sábado, 10 de septiembre de 2011

Cortos que dejan sabores en la boca, largos que abren los ojos

Un excepcional nivel en los cortometrajes y un sobresaliente documental en este sábado de Festival de Cine de Madrid-PNR


Sábado 10 de septiembre de 2011. Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes. Madrid


Cartel del cortometraje La Hégira
Cartel del cortometraje La Hégira
Si el Festival de Cine de Madrid-PNR que organiza la Plataforma de Nuevos Realizadores puede presumir de algo es, sobre todo, de sus cortometrajes. Los que se pudieron ver esta tarde han sido de gran nivel, con historias cargadas de emoción, sentimiento y hasta con un punto de buen humor. Cada corto es un mundo, unas pocas imágenes que resumen muchos anhelos. El esfuerzo de mucha gente, la ilusión de verlo sobre una pantalla de cine, con las luces apagadas y el público en silencio, como expectante por ver lo que allí va a pasar. Justo un segundo antes de ese momento en que se sabrá si el esfuerzo ha valido la pena porque se ha llegado a conectar, o no, con el espectador. De seis cortos se componía la sesión de hoy de la sección oficial.

Liteo Deliro, con La hégira, conecta de verdad. Se trata de una ficción de desarraigo contada en árabe y subtitulada al castellano, con grandes interpretaciones que logran una sorprendente autenticidad. A pesar de no ser la primera vez que veo el corto, aún se me pone la piel de gallina con la última escena. Es una historia de encrucijada, la que toman unos protagonistas que solo pueden decantarse por emigrar buscando una prosperidad que en su país no encuentran. Es la suya una tierra sin futuro, un lugar fronterizo que se va ahogando. El padre impone el fin de la etapa adolescente en su hijo de golpe y fija para él un destino que inicia un camino que supone tanta incertidumbre como pérdida. El sendero que marca la cabeza no coincide con el que desea el corazón. La hégira es un corto contado con dramatismo que sujeta al espectador en su butaca. Le deja un sabor amargo, de vida injusta, y en la retina unas imágenes grandes de buen cine.

Victor Carrey, con La huida, nos cuenta una historia bien filmada, con gusto por el cine, de muy buenos planos y muchos actores bien acompasados. Algo hay en ella que me recuerda al cine norteamericano. Tira de casualidades, de unir elementos, de una ciencia -como de documental- que se asienta en la meticulosidad y desde la que hila un instante cualquiera que un día ocurre y que lo hace diferente. Casualidades y elementos. Entre los actores del corto figura Dani «el Rojo» del que recientemente ha salido publicada su biografía: Confesiones de un gángster de Barcelona. La huida me termina sabiendo a carrera y vídeo musical.

Cartel del cortometraje Pesares
Cartel del cortometraje Pesares
Pesares, de José Luis Mora, es un pequeño corto de vidas difíciles, de personas que podrían tirar la toalla, apesadumbradas, cansadas de cargar sobre sus espaldas un fracaso tras otro. No llevan, como la mayoría, la vida que les gustaría ahora que las oportunidades han desaparecido. Pesares debería saber a amargura, a resentimiento, y sin embargo deja un poso mejor por encima, el de la amistad, la de dos amigos que comparten piso y que, aún nadando entre sus pesares, se preocupan el uno del otro. Es un corto de actores, de tensión, de interpretación. Buena la de Jesús Monroy, de premio la de Eva Redondo.

Nadie tiene la culpa, de Esteban Crespo, es un corto con ingenio, un enredo psicológico para decirnos que las mujeres nos ganan siempre a los hombres en un par de puntos de inteligencia, que son capaces de darle la vuelta a cualquier razonamiento y encontrar una fisura -o una grieta- que les sirva de punto de escape. Las hay tan inteligentes que nos hacen pensar que las decisiones que seguimos, las que pensamos que hemos tomado por nosotros mismos, no nos las han dado ya resueltas ellas. Nadie tiene la culpa es una comedia entretenida que sabe a sal y chispa.

También hay un lugar para la animación. Zoe Berriatúa presenta La cosa en la esquina, una historia negra, en inglés, que sabe al cine clásico de Bogart pasado por el diván del psicólogo. Le queda algo de moraleja, una explicación de esos pequeños monstruos que solo vemos nosotros, o de manías que tarde o temprano terminaremos por asumir.

Sam Orti presenta Vicenta, una animación con plastilina que resulta divertida e ingeniosa. Sus personajes, el malhumorado del protagonista principalmente, son la salsa que esconde el resto del plato. Debajo, si apartamos la gracia, vemos un pasado casposo que sería atroz sin el camuflaje del humor, un hombre machista y tacaño, una vecina que se comporta como una loba que va tras el dinero y una santa ama de casa que sobrevive porque en el fondo siempre ha sido la más fuerte.

Cartel del largometraje Los dioses de verdad tienen huesos
Cartel del largometraje documental Los dioses de verdad tienen huesos
En el pase de la noche Los dioses de verdad tienen huesos, de Belén Santos y David Alfaro. Un documental impresionante que expone una situación de injusticia universal a través de las enfermedades de varios niños que no pueden ser tratados en su país, Guinea Bissau, por la falta de medios. Su única oportunidad reside en que sean evacuados a Europa. Impresiona la entrega de los 6 protagonistas: un religioso, dos médicos -uno guineano y el otro occidental-, una cubana y dos cooperantes de la ONG AIDA que participa en la tramitación de la documentación y financiación para que esos muchachos y muchachas puedan ser intervenidos en Portugal y España. No hay un sesgo compasivo que mataría el documental, lo que se ve es una historia que interesa, contada con pulso cinematográfico, que da voz a todos, sin olvidarse de los guineanos, haciéndose más interesante con cada fotograma.

Sobrecoge y a la vez sorprende. El drama en África es la falta de recursos. La muerte sólo es una causa. Tener que elegir a quien se puede ayudar y quien dejar morir es simplemente la tesitura con la que se encuentran los protagonistas. Augusto se fue a Cuba a estudiar medicina, es uno de los pocos médicos que volvió a su país, pues es consciente de la obligación moral que tiene con los suyos en Guinea Bissau.

Atrapa el sentido del humor, la exaltación del optimismo y las ganas de disfrutar de cada uno de los instantes que les depara el día, sin rendirse nunca. No se puede mantener de otra forma la vida de quien ofrece una esperanza al que la necesita a cambio de una sencilla sonrisa. Así es su vida, y sin querer, como espectador me sorprendo riéndome porque, entre la dureza de esa realidad, los directores hayan dado peso a varias anécdotas muy graciosas. Otro de los mayores encantos del documental, de su magia, es haber conseguido hacerse transparente para los protagonistas, que se muestren con naturalidad y que nos hablen de los malos momentos y de los buenos.

También hay espacio para enseñar los asesinatos del Presidente Nino Vieira y del Jefe de Estado Mayor Tagme Na Wai. Lo político repercute en todo, los pacientes comprueban las implicaciones al ver de pronto que se retrasan sus trámites por ello.

Los dioses de verdad tienen huesos es un documental directo, que sabe a valentía y que se aplaude con ganas y con todo el corazón.

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