viernes, 21 de enero de 2011

Carne de neón, cine de evasión y desenfreno hecho aquí

Paco Cabezas hace una clara apuesta por el cine de acción andaluz

Cartel de la película Carne de neón
Cartel de la película Carne de neón
Carne de neón es una película que nos invita a evadirnos de nuestra realidad para contemplar una historia exagerada, que por estética y acción bien podríamos estar leyendo en un cómic.

Ricky (Mario Casas) es un macarra de poca monta que ha sobrevivido en la calle a base de trapicheos. Todos en el barrio le quieren, pues el hecho de haber sido abandonado por su madre (Ángela Molina) ha hecho que hasta los más malos sean quienes siempre le estén protegiéndo. Lo que conoce es la vida de los chulos, las putas y los yonquis. Ese es su pasado. Su presente: que su madre va a salir de la cárcel. En ello ve la oportunidad de recuperar una infancia que no tuvo, un cariño que le faltó. No se le ocurre mejor regalo de bienvenida a su madre que montarle un puticlub, el Hiroshima. Y aquí arranca la película.

Ricky encuentra su motor en su amor de hijo, ese estímulo por recuperar el tiempo perdido y el hecho de anteponer su obsesión por su madre a todo le da las fuerzas que necesita para construir una vida más dulce, más bonita. No se deja vencer porque su madre haya perdido la memoria y le rechace de nuevo negándole. No le importa siquiera que ella finja que no le quiere. Le basta con que se quede a su lado y así soñar que algún día las cosas cambiarán y tal vez entonces aparezca esa caricia de madre que siempre le faltó.

Mario Casas y Vicente Romero en una escena de la película Carne de neón
Mario Casas y Vicente Romero en una escena de la película Carne de neón
Que la vida no es fácil y está llena de problemas, es algo que todos sabemos. Pero Paco Cabezas, su director, nos dice que tenemos que luchar por nuestros sueños, por disparatados que a otros les puedan parecer, que debemos aprovechar el momento, disfrutarlo, pues el futuro y lo que nos depare ya llegará. Y para eso da lo mismo en qué mundo vivamos, cualquier de ellos se puede encarar. Uno debe hacer lo que sabe hacer, y además debe pensar en grande.

En Carne de neón, de pronto, uno se puede encontrar con que el mundo más cruel, el de los malos en el que viven los protagonistas de esta historia, se rige por normas éticas no escritas. O que la bondad y la maldad tienen recompensa o castigo, pero que este se aplica o no dependiendo del puro azar o la mala suerte. Elegir comprar o vender es lo que nos define y nos sitúa de un lado o del otro en este mundo porque el negocio, tal y como se empeñan los mercados en nuestra vida real, es lo que manda. Triunfar es el único sueño permitido, dejarse la vida por el camino el precio que se paga con satisfacción, pues todo es efímero.

Me gusta la ironía sutil con la que va cargada esta película. Me gusta su argumento, su exceso y sus personajes que se empeñan en manejar las cosas a su manera, con su estilo, poniendo su firma. Unos lo hacen para mantener todo igual y otros para ocupar el puesto de los que están encima. Quieren ser descerebrados sin pasiones, pero les pueden siempre sus sentimientos.

Carne de neón es una película desenfrenada que resulta muy divertida. Construida con un ritmo ágil y endiablado, que se mueve entre la comedia y la acción desbordada, acude al enredo para tramar y destramar lo más insospechado. Tira de violencia gratuita y de dureza, pero también contrapone ciertos momentos de ternura. Su único afán es entretener. Y eso lo consigue.

En ella todo es exagerado, y sin embargo su disparate mantiene trazas de realidad. Sus personajes son estereotipos convertidos en caricaturas, dibujados con firmeza como héroes hundidos de cómic que aún así miran al frente porque aún les resta algo de honestidad que sobrevive en ellos humanizándolos a pesar de todo. El transfondo, el escenario de detrás, es el mundo de los malos y sus límites, lo que añade morbo e interés a la película, pues son seres diferentes que no se van a regir por nuestras leyes. De otra forma no podría funcionar la historia.

Mención especial requieren las soberbias interpretaciones, ya que su elenco está cargado de grandes nombres. Uno se rinde a Dario Grandinetti desde que su rostro aparece en pantalla, aunque sea el más perverso y sanguinario de todos. O se apiada del sucio policía que interpreta Antonio de la Torre y de su angustia, o de esa madre que quiere olvidarlo todo y a la que da vida Ángela Molina. Cómo olvidar al chulo, Vicente Romero, a su prostituta, Macarena Gómez, pasada de picos y al travesti, Dámaso Conde, con sueños de estrella. Mario Casas hace creíble su papel, Blanca Suárez le pone el picante a la película con el suyo, Luciano Cáceres antepone la fidelidad a todo en sus escenas, el personaje de Vanessa Oliveira sobrevive a lo más absurdo que pueda ocurrirle y el de Juan Carlos Vellido es vencido por sus instintos.

A modo de pequeño anecdotario: No es la primera vez que Paco Cabezas rueda Carne de neón. En el año 2005 realizó un corto con la misma historia, en aquel entonces los protagonistas eran Óscar Jaenada y Victoria Abril.

La filmografía de Paco Cabezas se abre en el 2000 con el corto rodado a medias con Jerónimo de los Santos y titulado Invasión travesti. Esta es su segunda película, en 2008 se estrenó Aparecidos que supuso su debut en el género largo. Entremedias no ha dejado de trabajar como guionista. Para cerrar su curriculum añadamos cuatro años trabajando en un videoclub.

domingo, 16 de enero de 2011

También la lluvia, quinientos años no es nada

La película de Icíar Bollaín remueve la conciencia social para que podamos abrir los ojos a la realidad

Cartel de la película También la lluvia
Cartel de la película También la lluvia
También la lluvia es una película imprescindible, de esas que van directas a la esencia con la que se forja el carácter de lo humano. No se pierde por vericuetos de sensiblería y de esta forma no nos permite un descanso para acallar la voz de nuestra conciencia. No hay reproches que sirvan para alejarnos de lo sustancial. Uno de esos largometrajes de los que sales con la emoción a flor de piel, pero también cargado de una furia contenida por la realidad de opresores y oprimidos que nos muestra.

Ya han pasado más de quinientos años desde que Colón pusiera su pie europeo en el continente americano, de aquellos arcos, flechas, palos y piedras con que los indígenas se enfrentaron a la pólvora y el acero de un ejército invasor llegado para expoliarles. Y sin embargo nada ha cambiado, aquellas luchas siguen en pie, el pequeño se defiende del gigante. Entonces fue por el oro, ahora, en estos tiempos de escasez, por el agua. Un recurso vital para la subsistencia del planeta y de los seres humanos. El nuevo oro de este siglo que también pretendemos arrebatarles a sus dueños legítimos.

Cuando Colón llegó al Nuevo Mundo no fue capaz de discernir si existía la propiedad privada entre aquellos hombres y mujeres, todo lo que les pidió se lo dieron con ingenuidad. Entonces, ante tan endeble enemigo, impuso lo suyo, una religión y unas leyes básicamente tributarias. Aquella no fue una lucha entre españoles y americanos, o de cristianos convirtiendo almas a la que consideraban la fe verdadera, sino la utilización de una fuerza militar por parte de los ricos y poderosos para apropiarse de todo lo que aquella rica tierra producía. Imponiendo, denigrando, pisoteando, esclavizando, matando… y sólo por la ambición de enriquecerse a costa de los demás.

La otra, la guerra del Agua de Cochabamba, nos muestra a otro ejército defendiendo los intereses privados frente al bien común, pues siempre hay quien por su beneficio es capaz de quitarnos hasta el agua de la lluvia que cae.

Juan Carlos Aduviri en una escena de la película También la lluvia
Juan Carlos Aduviri en una escena de la película También la lluvia
Icíar Bollaín con También la lluvia entremezcla estas dos historias en una trama que surge desde el presente, de gentes del cine que quieren realizar una película sobre la colonización española del siglo XVI. Cineastas con estrechos presupuestos, que abaratando costes eligen para rodar su película localizaciones en Bolivia, por ser éste un país pobre pero poblado con muchos indígenas. Contando las ansias de Colón y los suyos en aquel pasado, se encuentran con la resistencia de un pueblo en este presente. Y ocurre que el plano artístico no parece asumir la realidad, absortos los cineastas en la grandeza de su película: lo reivindicativo del mensaje, la fuerza de conmover y esas cosas que tiene el séptimo arte en su construcción. Es la pregunta de siempre, ¿qué resulta más útil, comprometerse con las personas o con las ideas al margen de las personas? ¿Debemos ayudar a los individuos que sufren implicándonos directamente con ellos o seremos más eficaces gastando nuestro esfuerzo en difundir la situación colectiva para que puedan recibir la ayuda de la opinión pública y los organismos y solidaridad internacionales? Sin duda ese es el planteamiento y el interrogante que hace a cada uno de los espectadores la película.

También la lluvia muestra con crudeza la violencia con la que se castigó la resistencia indígena en el siglo XVI. Presenta la lucha de dos personajes históricos: Colón frente a Hatuey, el primer líder indio que fue quemado vivo en una cruz para ejemplarizar lo que le ocurriría a todo aquel que se opusiera a los cristianos y su fuerza descomunal. Pero toda injusticia encuentra voces que se oponen, que son capaces de desentrañar la actitud inhumana y transmitir la situación mediante su palabra contagiosa. En el XVI fueron los dominicos Antonio Montesinos y Bartolomé de las Casas, con valentía y desde sus pequeños púlpitos, los que se levantaron en defensa de los indios. Señalaron que también eren seres humanos y que por lo tanto deberían tener los mismos derechos. En el comienzo del siglo XXI son pequeños líderes indígenas de estas comunidades quienes claman contra lo injusto, los que luchan y pelean por defender lo poco que le queda a su pueblo. La película se centra en todos ellos.

Su directora, Icíar Bollaín, la define como una historia de «resistencia y amistad», pero también lo hace señalando lo que tiene de viaje personal, la parte que supone una aventura emprendida por los protagonistas y que terminará trayendo el pasado al presente.

Es cierto, ese es otro de los grandes aciertos de También la lluvia. Cada uno de sus protagonistas parte de una ambición distinta y según avanza la película va eligiendo un camino diferente, propio y personal, que a la vez esquematiza las opciones que puede tener el espectador. Los protagonistas, ante la encrucijada, toman su decisión, la solución que como seres humanos les permitirá seguir viviendo con honestidad, la que con su juicio de valores consideran que deben tomar. Ante las situaciones que nos tocan el corazón como personas no podemos quedarnos al margen.

Pero no valen respuestas superficiales, demagógicas o desde una postura que no se implique con el problema. Así, si la respuesta es un mensaje progre, de imagen solamente, se anula con rapidez, basta la ironía de un gobernador para convertir buenas intenciones en cinismo como ocurre en la misma película.

Sorprende esa profundidad en el guión que nunca se queda en lo banal. Tirando del hilo se descubre que el escritor que se encuentra tras él es Paul Laverty, guionista habitual de Ken Loach y que destaca por sus inquietudes sociales que le llevaron a trabajar con una asociación de derechos humanos en Nicaragua y cuya experiencia terminó por apartarle de su carrera de abogado.

Otro punto fuerte de También la lluvia son las buenas interpretaciones de sus actores. Excelentes Gael García Bernal y Luis Tosar, al igual que Juan Carlos Aduviri que contrasta desde su pequeña estatura enseñando un coraje similar a los otros dos. Miradas cargadas de fuerza que nos desvelan en sus pequeños gestos todo el pensamiento intrincado de los personajes que cada uno de ella ha construido. Señalar también a Raúl Arévalo, quien tiene un papel corto, pero inolvidable. Aunque si alguien destaca sobre todos es Karra Elejalde interpretando al poliédrico actor que interpreta a Cristobal Colón. Su personaje, a vueltas ya de todo, es el único que escoge en libertad, como un vaquero que por casualidad aparece en un pueblo del oeste dominado por los malos y que con un vistazo descubre lo injusto, pues al llegar nuevo carece de los prejuicios de los de dentro.

En También la lluvia, y a pesar de la crudeza, Icíar Bollaín nos muestra dibujado un atisbo de esperanza, de que las cosas pueden cambiar, hacerse más humanas y justas. Una ilusión nueva que nos llega de América Latina a la cansada Europa, cuyos modelos económicos y sociales se han gastado con los años deshumanizándose. Pero también nos advierte de que el camino para llevar a cabo esos cambios es un sendero angosto y tortuoso que comienza con la defensa de nuestros derechos frente a los poderosos. Unidad y pelea, no hay otro secreto.

A modo de pequeño anecdotario: La guerra del Agua de Cochabamba, ocurrió entre enero y abril del año 2000 en esta ciudad –la tercera más grande de Bolivia-. Se trató de una serie de protestas populares resultado de la privatización del abastecimiento de agua municipal.

En septiembre de 1999, Hugo Banzer, presidente electo de Bolivia y antiguo dictador del país, firmó un contrato con la multinacional Bechtel para privatizar el servicio de abastecimiento del agua en Cochabamba. Dicho contrato fue promovido por el Banco Mundial. Esta privatización supuso aumentos de tarifas superiores al 100% que provocó primero las quejas de la población y después una revuelta popular, pues este incremento empobrecía aún más a los ciudadanos, en su mayoría campesinos e indígenas.

En estas protestas, la policía boliviana mató al menos a seis personas e hirió a ciento setenta manifestantes. Resultó esclarecedora una grabación televisada a todo el país en la que se observaba al capitán boliviano del ejército, Robinson Iriarte de la Fuente, disparando con un rifle hacia una muchedumbre de manifestantes, hiriendo a varias personas y golpeando al estudiante de diecisiete años Víctor Hugo Daza hasta su muerte, lo que resultó el detonante de la ira popular.

Los cocaleros, liderados por Evo Morales, jugaron un papel fundamental en la victoria. Esta férrea defensa de los derechos de un pueblo terminaría lanzando a Morales hacia la presidencia de Bolivia.

Finalmente, por la presión ciudadana, el gobierno canceló el contrato con la multinacional Bechtel que interpuso demanda al gobierno mientras siguió con sus negocios en otros lugares, como por ejemplo la construcción en Arabia Saudí del edificio Kingdom Tower.

viernes, 14 de enero de 2011

Animal Kingdom sabe a cine criminal clásico

David Michôd debuta con su ópera prima Animal Kingdom, una película que nos muestra cómo el crimen y la delincuencia se desarrollan a nuestro alrededor

Cartel de la película Animal Kingdom
Cartel de la película Animal Kingdom
Siempre se agradece una buena película. Animal Kingdom es de las de este grupo. Un largometraje sobrio, coherente y armado sobre una historia interesante que se va perfilando con crudeza y cargándose de una brutalidad que se respira más allá de la pantalla. Y lo hace sin recrearse en la violencia explícita, con los disparos justos, algo que a la larga resulta muy real y ayuda al espectador a que consiga sentirse parte de la ficción y no una mera persona sentada en la butaca de un cine comiendo palomitas.

Engancha desde los primeros fotogramas, donde David Michôd, su director, va trazando con firmeza cada uno de los pasos que se van a dar en ella. Con personajes bien descritos y mejor desarrollados, habla de una banda de atracadores en Melburne. Todos los miembros pertenecen a la misma familia, así que esos lazos sanguíneos marcan el destino, el estilo de vida, la educación y los valores. Encerrado en un microcosmos, no hay a quién contarle el secreto, así que la tela de araña va creciendo y sumergiendo al protagonista para que le resulte imposible encontrar vías de escape, o lo que es lo mismo: condenándole a la misma vida de miedos que arrastran el resto de los miembros de la familia.

La familia se rige por una jerarquía establecida y desarrollando un instinto familiar de protección entre los fuertes que protegen y los débiles que son protegidos, pues el mundo que hay fuera está construido sobre el principio de la selva, el que augura que sólo el más fuerte sobrevive.

Laura Wheelwright y James Frecheville en una escena de la película Animal Kingdom
Laura Wheelwright y James Frecheville en una escena de la película Animal Kingdom
Los personajes conviven con el crimen y la delincuencia, pero también con el amor o el deseo y se debaten entre dilemas morales que se mueven en un amplio espectro que va desde la lealtad a la traición. Y es que Animal Kingdom es una película compleja, recubierta de muchas capas que la enriquecen a la hora de realizar cualquier interpretación sobre la película. Sus personajes van alternándose con juicio, brillando algunos al principio de la película para luego desaparecer y otros no apareciendo hasta la mitad de la historia. Vamos asistiendo de esta forma a una especie de cadena de relevos, donde unos les pasan el testigo –el foco de la cámara- a otros. Técnicas estas que sirven para mantener la gran intensidad que se persigue durante todo el metraje y que logran que no decaiga.

La película juega sobre el filo de una navaja, pues podía resultar fácil que se convirtiera en una historia que ensalza la criminalidad y que transforma en celebridades a los delincuentes. Pero algo inmoral y reprobable vemos en ellos. Es quizá uno de sus mayores aciertos, el mantenerse alerta con sensatez y no dejarse caer en el triunfalismo ni en el romanticismo que suele acompañar a las gestas de los mafiosos. Para retratar este mundo y adentrarnos en su interior, el director nos lo muestra a través de los ojos de un joven sobrino al que la familia acoge. Él será nuestro guía por ese mundo de descenso, vivirá su crisis en un tiempo en el que la delincuencia ya no tiene ventajas. Sabe que en cualquier momento puede salir mal parado, así que no le queda otra que vivir con esa angustia.

El joven sobrino nos da la perspectiva de quien se siente fuera de lugar. Habla poco. Intenta mantener una vida normal, poniendo de manifiesto de qué forma el crimen y la delincuencia conviven y se filtran dentro de nuestra sociedad, estando siempre presentes entre nosotros, levemente camuflados, casi sin que nos demos cuenta. Su debate moral e interno es el mismo que nos quiere señalar el director y su forma de resolverlo nos enseña que la inteligencia es el principal valor en cualquier terreno. A los gángsters ya no les sirve la fuerza, ni el coraje que se pedía años antes. Son otros tiempos, lo de la destrucción. Sus propios parientes ya han iniciado ese camino de derrumbe. No lo dicen pero todos se van dando cuenta de que sus actividades ilegales van perdiendo lucro, devaluadas y sin la rentabilidad de antes. Malhumorados por tener que vivir una vida escondida, llena de miedo, que difícilmente se puede justificar, que no les compensa. Pero es la única que conocen y delinquir lo único que saben hacer.

Animal Kingdom resulta una ópera prima ambiciosa, sin fisuras, que emociona y sorprende porque se construye sobre un buen suspense. La interpretación de todo el elenco es excelente, resultando en todo momento natural y dotando a todo el film de un gran realismo. Otro de sus mayores valores es la ejecución constante de numerosos giros que, además de mantener el interés, hacen que de pronto todo cambie, se vuelva patas arriba y surja un nuevo periodo de adaptación a la nueva situación que afianza el guión y nos enriquece como espectadores.

De Animal Kingdom se podría decir que sabe a cine criminal clásico, pues se trata de una película contada con un lenguaje cinematográfico y una estructura convencionales, que es capaz de abordar con maestría el tema de las venganzas, a veces directas, de tiro en la nuca, y otras soterradas. Destaca en ella su final sorprendente, de esos que hacen exclamar al espectador porque no se lo esperaba.

No es extraño que se llevara el premio del jurado en el último Sundance y que llegue a nuestra cartelera como uno de los estrenos del año.

A modo de pequeño anecdotario: David Michôd antes de dedicarse a esto de hacer películas, entre los años 2003 y 2006, se ganaba la vida como redactor jefe de Inside Film, una publicación de la industria cinematográfica.

Michôd es un autor que ha ganado un reconocido prestigio gracias a los cortometrajes que ha realizado y los premios que éstos han recibido. Crossbow ganó el Premio al Mejor Cortometraje en el Melbourne International Film y el premio como Mejor Guión en los AFI Awards. Con Netherland Dwarf fue galardonado en el Aspen Shortsfest. En 2009, Solo, el documental que co-dirigió con Jen Peedom, recibió el premio al Mejor Documental hecho en menos de una hora en el AFI.

miércoles, 5 de enero de 2011

No controles... la risa

Borja Cobeaga, director de No controles, define el largometraje como «la jungla de cristal del amor»

Cartel de la película No controles
Cartel de la película No controles
No hay retórica. No controles es una comedia de situación que se basa en los personajes, capaces de hacer el ridículo sin quererlo, tiernos e inocentes, sin maldades. Y ese humor, el de mantener la ingenuidad en este mundo de «vampiros» y competitividad como valor único, funciona por contraposición. No hay más pretensiones, y ahí radica su grandeza: quiere que el espectador se ría, deje todo aquello que le pesa a la puerta del cine y pase el mejor rato posible.

Todos decían que Cobeaga se la jugaba con la nueva película que realizase. Es cierto que existen muchos motivos de tranquilidad: que sus cortometrajes habían circulado de boca en boca, que Pagafantas se convirtió en un éxito de público y crítica… Pero en esto del humor y la comedia hay quien sigue pensando que acertar es pura casualidad. Así que unos y otros esperaban el estreno. Y Cobeaga ganó. Ha vuelto a desarrollar una estupenda comedia donde se escuchan las risas y carcajadas del público de la sala. No sé si el director ha descubierto el secreto milenario de la risa y lo va a seguir explotando, pero seguro que se acabaran las especulaciones. Que Borja Cobeaga y Diego San José se junten para preparar un guión garantiza el buen humor. Son una pareja de escritores compenetrada y talentosa que no se pierden por las ramas. Acidez y verborrea desde donde mirar la realidad.

El acierto de No controles no es fruto del azar, sino del trabajo, del reparto y de que todo el mundo se lo pasa bien en el rodaje. Actores y actrices consiguen ese buen rollo y la diversión se transmite desde el otro lado de la pantalla y se contagia. Asistimos perplejos a una «jungla de cristal del amor», a un salvar el mundo que no es otra cosa que anteponer los sentimientos, que entender la materia de la que estamos hechos.

Mariví Bilbao, Unax Ugalde, Alexandra Jiménez y Ramón Barea en una escena de la película No controles
Mariví Bilbao, Unax Ugalde, Alexandra Jiménez y Ramón Barea en una escena de la película No controles
Una película coral con un reparto excelente, cimentado en tres grandes interpretaciones de sus protagonistas: Unax Ugalde, Alexandra Jiménez y Julián López. Cada uno brilla en su personaje. Unax lo hace con su ternura, mientras que Alexandra borda un papel lleno de lucidez y Julián consigue sobrevivir con su desternillante manejo de las situaciones más absurdas. Juancarlitros, el personaje de Julián, es el típico amigo del que todos huyen, tan bromista como pesado, que de tanto querer agradar termina por estropearlo todo a su alrededor. Y sin embargo, el actor logra convertirlo en entrañable. No están solos, pues se encuentran arropados por un trouppe de excelentes cómicos como Mariam Hernández, Secun de la Rosa, Miguel Ángel Muñoz, Mariví Bilbao y Ramón Barea que consiguen que sus pequeños personajes secundarios tengan también su gloria.

Nos reímos de lo cotidiano, de lo que les pasa a otros pero que nos podía haber ocurrido a nosotros, de aquello con lo que nos identificamos a diario. Son pequeños tics que tenemos controlados, porque sabemos que si los dejamos crecer y convertirse en exagerados nos transformarán en seres patéticos, como los que pueblan el submundo de las películas de Cobeaga. El mecanismo es sencillo, dejar funcionar ese gesto característico que escapa de nuestro control, exagerarlo, pero sin perder ese poso de nosotros mismos, esa humanidad que convierte lo ridículo en tierno, lo que hace que queramos que ganen los buenos.

Y detrás hay un transfondo de soledades, de vacíos que queremos llenar. De asunciones de una realidad contra la que hay que enfrentarse a diario. Esos molinos que nunca son imaginarios, pero que con gigantes invencibles, o enanos morales si queremos, entran mejor.

Todo ocurre en una Nochevieja, cuando por adversidades meteorológicas se suspenden los vuelos de un aeropuerto. El mundo, lo real, se para de golpe, para darnos una oportunidad, pues todo va a ser excepcional, como fuera de un guión, donde podremos o no enmendar los errores.

Lo vasco, como superación, con un tratamiento cómico del que también es posible reírse, es otra de las características del cine de Cobeaga. Se ríe de sí mismo, de lo que representa. Dice el director, y no sé si es como broma pues visto lo visto le veo muy capaz, que ya prepara su siguiente película y que será una comedia sobre el conflicto vasco. Algo muy complicado en palabras de su director, pero que tendrá detalles hilarantes que no desveló.

La risa no perdura, ni siquiera los chistes que una vez nos gustaron nos harán en otra siquiera sonreír. Así que no pierdan la oportunidad; vayan al cine, y ríanse.

A modo de pequeño anecdotario: La película transcurre en una fría noche de invierno, con una gran nevada, capas de hielo... Bueno, pues la realidad es que estas localizaciones se rodaron en pleno mes de julio y con calor en Bilbao y Madrid. Cuenta Cobeaga que tenían 40 grados centígrados con abrigo y que por solidaridad con los actores, el primer día hasta el director se llegó a poner una bufanda que terminó quitándose a los cinco minutos. Al día siguiente se compró unas bermudas.