domingo, 21 de noviembre de 2010

Del comunismo al consumismo en My Perestroika

Un domingo cargado de cine de no ficción

Taquilla de los cines Centro
Taquilla de los cines Centro
La ciudad de Gijón, los domingos y días de partido de guardar, o sea cuando juega el Sporting, varía de humor según el resultado: si gana todo es sidra y alegría, si pierde, como hoy, se respira un cierto silencio y un dolor, hacia el costado, por el sufrimiento que se presagia hasta final de temporada. Esos días, en los «chigres», al terminar el encuentro, no se discute más allá de unos minutos de cortesía, luego cada uno paga su botella y se va un tanto cabizbajo, a confiar en que la próxima semana, que juegan en casa, cante otro gallo.

Los cines Centro son un punto neurálgico de todo el sistema que es el Festival Internacional de Cine de Gijón. Están en la última planta de un centro comercial, a unos metros de la playa y en pleno centro de la ciudad. No presentan el glamour de otras sedes como el Jovellanos, la Laboral o el Antiguo Instituto, pero en ellos se cuece todo. Hoy había tanta gente, que hasta había que hacer colas para tomar las escaleras mecánicas que suben hacia ellos.

Hoy todo el mundo hablaba de Alamar, el estreno del día y una película que suena en todas las quinielas porque dicen que transmite una gratificante sensación de paz. Pero hoy busqué una programación alternativa: cortos, documentales y el ciclo Una cierta idea de cine: La escuela de Berlín.

Cortometrajes: historias completas o proyectos de largometraje

Cartel del cortometraje La gran carrera
Cartel del cortometraje La gran carrera
Entre los seis cortometrajes de la Sección Oficial que forman el primero de los cuatro programas, me topé con una joya: La gran carrera de Kote Camacho, un trabajo en el blanco y negro de las viejas películas y el No-do, hecho con humor, ironía y una gran capa de cinismo. Me gustó porque es en sí una gran metáfora de muchas ideas. La primera es la de la capacidad de adaptación de nuestra sociedad ante algo dramático, le bastan unos minutos de sobrecogimiento para luego seguir mirando por lo suyo. Vi también entre líneas un mensaje que cuelga a los peones como sacrificio en tiempos de crisis. Y todo ello en una carrera de caballos.

Junto con La gran carrera, Room de Fernando Franco y A silent child del sueco Jesper Klevenas conseguían contar una historia completa. John’s go de Josh y Bennie Safdie, Zoe de Stefan Lengauer y Muscles de Edward Housden, sin embargo, me resultaron más bien el entrenamiento para un largo, un videocurriculum que mostraba la capacidad de sus directores para realizar una película mayor.

Corsino, by Cole Kivlin: de aquí son sus raíces de allí su vida

Luis Argeo en sus dos trabajos ha contado historias de quienes se fueron. En Corsino, by Cole Kivlin, que se presenta dentro de la sección Esbilla, nos plantea el dilema de un niño de la guerra asturiano, Corsino Fernández, que salió de España con 7 años para terminar convirtiéndose en el norteamericano Cole Kivlin. Su vida se llenó de dudas, de preguntas sin respuestas, de una necesidad de encontrar su pasado y sus raíces. Cuenta como intentó buscar a sus familiares a través de la iglesia católica y que la única respuesta que recibió es que todos habían muerto. De la frustración que percibió por el poco interés que mostraban cada institución cuando preguntaba y de esa vida partida y silenciada, que se va desvaneciendo en la memoria con los años, pero aumenta su peso en el corazón, las dudas de quién se es. Llega a un punto en el que Corsino-Cole intenta dar a conocer a su familia texana, a sus hijos, lo que le había pasado de niño. Y estos se sorprenden, pero a penas indagan, que se quedan cosas sin contar porque ese día de Acción de gracias ponen fútbol americano por la tele.

Corsino, by Cole Kivlin es un documental que emociona. Sobre todo cuando, en el 96, viene a España para buscar sobre el terreno sus raíces y se encuentra con tres hermanos suyos que aún viven. Su conflicto se acentúa, aquí un asturiano como todos, allí un norteamericano de pies a cabeza. Cuenta Argeo que ese reencuentro lo ha tenido que recrear en el documental a través de los escritos de Corsino-Cole.

No es el suyo un caso único, hay otros veinte parecidos, así que su historia representa la de muchos más.

My Perestroika, la desilusiones ideológica de una generación

Cartel del largometraje My Perestroika
Cartel del largometraje My Perestroika
Cuando el comunismo entró en crisis en la U.R.S.S., se consideró agotado sin discusión, se renunció a un Estado fuerte para velar por los derechos de sus ciudadanos y se produjo como solución una veloz transición que les llevara de cabeza hacia el modelo capitalista de las democracias europeas neoliberales. Ahora que el capitalismo sufre su crisis, no hay voces que aboguen por otra alternativa que no sea su refundación salvaje, el más de lo mismo pero con menos derechos. El Estado es la estructura política esencial y debe situarse por encima de los intereses privados y de los mercados. Un Estado débil se dejará llevar por el viento.

Dentro de Esbilla se ha proyectado la película My Perestroika, de la directora Robin Hessman. Un documental en el que la última generación que se crió tras el telón de acero reflexiona sobre lo que tenían, lo que soñaron y lo que tienen. Para ello recoge los testimonios de cinco ciudadanos rusos, de la misma promoción y que se educaron en el mismo colegio que nos van contando sus ideas, que nos describen la Rusia actual. Utiliza también grabaciones caseras y audiovisuales propagandísticos de los años 70 y 80.

My Perestroika habla de la frustración de quienes pusieron sus esperanzas en aquel cambio y que ahora se sienten defraudados, engañados y traicionados, como si hubieran vivido una pantomima que no les ha llevado a ningún punto, que simplemente sirvió para desmantelar un mundo organizado con axiomas ideológicos labrados en la revolución proletaria soviética. Sienten que sus vidas sufren el mismo derrumbe.

Me quedo con la imagen de los rusos bailando en las calles la lambada como símbolo del cambio que venía, como señal de una falsa libertad a la que sus nuevos gobernantes trataron de llamar democracia y hoy saben que tan solo era consumismo.

Schläfer, una de espías en la Universidad

Uno de los ciclos más destacados del FICXixón de este año es el llamado Una cierta idea de cine: La Escuela de Berlín, así que caí en la tentación y elegí Schläfer del director Benjamín Heisenberg para poder opinar. Es una película de dudas, con personajes bien trazados, pero que se alarga inútilmente, donde al final es lo sentimental y lo egocéntrico lo que les mueve a tomar sus decisiones a los protagonistas.

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