de sus compañeros porque él tiene la verdad, una verdad que sustenta sobre principios religiosos, el amparo que le sirve para cometer todos los errores sin remordimientos.

Son los diálogos donde se destripan las entrañas de las relaciones laborales los que marcan el ritmo vivo de la trama. Unos diálogos que van más allá de meras trivialidades para hablar de lo profundo. Los personajes hablan del miedo consustancial del empleado, asustado de poder perder su trabajo en cualquier momento. Esa obligación de mantener su puesto laboral les coloca en inferioridad antes sus jefes, obligándoles a obedecer y acatar los deseos de los superiores con la resignación de quienes han aprendido que el mundo está hecho así y nada hay que pueda cambiarlo. Sin embargo, son conscientes de que la distancia entre los valores humanos y los objetivos corporativos se acrecienta cada día, que la supremacía de los segundos les va anulando como personas.

Se trata de determinar quién lo puede todo en esta sociedad donde la felicidad ha pasado a un segundo plano, como si su valor se hubiera convertido en intrascendente. Un mundo comercializado, donde el jefe y el cliente dan siempre las órdenes, como si fueran el nuevo Dios de nuestros días con un poder omnímodo que ejercen sobre los demás. Es tal el abuso que hasta los propios personajes han ido dejando sus vicios ancestrales.

Toni Cantó, Bernabé Rico y Helio Pedregal en una escena de «El pez gordo»
Toni Cantó, Bernabé Rico y Helio Pedregal en una escena de «El pez gordo»
Otro de los debates principales se centra en si de verdad es posible conciliar el triunfo laboral con la honestidad. La honradez, en cierta manera, es un valor que a la empresa le resulta indiferente; para las personas, por el contrario, es una necesidad que les permite hilar el sueño por las noches sin remordimientos. Tras esa búsqueda de lo honesto surgen los sentimientos que hay debajo de sus trajes, sus uniformes de ejecutivos que les distinguen y a la vez les somete. Apenas duran un instante, pero quedan matizados como lo que echan en falta, el agujero en el que se va convirtiendo sus vidas sin ellos.

Los actores realizan una labor estupenda. Helio Pedregal impone la sensatez y marca los topes de todo enfrentamiento. Su presencia aumenta el escenario y su humanidad supone para sus dos compañeros un timón. Toni Cantó interpreta un personaje cargado de tics y tópicos, el comercial con encanto a la vez que directo. Cantó logra ir más allá dotándolo de una mayor profundidad, la que precisa la obra para vivir los mejores momentos de intensidad. A Bernabé Rico le ha tocado el contrapunto, un muchacho lastrado por sus sentimientos religiosos, al que le resulta imposible separarlos de su trabajo, resulta un papel más plano que el de sus compañeros, pero también logra aprovecharlo.

Los diálogos permiten apoyar sus interpretaciones, ya que marcan el tono y la profundidad, así como la fuerza narrativa de la obra. Resultan rotundos, fluidos y naturales, como si surgieran de los personajes por primera vez. Sin duda hay una gran labor de ensayo detrás que se presiente y se agradece por lo enriquecedora que resulta. No hay errores en ningún momento.

Si tengo que ponerle un pero, éste es a la falta de adaptación a nuestra sociedad española. Es cierto que cada vez nos parecemos más a los estadounidenses y que en lo que respecta a sus modelos empresariales cada día les imitamos más en nuestro país, pero las conversaciones sobre religión aquí no tienen la misma importancia, alejados aún de telepredicadores y sin ese afán puritano de evangelización tan extendido. A nosotros lo que nos gusta es hablar de política, y le ocurre lo mismo que a la religión en la obra, que luego en el trabajo no está bien visto sacar ese tema.

Después de terminar la función me pregunto que solución quiere el autor ofrecer que sirva para compaginar las obligaciones profesionales y la honestidad personal. Tal vez el escepticismo, el minimizar nuestras inquietudes fuera del horario laboral para servir con mayor utilidad al bien del empresario, el abandonar todo resquicio de vida al salir de la oficina. No sé, por mucho que lo intentan, a ninguno de los tres personajes les sale.

A modo de pequeño anecdotario: Roger Rueff escribió la obra de teatro «Hospitality Suite» que se estrenó en abril de 1992. Posteriormente le encargaron convertirla en un guión que se llevó a la pantalla con el título de «The Big Kahuna (El pez gordo)» con un reparto que incluía a Danny DeVito y a Kevin Spacey. La película se presentó en el Festival de Toronto de 1999 y participó también al año siguiente en el Festival de Sundance.

Respecto a esta versión, decir que la persona encargada de la traducción ha sido Bernabé Rico que está pluriempleado en la función, ya que también representa el papel de Bob.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El autor no permitió la adaptación española de su obra, de ahí que tuviera que mantenerse fiel al original. Alegó que su historia es universal y que llega igual a todas las culturas y países.

Javi Álvarez dijo...

Gracias por el comentario, es interesante conocer los motivos.

De todas maneras, yo creo que la historia es más occidental que universal y que cada cultura tiene sus variantes.