martes, 23 de febrero de 2010

To shoot an elephant, una mirada cruda desde la franja de Gaza

«No queríamos informar, sino denunciar, juzgar; tomar partido por las víctimas civiles» (Alberto Arce, director de la película)


Cartel del documental To shoot an elephant
Cartel del documental To shoot an elephant
El 18 de enero de 2009 el gobierno de Israel puso fin a la operación «Plomo fundido» en la que su ejército bombardeo durante 21 días la franja de Gaza. Dicha operación supuso la muerte de 1.400 palestinos. En dichos bombardeos se utilizó fósforo blanco, los francotiradores israelitas dispararon a personal civil y al de organizaciones humanitarias, atacaron colegios, universidades, hospitales, edificios de la ONU... Alberto Arce estuvo allí y lo narra a través de su película documental To shoot an elephant. Convertido en testigo, desarrolla una responsabilidad ética para difundir lo que está sucediendo allí. Lo cuenta mostrándose sin ninguna neutralidad, ni objetividad, desde el prisma consciente del que sabe que está filmando una realidad injustamente desproporcionada: un asedio a una población completa y un castigo colectivo de quien es más fuerte y, por tanto, puede infringir mayor dolor.

La película impacta porque es directa, sin circunloquios, para mostrarnos todas las injusticias que allí se cometieron contra el pueblo palestino. No resulta posible ser imparcial, sino que se necesita hacer un cine de denuncia y mostrar, por ejemplo, como los equipos médicos, las ambulancias y los hospitales fueron objetivos militares mientras estaban llevando a cabo su tareas y a pesar de las leyes humanitarias internacionales que se exigen en toda contienda. Dice Arce que «no queríamos informar, sino denunciar, juzgar; tomar partido por las víctimas civiles». El documental transmite esa idea, y tras verlo resulta imposible mantenerse imparcial. Nos exige una respuesta como seres humanos.

El sufrimiento del pueblo palestino acude a nuestros medios de comunicación con frecuencia y uno piensa que es totalmente conocedor y consciente de lo que allí pasa. El documental es una sorpresa para decirnos lo equivocados que estamos y nos acerca su realidad con crudeza. Arranca en una hangar del Programa Europeo para la Asistencia Humanitaria en Emergencias (UNRWA), pero lo que nos encontramos es una nota informando de que no hay distribución desde hace una semana porque no quedan suministros.

Una escena del documental To shoot an elephant
Una escena del documental To shoot an elephant
Luego viene el día a día desde diferentes ópticas. En un paseo con la mujer de la Cruz Roja y un campesino por las tierras de cultivo próximas a la frontera que ya no se permiten trabajar. O charlando con los jóvenes del conflicto. O encontrándose con la sangre de las víctimas de un ataque con misiles israelitas. Es el ruido de los aviones que zumban el cielo y los destellos de los ataques el telón que se ve cada noche.

Después llegan las tomas en el hospital con más víctimas, en este caso niños por los que ya no se puede hacer nada. Dramático observar mudo el precario intento con sus escasos medios de salvar la vida de un muchacho que jugaba en patio de su casa. El trabajo, el ajetreo y la inutilidad grabados por una mano firme. Son imágenes que impactan, que dejan grabadas en la retina el significado del dolor.

Alberto Arce, cámara en mano, y su traductor se «empotran» con el personal de una ambulancia para grabar uno cualquiera de sus días. Él explica esta elección de la siguiente forma: «Abriendo un diálogo imaginario con aquellos periodistas que se empotran dentro de las ejércitos. Todo el mundo es libre de elegir desde qué lado quiere informar. Pero, en muchas ocasiones, las decisiones no son imparciales. Decidimos que los civiles que trabajan en el rescate de los heridos nos dan una perspectiva mucho más honesta de la situación que para quienes su trabajo es disparar, herir y matar. Preferimos médicos en vez de soldados. Preferimos la valentía de aquellos rescatadores desarmados a aquellos que se alistan y que tienen experiencias tal vez interesantes, pero moralmente rechazables. Es una cuestión de enfoque. A mí no me interesan los miedos, traumas y contradicciones de aquellos que pueden elegir quedarse en casa y decir no a la guerra». Y es cierto, lo que vemos es la dificultad de las ambulancias para realizar los trabajos, como injustificablemente el personal sanitario, convertido en objetivo militar, es tiroteado por francotiradores de Israel mientras trabajan. Ni recoger a un muerto del suelo de la calle pueden hacer sin ser heridos. Vemos bombas que caen a pocos metros de un hospital o la universidad destruida.

Impacta ver el trabajo destructivo de las bombas de fósforo -cuyo uso está prohibido- sobre la población civil, mostrándolo bajo el techo destruido de su propia casa. Sorprende ver que humea y que arde más cuando se le arroja agua en un intento por apagarlo; y sorprende más saber que han pasado tres días desde que fue arrojada. Y la vida que continúa entre los escombros. En otra toma tres niños interrogan a Arce «Señor, ¿por qué nos graba?». Una pregunta que no responde y son esos los únicos momentos alegres de la película, porque los niños, a pesar de todo, sonríen ante la cámara.

Encoge ver las escenas de un entierro multitudinario y toda la tensión de quienes están siendo acribillados, impotentes ante la pasividad de los organismos internacionales. Es entonces cuando las preguntas que flotan en el aire se hacen explícitas: ¿Dónde está la comunidad internacional?, ¿qué piensa de esto?, ¿cuántos palestinos más tienen que ser asesinados antes de que hagan algo para parar la guerra? Pero queda algo más, si ya estaba claro que el gobierno israelí no cumple las normas internacionales, nos espera un detalle más: ver arder el almacén central que guarda miles de toneladas de ayuda internacional para Palestina. Todo el respeto posible se volatiliza con la harina que arde. Es entonces que uno se da cuenta de que toda la imparcialidad hace tiempo que se hizo humo.

Alberto Arce quiere que su documental se vea, por eso la licencia para su distribución es Creative Commons lo que permite que se pueda descargar de internet y ver por todo el mundo. «Es pura coherencia política, no se puede privatizar este trabajo, es una denuncia».

Ya sólo resta masticar en soledad todo lo visto.

A modo de pequeño anecdotario: El pasado 18 de enero, para recordar el fin de la operación «Plomo fundido», se realizaron pases abiertos y globales del documental en diferentes ciudades del mundo. El llamamiento de Global Screening fue sencillo: «A cualquier colectivo, grupo o persona a que organice una proyección el 18 de enero de 2010; no importa el lugar, la hora, ni la manera, exceptuando que pedimos que no se cobre entrada para asistir a su emisión. Puede hacerse en la plaza de un pueblo, en un ateneo, casa de cultura, colegio, local de colectivo, centro social, casa okupa, cine...». El resultado de la idea ha sido muy positivo, ya que se proyectó en al menos 40 capitales de países como España, Brasil, Suiza, Reino Unido, India, Italia, Polonia, Estados Unidos y Venezuela.

En la propia web se puede ver el documental on-line o descargárselo de forma gratuita. En dicha página también es posible comprar el dvd y realizar un donativo.

2 comentarios:

Manoli dijo...

¿Hasta cuándo el mundo va a ignorar la situación en Gaza y Csjordania? la creación del muro de separación por parte de Israel, los asentamientos ilegales por los colones israelies, la lucha desigual? El mundo ha sentido culpa por el Holocausto a los judíos, pero no por ello tiene que mirar para otro lado en Oriente Medio. El cine es un medio para despertar conciencias;lo malo es que los posibles espectadores seguramentes están ya concienciados. Los otros, quizás ni se interesen en visionarlo, pero siempre queda algo.
Felicidades por el blog, tiene un nivel muy alto.
Saludos/Manoli.

Javi Álvarez dijo...

Gracias