viernes, 8 de julio de 2011

Midnight in Paris, el encanto de París, el encanto del pasado

Un Woody Allen enamorado de París firma una excelente película

Cartel de la película Midnight in Paris
Cartel de la película Midnight in Paris
Aún tengo en la memoria Vicky Cristina Barcelona y me pesa como una piedra; tanto que a priori me hace desconfiar de este nuevo Woody Allen. Sin embargo, tras ver Midnight in Paris me he reconciliado totalmente con su cine. Reconozco que las primeras escenas-estampa me trajeron malos presagios, el recuerdo de un cine que no va más allá de la postal y los tópicos, pero esta vez, el director no se pierde y sabe reconducirlo. En primer lugar con el acierto de haber elegido a Owen Wilson para interpretar al personaje de Gil Pender, un actor que en este papel nos recuerda al propio Woody Allen con todos sus tics, paranoias y complejos, un hombre ingenuo que se abre camino por la vida casi sin querer, simplemente porque es una buena persona.

Me gusta la trama, ese juego entre lo real, lo imaginado y lo pasado. Me encanta ese punto en que el espectador se ve obligado a poner de su parte para acordar y dar por bueno un terreno de juego en el que abunda lo mágico. Divertirse con esta película empieza para quien la ve al aceptar convertirse en cómplice de lo que le vaya ocurriendo a Pender, de aprender a la vez que él. Algo que supone entrar de lleno en el mundo personal que nos propone Allen.

Las palabras que me vienen a la cabeza para catalogar la película son las tan trilladas palabras de «comedia romántica», pero con matices: un tanto a la europea, sobre todo porque abunda en la nostalgia y el no parar de los personajes de interrogarse a sí mismos para comprenderse y poder vivir en la sociedad que les tocó o eligieron. Para describir la película me quedo con un sustantivo, su dulzura que arranca de muchas ingenuidades, de pequeños gestos, de un largo caminar a orillas del Sena cualquier noche. Y la magia con la que se envuelve Midnight in Paris también es necesario citarla, aunque no la desvele.

Owen Wilson, Corey Stoll y Kathy Bates en una escena de la película Midnight in Paris
Owen Wilson, Corey Stoll y Kathy Bates en una escena de la película Midnight in Paris
En el reloj marcan las doce de la noche, las campanadas de una iglesia lo confirman y a la plaza donde espera Pender llega un coche de otro tiempo, salido como de entre la niebla, que se detiene. Alguien se baja para invitarle a subir. No hay mayor aventura que la de decidir apuntarse a lo desconocido, aunque el desconcierto nos haga dudar de si lo que ocurre a nuestro alrededor es realidad o un sueño. En el fondo, ¡qué más da! Lo importante, lo valioso, es cómo te tomas la experiencia.

Después vienen los temblores de si se va a repetir de nuevo, ese nerviosismo de una segunda cita tras una primera apoteósica, la idea de que nada es repetible, el anhelo de que quizá esta vez sea mejor... Incertidumbres a fin de cuentas y un vano intento de racionalizar las sensaciones, de querer aprisionarlas y convertirlas en material tangible. Dudas de pareja, de amor, de estar cuerdo, de cuál es el propio sitio que ocupar, de qué quiere uno para sí mismo... Planteamientos complejos del ser humano que Allen despacha con una maravillosa sencillez. Tal vez la respuesta sea la sinceridad interior, no engañarnos, y después, con las decisiones tomadas, coger el tren que pasa sin hacernos muchas preguntas, disfrutando del viaje.

Pender sueña con lo que vivieron algunos de sus compatriotas, escritores como él y a los que adora, durante los años veinte en París. Idealiza un tiempo que considera el mejor de todos, el que vivió la «Generación Perdida». Seducido por ellos, por su tiempo, por la forma de beberse la vida, por las bellas mujeres de aquel París nocturno y artístico, se va cargado de una nostalgia redonda que le hace emprender la búsqueda de su época dorada en aquel pasado y una huida, por tanto, de este tiempo presente que nada bueno ni humano puede traer. Pero eso es imposible: no hay tiempos mejores sino comparaciones entre unos y otros, realizadas sobre una balanza desigual, que solo recuerda lo buenos momentos del pasado frente a toda la carga del presente. Descubrir esa desviación es la que nos puede permitir asumir el presente y ser felices en el futuro sin lastres.

En el París de los locos años veinte idealizado por Pender no aparecen franceses, quizá no los hubo, vivieron su momento antes, el que atrajo a los demás al centro de un mundo nuevo. Así que la noche la toman en brazos los españoles (Dalí, Picasso, Belmonte, Buñuel) y los estadounidenses (Cole Porter, Gertrude Stein, los Fitzgerald, T. S. Elliot, Hemingway...), para hacer de París una fiesta continua y un concepto nuevo de lo artístico. El barrio Latino marcó un tiempo y lo idealizó para siempre. La bohemia no volvió a ser lo mismo desde entonces.

París luce precioso por el día, radiante de encanto por la noche, pero es cuando llueve cuando se muestra con mayor delicia. Pasear en compañía bajo la lluvia y mojarse porque ambos se han ensimismado y están a punto de entrar en un estado de ánimo de felicidad superior puede hacerse realidad en cualquier momento. Hasta Carla Bruni se ha dejado seducir y Woody Allen ha contado con ella para un pequeño papel.

Me gustó la tela de araña de la historia y me sentí atrapado en ella. Una tela cómoda y calentita que permite estirar los brazos y buscar la mejor postura, la de un bebé que esboza una sonrisa placentera de satisfacción.

A modo de pequeño anecdotario: Si el París que describe Midnight in Paris está cargado de españoles, también lo están sus títulos de créditos, tanto en producción con el equipo de Mediapro que encabeza Jaume Roures, como en los nombres que van salpicando la parte técnica. Para mi gusto destaca la presencia de la asturiana Sonia Grandes que realiza un estupendo diseño de vestuario.

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