sábado, 4 de junio de 2011

El viento en un violín, hijos que no saben asentar la cabeza

El viento en un violín es la nueva producción teatral de Claudio Tolcachir y su compañía de teatro alternativo argentino Timbre 4


Martes 30 de mayo de 2011. Matadero - Naves del Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro El viento en un violín
Cartel de la obra de teatro El viento en un violín
La sinopsis de El viento en un violín es tan reveladora como escueta: «Mujeres que se aman, buscando desesperadamente un hijo. Madres con hijos, desesperadas por asegurarles la felicidad. Hijos desorientados, desesperados por encontrar su lugar. Historias de seres ricos y pobres buscándose la vida. Y el amor que lo atraviesa todo, que todo lo permite, lo bueno y lo malo. El amor de pensar la vida de otra forma y aceptarla tal vez, en nombre del amor».

Ser madres es un deseo, un impulso, de Lena y Celeste, las dos protagonistas de El viento en un violín; una echa de menos algo que perdió, la otra necesita un cambio porque siente que le falta no sabe qué, pero es consciente que precisa cordura, que se acaben sus cambios de humor. Darío está en tratamiento con un psicoanalista, pues según su madre no termina de arrancar, de ser un bicho raro que se va quedando atrás. Los tres son personas con ausencias, que juegan en la vida con cartas marcadas. Con las viejas fórmulas de la clase social a la que pertenecen, distantes, porque es aquello que han aprendido. Lo demás hay que deducirlo, o lo que es lo mismo, vivirlo.

Las historias más cotidianas, las que ocurren a diario, de la mano de Claudio Tolcachir cambian el rumbo, como si les cortara el plástico que las envuelve con el filo de una navaja y así nos permitiera ver un interior sin deformaciones, lo humano que hay dentro de cada personaje y sus formas de relacionarse. El autor y director las araña, las estruja, las retuerce y las exprime. No inventa nada que no tengamos al alcance de nuestras manos, que no podamos leer a diario en la prensa. Pero no se queda en ese punto del periodismo actual, en el de la anécdota, sino que profundiza para desarmarnos, para ver que lo más absurdo no está tan alejado de nuestros comportamientos, pues lo absurdo no es inhumano. Lo inhumano resulta ser otra cosa que también va pasando ante nuestros ojos. Es cierto que no somos como los personajes de El viento en un violín, pero todos podríamos serlo. El teatro de Tolcachir es un teatro humanizado que nos cuenta historias que no se pueden ver sin tomar aire, sin acercarse hasta casi tocarlas. Un teatro que hace saltar chispas.

Lautaro Perotti y Tamara Kiper en una escena de la obra El viento en un violín
Lautaro Perotti y Tamara Kiper en una escena de la obra El viento en un violín
En la obra uno puede ver el polvo más indecoroso que se pueda imaginar. Lo sórdido se mezcla con lo hilarante hasta hacerse indivisible. Hay, también, verdades crueles. Tolcachir las pone en boca de personajes que se comportan como locos y los demás las reímos. Lo cierto es que nuestra educación -ese proceso de socialización- no es otra cosa que una mordaza que nos calla. El que lo tiene todo perdido, el que no ve el mundo en toda su realidad, el tonto, el enfermo, serán quienes nos griten lo más obvio. Y nos reímos. Pero queda flotando la tragedia que se va conformando. Las incapacidades del personaje que habla se rompen y se convierte, a la hora de expresarse, en alguien mucho más capaz que los demás.

Es un teatro de las vueltas que va dando la vida para ir construyendo sus soluciones; un teatro que supera lo preconcebido, sin prejuicios, directo y fresco. Un teatro de preguntas: ¿Está acaso todo tan pautado como para que la vida se pueda seguir con un simple manual?, ¿somos diversos?, ¿impredecibles? Y cada escena con la que avanza rompe un prejuicio y nos hace más sabios. Lo cierto es que la vida deja tantos hilos colgando que presta su tiempo y espacio para filosofar.

Me gusta El viento en un violín porque te hace dar vueltas en la cabeza, porque te obliga a plantearte conclusiones. No es un teatro que pasa, es como esos cafés densos que dejan posos en la taza y cuyo sabor perdura en el paladar mucho más que otros. Y sin embargo es un teatro sin pretensiones, modesto, con un decorado cotidiano, a medio hacer para que el espectador reconstruya el resto, ponga las paredes de su propia casa, sus muebles.

Tamara Kiper e Inda Lavalle en una escena de la obra El viento en un violín
Tamara Kiper e Inda Lavalle en una escena de la obra El viento en un violín
El viento en un violín habla de dos mundos que se mueven a velocidades distintas, pero en ambos, las madres sienten que van perdiendo a sus hijos, que son incapaces de resolver los problemas que la vida les va planteando. Lo cierto es que el drama queda abierto, como si se hubiera cerrado por casualidad o si no quisiese terminar. Quizá simplemente porque debe continuar en otro espacio.

Sorprendentes los actores. Lautaro Perotti consigue adentrarse en su personaje y hacernos creer lo más fantástico con sus gestos, sus miradas y una interpretación perfecta. De la misma forma Inda Lavalle y Tamar Kiper nos dibujan una relación difícil con la naturalidad que precisa. Mientras que Araceli Dvoskin, con su personaje, asienta la historia en la realidad, la ata a la tierra con la fuerza de su trabajo. Miriam Odorico, con un papel pequeño, consigue mostrarse de lo más expresiva, haciendo que las situaciones exploten. Gonzalo Ruiz cierra el cuadro, ofreciendo la cara de una derrota cargada de triste amargor. Difícilmente se podría haber encontrado un elenco mejor para esta obra.

Al terminar, no podría ser de otra forma, un éxito tremendo: los aplausos no cesaban.

A modo de pequeño anecdotario: El viento en un violín se estrenó en el Festival d’Automne de París en noviembre de 2010. Su estreno en España se produjo dentro de la Temporada Alta de Girona, desde donde ha viajado a Madrid para formar parte de la programación del Festival de Otoño en Primavera de este año.

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