viernes, 18 de noviembre de 2011

El FicXixón elige Take Shelter para inaugurar su 49 edición

Se abren nueve días intensos llenos de cine de autor

Son tiempos difíciles para mantener un Festival de Cine, ahora que la derecha amenaza con recortes allí donde gobierna, especialmente en el ámbito cultural. Hay que hacer malabares para mantener una forma de entender la cultura, para ofrecer a una ciudadanía un festival ambicioso, arriesgado en muchas de sus apuestas, diferente y aún así llenar las salas. El cine se hace para pensar con él y para disfrutar de él. Así arranca una año más, con el trabajo inmenso e intenso de un buen equipo, el Festival Internacional de Cine de Gijón de 2011.

Sección oficial. Take Shelter, una sociedad de miedos

Cartel de la película Take Shelter
Cartel de la película Take Shelter
Take Shelter es una película del cine independiente que se hace en los Estados Unidos, con la que el Festival Internacional de Cine de Gijón ha elegido abrir su 49 edición.

Curtis (Michael Shanon) es un hombre modélico: enérgico trabajador, amante esposo y padre de una niña que sufre sordera. Por las noches empieza a tener pesadillas atroces en las que llega una tormenta apocalíptica y durante la cual observa comportamientos violentos a su alrededor. ¿Qué son de verdad esas pesadillas?, ¿un presagio?, ¿el camino irreversible de un proceso que conduce hacia la esquizofrenia?

De Curtis vamos sabiendo detalles, antecedentes de una situación familiar de demencia, y con sus pocas palabras descubrimos la soledad que le produjo aquello en el pasado, cuando el tenía solo 10 años. Mientras, la obsesión de su presagio afianza la sensación de locura, de luchar uno solo contra el mundo. Después se empieza a confirmar otro de los síntomas, las alucinaciones. Take Shelter bien podría haberse quedado en una película angustiosa sobre las dudas que crea en una persona el hecho de sentir que se está comenzando el camino de un proceso esquizofrénico, pero da un paso más, con valentía, para hablarnos también de la sociedad, de sus miedos y de cómo han ido llegando para quedarse. Jeff Nichols, su director, pinta con pericia su sociedad, la de los EE.UU., donde la Sanidad la cubre un seguro médico que paga la empresa como un beneficio social y que a la vez hace a los trabajadores más dependientes y solícitos hacia los esfuerzos que pida el patrón, donde los bancos aprietan a la hora de conceder créditos pues no están los tiempos para dispendiar, donde la mujer de Curtis, para ganarse un sobresueldo, cose por encargo y también vende lo que confecciona en un mercadillo, donde la iglesia pone deberes y tira de las orejas a los que se descarrían. En esos márgenes, Take Shelter se muestra como una película sobresaliente. Los miedos personales se han convertido en generales, en defectos de esta sociedad que camina hacia una catástrofe. No es extraño que la locura nos ronde cerca. Ese proceso propio de Curtis llena de angustia y sus pesadillas producen terror, plasmadas con una verosimilitud que sobrecoge, pero es el proceso social que hay detrás, más soterrado, el que desnuda al espectador y le hace sentir indefenso, sobre todo con la profundidad de la voz de Curtis que nos recuerda a un John Wayne vencido. Si ya no se puede confiar en las percepciones propias, la sociedad, llena de fisuras, es incapaz de proteger a nadie, no es extraño que la mirada se vuelva hacia la familia cercana y la confianza se deposita en aquellos a los que se quiere para encontrar la solución a nuestras angustias convertidas en enfermedad.

Llendes. Alvorada Vermelha, la crudeza del trabajo en un mercado

Aún de noche, comienza el trabajo en el Mercado Vermelha de Macao. Durante casi media hora desfilan antes los ojos del espectador la actividad de los puestos, principalmente su preparación. Tedio y repetición, días iguales unos tras otros. Trasladar carne, apretarse el mandil, ponerse los guantes, colocarse el mandil y trabajar. Pequeños rituales que se convierten en costumbre. Sobrecoge ver la rutina diaria, pero más aún como la vida se va escapando. Un ligero corte sobre el cuello de una gallina y lanzarla al cubo para que se desangre. Después otra y repetir el mismo gesto. Sin rictus en la cara, sin sentimiento, porque es la tarea de convertir un animal en comida. Lo mismo el pescadero con sus peces y ver, como aún troceados, estos siguen coleando. La sensibilidad nos pone alerta, nos habla de imágenes que nos hieren, pero no son otra cosa que cotidianidad dentro de un mercado. En realidad no hay violencia sólo crudeza. Darse cuenta de ese matiz es lo que permite seguir con atención la secuencia de imágenes de esta parte documental.

João Rui Guerra da Mata y João Pedro Rodrigues dirigen Alvorada Vermelha, un pequeño documental que consigue hacerse interesante de ver, más profundo y directo de lo que parece tras su comienzo. No tiene diálogos, pero no los necesita, el ser humano trabajando con sus manos se explica sin necesidad de palabras. Lo que sí requeriría una explicación son las pocas imágenes fantásticas que se insertan en él, donde una sirena tal vez funcione como válvula de escape.

Llendes. La muerte de Pinochet revivida por cuatro esperpentos

Una escena de la película La muerte de Pinochet
Una escena de la película La muerte de Pinochet
Bettina Perut e Iván Osnovikoff construyen, a su particular manera, el documental La muerte de Pinochet. La primera palabra que me viene al verlo es incómodo, porque presiento que nadie se va a encontrar a gusto ante su proyección, porque no abundan los argumentos, porque en realidad no trata de explicarse sino de moverse entre lo grotesco.

En el momento que fallece Pinochet, Perut y Osnovikoff se van, cámara en mano, al Hospital Militar para captar lo que ocurra. Con la etiqueta de «press» en su solapa filman. Consiguen un buen archivo de imágenes y para darle una forma más artística, pasado el tiempo buscan a cuatro de aquellas personas que aparecen entre lo grabado haciendo bulto, para repasar con ellas las sensaciones de aquel día y recrear lo vivido. Nos encontramos con dos pinochetistas exacerbados, un borracho y un hombre de izquierdas, un poco loco, que recuerda a Allende y compara las dos figuras. Discursos manidos, construidos desde lo visceral, tejidos con mentiras convertidas en axiomas…

Según avanza perdemos la referencia de la palabra por lo estético, o más bien por lo contrario, con esos largos primeros planos (medio ojo, una boca, el principio del bigote…) que muestran fealdad a la vez que nos conducen por lo deforme hacia lo esperpéntico. No es fácil encontrar un punto desde el que desenredar la madeja que supone La muerte de Pinochet. Uno se pregunta si será la burla, el deseo de ridiculizar las posturas de los protagonistas del documental o simplemente el interés de mostrarnos con patetismo unos ideales trasnochados. Sin embargo el documental elige un camino pendiente que conduce hacia el vacío, o como mucho a un pequeño conjunto de estampas.

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