jueves, 24 de noviembre de 2011

El cine, unas veces como conciencia y otras como celebración

Vol Special irrumpe con fuerza en el Festival

Sin darme cuenta, hoy me percato que ya va quedando poco del Festival Internacional de Cine de Gijón, dos días más y ya habrá echado el telón. Son muchas horas viendo películas, escuchando a sus directores hablar de ellas y respirando cine. Y sin embargo, ya empiezo a sentir la nostalgia de lo poco que queda y la necesidad de disfrutar de cada uno de los minutos que restan.

Sección oficial. Vol Special, la dura realidad de los centros de internamiento europeos para inmigrantes

Fernand Melgar, director de la película Vol Special, durante la rueda de prensa de presentación
Fernand Melgar, director de la película Vol Special, durante la rueda de prensa de presentación
Fernand Melgar, director suizo e hijo de emigrantes españoles, compite en la sección oficial con Vol Special, un duro documental grabado en el interior de un centro de reclusión para inmigrantes en Ginebra. Su cámara se cuela con naturalidad y va siguiendo las historias de los que están allí recluidos. La decisión judicial termina para unos pocos con la salida en libertad, al resto se les propone un vuelo comercial en el que regresar a sus países de origen voluntariamente y, si se oponen, entonces un vuelo especial de expulsión. Se muestra con crudeza el dolor de la repratiación, el temor a ser el siguiente. Cada cual tiene su carácter, pero a todos le hace mella el centro y su situación, una situación injusta siempre, pues niega los derechos a estos ciudadanos. Les considera extranjeros, cuando muchos llevan en Suiza viviendo más de la mitad de sus vidas. Son de allí, no tienen otro hogar. Nada les une a sus países de origen, unos son exiliados en busca de asilo, otros huyeron buscando un futuro mejor, un sueño que se va a romper. No hicieron nada malo, su único crimen es el de ser inmigrantes sin papeles.

En el centro encontramos muchas contradicciones, el personal trata de mantener una relación más humana con los detenidos. Vemos bastante cortesía y también firmeza. Algo que a veces resulta chocante, pues el papel del personal del centro, en lo más profundo es el de carcelero, un rol en este caso que se acerca a lo psicológico, a formar pequeñas estrategias de adormecimiento que hagan la situación más soportable.

Vol Special es una película sobre las contradicciones de nuestra sociedad occidental y un aviso a la conciencia del espectador para que toma nota y sepa que estamos involucrados por nuestros gobiernos en una guerra silenciosa y acallada contra la inmigración y los seres humanos.

Si interesante resulta la película, no lo fue menos la rueda de prensa, en la que Fernand Melgar, con un cerrado acento andaluz, profundizó en su trabajo. Explicó primero que en Suiza existen 28 centros de detención para inmigrantes y que en Europa suman unos 300. Esta ocasión ha sido la primera vez que se ha podido entrar en uno de esos centros de detención para grabar una película. El equipo dedicó seis meses de observación para establecer la relación de confianza tanto con el personal como con los detenidos y dos más para el rodaje. Durante ese tiempo tuvieron acceso completo a todas las zonas del centro, no hubo ninguna censura e incluso tenía las llaves de la cárcel. En el centro había 24 personas retenidas. Grabaron muchísimas horas con ellos, haciendo varias historias, lo que les ha hecho muy difícil la selección hasta reducirlo a poco más de hora y media. Confiesa que todas las historias eran fuertes y no fue fácil abandonar algunas. Abanderado del cine directo insiste que hay que filmar desde dentro para poder extraer el fondo. No añade comentarios, las imágenes hablan por sí solas y en realidad el comentario existe, está de forma invisible, pero no de forma explícita, para que no estorbe al espectador diciéndole lo que debe pensar y de esta forma le permita pensar por sí mismo. Al espectador le exige una participación activa.

El de Ginebra es un centro modelo, en él no ha habido ningún suicidio, y a Melgar le interesaba éste espacialmente por el hecho de estar ubicado en la ciudad de los Derechos Humanos, se preguntaba si eso significaría dotar al centro de una cierta cara humana. Cada cantón tiene su centro y cada uno funciona de forma diferente. En algunos separan a los negros de los blancos; en otros se nombra a los reclusos por su número, nunca por su nombre; en otros son grupos especiales los que se encargan de entrar a recoger a los reclusos con vuelo especial… Retratar alguno de ellos hubiera servido para justificar que se trataba de problemas de los guardias, no del sistema. Por eso eligió el centro de Ginebra, pues allí todo el personal ha elegido voluntariamente ese destino y provienen todos del trabajo social y tienen la máxima de que cada persona dice que hace su trabajo lo mejor que se puede hacer. Eligiendo el centro de Ginebra se puede generar una cadena de responsabilidad colectiva.

Sabe de lo que habla, Melgar, con su cine, reconoce que siempre habla de historias propias. Cuenta que sus padres emigraron a Suiza para trabajar, que entonces les permitían estar allí nueve meses, pero se tenían que volver luego tres a España, tampoco se podían llevar a sus hijos. Así que en uno de los viajes decidieron llevarse a los niños de forma clandestina. Melgar fue un sin papeles.

No es que Fernand Melgar quiera polémica con Vol Special, pero sí quiere que se discuta públicamente este asunto de los centros de internamiento para inmigrantes. No quiere dejarles solos, ni que se olviden los temas de emigración, quiere recordarnos que hay que respetar los derechos de todas las personas y sabe que lo hace en un momento en el que va contracorriente de las decisiones políticas que se están tomando en Suiza. Avisa del peligro que existe en Europa, donde estamos viviendo una guerra sorda contra la inmigración. Si estos lugares siguen proliferando, terminaremos cerrando nuestras fronteras a los extranjeros y convirtiendo el conjunto de Europa en una cárcel. La extrema derecha en Suiza tiene un 30% de los votos, ellos son los que manda, y deciden, los que controlan el poder financiero, los que promueven estos centros y los que no quieren que se hable de estos temas. Han tratado de evitar que la película se pase en las escuelas suizas.

Tras esta película, en Suiza le señalan como terrorista de extrema izquierda. El cine es democracia en movimiento. La suya es una forma de resistencia. Ahora está trabajando en un nuevo proyecto, ha seguido a seis de estas personas deportadas y ha rodado en sus países un año después de la expulsión.

Esbilla. Los muertos no se tocan, nene, un cariñoso tributo a Rafael Azcona

Carlos Iglesias y Silvia Marsó, protagonistas de la película Los muertos no se tocan, nene, posan para la prensa
Carlos Iglesias y Silvia Marsó, protagonistas de la película Los muertos no se tocan, nene, posan para la prensa
Se agradece ver una película en blanco y negro, con sonido doblado en estudio, como las de antes, cuando los guiones los escribía Rafael Azcona. José Luis García Sánchez rinde, con Los muertos no se tocan, nene, un homenaje al maestro, llevando al cine la novela de Azcona del mismo título. Comicidad para volver a esa España de la postguerra, pobre de solemnidad, religiosa a ultranza por culpa de una educación recalcitrante, reaccionaria e incluso contraria a todo aquello que pueda suponer el menor avance.

Con ironía Los muertos no se tocan, nene hace sangre de las clases sociales, especialmente de la burguesía estática y conservadora. Lo cómico va destapando la realidad, funcionando como un falso escudo totalmente transparente que nos permite ver lo que hay al otro lado sin miedo a ensuciarnos. Aquí están todos sus arquetipos: el mendigo pedigüeño, la criada sin complejos que ha espabilado en la ciudad, el militar cobarde, el industrial vasco, el abuelo bebedor y de derechas, el cuñado rojo, la amante insaciable que es más madre que hembra, el médico adivino, la vecina como símbolo del primer amor platónico, el niño que será poeta …

Estupendas son las interpretaciones de Carlos Iglesias, Blanca Romero, Mariola Fuentes, Carlos Álvarez-Nóvoa y Silvia Marsó, actriz que hace uno de sus mejores papeles en cine. Muy bien arropados los cinco por una fila interminable de grandes secundarios que se suman por unos minutos a la ficción de un pasado, de otra forma de hacer cine, desde el cariño y el respeto hacia los que hicieron solos el principio del camino de nuestra filmografía.

Géneros mutantes. Aquele querido mês de agosto y el ritmo de los veranos en el pueblo

Cartel de la película Aquele querido mês de agosto
Cartel de la película Aquele querido mês de agosto
Aquele querido mês de agosto es una película del portugués Miguel Gomes difícilmente clasificable, pues parece una cosa y termina resultando otra. Tengo que confesar que yo me divertí con ella, que no se me hicieron largas las dos horas y media de su metraje.

Me gustó porque me trae recuerdos de mi infancia, de la de aquellos que fuimos niños de ciudad que pasaban el verano en los pueblos de sus abuelos, los que sufrimos la pereza del mes de agosto, con sus calores, sus fiestas con verbena, los baños multitudinarios en el río, las risas y la despreocupación de quien solo está de paso. Son días en los que se adquiere un barniz como de seguir siendo de allí, de pueblo de toda la vida, de decirlo en voz alta y escuchar las sonrisas de quienes de verdad son de allí.

Me gustó el acento portugués que suena como un arrullo y por las canciones que van sonando completas para separar las escenas. Son temas románticos de orquesta de verbena.

Me gustó la entereza del director y su personalidad, incapaz de admitir alternativas que no le sorprendan a él mismo. Puede parecer un vividor, que ha presentado un guion enorme pero que se ha gastado el dinero de la producción sin llegar a rodar nada de lo escrito en él, pero que tiene la osadía de pedir más para encontrar los actores y seguir la historia escrita. Entre esas dos partes está la diferencia, eso de lo que hablaba al principio de que parece una cosa y termina siendo otra. Al inicio todo apunta a la realización de un falso documental que nos habla de los grupos que tocan en las fiestas de los pueblos y que nos sirve de excusa para que los campesinos nos cuenten sus anécdotas y su vida diaria. En la primera de todas vemos un matrimonio de sesenta y tantos en el que el hombre va contando su historia y la mujer, por detrás, va matizando, algo que todos hemos visto alguna vez, pero que en la película está tratado con especial gracia, resultando fresco. La segunda parte se olvida de la primera, salvo para engarzar con algún detalle ya contado. Descubrimos en ella el engaño del uso de la anécdota para ver que nos están contando una ficción. La película no es otra cosa que una historia de amor, un rollito de verano entre dos primos con una banda sonora excepcional, pero es algo que hay que descubrir por uno mismo.

Me gustó el humor directo y el sutil, el jugar con el espectador y el final mágico donde director y responsable de sonido discuten sobre el audio grabado en el que aparecen cosas que no deberían estar en la esos lugares cuando lo recogieron. Una disculpa para que vaya apareciendo todo el equipo técnico para discutir el asunto y así ir formando los títulos de crédito.

Noche del corto español, una selección y una sala llena

Carteles de los cortos participantes en la selección La noche del corto español
Carteles de los cortos participantes en la selección La noche del corto español
Con la sala repleta se mostró la selección de los seis cortos españoles elegidos para esta noche. Son trabajos diferentes, pero todos ellos destacables.

Abrió Desanimado, de Emilio Martí López, un corto de animación con un monólogo divertido e ingenioso, que «sin querer» dice demasiadas verdades.

Le siguió The Astronaut on the Roof de Sergi Portabella, una historia disparatada, llena de giros, que es un homenaje al arte de escribir guiones, destacando por el uso de un lenguaje rápido y por jugar constantemente a cumplir la necesidad de sorprender al espectador.

La Huida, de Víctor Carrey, tira de casualidades, de unir elementos, de una ciencia -como de documental- que se asienta en la meticulosidad y desde la que hila un instante cualquiera que un día ocurre y que lo hace diferente. Muy buenos planos, muy buen tratamiento de la velocidad de grabación, pero demasiado larga la última parte, la que parece un vídeo musical.

Libre directo, de Bernabé Rico, es un corto de interpretaciones, donde cada gesto dice mucho y explica casi todo. Petra Martínez, Ramón Barea y José Antonio Izaguirre dan sentido a la historia. Lo hacen con rostros serios, trabajando sobre tópicos para caricaturizarlos y con buen humor.

Oz, de Adrián López, es una ficción más dramática con dos protagonistas adolescentes. Un argumento elaborado que es una historia de iguales, un deseo de ser normales y un ansia de posterioridad. No tiene muchas sorpresas, pero engancha.

Dinero Fácil, de Carlos Montero Castiñeira, también es un cortometrajes de giros, de hacer pensar una cosa al espectador para terminar siendo otra. Alguien nos engaña o al menos uno de ellos está equivocado. Sin embargo, mientras dura la incertidumbre, picamos esperando la pieza sorpresa que una el desbarajuste y lo explique todo.

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