sábado, 24 de septiembre de 2011

El grotesco sinsentido de premiar lo más ridículo

El 59 Festival de Cine de San Sebastian construye un palmarés variopinto que corona con los delirios de Isaki Lacuesta


Viernes 23 y sábado 24 de septiembre de 2011. San Sebastián


Cartel de la película La voz dormida
Cartel de la película La voz dormida
Un festival es un lugar de paso, al que llegan películas un tanto extrañas muchas veces, para que el público las vea y opine. Aunque se cuelen algunas producciones de las grandes distribuidoras a modo de peaje, suelen ser películas llamadas de autor. Es algo sabido y asumido por quienes visitamos estos espacios del nuevo cine, incluso nos gusta que sea así. El 59 Festival de San Sebastián no es ninguna excepción. La segunda regla que se cumple en todo festival es que nunca acertarás el palmarés. Nada hay más impredecible que la gente del cine dándose premios. Puedes pensar que se premiará lo más disparatado, pero siempre pondrás un límite que eliminará algo que consideras que no llega al mínimo exigible y en esa línea imaginaria que has trazado te has equivocado seguro y hasta eso que descartas y que no te atreves a llamar cine tiene su público. Parece que en los últimos años el cine debe ser valiente, pero en verdad el único valor que atesoran esas películas que salen coronadas de muchos festivales es el de aburrir soberanamente al público. También sabes que hay películas estupendas, de esas que logran emocionarte, que te despiertan, que te cuentan historias de las que aprendes, pero que nunca se llevarán el premio porque hay alguien que opina que no son lo suficientemente atrevidas.

Benito Zambrano, un meticuloso trabajador del cine, estrena La voz dormida, que participa en la Sección Oficial. Es una película que esperaba con impaciencia por estar basada en la gran novela de Dulce Chacón, por republicana y porque Zambrano, que no se prodiga mucho, construye verdaderas obras maestras de nuestro cine. En esta película repasa nuestra historia, la dura e injustificada represión franquista, y lo hace sin contemplaciones, hablando claro. Me gusta porque no hay concesiones a la derecha, no niega que hubiera desmanes en los dos bandos, pero señala con el dedo a quiénes originaron la guerra y su posterior sangría, quienes fueron los que se aplicaron con afán destructivo para construir una nueva España que dejaba fuera (en las cárceles, en las cunetas, en las tapias de los cementerios…) a los que defendieron el régimen democrático y social de la República. Ellos son los culpables y todavía no han pagado por sus crímenes, nuestra sociedad ha sido incapaz de condenarles. Sin embargo, las mujeres que retrata La voz dormida no son culpables, no hicieron nada malo, quisieron una educación pública, una cultura que llegase a todo el mundo y la libertad para pensar por uno mismo, qué crimen se le puede achacar a una maestra cuyo único delito fue apuntarse a un sindicato socialista que además era legal. Frente a ellas una Iglesia mortificadora, de monjas y curas de látigo, que piensan que la verdad es única y la atesoran ellos por la gracia de su «dios padre y señor todopoderos», lo que les faculta para castigar a quien se equivoca no opinando igual. Los militares salen menos, pero son del mismo ramo, pues tampoco creen que los rojos tengan defensa alguna, su ideología misma les condena.

Esa es la sociedad que se encuentra Pepita (María León), con la guerra acabada, al llegar a Madrid para estar cerca de su hermana Tensi (Inma Cuesta) que cumple condena en un penal de mujeres. Pepita es bondadosa, cree que se puede vivir en esta España azul, piensa que quedan márgenes para la justicia. Ella los explora sin prejuicios, busca pero constantemente se le niega y sus ojos, que se van llenando de lágrimas, no pierden nunca su brillo, esa esperanza que la mantiene siempre en pie. Lo hace con dignidad, aunque tenga que suplicar, y así va comenzando a construir una ideología propia, con los golpes que esta vida le va dando. Son los otros, los que desde una posición de fuerza, se hacen indignos. En toda comparación gana ella. En la interpretativa también. Sobrecoge el primer fusilamiento en la tapia de la cárcel y el levantarse de las presas, puño en alto, para entonar la Internacional. Sobrecoge el último ajusticiamiento, el de la propia Tensi y su grito de «Viva la República» antes de que suene la bala asesina. Sobrecogen las torturas. Sobrecogen la crueldad y el desprecio de quien manda. María León se alzó con la Concha de Plata a la mejor interpretación femenina de esta edición, pero la película se merecía mucha mayor presencia en el palmarés de este año.

En las colas, mientras se va esperando para entrar, se aprende mucho de cine. Del danés Nicolas Winding Refn todo el mundo hablaba muy bien. En Zabaltegi-Perlas se presenta su película Drive, su aventura hollywodiense. Una película cargada de acción, coches rápidos y personajes duros como el acero a los que les cuesta hasta dar los buenos días. Si tuviera que describirla podría decir que es como si a Tarantino le quisiéramos dar un toque a lo David Lynch. Sobra sangre, crueldad y las muchas y diferentes maneras en las que va muriendo hasta el propio apuntador. No es un cine que me guste, pero tuvo sus aplausos entre el público.

Los ganadores del 59 Festival de Cine de San Sebastián. Foto: Iñaki Pardo, por cortesía del Festival
Los ganadores del 59 Festival de Cine de San Sebastián.
Foto: Iñaki Pardo, por cortesía del Festival
Las acacias, de Pablo Giorgelli, competía en Horizontes Latinos y ganó. No me explico por qué. Se trata de una película argentina de lo más contemplativa: asistimos al viaje de un camionero que transporta maderas entre Asunción del Paraguay y Buenos Aires y al que en esta ocasión, por cosas de su jefe, le acompaña una mujer con su hija de cinco meses. Subidos en la caja del camión, sin apenas conversaciones, vamos asistiendo a los diferentes estados de ánimo por los que pasa el protagonista, quien acostumbrado a viajar solo asume la compañía como una contrariedad. Poco a poco, ganado porque ella no es especialmente habladora y por la dulzura de la niña, su carácter va girando. Es una película sin secretos y aburrida, con el ruido del motor zumbando siempre en la oreja como su principal aliciente, y cuyos mejores momentos son los instantes de aseo del camionero.

Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, se convirtió en la gran triunfadora de esta edición al alzarse con la Concha de Oro a la mejor película. Muy pocos dicen que es una película atrevida, divertida incluso y original, pero que el público no consigue entenderla. En mi opinión, ni siquiera tiene mérito como para estar en la Sección Oficial. Es una especie de western a la africana, algo que intenta acentuar con la música por si no lo habíamos pillado directamente. Es también un cuento infantil de esos de buscar un santo grial, la pieza clave sobre la que asentar una cultura, en este caso un bunker militar en el que François Augiéras cubrió sus paredes de pinturas para dejó hundirse en la arena del desierto para que nadie pudiera encontrarlo hasta el siglo XXI. Además es la historia de un recluta con ideas propias abandonado por sus compañeros por incapacidad con lo colectivo y que pasa a convertirse en bandido y luego en santón. Y sobre todo son los delirios de Miquel Barceló y su concepto personal de pintura. Son historias que convergen, se mezclan, pero que ni avanzan, ni resuelven nada. No hay por donde cogerla y para ello Lacuesta habla de que es una película en la que todo muta. Uno siente que le han tomado el pelo, que ha perdido una hora y media de su vida viendo un cine aburguesado y snob que no tiene nada que decir. En asturiano hay una palabra que es «refalfiau» y que explica a esos que, de tener tanto, están cansados ya de todo. Los pasos dobles es una película ridícula, de señorito «refalfiau». No hace falta este tipo de cine, no aporta nada. Y mucho menos merece recibir premios.

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