miércoles, 25 de agosto de 2010

Sangre y vísceras en Centurión

Una visión muy moderna y empresarial del mundo romano y de la invasión sobre el pueblo de los pictos


Cartel de la película Centurión
Cartel de la película Centurión
Centurión es una película ambientada en época de los romanos. Es un largometraje para aquellos que gustan de la acción como único concepto, los que van al cine para ver sangre, vísceras y discursos de somos los mejores. Quien busque otras cosa como veracidad, historia, cultura romana, costumbrismo... no lo encontrará. Centurión se asemeja a esas películas de cazadores y perseguidos, de aquellos que intentan salvar su vida huyendo y cruzando las filas enemigas. Sobrevivir es lo único que vale y si se hace con cierta estrategia o inteligencia estaría bien, aunque claro siempre resulta más estético hacerlo por la pura fuerza siguiendo el instinto.

Quinto Dias (Michael Fassbender), suena a chiste verdad, es el romano protagonista: el centurión que rescata a los supervivientes y quiere conducirles de vuelta a casa, como hemos visto hacer a al Mayor Alan «Dutch» Schaeffer en Depredador, a John Rambo en su saga, a la teniente Ripley en Alien o incluso a John Wayne en más de un western. Nada nuevo bajo el sol, en este caso bajo la fría nieve de las Tierras Altas de Escocia.

La violencia es la única razón de ser de Centurión, el tiempo está medido entre cada escena de acción, se respira la muerte a cada toma, la sangre que riega las imágenes no se ha escatimado lo más mínimo, la virilidad, incluida la de las mujeres, lo domina todo, pues es la fuerza y la destreza la que otorga el triunfo. Y el que no puede ganar mejor muerto. Así, con crueldad ejemplarizante tenemos la escabechina servida.

Michael Fassbender y Liam Cunningham en una escena de la película Centurión
Michael Fassbender y Liam Cunningham en una escena de la película Centurión
Riqueza y honor son palabras con las que juega un ejercito, pero en la guerra se quedan con otra más simple y servicial, la lealtad. Los dos bandos, los pictos invadidos y los romanos invasores, la sitúan sobre un pedestal, como valor principal, pero lealtad en la boca de los personajes no va más allá de no rendirse y cumplir un encargo o morir en el intento, no hay pensamiento, ni razón, sólo el estricto cumplimiento de las órdenes sin cuestionárselas, algo a lo que aspira todo ejército. No hay regreso sin victoria.

Tal vez haya símiles con la realidad de nuestros días, pongamos por ejemplo Afganistán o Irak, donde sigue habiendo una guerra, por mucho que se trate de camuflar. No puede haber por tanto la misma dignidad en ambos bandos porque no es lo mismo invadir que ser invadido, o sino que nos lo pregunten a los españoles cuando allá por el 1808 nos visitaron las tropas francesas. Sí, lo llamamos la Guerra de la independencia española y nadie cuestiona que los franceses estuvieran más adelantados y con su invasión nos hubieran traído mayor progreso. Ni aún así, ni siquiera por nuestro bien, nos dejamos invadir.

Los conceptos en la película se han aproximado a la mentalidad de nuestros días, así no resulta difícil comparar a los romanos con un equipo de trabajo que va a realizar un desarrollo informático para un cliente de hoy. Centurión es una fiesta de mensajes lanzados por mandos intermedios que quieren transmitir la necesidad de formar grupo («juntos podemos», «si nos separamos no podremos sobrevivir»...), conseguir la máxima productividad, descubrir las virtudes individuales de cada persona para encauzarlas dentro del equipo, sobreponer la misión a cualquier otra cosa en sus vidas porque la empresa que nos paga (nuestra patria) es lo único verdaderamente importante.

Como era de esperar los rudos romanos hablan con naturalidad un inglés perfecto en toda la película, mientras que los pictos sí que se expresan en su lengua original, un idioma rápido, fuerte y muy gutural, aunque, para no hacerse pesado y que el espectador no sufra teniendo que leer muchos subtítulos, los líderes se dirigen a los romanos en inglés.

El colmo de la película es la pendiente por la que se desliza hacia la ñoñería sin fin cuando quiere hablar de amor. No habría un guión perfecto si además de sangre y acción no encontráramos a una mujer dulce y maternal de quien enamorar al protagonista. Así ocurre con la hechicera. Su presencia y la relación con Quinto se hace inexplicable para un romano de la época. Es sin duda otra licencia poética traída para una fácil comprensión en nuestros días, para hablar tal vez de apátridas, de expulsados, de los que por su conciencia y pureza de valores no pueden vivir dentro de las sociedades actuales tan corrompidas.

Destaca la interpretación de Olga Kurylenko en su papel de Etain, no habla, le cortaron la lengua de pequeña y debe moverse sobre el filo de la navaja en ambos lados. Todo tiene que decirlo con su mirada, describir su inteligencia, mostrar su instinto, destacar su fiereza. También señalar el papel de Dominic West como el general Virilus, un héroe militar lleno de hombría, sacrificio y valor, al que toda su tropa respeta por sus méritos y que es capaz de comportarse como cualquiera de sus soldados, algo que le hace ser uno más del grupo.

A modo de pequeño anecdotario: He elegido una pequeña anécdota de rodaje: cuenta la productora que rodando en la ribera de un río nevado de las Tierras Altas de Escocia, en lo más crudo de una intensa ola de frío, unas ateridas tropas se reúnen para presenciar la decapitación de un soldado romano, que huye de un sanguinario grupo de guerreros en plenas montañas caledónicas. Los caballos rodean a la víctima y un jinete descabalga armado con una intrincada daga cuando, en ese preciso instante, el timbre de un teléfono móvil resuena en las Tierras Altas. El culpable, teléfono en mano, va vestido con una armadura romana, salpicada de sangre y con desperfectos causados por batallas anteriores, con una flecha profundamente clavada entre los omóplatos. Se deshace en disculpas, mientras las cámaras se ven obligadas a parar de rodar. «Perdonadme todos», exclama, claramente avergonzado.

lunes, 23 de agosto de 2010

Fuenteovejuna, la victoria de la revolución

Una historia que da voz a la voluntad de los pueblos colectivos frente a la ley impuesta por el hombre individual


Sábado 21 de agosto de 2010. Teatro Fígaro. Madrid


Cartel de la obra Fuenteovejuna
Cartel de la obra Fuenteovejuna
Que detrás de esta versión de Fuenteovejuna esté una compañía de teatro cubano contemporáneo la dota de interés porque uno sabe que va a encontrarse con la esencia de Lope, pero también con cierta capacidad de mezcla que ahonde en otras formas de pensar el texto. Y así ocurre, de pronto el escenario se llena de la sonoridad de la música afro-cubana sobre el propio escenario, de fuerza, de colorido, de un sincretismo religioso que integra lo divino en lo humano convirtiendo al Comendador en la reencarnación terrenal de Changó (Orisha de la virilidad), de un simbolismo permanente a descifrar, de movimiento, de santería, de intercalar textos de José Martí... Y todo ello sin traicionar a Lope de Vega y su Fuenteovejuna, transcribiendo y manteniendo el espíritu original, el de sus personajes y sus orígenes.

La obra original presenta un marcado componente social, en cuanto que es el pueblo quien se rebela contra la tiranía. El Comendador es un señor feudal que no respeta a sus vasallos, que impone su ley por la fuerza y sobre la voluntad del pueblo a quien no tiene en cuenta. Éste es el conflicto social que presenta y la trama a resolver. El pueblo no se propone cambiar el sistema social, busca una justicia que se le viene negando de largo; así que decide y se la toma por su propia mano ajusticiando al Comendador y sus secuaces, pero haciéndolo en nombre de los reyes y su justicia. No se apropia del poder que acaba de ganar porque nunca ha imaginado que pudiera sustentarlo, así que el pueblo simplemente espera a que los reyes lleguen, juzguen la acción y la avalen, pues conocen que es justa. Es la unidad del pueblo exclusivamente la que produce el triunfo, no el hecho de haber subsanado una injusticia de la vida, por eso se cierra la obra respaldando al poder con alabanzas a los reyes y gritos contra la tiranía.

Una escena de la obra Fuenteovejuna
Una escena de la obra Fuenteovejuna
El texto de Lope de Vega no suena del todo a revolución, aunque sin duda hay un pueblo oprimido que persigue liberarse de la injusticia, este pueblo no busca el poder para cambiar sus condiciones de vida. En este punto, esta versión también le añade algo a la obra, pues sí se muestra un reparto de los bienes del Comendador, una socialización de lo que en realidad ha trabajado el pueblo pero a lo que se le había negado el disfrute. Hay también una discusión política en la asamblea del pueblo y una ideología socialista detrás de la unidad como identidad propia y construcción de la justicia social reclamada.

Los cubanos con su arte consiguen en esta representación mucha agilidad por diferentes caminos. Por un lado el papel de la Hechicera que interpreta Yolanda Ruíz y que se utiliza también para narrar adelantado parte de la trama y así saltarse algunos diálogos más farragosos. La música y su ritmo ayudan a dotarla de un aire más festivo. El telón de fondo inspirado en el cuadro La jungla de Wilfredo Lam, el picasso cubano, sirve para modernizar el espacio. La escena en que las linternas se convierten en la luz principal aporta frescura e innovación a la representación.

Resulta sorprendente ver convertido a Vladimir Cruz en un Comendador que encarna todo lo malo. Lo hace con soltura y logra que su personaje resulte repulsivo desde que pisa el escenario. Sin duda su presencia es una base importante sobre la que se sostiene la obra, pues, por contraste sobre él, se resaltan los valores humanos positivos del resto de los papeles. Claudia López interpreta a Laurencia, una mujer fuerte que no se deja avasallar, y que desde su femineidad se enfrenta al Comendador y origina el levantamiento salvador.

Los clásicos perduran porque se construyen sobre ladrillos universales a los que el tiempo apenas si hacen arañazos. Pero vivimos un tiempo de aplicación de principios, de comparaciones y uno siempre trata de trasladar los conceptos, universales, de un tiempo a otro. En eso, el simbolismo desarrollado en la obra da para mucho, pues permite interpretaciones personales sobre lo visto, y también un continuo convertir lo observado en mensajes cifrados sobre la realidad actual. La obra tiene muchas lecturas, tantas como espectadores. Yo veo en ella la instauración de una democracia participativa a nivel de ciudadano que se involucra en todas las decisiones, como la que se disfruta en Cuba y que vino de la mano de una revolución que hizo el pueblo buscando su libertad para progresar sobre los pilares socialistas, que trajo justicia social, igualdad y valores humanos.

Me imagino que si a los cubanos les preguntas ahora quién hizo la revolución te contestarán todos a una: Cuba. La suya no fue una revolución exclusiva de unos líderes, sino que estuvo sostenida por la ciudadanía ya cansada de soportar la tiranía y que puso sus esperanzas en construir el futuro entre todos. Quien ha visitado Cuba con los ojos abiertos, quien ha traspasado el rol de turista para escuchar a los cubanos de la calle, quien ha visto la alegría de sus gentes en la calle, puede ahora recordar, de la mano de esta compañía, las sensaciones de aquellos días pasados en la isla.

Pero si algo hay que aplaudir especialmente, es la capacidad que ha mostrado la compañía para hacer entretenido un clásico al que le faltan nueve años para cumplir los cuatrocientos y que aquí se saben hasta los niños.

A modo de pequeño anecdotario: La obra está interpretada en su totalidad por artistas del Teatro Cubano, donde destacan dos de sus figuras reconocidas del cine, el teatro y la televisón: el actor Vladimir Cruz en el papel del Comendador y la actriz Claudia López en el papel de Laurencia. El resto del elenco lo forman las actrices y los actores de la Compañía Mefisto Teatro de Cuba, así como otros intérpretes cubanos que en la actualidad trabajan en diferentes proyectos en España. La obra ha sido producida por Arte Promociones Artísticas y cuenta con la co-producción del Ministerio de Cultura de Cuba a través de su organismo oficial el Consejo Nacional de las Artes Escénicas. La compañía ha representado su Fuenteovejuna en el Festival de Almagro de este año.

jueves, 19 de agosto de 2010

¿Dónde se nacionaliza la marea?, ¿en qué punto ponemos la frontera?

Carlos Benpar: «hay que estar siempre en contra de las mayorías, de lo que hacen los gobiernos, pues es la única forma de avanzar»


Cartel de la película ¿Dónde se nacionaliza la marea?
Cartel de la película ¿Dónde se nacionaliza la marea?
¿Dónde se nacionaliza la marea? es una película pequeñita, underground incluso, con pocos medios, que más bien ha nacido de un impulso al que se opuso una realidad testaruda y burocrática, la misma que suele enfrentar los sueños con muros. Está basada en hechos reales que ha vivido la propia actriz protagonista de la película y cuenta el periplo que supone para una colombiana conseguir un visado para visitar España, incluso teniendo una carta de invitación que indica que todos los gastos serán cubiertos por la persona que la invita (en este caso el propio director).

La película mantiene un componente de seducción, la que representa en pantalla la actriz Lilibeth Echeverry que se mantiene en escena casi todo el metraje. La película es ella, con sus virtudes y sus defectos. Y a la vez es un tributo a su belleza y a la inocencia, pues ¿Dónde se nacionaliza la marea? no pierde nunca un tono amable por mucho que se complique el problema o surjan situaciones peligrosas. A Lilibeth no la abandona su sonrisa, la que sin duda encantó al director Carlos Benpar, el otro protagonista del largometraje, aunque no llegue a mostrarse ante la cámara. Son los ojos de Benpar los que ven como si fueran una cámara que se moviera para nosotros por los recovecos de la trama. Es su voz la que nos cuenta en off la historia cuando no hay diálogos. Es su tono de cascarrabias ilusionado el que se interpone para provocar al espectador que vaya indagando.

La película tiene una clara división en tres partes. La primera sirve para encontrarse los protagonistas y para que arranque el juego de seducción inicial que funciona como un preámbulo de la historia. La segunda supone reflejar lo tedioso de los trámites y las vicisitudes y ocupaciones que debe realizar la protagonista para poder sobrevivir mientras los cumple. La tercera es el desenlace, pero cuando la película se desliza hacia un terreno más pantanoso, se escapa sin llegar a adentrarse en él y se resuelve con un sueño que abre más interrogantes que soluciones ofrece dejando un final demasiado abierto, sobre todo por el insistente anuncio de estar basado en hechos reales. El sueño encierra la parte dramática, tal vez la forma de comprender el por qué sembrar el camino de trámites.

El primer mundo utiliza una política garantista, de sobre-protección con sus ciudadanos, donde las leyes se hacen por exceso, para intentar evitar la trampa, y esto supera a menudo lo justo. Así ve Carlos Benpar la política de fronteras que impone nuestro país para quienes vienen de fuera. En ella hay un supuesto de culpabilidad en todo aquel que quiere llegar a nuestra tierra y un afán conservador de privilegiados que se guardan las riquezas de un país que no es más que un concepto abstracto. Se defienden con desmesura unos límites territoriales y su contenido de la pretendida «inmoralidad extranjera», se construyen leyes que impiden velos porque son diferentes y se criminalizan por una supuesta generalización de su símbolo como enseña espiritual de radicalismo integrista. Símbolos constitutivos de faltas y delitos. Hay presunciones que se convierten en puñales.

Lilibeth Echeverry en una escena de la película ¿Dónde se nacionaliza la marea?
Lilibeth Echeverry en una escena de la película ¿Dónde se nacionaliza la marea?
Si esto ocurre en los países destino, en los origen crece una mafia que se beneficia de los impedimentos, guías que ayudan a resolver papeleo, traficantes que ayudan a solucionar requisitos imposibles de cumplir, redes de explotación que son quienes salen ganando explotando la miseria y jugando con las falsas esperanzas construidas.

Los trámites de Lilibeth en Bogotá se alargan y se ve obligada a aceptar trabajos precarios que siempre se toma con sentido del humor y proposiciones que son claramente un abuso y que va capeando con soltura. Es sin duda la parte más interesante de ¿Dónde se nacionaliza la marea? junto con la visión del problema desde España donde se dialoga entre tópicos y desmentidos entre el entorno del director.

Me gusta ver cine dentro del cine, así que los consejos de cineasta que ofrece Benpar me resultan entretenidos; enseñar en tres frases como debe afrontar un texto una actriz es sublime. La crítica al deterioro hacia el que caminan los festivales de cine una puya directa que pide el regreso al cine de pensamiento y que se entreguen a la ciudadanía que es única soberana a la cual deberían ser dirigidos.

No puedo cerrar sin hablar de la plasticidad del sueño de la protagonista que ve un niño en la playa rompiendo los pasaportes y un conjunto de banderas que se van diluyendo como moraleja del cuento que finaliza una historia que en realidad no se ha acabado para que la complete el espectador.

Tras la película, Carlos Benpar y Lilibeth, ofrecen una rueda de prensa para hablar de ¿Dónde se nacionaliza la marea?. Es un placer escuchar al director porque habla sin rodeos, por su bagaje en el mundo del cine del que tanto sabe y por su mirada reflexiva y un tanto nostálgica. Cuenta que casi todo en la película es real, que tal vez no fue tan rocambolesco el encuentro con Lili, ni la escena de las uvas ocurrió en una piscina sino en un piso, que ella tuvo más trabajos mientras conseguía el visado, que los trámites para conseguirlo aún fueron más largos y tediosos, que el sueño es una metáfora... Dice Benpar que le molestó sobremanera y que le ofendió la negación del visado a Lili después de tantos trámites y de la carta de invitación en las que él asumía tantas responsabilidades y que convierten al invitado en esclavo por lo que comprometen a quien invita. Para quejarse, escribió una carta al cónsul que no respondió y otra al agregado cultural. Este último excusó a la embajada diciendo que se debía controlar mucho la salida por los casos de tráfico de drogas que se venían dando desde Colombia. Benpar indica que le parece normal la mayoría de lo que se pide para el visado, pero que hay excesos como por ejemplo la necesidad de tener una cuenta bancaria con un importe equivalente al menos a 5.000 dólares estadounidenses, algo que no está al alcance de muchos, aunque sí de quienes trafican con drogas.

Preguntado el director por lo que vio en la actriz dice que observó mucho potencial, pero que si llega a saber lo tortuoso del camino se lo hubiera pensado más antes de invitarla. Quería hacerle una prueba para su próxima película El género femenino en la que la actriz ha terminado participando, pero la realidad de la situación de salida de Colombia le hizo pensar en que necesitaba contar también esta historia de abuso de fronteras con su propia protagonista. Añade que ¿Dónde se nacionaliza la marea? es una contestación a todo un sistema implantado que no crea más que problemas porque no es forma de llevar las cosas. Señala que hay que estar siempre en contra de las mayorías, de lo que hacen los gobiernos, pues es la única forma de avanzar.

Lilibeth Echeverry y Carlos Benpar durante la rueda de prensa
Lilibeth Echeverry y Carlos Benpar durante la rueda de prensa
El cine dentro de cine nunca le ha interesado, pero ahora hay que hacerlo porque vivimos tiempos en los que el cine tiene que defenderse ya que se ve atacado por todos los lados. Dice Benpar que el cine ha sido lo más grande del siglo XX, pero que estamos en el XXI. Nos encontramos con el problema de que a la generación que domina los estudios estadounidenses no le gusta el cine y que por lo tanto no sabe nada de él. Hoy se ven las películas para estar al día, y en las escuelas cinematográficas se acusa la idea de fragmentación con la que se imparten las enseñanzas, se basan en mostrar escenas sueltas en lugar de películas completas, lo que en palabras del director solo sirve para saber un poco de todo, pero que hace que las cosas no se sientan nunca como propias. Vivimos también la era digital que ha convertido en accesible para cualquiera hacer un largometraje y que no exige siquiera pensar porque la mecánica ha superado al contenido y las formas se lo han comido todo. El cine ha perdido rigor de manera evidente, antes el cine resultaba verídico, te creías lo que salía en él porque era la «verdad». Los cambios han llegado muy deprisa, todo en él ha venido muy pronto: el sonido apareció cuando el cine mudo estaba empezando a producir obras maestras y terminó con esa etapa, el color acabó con el blanco y negro, el 3D... Hoy existe tal abundancia de todo que se ha perdido la ilusión y la inquietud, y sin ellas no hay cine. Otra batalla es la de la distribución porque nos estamos quedando sin salas. Benpar es un apasionado de la gran pantalla, confiesa que para él lo normal se ver las películas una docena de veces en el cine, pero que hay tres que ha visto más de cincuenta veces (Tambores lejanos, Campanadas a medianoche y El proceso).

A Lili esta película le ha cambiado la vida, le ha abierto puertas en Colombia que antes tenía cerradas, recibe llamadas de estudios para grabar un disco, le ofrecen guiones... De Carlos ha aprendido a ser puntual, pero sobre todo conceptos y un espíritu cinematográfico que no había desarrollado, la ha empujado a poder considerarse una actriz profesional. De Benpar ha visto su comportamiento obsesivo con el trabajo, el que no se canse nunca, que le ha enseñado que no hay dificultades, que las cosas se pueden resolver. A Lili le gusta el fútbol, en Colombia seguía al Real Madrid, pero con Carlos ha empezado a gustarle más el Barcelona.

Al preguntarle sobre el nuevo presidente de su país expresa que no confía en que haya un gran cambio sobre la línea establecida por Uribe, aunque si lo hubiera espera que sea para bien, que se invierta para mejorar la educación y la salud y no en armas. Pide que en la lucha contra las FARC no se olvide que lo que hay en medio es gente.

A modo de pequeño anecdotario: Lilibeth no es una desconocida en Colombia, está comenzando una floreciente carrera dentro del hip-hop latino y hace unos años interpretó un pequeño papel en la película Rosario Tijeras.