miércoles, 29 de febrero de 2012

Young Adult, personajes atascados en la edad del instituto

El director Jason Reitman y la escritora Diablo Cody vuelven a trabajar juntos, después del éxito que consiguieron en 2007 con Juno

Cartel de la película Young Adult
Cartel de la película Young Adult
Estados Unidos es la tierra del marketing, cada producto tiene establecido su «target» o público objetivo. Así, como ejemplo de esta catalogación objetiva, nos encontramos con que las novelas que van dirigidas a los adolescentes se etiquetan en las librerías estadounidenses como «Young Adult» y tienen su propia estantería. De esa categoría surge el título de la película, pues Mavis Gary (Charlize Theron), la protagonista de Young Adult, es una escritora de una serie de libros sobre un grupo de jóvenes que están en el instituto. Es una serie que llega a su fin porque ha tocado fondo, como la propia escritora. Mavis no se siente muy reconocida, su nombre no figura en portada sino en letra pequeña en la solapa, se ha separado, cada día bebe más y al despertarse no le gustan los hombres que han pasado la noche en su cama y que siguen allí. No lleva la vida que soñó. Cuando estaba en el instituto de su pueblo era la más guapa y destacaba en todo lo que hacía, entonces todas las chicas querían ser como ella, aunque en el fondo la detestasen. Pero aquellos tiempos han pasado, solo hay que mirar la habitación de su apartamento para entenderlo.

Cuenta Diablo Cody, la guionista de la película, que empezó a escribir este guion a raíz de una noticia asombrosa que encontró en la prensa: una mujer había vuelto a buscar a su novio del instituto muchos años después. Se hizo muchas preguntas para crear al personaje, pues le interesaba inspeccionar ese arquetipo de personas que se quedan ancladas en el pasado, que consideran que su mejor época ocurrió en el instituto y que pretenden recuperar aquella vida de entonces, a toda costa, a través de la misma relación con el hombre que las hacía felices entonces, negando cualquier cambio posterior.

La película la dirige Jason Reitman, director de los trabajos Gracias por fumar, Juno -película ésta cuyo guion también fue escrito por Diablo Cody- y la exitosa Up in the Air. Sin embargo Young Adult no llega al mismo nivel, se queda más abajo, en el de una película con buenas intenciones pero que no termina de cuajar. Tal vez porque aquí la adolescencia carga con una mala leyenda y no reviste para casi nadie tiempos de felicidad, como mucho sentimos una cierta nostalgia por el fin de la infancia y solemos desterrar la adolescencia que viene luego. Tal vez este es el motivo por el que el largometraje no llega a despertar el suficiente interés, a pesar de los giros de guion y del tratamiento novedoso que supone el punto de vista desde el que aborda el tema.

Charlize Theron en una escena de la película Young Adult
Charlize Theron en una escena de la película Young Adult
En todo duelo de comedia romántica hay dos mujeres enfrentadas, la protagonista que debe deshacer todo el nudo con sus encantos y la rival que siempre es mala y nadie sabe por qué estúpidas decisiones la ha elegido el chico. Aquí resulta al revés, la rival es simpática, profesora de niños con necesidades especiales y tiene una banda de rock. De esta forma surge lo novedoso, porque, aunque toda la historia presenta la apariencia de una comedia romántica -chica guapa quiere recuperar a chico inocente-, la decisión de su tratamiento va por otro camino, el de convertir Young Adult en un ejemplo de anti-comedia romántica. En primer lugar porque la relación que busca recuperar la protagonista no va a ninguna parte. En segundo lugar porque vamos descubriendo la fuerza del amor de su ex-novio con su compañera actual, son una pareja compenetrada, perfecta y que además acaban de tener un bebé que sella cualquier fisura de la relación; de la vida de ellos sí que se podría haber hecho la comedia romántica, pero aquí son los secundarios de la historia. Finalmente, el último punto que no encaja dentro del género es el estado de ánimo del personaje principal, una mujer que se ha quedado atascada en una época y que se encuentra deprimida y un tanto desequilibrada, tan vulnerable que no puede protagonizar ninguna comedia romántica.

Ese es el verdadero argumento de la historia, la vulnerabilidad de las personas que se muestran duras por fuera, como si fueran grandes triunfadoras, pero que por dentro no han sabido crecer ni madurar. Mavis Gary es una mujer emocionalmente inmadura que debe emprender un camino de hundimiento para poder pasar página y arrancar una nueva etapa. La atrofia es quizá el tema de Young Adult, la atrofia anímica de Mavis en su viaje de retorno desde Minneapolis, la física de Matt Freehauf (Patton Oswalt) y la general del pueblo de Mercury, un lugar de ambiente provinciano donde sus habitantes parecen comportarse como palurdos, y sin embargo resultan personas satisfechas con la vida sencilla que llevan e incluso se muestran felices.

Lo superficial no sirve para siempre, hay momentos en los que se precisan afectos, caricias, oídos cercanos y brazos alrededor de los hombros. Esa división simple de un mundo que se divide entre ganadores y perdedores se ha quedado corta. Cuando la adolescencia se acaba resulta imposible distinguir con una mirada a qué clase pertenece cada cual. A Mavis, ver como se le cae todo a su alrededor le produce impotencia, no sabe cómo resolver los problemas en el mundo de los adultos, donde no sirven los esquemas de triunfo en el instituto, ni las fórmulas que adopta como escritora, ni copiar los diálogos que escucha en la calle. Debe empezar a plantearse sus propias cuestiones existenciales.

Matt Freehauf, el chico que en el instituto tenía la taquilla al lado y al que nadie miraba, iba para fracasado. No tenía muchas posibilidades, además de su gordura, se metían con él por ser gordo y también le dieron una paliza que le destrozó la vida solo porque los demás pensaban que era homosexual. Tampoco superó el instituto, ahora pinta muñecos, destila whisky y vive con su hermana Sandra (Collette Wolfe), que también se quedó en el pasado. Y sin embargo los dos son el corazón de la película, por su calidez y por su humanidad, son los únicos que hacen evolucionar a Mavis. Matt porque sabe decirle las cosas tal y como son y Sandra porque le sube la moral cuando ha tocado fondo, en una de las mejores escenas de la película.

Charlize Theron realiza una gran interpretación en Young Adult, sosteniendo un personaje con muchas aristas, al que podemos detestar en un inicio pero al que terminamos mirando con una cierta ternura. Consigue meterse completamente en su piel y darle la credibilidad que necesita. Otro actor muy acertado en la película es Patton Oswalt que se apoya en la expresividad de sus ojos y en la muleta de su personaje para hacerlo crecer humanizándolo. Collette Wolfe aprovecha muy bien los pocos momentos en los que aparece para forjar un personaje al que imprime verdadero carácter.

La película se deja ver, es cierto, pero defrauda por las expectativas que se crean a su alrededor y no se cumplen.

A modo de pequeño anecdotario: Mavis Gary regresa a su pueblo, del que sabemos su nombre Mercury y que se encuentra en el estado de Minnesota. Sin embargo es un nombre inventado, un topónimo falso, aunque existe una compañía industrial llamada Mercury Minnesota Inc. con sede en la localidad de Faribault y dedicada a la fabricación de chapas metálicas. Los habitantes de Mercury llaman a Minneapolis, capital del estado, la «mini-manzana», haciendo con ello una broma local. Las localizaciones se realizaron en la ciudad de Rogers y en el condado de Sherburne. Son lugares pequeños en los que es corriente escuchar nombrar a Minneapolis como Mini-Apple por oposición a «la gran manzana»: Nueva York. Cobra aún mayor sentido, como una broma doble, si se espera a los títulos de crédito y se comprueba que entre los agradecimientos figura una pequeña ciudad del estado de Nueva York: OrangeTown, la «ciudad de la naranja».

De su director, el canadiense Jason Reitman, se dice que asistió a su primer rodaje al poco de nacer, con once días, mientras su padre, Ivan Reitman, rodaba entonces Desmadre a a la americana. El joven Jason fue apareciendo en diferentes largometrajes de su progenitor: Los gemelos golpean dos veces, Los cazafantasmas 2 y Dave, presidente por un día.

Jason Reitman estudió en la universidad del Sur de California, donde se integró en el grupo cómico Commedus Interruptus. Durante el segundo año de universidad montó un negocio de calendarios colegiales que tuvo tanto éxito que le permitió financiar su primer corto: Operation, un trabajo que terminaría presentando al festival de Sundance en 1998. Filmó varios cortos más y también trabajó para una productora de publicidad realizando anuncios publicitarios que lograron varios premios internacionales, como en Cannes.

lunes, 27 de febrero de 2012

Tú, ¿qué has hecho hoy para ganar la guerra?

La Casa Encendida programa una lectura dramatizada del Teatro de las circunstancias, de Max Aub, un ejemplo del compromiso político en el teatro


Lunes 27 de febrero de 2012. La Casa Encendida. Madrid

Lectura dramatizada del Teatro de las circunstancias, de Max Aub. Ilustración de Enrique Flores. Más información en 4ojos.com
Lectura dramatizada del Teatro de las circunstancias, de Max Aub. Ilustración de Enrique Flores. Más información en 4ojos.com.
El Nuevo Teatro Fronterizo y Le Monde diplomatique se han embarcado en un proyecto que se propone recuperar el legado teatral del siglo XX. Pronto salió el nombre de Max Aub, como uno de nuestros dramaturgos más lúcidos e insobornables. Para su recuperación, La Casa Encendida les ha cedido el espacio de su Auditorio y así poder realizar una lectura dramatizada de su Teatro de las circunstancias con público. Una lectura que ha sido dirigida por Laila Ripoll y leída e interpretada por Carlota Guivernau, Sergio Guivernau, Mariano Llorente, José Luis Patiño y Tito Rubio.

Cuando estalla la Guerra Civil, el legítimo gobierno republicano emprende con urgencia la labor de crear un repertorio teatral para llevar a los escenarios, un teatro que sirviera a la causa republicana mostrando su función política de agitación y propaganda y que no se quedara en un mero teatro efímero de entretenimiento. Aub se apunta de los primeros, con una repuesta personal de compromiso y solidaridad con la izquierda y con la República. Realizó ocho piezas cortas, de un único acto, que pensaba publicar en Barcelona en el año 1939, pero que nunca llego a ver la luz por las razones de la guerra. Es posible que aquel libro se hubiera titulado Teatro de Circunstancias, lo cierto es que, con algunas variantes, terminó siendo una sección dentro de su Teatro Completo.

Con ese nombre de circunstancial o urgente, el autor señala su breve extensión, su rapidez en la construcción con una estructura muy vinculada a la tradición teatral castellana y el compromiso político de su contenido. Son obras que Max Aub explica diciendo que «nacieron de cualquier manera, por encargo y necesidad del momento… pero cumplieron su cometido, llevan su circunstancia en la frente, y vivieron lo suyo». Es un teatro atado con fuerza a la historia de nuestro país, directo, sin pelos en la lengua, combativo, encarado directamente con el público, que refleja un fuerte compromiso antifascista y, por tanto, muy rojo. Es una llamada a filas, a defender la República porque, como decía Aub, «nuestros años son de lucha, y el que no lucha muere o está muerto sin saberlo». Es un teatro que duele.

Max Aub
Max Aub
Suena el himno de riego, el escenario se llena de símbolos, se despliega una bandera republicana. La razón estaba de nuestro lado, habíamos ganado en las urnas, pero las hordas franquistas se impusieron por el poder de las armas y sus aliados, abriendo la puerta en Europa a otros fascismos que llegarían en breve impuestos por Hitler y Mussolini. El tiempo y la distancia de hoy nos muestran la injusta derrota de la ideas, de lo colectivo y lo humano, a manos de la muerte y la destrucción bárbara del fascismo.

Lo primero que sorprende de esas piezas, tan hechas para un momento determinado, es su absoluta vigencia. La Segunda República Española fue una respuesta social y obrera al crack del 29. Ahora vivimos otra crisis similar a la que deberíamos responder como sociedad democrática, en las urnas y en las calles, mostrando pacíficamente nuestro desencanto con unos gobiernos que legislan para los poderosos, cuyo único fin es el de dar más riqueza a unos pocos. Gobiernos que no representan a sus ciudadanos, que no tienen soluciones y que lentamente están conduciendo el país a la ruina económica y moral. Gobiernos que regalan el dinero de todos a sus redes de corrupción y que luego recortan de nuestros servicios públicos, que vienen esgrimiendo las banderas de menos cultura, menos sanidad y menos educación. Una de las piezas de Aub nos cuenta de qué están hechos un banquero, un cura y un comandante, descomponiéndolos por sus actos y sus comportamientos, para que no nos llevemos a engaño. No han cambiado en estos ochenta años, siguen hechos de la misma materia y rezuman los mismos intereses egoistas. Y luego, cuando ya nos los ha mostrado en detalle, nos pregunta a quién vamos a votar el domingo. El grito es unánime: ¡A las izquierdas!

Caricatura de Max Aub
Caricatura de Max Aub
El Frente Popular como aglutinador de la izquierda social, progresista y comprometida con el pueblo está presente en cada una de las piezas, y en ellas hay una llamada a combatir, a tener claro cual es nuestro lado y a defender el gobierno legítimo que los españoles votaron democráticamente. El pueblo debe estar unido para defenderse, no debe ser demasiado optimista, ni demasiado pesimista, dispuesto a luchar en el frente y en cualquier otro lugar, pues todo trabajo realizado para la República es necesario. Porque cualquier pereza, porque cada día que no hagamos algo para ganar la guerra y nuestra libertad, estaremos dejando que el fascismo avance y nos devore. Valemos todos, cada uno debe encontrar dónde resulta útil y desempeñar su labor para no arrepentirse después de lo que pudo ser y no fue, de lo que nos dejamos robar.

La guerra y la muerte injustificada y vengativa que impone el bando nacional para diezmar la población -no olvidemos, mayoritariamente republicana entonces- están presentes. Un oficial franquista dispara y mata, o manda matar con saña, simplemente para mostrar que es él quien manda ahora y la razón le importa un carajo. Aub, con sus obras, nos llama a combatir la injusticia y nos explica la causa republicana, llama al instinto y a la razón. No admite disculpas, si estabas en el bando nacional y eres obrero o republicano debes pasarte al otro lado, no puedes elegir se un fascista.

domingo, 26 de febrero de 2012

La maleta de los nervios, la descarnada realidad de las amas de casa

La compañía Chirigóticas presenta su segundo montaje, un nuevo carnaval sobre los escenarios


Domingo 26 de febrero de 2011. Teatro Alfil. Madrid

Cartel de la obra de teatro La maleta de los nervios
Cartel de la obra de teatro La maleta de los nervios
Las chicas de Chirigóticas se han quedado este año sin su carnaval de Cádiz, centradas en su segundo montaje teatral La maleta de los nervios que se ha despedido del teatro Alfil de Madrid. Lo sienten, pero están trabajando mucho, asentándose en los escenarios con una pieza curiosa y muy divertida, de las que se cuentan entre carcajadas.

Soy un hombre frío del norte, de carácter taciturno, un tanto desapegado, de leve sonrisa más que de risas y al que le cuesta apreciar la «gracia y el salero andaluces». Pero viendo La maleta de los nervios, en algunos momentos, se me olvidó todo esto. No es que me haya reído siempre, ni tanto como muchas otras personas que estaban en la sala, es que me ha gustado lo que he visto, sobre todo esa capacidad de diseccionar una parte de nuestra sociedad y hacerlo sin perder el pulso incluso cuando se lo tomaban con humor. Habla de situaciones muy duras (soledad, miseria, depresión, drogas, enfermedades, inmigración, abusos…) y lo hace de una forma directa y sin menospreciar ni edulcorar las circunstancias. Y el lenguaje con el que nos lo cuenta es fuerte, pero entra con facilidad, camuflado con coplillas y letras divertidas e irónicas, a la manera de las chirigotas de Cádiz. Son las penas y los quehaceres de tres amas de casa, una especie numerosa pero que sin embargo pasa desapercibida como si fueran un sobrante de nuestra sociedad.

Cuando arranca la obra, lo primero que pienso es «Una obra divertida sobre las relaciones entre tres vecinas. Una de esas que juega con el doble sentido, que está llena de envidias, ingenio y mucha malicia. Una historia de egoísmo con humor y saña. Un puro entretenimiento». Pero pronto descubro que lo divertido no esconde la miseria, que las vecinas se ayudan más que se estorban y que lo hacen con mucha ternura por encima de rivalidades, que todas tiemblan asustadas de sus propias vidas intentando salir hacia delante. Son mujeres fuertes, amas de casa capaces de echarse a la espalda lo que sea y sin embargo La maleta de los nervios nos muestra la parte de atrás, esa que se esconde siempre, la que se queda dentro de la casa cuando marido e hijos se han ido al tajo y a la escuela.

Ana López Segovia, Alejandra López y Teresa Quintero en una escena de la obra La maleta de los nervios
Ana López Segovia, Alejandra López y Teresa Quintero en una escena de la obra La maleta de los nervios
Cuando esa puerta se cierra es la soledad quien las atenaza. Su vida pasa por delante para repetirse una y otra vez, llena de rutinas, de manías y de contrariedades que hoy tampoco se van a resolver. Parece que ellas no hacen nada y lo pensamos por el hecho de que no reciben una remuneración económica por su trabajo. Y sin embargo son ellas las que soportan todo el peso de los problemas del hogar, esos que siempre nos parecen demasiado sencillos y terminan convertidos en lo más importante porque son el pegamento de la vida. Son amas de casa que cargan con las culpas de la familia de una forma estoica y silenciosa, sin un reproche, sin la menor recompensa. El de ellas es un oficio sin horarios, sin bajas laborales y sin el menor de los derechos sociales. Ni siquiera sueñan con una pensión de jubilación, ni con una jubilación tampoco, pues hasta sus vacaciones se las han pasado toda la vida trabajando. No forman parte de la cadena productiva y por tanto están excluidas, al margen.

Las tres amas de casa de La maleta de los nervios son mujeres abnegadas, pero también insatisfechas, incomprendidas, cansadas de soportar el peso de la familia, de vivir en segundo plano los sinsabores de la vida mientras se sacrifican por los demás. Las tres están pagando el peaje en sus carnes, viendo venirse abajo su ánimo y hundiéndose más cada día en lo psicológico. Así están ellas antes de pasar por el filtro surrealista de las Chirigóticas, ese que les añade humor, cercanía y una pizca de ternura. Un filtro que también les pone la música, al estilo de Cádiz, con sarcasmo, retranca e ironía, con esas coplillas que le sacan punta a la descarnada realidad, sin afearla, ni embellecerla, pero con gracia, socarronería y mucho desparpajo. Con ese aire de carnaval sobre el escenario, que se mantiene también cuando los personajes hablan, vamos asistiendo a esas vidas de sufrimiento y lo hacemos entre carcajada y carcajada.

Divertida resulta Marisa (Ana López) el ama de casa perfecta, la que tiene la casa siempre limpia porque no ensucia y porque le dedica todas sus horas, la que su marido es un santo que no protesta por nada porque ni sangre tiene, la que compra más barato porque se lo sabe todo. Y trágico es el camino que emprende hacia la depresión al no encontrar sustancia a su vida. Dura es la vida de Macarena (Teresa Quintero), con un marido en paro que ahora se dedica al suministro de droga, con una hija con cierto retraso mental y otro traficante más que se ha venido a vivir a su casa. Nerviosa es la vida que le ha tocado vivir a Milagri (Alejandra López), una que nunca eligió pero en la que se ha tenido que embarcar con una hija que le estorba.

Así son las Chirigóticas, una compañía de raíces gaditanas, del barrio de la Viña, con tres actrices maravillosas que tienen gracia y buenas voces, pero sobre todo mucho humor. Ana López se encarga de las letras y el dramaturgo Antonio Álamo de los textos y de dirigirlas sobre el escenario. El resultado es estupendo pues los personajes construidos resultan sólidos, reales y cotidianos, cargados de una fuerza misteriosa, de la dureza de las mujeres que llevan peleando toda la vida por la felicidad de los que tienen cerca. Y eso, claro, llega al público que aplaude con ganas.

Para mí, hay dos números excepcionales. El primero es cuando el personaje de Teresa Quintero le pide a la ex-ministra de Igualdad Bibiana Aído una paga extra más, a ver si ella pueda hacer algo, que con las que ya tiene no le alcanza para casi nada. El segundo deja un sabor de boca amargo, fruto del encuentro entre el personaje de Ana López y la rumana Klaudyna (Teresa Quintero) que está lleno de humanidad, de profundidad y de una ternura intensa, la que nos acerca a unas personas con otras, la que nos dice que no hay diferencias, que nosotros también fuimos inmigrantes en otros países y que sus derechos y los nuestros son los mismos. Emociona el diálogo, la fuerza de la interpretación de ambas actrices. Solo por ese instante ya merece la pena haber visto la función.

Pero sin duda la obra tiene muchos más secretos para colarse en el corazón del espectador. El fundamental, su mayor gracia, consiste en reírse de uno mismo, aunque para ello haya que mirar muy dentro, sin ningún pudor. Esa honestidad descarnada es su mayor virtud, ese deseo de no esconder los trapos sucios, ni de engañar llamando las cosas por otros nombres. La maleta de los nervios es directa, no rehuye lo verdadero ni cuando usa elementos cómicos que simplemente lo distorsiona para despegarlo del suelo. Tiene mérito hacernos mirar con profundidad allí donde no queríamos poner la vista.

A modo de pequeño anecdotario: Antonio Álamo, escritor, dramaturgo y director teatral, es un hombre vinculado al teatro andaluz y con muchos premios a sus espaldas: en 1991 el Premio Marqués de Bradomín por La oreja izquierda de Van Gogh, en 1993 el Premio Tirso de Molina por Los borrachos -montaje que también obtuvo el Premio Ercilla al mejor montaje (1996) y finalista del Premio Nacional de Literatura (1994)-, en 1996 el Premio Born de Teatro por su obra Los enfermos, en 2000 el Premio Caja de España de Teatro Breve por Grande como una tumba y de nuevo, en 2005, el Premio Born de Teatro por su obra El Instructor. Recientemente ha estrenado Veinticinco años menos un día (The tea is ready). También ha dirigido el Teatro Lope de Vega de Sevilla desde el 2004 hasta mediados del 2011 y se ha forjado una amplia carrera literaria con varias novelas, libros de cuentos y otros tantos premios.

Ana López Segovia es la letrista y principal impulsora de La Chirigota de las Niñas, una chirigota «ilegal», de las que, por Carnavales, se apoderan anárquicamente de las calles de Cádiz y, al margen del Teatro Falla, no participan en el concurso oficial. Antonio Álamo la escuchó por primera vez en un bar de Cádiz, se quedó impresionado. Así que le propuso una aventura que se llamó Chirogóticas y en la que también entraron Alejandra López, Teresa Quintero y Pepa Rus. Aquel primer espectáculo se llamo como ellas: Chirogóticas y era el año 2006.

En este segundo montaje, La maleta de los nervios, ya no está en la compañía Pepa Rus, que ahora es más conocida por el personaje televisivo de la Macu en Aida.

lunes, 20 de febrero de 2012

La silenciada primavera árabe de Marruecos

Con motivo del aniversario de las revueltas del 20 de febrero de Marruecos se realiza el estreno internacional del documental Mi makhzen y yo


Lunes 20 de febrero de 2012. Centro Social Autogestionado La Tabacalera. Madrid

Primavera árabe en Marruecos. Manifestaciones del movimiento 20 de febrero
Primavera árabe en Marruecos. Manifestaciones del movimiento 20 de febrero
En España, cuando se habla de Marruecos siempre se termina tratando el asunto como si el país fuese un caso excepcional que les eximiera a ellos del cumplimiento de los Derechos Humanos y a nosotros del deber de criticar dichas irregularidades. Debería ser nuestra obligación la de solicitar que emprendan vías democráticas. Sin embargo, desde aquí, la mayoría de nuestros políticos se niegan a considerar que el régimen político que rige Marruecos sea y se comporte como una dictadura. Nuestros medios de comunicación y nuestros políticos nos dijeron que la revueltas de la primavera árabe no llegarían a Marruecos porque era un país diferente en el que no se daban las mismas condiciones que en el resto de los países árabes y que los marroquíes gozaban de un alto grado de libertad. Pero lo cierto es que llegaron y que esta semana se ha cumplido un año de la primera manifestación que significó el nacimiento del movimiento 20 de febrero como una de las plataformas impulsoras de dichas protestas.

Los marroquíes han salido a las calles por las mismas razones que sus vecinos tunecinos, egipcios, sirios, yemeníes… Lo han hecho para exigir sus derechos: la falta de libertad, el paro en el país que alcanza a uno de cada cinco habitantes, la gran pobreza, el analfabetismo de la mitad de la población y el elevado nivel de corrupción. El rey Mohamed VI acapara la propiedad del 51% de la tierra y mueve el 20% de la economía privada del país. Pero en España, la censura y ciertos intereses mutuos, como el hecho de considerarles la llave que impide la llegada de inmigración subsahariana a España, no permitieron que se vieran esas imágenes del pueblo marroquí protestando en las calles. Los jóvenes del movimiento 20 de febrero recuerdan que han sido hostigados y que entre sus partidarios han tenido detenidos, desparecidos y muertos a manos de la policía y de la contrarrevolución que se ha instigado desde el poder dominante para disolver sus convocatorias y solicitudes.

Las primeras protestas tuvieron ciertos efectos, a los pocos días, el rey marroquí anunció cambios y una nueva Constitución más justa para el país, pero sin embargo no se estableció un proceso constituyente, sino que la propia monarquía y su entorno fueron los encargados de redactarla. Esta Carta Magna está hecha por el régimen sin contar con el pueblo que no ha tenido ninguna representación en todo este proceso. De esta forma, los cambios que consigna son mínimos, tan escasos que mantienen al margen los derechos democráticos y laicos. Las modificaciones principales que establece son que el rey deja de tener carácter «sagrado» para ser solamente «inviolable» (como ocurre con Juan Carlos I); que el rey deberá elegir al presidente del Gobierno en el seno de la mayoría parlamentaria y ya no podrá hacerlo independientemente de las mayorías elegidas como venía ocurriendo hasta el momento; que se confirma la libertad de culto, pero no así la libertad de conciencia, por lo que los musulmanes no tendrán posibilidad de cambiar de religión, además se sigue señalando que el islam es la religión de Estado y el monarca sigue ostentando el cargo de «Comandante de los Creyentes»; que los poderes del rey se han dividido en dos competencias, una religiosa y otra política, dentro de las políticas se le restan algunos poderes que pasan al presidente del gobierno, como por ejemplo la posibilidad que tendrá el presidente para nombrar a los secretarios generales de los ministerios, los directores de las instituciones públicas y los gobernadores civiles; que se reconoce el bereber como idioma oficial y se señala el carácter árabe de Marruecos, así como sus raíces judías y andaluzas; que el rey dejará de ser el máximo responsable de los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, aunque mantiene la máxima autoridad de las Fuerzas Armadas, en política exterior y que se encargará de presidir el Consejo de Ministros; que se mantiene la estructura parlamentaria de dos Cámaras donde a la Cámara de Representantes se le atribuirá un mayor poder legislativo (con iniciativa para revisar la Constitución, crear comisiones de investigación, promulgar amnistías y solicitar la comparecencia de ciertos altos cargos que estarán obligados al menos una vez al año a asistir al hemiciclo para dar cuentas de sus actividades) y la Cámara de Consejeros mantendrá su naturaleza como institución de representación de sindicatos y comunidades territoriales.

Cartel de la película documental Mi makhzen y yo
Cartel de la película documental Mi makhzen y yo
Se estableció un referéndum para refrendar la reforma constitucional. El resultado de las votaciones es que se contó con el 98% de los sufragios a favor de esta reforma constitucional, indicándose que los índices de participación sobrepasaron el 70%, aunque se han detectado anomalías con el censo utilizado que dejaba fuera de él a más de 9 millones de habitantes con derecho a voto y existen claros indicios de fraude electoral que han denunciado diferentes organizaciones. El movimiento 20 de febrero señala que lo conseguido con esta nueva Constitución está muy lejos de la monarquía parlamentaria que se pedía. Los jóvenes del 20 de febrero se siguen manifestando regularmente para conseguir cambios políticos profundos, ya que esta Constitución simplemente ha perpetuado lo que ya existía: el rey y su corte («makhzen») siguen controlando los llamados ministerios de soberanía: el ejército, la economía, el poder religioso y la justicia. Además ha hecho oídos sordos a la demanda de establecer un estado laico. Los jóvenes consideran que nada ha cambiado en Marruecos, así que siguen teniendo los mismos motivos para seguir saliendo a la calle.

En España no hay muchas posibilidades de poder escuchar sobre lo que está pasando realmente en Marruecos, tampoco hay una filmografía suficiente y como mucho se puede acudir a youtube para ver información de alguna de estas manifestaciones. Con motivo del primer aniversario del nacimiento del movimiento 20 de febrero y para poner de manifiesto la falta de libertad, democracia y justicia social en Marruecos, se estrenó a nivel mundial el documental Mi makhzen y yo, del director marroquí Nadir Bouhmouch. Se realizó de manera simultánea en diferentes ciudades del mundo. En Madrid, se proyectó en el Centro Social Autogestionado La Tabacalera y se encargó de organizar la proyección ACSUR-Las Segovias y la Asociación Marroquí de Derechos Humanos en Madrid.

Nadir Bouhmouch es un joven que nació en Casablanca y se crió en Rabat. Pertenece a una familia acomodada, pero no por ello ha dejado de mostrar su carácter de activista. Estudia en la universidad estadounidense se San Diego una doble especialización, por un lado en Cinematografía y por otro en Resolución de conflictos y seguridad internacionales. Allí es el presidente del capítulo local de Amnistía Internacional que trabaja para promover los derechos humanos y la justicia universal. Mi makhzen y yo es su primera película y surgió el pasado verano, cuando regresó a su país y se propuso documentar las revueltas de la primavera marroquí, investigando sus causas, preguntándose por qué motivo la población ha salido a la calle a luchar por la libertad, la democracia y los derechos humanos y cuál ha sido el resultado. El trabajo audiovisual recoge los testimonios de varios estudiantes integrados en el movimiento 20 de febrero y también las de un vendedor ambulante de verduras en Rabat, Abdelfatah, que nos da una visión diferente y que sirve para expresar el miedo de la población a contar su realidad.

El documental centra el mensaje de la juventud que lo que quiere es vivir en un país democrático, donde tengan posibilidad todos los ciudadanos de decidir su futuro como sociedad. Quieren una sociedad libre, en paz, donde se acabe con la corrupción y la pobreza que arrastra el país. Por eso salen a la calle, y por eso vencen los obstáculos que el poder les va poniendo enfrente: en primer lugar los antidisturbios que aplacan con violencia cualquier manifestación, después las amenazas por carta oficial instándoles a que no participen en las manifestaciones por no haberse legalizado previamente y finalmente enfrentándoles a grupos contrarrevolucionarios financiados por el «makhzen» que controla el país. Este «makhzen» lo forma la clase conservadora y corrupta de empresarios y militares que constituyen el verdadero poder tras el trono de Mohamed VI, ellos son los que controlan la política y la economía de Marruecos.

Son los jóvenes quienes acaparan la imagen en el documental, sus voces las que más se escuchan porque ellos son los que se han movilizado y cuentan su historia. Son cultos y con inquietudes políticas en un país con un elevadísimo nivel de analfabetismo. Son burgueses acomodados, pues hace tiempo que las revoluciones no surgen de la clase obrera que, como a Abdelfatah, el vendedor ambulante de Rabat, le cuesta expresar su verdadera realidad, su desconfianza y un cierto sometimiento resultado de asumir el poder que los otros ejercen por la fuerza de un salario y la cercanía de la pobreza si éste falta.

Mi makhzen y yo es un trabajo eficaz y con mucho mensaje de una juventud contestataria que ha encontrado el camino de la calle para expresar su frustración, aunque de poca profundidad. Pero sin duda el mayor interés del documental está en el hecho de poder ver imágenes grabadas en la primavera árabe y sus revueltas en Marruecos. Nos muestra la fuerza de los ciudadanos en las calles, su capacidad de lucha, la represión aplicada desde quien gobierna y la incertidumbre de un futuro que los jóvenes presienten que alguien les está robando.

viernes, 17 de febrero de 2012

Guillermito y los niños ¡A comer!, la historia del diferente

Secun de la Rosa encuentra en el monólogo de Guillaume Gallienne un personaje a su medida


Viernes 17 de febrero de 2012. Teatro Lara. Madrid

Cartel de la obra de teatro Guillermito y los niños ¡A comer!
Cartel de la obra de teatro Guillermito y los niños ¡A comer!
Guillermito y los niños ¡A comer! es un monólogo autobiográfico del francés Guillaume Gallienne que ha tenido bastante éxito en los escenarios del país vecino. Allí lo vio Julián Quintanilla y pensó con rapidez en dos cosas: en adaptarla a nuestro idioma y en el actor Secun de la Rosa haciendo el papel. Al final se hicieron realidad, y el propio Julián Quintanilla se ha encargado de la dirección de este montaje.

La obra nos cuenta el viaje que emprende un niño para buscar su identidad. Es la historia del diferente. A Guillermito le marcó la figura materna y el hecho de que su padre y los demás hermanos no le llevaban con ellos en sus excursiones, ni contaban con él para salir a hacer deporte. Guillermito es diferente, lo sabe, pero no encuentra su identidad. Cuando su madre llama a los pequeños a comer lo hace gritando la frase «Guillermito y los niños ¡A comer!», marcando esa diferencia, señalando que no es un niño como sus hermanos, poniéndole la etiqueta de lo que parece ser. La llamada en sí le suscita preguntas y dudas existenciales, «¿si no soy un niño, qué es lo que soy?». En cierta forma, la educación en su etapa infantil parece más bien una inducción en su orientación sexual. Guillermito y los niños ¡A comer! es ese camino que emprende su protagonista mientras se busca, deshaciendo los equívocos o adentrándose irremediablemente por ellos. Lo hace sin malicia, con ingenuidad, lo que convierte el viaje en generosa entrega y lo dota de mayor valor, el de la sorpresa, la sencillez y la humanidad.

Se podría decir que las necesidades que persigue Guillermito son las de poner orden en su vida y atar los cabos pendientes que le descubran cómo y qué es en realidad. No olvidemos que el autor habla de sí mismo, de su experiencia, así que este monólogo se convierte en una especie de autopsicoanálisis, con mucho humor e ironía, que va pasando a través de diferentes situaciones de la vida, que bien puede parecer cotidianas, pero que, aplicando la lupa de un niño sensible, nos descubren su verdadera magnitud. Ese viaje convierte a su protagonista en una persona épica, llena de heroicidad en cada momento, que carga con una etiqueta de la que parece que jamás se podrá desprender. Una etiqueta que le confunde muchas veces, que le hace más difícil llegar hacia su madurez sin dejar a un lado todos esos estereotipos que los demás se han ido formando alrededor de él. Es, quizá, el camino de saber que cada uno es único, pero que aún así tiene su sitio.

Secun de la Rosa en una escena de la obra Guillermito y los niños ¡A comer!
Secun de la Rosa en una escena de la obra Guillermito y los niños ¡A comer!
La visión personal de Guillermito dota de buen humor todas las situaciones que vive, les saca brillo y punta a cada una de ellas, las hace interesantes, explosivas, frescas, graciosas, desaliñadas, surrealistas, desequilibradas y sorprendentes. Sí, es el humor con el que se toma la vida lo que atrae de la obra, ese punto de vista que nos dan los otros y que nos resulta novedoso por lo distinto.

Secun de la Rosa, interpretando a Guillermito, se mueve por cuarenta situaciones diferentes que abarcan desde los diez años hasta los treinta y cinco que dice tener su personaje en el presente. Momentos que van configurando las dudas y las respuestas de Guillermito. Para cada una de ellas encuentra su espacio dentro del escenario y se adapta con cuatro elementos y un par de detalles escenográficos para trasladarnos de un punto a otro de la vida. Juega con su voz, con las imitaciones de los otros personajes, con sus recuerdos y ensoñaciones, con girar la cama, con utilizar una manta como vestido… La iluminación le ayuda a separar las escenas y después, con esos cambios que resultan de usar cualquier cosa como un complemento, todo parece un juego. A través de lo lúdico de la historia, Guillermito y los niños ¡A comer! va enganchando al espectador que se queda ya atrapado dentro de ella.

Así ocurre cuando la obra arranca con un viaje nostálgico por un verano en Andalucía, en una pensión a unos metros de Gibraltar, donde le manda su madre para aprender inglés y lo que termina es consagrándose en el baile de sevillanas. Ese viaje es el primer recuerdo al que siguen muchos más: por un internado, por otro más en Inglaterra, a un balneario alemán para someterse a un tratamiento, en un bar de ambiente, a Vallecas para hacer un casting… No todos los viajes tienen que ver con la geografía, por ejemplo las conversaciones telefónicas con su abuela gallega siempre llenas de acertijos y tópicos, que en fondo juegan con el doble sentido, pero que consiguen que cale en el personaje un sentido cercano que le va fabricando el alma que encierra. Son viajes que hacen confluir la realidad con su propia psicología, los que verdaderamente construyen la experiencia vital de una persona: su identidad.

Entender el papel que uno debe desempeñar en el mundo no es tarea que suela resultar sencilla, es un proceso de encontrar diferencias y semejanzas con el resto para poder identificarnos y que nos sirva para relacionarnos con los demás, los cercanos y los más lejanos. Ese proceso, esa aventura íntima, lo emprende Secun de la Rosa dotando a su personaje de una inocencia enternecedora, colocando por bandera de la representación la ingenuidad, la del niño que fue y la suya propia por encima. La vida tomada con inocencia es mucho más dulce, más divertida. Las tristezas nos sobran en ese camino emprendido para ser de su propia manera. Y a Guillermito se le va queriendo, con sus peculiaridades, con su forma de contar la vida y esa manera suya de desvelar, como jugando, el nudo de su vida.

Secun se sale en la representación, se le ve feliz y radiante, agradecido con los aplausos y emocionado por conectar con el público. Se siente cómodo en la piel de un Guillermito divertido y soñador a un mismo tiempo. Un papel gratificante en el que el actor aporta mucho para el éxito de esta comedia. Un ejemplo es el estupendo rap que se marca con letra de Calderón de la Barca, una escena que en el texto original francés se realizaba con El Misantropo de Molière.

Guillermito y los niños ¡A comer! es un monólogo muy divertido, hecho con mucha gracia, ágil y que entretiene.

A modo de pequeño anecdotario: Guillermito y los niños ¡A comer! fue premio Molière 2010 al espectáculo revelación en Francia. Su autor es Guillaume Gallienne que se formó como actor en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático de París. Más tarde ingresó como miembro (nº 513) de la Comédie-Française. Allí trabajó como actor en diferentes espectáculos de corte clásico. En 2005 participó en la escritura del argumento del ballet Calígula para la Ópera de París y al año siguiente dirigió A puerta cerrada de Sartre en el Teatro Nô le Tessenkaï de Tokyo. En el 2007 dirigió Sur la grand-route de Chejov en el Teatro-Estudio de la Comédie-Française. Participó también en numerosos largometrajes, series de televisión y también presenta un programa dedicado a la lectura en la Radio Nacional Francesa.

En 2008 el director del Théâtre de l'Ouest Parisien de Boulogne-Billancourt le pidió que preparara algo para representar y le ofreció carta blanca para lo que se le ocurriera. Así nació Guillermito y los niños ¡A comer! que se estrenó en marzo de 2008.

El premio Molière de esta obra no es el único que consiguió Guillaume Gallienne, al año siguiente fue galardonado con el premio Molière al mejor actor de reparto por su personaje de Un fil à la patte de Georges Feydeau y dirigido por Jérôme Deschamps.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El montaplatos, todos estamos al servicio de los poderosos

Animalario lleva la obra de Harold Pinter a las naves del Matadero.


Miércoles 15 de febrero de 2012. Matadero - Naves del Español. Madrid


Cartel de la obra El montaplatos
Cartel de la obra El montaplatos
Para hablar de El montaplatos primero hay que acudir a su breve sinopsis: «Ben y Gus son dos asesinos a sueldo que permanecen encerrados en la habitación lúgubre de un sótano a la espera de las órdenes de la organización para la que trabajan. Mientras, comienzan a recibir absurdos encargos de comidas a través de un montacargas». Es de suponer que con esto ya se entienda todo. En realidad no hay mucho más: conversaciones cotidianas sobre los sucesos que aparecen en prensa, discusiones acaloradas de fútbol, discrepancias sobre la semántica, espera, dos humildes trabajadores del crimen y un montaplatos. Da de sobra para ser una obra del absurdo, una de esas que se desarrollan como un teorema partiendo de una premisa disparatada: la que representa en un mundo de matones la imagen banal del montaplatos.

Pero sí, en realidad hay mucho más a poco que se escarbe. Ben (Alberto San Juan) y Gus (Guillermo Toledo) son asesinos, de esos que hacen el «trabajo sucio» que cualquier organización precisa, y no nos escandaliza. Son demasiado parecidos a nosotros, se conforman con el salario que tienen y aceptan sin rechistar las metodologías que la organización fija, asumiendo las esperas, el tiempo inútil entre trabajo y trabajo… Han aprendido a obedecer mecánicamente sin hacerse preguntas, simplemente porque se lo ordena quien manda. Son servidores del amo, de una autoridad invisible que está por encima de todo. No importa que la exigencias sean imposibles de satisfacer, ni excedan los límites de lo asumible, que no cesen nunca o que se conviertan en una espiral de demostración de poder por un lado y de mansa servidumbre por el otro. ¡Como si la vida no fuera otra cosa que obedecer! A Ben y a Gus les van llegando pedidos constantes y absurdos desde arriba y ni se plantean por un instante la posibilidad de desobedecer y no enviar nada, así que, sin reflexionar, registran sus bolsas de viaje y despachan su propia comida.

El espectador asiste a la obra mirando desde arriba, una posición privilegiada que le permite observar a los personajes como si fuera un investigador dedicado a analizar el comportamiento humano cotidiano. El público ejerce su punto de vista mirando desde el exterior lo que ocurre dentro de esta especie de caverna de Platón en la que se desenvuelven los dos personajes, ciegos ante lo que sucede fuera del sótano, que solo ven las «sombras» que otros proyectan. Dos hombres que se relacionan entre sí, donde uno dice tener inquietudes porque hace maquetas de barcos y el otro solo siente que su tiempo se lo come siempre una espera tras otra. Cada vez lo soporta menos. Y de esos dos comportamientos surge la paradoja: el de los hobbies-inquietudes está plenamente satisfecho, libre de la menor curiosidad; a quien no tiene aficiones le llegan las dudas, las primeras preguntas en un pequeño atisbo de plantearse qué es lo que hace, la definición de unos límites morales que le despiertan ciertos remordimientos y la curiosidad por querer saber qué hay detrás de los trabajos que cumple para descifrar cómo es el puzzle completo. La propia espera suscita las preguntas de Gus a las que Ben responde con evasivas, con nuevas órdenes que se permite por ser el más veterano de los dos y, cuando ya no puede más, con un fuerte grito de «¡Puta libertad!» que condensa el foco del problema, el de la libertad frente a la obediencia y sus mecanismos.

Alberto San Juan y Guillermo Toledo en una escena de El montaplatos
Alberto San Juan y Guillermo Toledo en una escena de El montaplatos
De lo que habla El montaplatos es de una jerarquía oligarca y dominadora, impuesta por el que manda. Quien gobierna se basta con la fuerza de su poder para mantener la razón. Es una crítica feroz a la obediencia ciega del que sirve a esas órdenes recibidas y a esas jerarquías monolíticas que tan mal soportan las dudas, los interrogatorios, la reflexión, la libertad y la razón. De esta forma, no es extraño que se elijan para los trabajos no a los más cualificados sino a los más dóciles, a los que no se cuestionan y asumen el cometido asignado con los ojos cerrados. Los obedientes, mientras cumplen, son usados. El que no pregunta vale, hasta que se se hace la primera cuestión, pierde entonces su función y resulta prescindible. El que se hace preguntas se convierte en un ser peligroso para el sistema, alguien a rechazar, prescindible y que tarde o temprano deberá ser eliminado.

Pinter nos obliga a realizar una reflexión sobre las relaciones sociales y la conciencia humana. No es halagador lo que uno encuentra: esa servidumbre bobalicona con el que manda. Con su obra nos dibuja el mundo de las órdenes sin cara, el del poder político como un elemento abusivo que condena a sus ciudadanos injustamente. El mismo mecanismo de poder se refleja también en el mundo laboral, donde el que manda se siente amo y señor, sin importarle que lo que pide sean imposibles, encargando siempre labores que terminan siendo opresivas.

En esa petición imparable de platos, que a su vez se van convirtiendo cada vez en manjares más sofisticados, también podemos ver una velada crítica al consumismo que avanza cada día lanzándonos órdenes que debemos cumplir si deseamos parecernos a los modelos que la sociedad nos impone. Falsos modelos por cierto, creados por unos mercados también invisibles que ser rigen por intereses económicos y no morales.

El montaplatos es una obra de teatro que llama a la rebeldía, Andrés Lima, el director de la obra, también lo entiende así y lo explica: «nos ponemos al servicio de alguien o algo que define el mundo como una guerra continua entre los seres que lo habitan mientras ellos piden platos combinados y nosotros en nuestra tontería no entendemos qué significa. Es muy simple, se están poniendo morados, comen a nuestra costa y además les pagamos por ello. Pero nuestra tontería también es nuestra responsabilidad. Abre los ojos y mira a quién tienes enfrente. A tu lado. En tu habitación».

Alberto San Juan y Guillermo Toledo en una escena de El montaplatos
Guillermo Toledo y Alberto San Juan en una escena de El montaplatos
El montaje que ha realizado la Compañía Animalario resulta muy sugerente. La sala y las butacas forradas con bolsas de plástico de las que se usan para la basura, los espectadores en alto, las luces difusas entre el público y también cayendo del techo, dos camastros y dos puertas con un ojo de buey que abren tanto hacia delante como hacia atrás. Se apagan las luces y en la oscuridad vamos escuchando ruidos de dos hombres que hacen que duermen. Poco a poco empieza la penumbra, los movimientos, el lento y fingido despertar. Una linterna que nos enfoca lo que mira Ben, sus certezas en la bolsa que le acompaña. Pero aún no ha hablado nadie, solo hay toses y ruidos que parecen provenir de las tripas de un barco. Entre los silencios de los protagonistas y los sonidos angustiosos de esa medio oscuridad se ha creado un ambiente amenazante, claustrofóbico, lleno de alienación. Han sido unos largos minutos de desconcierto que se rompen al fin con un diálogo de lo cotidiano. Los personajes están tensos, contagiados por lo que supone su estancia en un cuarto cerrado tan lúgubre, con frío. Y sus sensaciones se transmiten al público a la perfección. La adaptación se ha españolizado, descubrimos que están en Zaragoza, pero poco más saben ellos. Sus giros son de aquí, su carácter también. ¿No será que somos nosotros los que estamos ahí abajo?

En lo interpretativo, Alberto San Juan y Guillermo Toledo están de sobresaliente. Se dejan el alma en una historia sin fisuras, a través de lo absurdo y sin embargo no dejan de pisar con los pies en el suelo. Transmiten sensaciones para que el espectador reflexione, sin prisas, pero sin dejar de empujar para tomar partido. Añadir que además Alberto San Juan se ha encargado también de adaptar el texto de la obra.

Cuando veo una compañía atreviéndose con una obra de este tipo, me hago muchas preguntas intentado saber que ha llevado a los actores y a su director a elegirla. Suelen ser muchos los componentes que van inclinando la balanza, pero uno de ellos, de los que termina pesando más, es siempre lo personal. En este caso su director explica que su simpatía hacia El montaplatos «nace de verla como una pesadilla cómica, algo así como la vida. La primera vez que la leí pensé en ETA, la banda terrorista, esto me situó en el plano político y esto me llevó a lo personal ¿cuál es el miedo del asesino? y más claramente ¿cuál es el miedo entre hermanos?». Tal vez, el director encontró durante el montaje de esta obra las respuestas a sus preguntas. Yo, como espectador, lo que al final descubrí es que los absurdos somos nosotros, los obedientes siervos del poder.

A modo de pequeño anecdotario: El montaplatos es una de las primeras obras de Harold Pinter, fechada en 1959 y estrenada el 21 de enero de 1960 en el Hampstead Theatre Club. Su título original es The dumb waiter que se puede traducir por El camarero tonto. Los críticos la consideran la pieza de Pinter que más se acerca a las estructuras del teatro del absurdo. Hay quien ve esta obra con un carácter que ha sido influencia en numerosas obras culturales posteriores. En su crítica a este montaje de Animalario titulada Abejaruco contra lince ibérico y publicada por El País el 31 de enero de 2012, Marcos Ordóñez señala que su influencia se extiende incluso a los diálogos de Pulp Fiction entre John Travolta y Samuel L. Jackson sobre la «Royal con queso». Dice también que hay «una coincidencia casi premonitoria: antes de hacer Pulp Fiction, Travolta interpretó El montaplatos en televisión, con Tom Conti, a las órdenes de Altman».

martes, 14 de febrero de 2012

La piel que habito, el «experimento» de Almódovar

El director manchego se adentra por las sendas del thriller

Cartel de la película La piel que habito
Cartel de la película La piel que habito
No escribí en su momento la crítica sobre La piel que habito y, ahora, aprovecho el tirón de los Goya para hacerlo como si se tratase de una deuda pendiente con la película que ha acaparado mayor número de nominaciones. Confieso que si me resistí entonces se debió a la película no terminó de convencerme. No sé si fue esa primera parte contemplativa de cárcel de oro, el esperpento de unas pocas escenas que tratan de romper el dramatismo con humor, o simplemente lo lejano que me sentí de la historia que me estaban tratando de contar en la pantalla. Pero lo cierto es que no terminé de entrar en la película.

En lo cinamatográfico, Almodóvar se muestra impecable, como siempre, como el gran maestro que es. Los detalles están cuidados al máximo y cada fotograma es puro cine, pensado como una imagen para grabarse en la retina y ser recordada después de que haya pasado mucho tiempo. La mejor técnica se incorpora como un elemento natural al servicio de lo artístico y de la película. Los planos son perfectos. Sin el menor descuido nunca. Con esto no digo nada nuevo, es algo que ya se sabe y se da por supuesto cuando se va a ver una película del director manchego. No le quito mérito, pues lo tiene, no es nada fácil conseguir lo que el hace con suma facilidad. La piel que habito no es ninguna excepción, todo en la pantalla le dice al espectador que está viendo cine bien hecho.

Otra cosa es el guion, que en este caso produce un cierto desconcierto. Hay demasiada historia subterránea que va aflorando a un ritmo pausado, el que el director desea. No deja cabos sueltos, los ata todos, interesado en cerrar una thriller criminal y psicológico. La primera parte nos va presentando unos personajes que bien podrían haber salido de un culebrón, descubrimos relaciones familiares silenciadas, historias truculentas, un cierto desequilibrio en el doctor Ledgard (Antonio Banderas) obsesionado por llevar los avances científicos por encima de las cortapisas morales de su tiempo y fijamos el enigma principal: ¿quién es Vera Cruz (Elena Anaya)? Vera parece ser una paciente de la clínica que el cirujano plástico Ledgard tiene en su propia casa, pero hay algo raro en ambos, él la tiene encerrada, la observa en todo momento, ella es la única paciente y además siempre está intentando huir. El interés por lo que esconden los dos protagonistas se va diluyendo porque va pasando el tiempo de una forma inútil para la trama.

Antonio Banderas y Elena Anaya en una escena de la película La piel que habito
Antonio Banderas y Elena Anaya en una escena de la película La piel que habito
La segunda parte es mucho más dinámica y es en sí toda una película con su nudo y desenlace que bien podría haber prescindido de casi todo lo anterior por anecdótico. En esta segunda mitad sí que ocurren cosas con interés para la trama. Es el tiempo de los descubrimientos para el espectador. Sin embargo, los giros no terminan de cuajar, saben a sorpresas irreales y un poco a estereotipos. La distancia que se ha ido establecido al principio hace que ahora sea difícil entrar en los sentimientos verdaderos de los personajes y que el espectador pueda sentir algo por ellos que no sea otra cosa que extrañeza, pues la empatía con los protagonistas hace tiempo que se había perdido ya. Sí, el problema se encuentra repartido a partes iguales entre el ritmo y unos personajes fríos que ni convencen ni atraen.

Esa capa misteriosa y un tanto críptica con la que se envuelve la La piel que habito no trabaja a favor de la historia y todo en ella termina pareciendo un juego, incluso los nombres de los protagonistas resultan un tanto peculiares, como si éstos se trataran de acertijos. Ledgard bien pudiera ser una anagrama que escondiera un homenaje a Gardel para decirnos que la vida no es otra cosa que un tango. Vera Cruz podría resultar ser un recuerdo hacia Penélope o quizá a Sara Montiel por su famosa película Veracruz.

¿De qué habla en realidad la La piel que habito? En primer lugar de la culpa y del proceso de arrepentimiento que viene marcado por el dolor y la frustración ante lo que no se ha podido evitar. Habla de ausencias y carencias en lo afectivo, de obsesiones, de chantajes y de pasiones humanas por las que dejarse arrastrar. Ninguno de ellos es un tema nuevo para Pedro Almódovar, los ha tratado con profusión en su filmografía.

Digo «experimento» para referirme a la película y no lo hago por el trabajo en el laboratorio del cirujano, ni por los avances científicos que realiza en él. Lo señalo por ese fondo, esa intención que tiene Almodóvar de probar un nuevo género, el deseo de cambiar el método, el gusto por hacer algo diferente, la forma con la que envuelve la historia dentro de un thriller. En ese sentido aplaudo su decisión de no quedarse anclado, de inventarse de nuevo.

Hay en la película pequeños toques de humor, como cuando, en su cameo, Agustín Almodóvar entra en la tienda a vender la ropa de su mujer que le ha abandonado o el hombre que aparece en la clínica disfrazado de tigre, con ese acento tan extraño y que va dando pie a la eterna ama de la casa -que resulta ser su madre- para contar las historias más rocambolescas. Ninguno de estos momentos son de lo más acertado de la película.

En el lado opuesto, como una de las mayores virtudes, la banda sonora compuesta por Alberto Iglesias que dota a La piel que habito del ambiente inquietante con su música. Como en todas las películas de Almodóvar también hay una canción especial, en este caso es Se me hizo fácil que interpreta Buika.

Decía antes que los personajes fallan, no es culpa en este caso de los actores que son seres al servicio del director, quien decide cómo hay que contar la historia. Así, Almodóvar le pidió a Antonio Banderas la distancia que impone su fría interpretación; lo enigmático que hay en la de Elena Anaya; el desconcierto del personaje un tanto perdido de Jan Cornet; la mansedumbre de Marisa Paredes; el alocado comportamiento de un dislocado personaje que le toca defender a Roberto Álamo; la fragilidad del personaje roto de Blanca Suárez; el egoísmo del de Eduard Fernández; o la rectitud aparente y sobria del profesor que interpreta José Luis Gómez. Así quiso que fueran Almodóvar y así le han salido.

A modo de pequeño anecdotario: A la hora de realizar La piel que habito, Almodóvar reconoce dos inspiraciones. Habla de la película Los ojos sin rostro de Georges Franju, pero sobre todo señala la influencia de la novela de Thierry Jonquet Tarántula, cuya libre adaptación construye esta película.

Jonquet fue un escritor francés que falleció en 2009. Sus obras se pueden clasificar dentro de la novela negra y en ella abundan críticas sociales y políticas, no en vano era miembro de la Liga Comunista Revolucionaria. De joven estudió filosofía y después terapia ocupacional para dedicarse finalmente a la geriatría. Fue en aquellos años cuando comenzó a escribir. Más tarde dejó la geriatría para hacerse profesor. No es fácil hacer una lista completa de los libros que publicó, pues acostumbraba a firmar con muchos seudónimos.

La editorial Anagrama prepara el lanzamiento como libro de La piel que habito, con Pedro Almodóvar como autor, para principios de marzo de 2012. Por su parte, en septiembre del año pasado, Ediciones B editó en nuestro país Tarántula, la novela de Thierry Jonquet.

lunes, 13 de febrero de 2012

Blackthorn [Sin destino], amistad en calzoncillos largos

Mateo Gil rueda su western sobre Butch Cassidy en Bolivia

Cartel de la película Blackthorn. Sin destino]
Cartel de la película Blackthorn [Sin destino]
En el mundo del cine, pensar en Butch Cassidy y Sundance Kid es recordar las interpretaciones de Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Aquella película terminaba como la versión oficial, cuando un grupo de soldados bolivianos les acribillaba a balazos al sur de Bolivia, en San Vicente. Pero hay muchas leyendas que dicen que escaparon, que aquellos cadáveres pertenecían a otros hombres. Unos cuentan que Butch Cassidy siguió en Bolivia, otros dicen que envejeció en la Patagonia, los hay que aseguran haberle visto de regreso en los Estados Unidos e incluso quien le ha visto en Fracia. En fin, muchas historias… Blackthorn [Sin destino] arranca veinte años después de aquel hecho en San Vicente. Cassidy (Sam Shepard) ahora se hace llamar James Blackthorn. Se ha hecho viejo cuidando caballos en Bolivia y viendo pasar las estaciones desde la ventana de su cabaña. Vive una vida anodina, de gringo retirado, sencilla, pero que, en el fondo, le hace suficientemente feliz.

El western es un género que permite mirar la sociedad desde un prisma más justo. No siempre acertaron, pues la primeras películas del oeste norteamericano no fueron otra que cosa que historias de pioneros, de conquista y de identidad con la que los estadounidenses forjaron su patriotismo. Hubo un tiempo después que nos enseñaban la vida de increíbles forajidos, una vida que fuese cual fuese el camino elegía siempre la libertad, un cierto compromiso con la justicia más allá de lo que señalaran las leyes y que ponía por encima de todo la lealtad y el valor. Después sí, después nos enseñaron la mirada del extranjero, la facilidad con la que el que viene de fuera es capaz de ver en seguida la putrefacción establecida en la sociedad local, así, en este tercer ciclo siempre nos mostraba al forastero que llegaba a la ciudad y ponía orden a tanta corrupción y maldad, aunque la ley también se sentara al lado de los malvados. Las últimas épocas, con el género ya óxidado, nos hablan de envejecidos vaqueros que ahora miran la vida desde su experiencia, no tienen fuerzas para demasiada acción pero sí para mostrarnos, vía comparación, los dos lados, el justo y el injusto. Este es el western que nos propone Mateo Gil, el de una vida gastada sobre los principios éticos y comportamientos elementales que la capitalización y la propiedad nos ha ido haciendo olvidar. Es una película para recuperar la esencia del ser humano, precisamente ahora que la sociedad es conducida por los poderosos hacia sus mayores cotas de inmoralidad.

Y sin embargo, es más rico quien tiene mejores amigos que el que atesora mayores riquezas materiales. Esa es la enseñanza, la vida no es mejor con dinero, sino con principios. La satisfacción se tiene cuando al echar la vista hacia atrás, uno se da cuenta que ha cumplido, tendrá sus reproches, pero la balanza de la conciencia le resulta muy favorable. Esa mirada tiñe el largometraje de una nostalgia dulce que se convierte en uno de sus mayores encantos.

Sam Shepard y Eduardo Noriega en una escena de la película Blackthorn. Sin destino
Sam Shepard y Eduardo Noriega en una escena de la película Blackthorn [Sin destino]
La soledad está presente en la película. Es la forma como Butch Cassidy se ha construido, con las ausencias de las personas a las que se quiere, con los recuerdos, con sus propios métodos de paliar esa sensación de vacío. Y de pronto le surge el pensamiento de que ha hecho un largo recorrido y es hora de descansar, de volver a casa, a las raíces. Es hora de volver a los caminos para regresar. Butch dice que el hombre toma dos decisiones importantes. La primera al irse de casa, la segunda al volver. Lo demás es el intermedio entre esos dos momentos, un espacio neutro que apenas importa por mucho que sea en él donde pasa realmente la vida.

La vejez es un momento extraño, el protagonista se ha cargado de experiencia tras llevar una dura vida de renuncias y soledad. En cierta manera, se regodea de esa existencia suya, apartada y un tanto mística en comunión con la tierra, a la que le ha encontrado el gusto, el de la libertad cuando ya nadie le persigue. De verdad ha encontrado su propia identidad y se conforma. Y sin embargo lo que echa de menos es lo que ya vivió, volver a tener esa chispa en los ojos y desenfundar las pistolas por una causa justa, por el débil y desprotegido frente al poderoso. Han pasado los años por delante, pero no ha perdido el idealismo que tuvo.

Ese el papel que juega Eduardo Apocada (Eduardo Noriega), es ese desvalido que se ha atrevido a robar a un rico y ahora es perseguido. Su personaje va a desencadenar los recuerdos y hacer despertar al viejo dormido, porque el mundo aún le necesita. La amistad se forja rápido, y pronto. Con las peripecias de la huida, se sienten uña y carne, se hacen amigos de los que comparten un techo en ropa interior, en esos calzoncillos largos de entonces. La amistad se cultiva con lealtad, con tiempo, con ideales compartidos.

Hay otra especie enfrente, la de los enemigos, aquellos que han dedicado su vida a perseguirte, los que han unido su destino a tu fracaso. En este caso es Mackinley (Stephen Rea), el hombre de la Pinkerton que estuvo a punto de cazarle una vez y que sigue obcecado. Ahora es un viejo borracho que malvive en un pueblo boliviano. Esa es la mano que reparte Blackthorn [Sin destino]. El tapete elegido es la naturaleza, agreste y hermosa a partes iguales. La fotografía de la película se recrea en esos paisajes que describen la soledad de los personajes, su rocoso mundo interior, su grandeza, el frío de su vida y los desiertos de sal que deben cruzar para ponerse a salvo. La naturaleza nos explica lo que los personajes callan, es la sabiduría que está por encima de cualquier experiencia.

Y surge el giro espectacular a falta de veinte minutos, como el tahúr que ha guardado su mejor jugada para esa mano en la que las apuestas han subido más. Se descubre que el respeto de los enemigos también es una forma de amistad, que todos guardamos secretos, que los tiempos cambian y que debemos tener cuidado con las causas que elegimos, porque a veces nos equivocamos al suponer en los demás nuestros mismos pensamiento. Hay quien no ha entendido la diferencia, que no sabe nada de la ética de los atracadores, de su justicia. Son esos tipos que abandonan los principios de la justicia por el egoísmo, esos a los que en una película del oeste no les puede esperar nada bueno al final.

Blackthorn [Sin destino] tiene algo que hipnotiza, por un lado las sosegadas interpretaciones de sus protagonistas, por otro la fotografía excepcional de tan bellos paisajes y también la estupenda banda sonora que nos acompaña durante el viaje.

A modo de pequeño anecdotario: Sam Shepard no es solo un actor, tras él hay un escritor y un músico con mucha historia a sus espaldas. Ha pasado varías décadas como batería de distintos grupos de rock, se fue con Bob Dylan en la mítica gira Rolling Thunder Revue, ha tocado el banjo para Patti Smith… Pero es en Blackthorn [Sin destino] la primera vez que canta en el cine. Así, mientras viaja con Eduardo Noriega a lomos de un caballo o una mula, va tocando y entonando temas folk tradicionales: I'm no grave, Wayfaring Stranger, Take your burder to the lord -donde Sephard también se encarga de la guitarra- y Sam hall -canción en la que podemos además escuchar la voz de Eduardo Noriega-. Estos cuatro temas son canciones populares con arreglos de David Gwynn para la película. Hay una quinto tema más, Rosa interpretada por Ignacio Paz. El resto de la música de Blackthorn. Sin destino está compuesta por Lucio Godoy.

Hablando de música y músicos, citar también que Enrique Bunbury figura como productor asociado en los títulos de crédito.

sábado, 11 de febrero de 2012

Declaración de guerra, luchar por la vida

Valérie Donzelli construye una gran película; dura, pero sin concesiones a la compasión

Cartel de la película Declaración de guerra
Cartel de la película Declaración de guerra
Cuando vi Declaración de guerra me quedé impresionado, había visto una película durísima y sin embargo salía con una sonrisa en la cara. No sé como, pero a pesar de todas las desgracias, la historia potenciaba lo bueno que llevamos dentro, esa fuerza que nos alimenta a todos pero que solo tienen unos pocos, aquellos que consiguen no salir derrotados por muy desigual que se plantee el combate. La francesa Valérie Donzelli, una mujer que tiene esa fuerza interior de la que hablaba, logra en La guerre est déclarée una película redonda, tanto por el guion, como por su impecable dirección y la rotunda interpretación que realiza ella misma y su antiguo compañero. Julieta (Valérie Donzelli) y Romeo (Jérémie Elkaϊm) son una pareja compenetrada. Se quieren, se entienden y se divierten. Juntos deben enfrentarse a una prueba demasiado dolorosa, la enfermedad de su hijo Adán, que medirá la resistencia de su amor. Un revés devastador que no solo forja los caracteres de los protagonistas sino que tensa hasta los límites finales su aguante.

Dice Valérie Donzelli, su directora y protagonista, que para hacer cine necesita partir de su propio ombligo y que luego, enfocando el zoom hacia atrás, logra contar algo más universal. En este caso el hecho de tener un hijo con una grave enfermedad, de esas en las que la vida y la muerte están separadas por una línea muy delgada, es la experiencia propia que toma como punto de inicio. Ella y Jérémie Elkaϊm tuvieron un hijo en la vida real que enfermó gravemente. En ese sentido la película es autobiográfica, pero confiesan que no relatan su historia. Durante la enfermedad de su hijo, Donzelli escribió un diario. Aquellas palabras escritas sirvieron de material de arranque para la película, pero después se alejaron de su realidad para construir la ficción. Cuenta que el objetivo que perseguía era el de deshacerse de todo lo malo para compartir lo bueno, es decir, que su experiencia se pudiera transformar en algo positivo.

En ese afán de universalización que viene después, de llevar el drama personal al interés general, hay un mecanismo simbólico en la elección de los nombres de los personajes. En primer lugar, ellos se llaman Romeo y Julieta, la pareja que representa el amor eterno. Esa transcendencia en la elección de los nombres nos simplifica ahondar en los sentimientos previos, bastan una imágenes cotidianas de felicidad y sus nombres para que entendamos la magnitud del amor entre ellos. Con su hijo ocurre lo mismo, al llamarle Adán, le dan el peso y la importancia universal del primer hombre.

Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli en una escena de la película Declaración de guerra
Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli en una escena de la película Declaración de guerra
Declaración de guerra es una película bien contada, con el ritmo que necesita en cada momento, que emociona, directa e impactante, que consigue dejar sin aire al espectador en varias escenas, que bien vale unas lágrimas y con una virtud excepcional: que huye en todo momento de la compasión. Es coraje lo que nos muestra, fortaleza, pasos hacia delante y también muchos hundimientos, momentos en que el dolor les vence y agota. El ánimo sube y baja como en una montaña rusa, su paso por los diferentes estadios está subrayado con muchísimo acierto por cada una de las canciones con que se acompañan y que resultan la mejor descripción, una música que expresa perfectamente los matices de cada momento y que nos va llevando con precisión por cada uno de ellos. Hay humor, una cierta crítica a quien considera la vida burguesa como la normal y mucho respeto con las decisiones de los demás. Es una película de izquierdas, hecha sin prejuicios, progresista, valiente y dedicada a la Sanidad pública y a los profesionales que trabajan en ella.

Me he preguntado muchas veces por el título de la película, pues no encontraba una relación entre el filme y una guerra en ciernes. Tal vez sea porque en las guerras siempre hay un bando al que le pilla desprevenido, que no está preparado para el ataque del enemigo. La nuestra, quizá, es una generación despreocupada con esos asuntos, poco solidaria con lo que pasa lejos de nosotros y que vive en una burbuja de un occidente rico y próspero. Pero cada día hay batallas que avisan del inicio de una lucha. La que propone la película bien podría ser una de ellas. Cuando surge, a sus protagonistas les toca dejar de lado su vida acomodada y convertirse en pequeños héroes, hacerse, sin querer, responsables.

La vida son pruebas a superar y cada una de ellas va conformando nuestro carácter, el talante con el que vamos a enfrentar lo que vendrá después. Pero esas pruebas llegan sin una causa, simplemente porque tocan. Romeo le pregunta a Julieta por qué tiene que caer enfermo precisamente su hijo, supongo que es la pregunta que se haría cualquier padre en la misma situación. Porque pueden superarlo le responde ella. En ese instante, al tomar conciencia de esa capacidad, se convierte en decisión el hecho de luchar y ya no hablamos de un asunto de mala suerte, ni de injusticia, hablamos de un problema más de la vida a resolver, quizá algo más duro, quizá más difícil que otros asuntos cotidianos. La guerra estalla y pelear va a ser el único sentido de su vida hasta que finalice.

Declaración de guerra fue la película elegida para inaugurar la 50 Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes y fue seleccionada por Francia para competir en los Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Después compitió en el Festival Internacional de Gijón, cosechando estupendas críticas y un gran favor del público y jurado. Allí se llevó, ex-aquo con El estudiante, el premio a la mejor película, y además Jérémie Elkaïm fue premiado como mejor actor y Valérie Donzelli como mejor actriz. Participó también en el festival de cine de París donde se alzó con los premios del jurado, público y bloggers.

Se trata de una película reconocida y muy recomendable porque resulta emotiva y conmovedora, pero especialmente por la felicidad contagiosa que transmite mostrando una forma positiva de afrontar los problemas y enfrentarse con la vida. Declaración de guerra es un drama con una perspectiva alegre, que prefiere la celebración al pesimismo y el vacío.

A modo de pequeño anecdotario: Valérie Donzelli no quería rodar en un plató porque buscaba conseguir más realismo, el que le daba el ambiente real de un auténtico hospital. Así que, con mucha antelación, se puso en contacto con los que conocía por la enfermedad de su hijo y les explicó la película que quería hacer. Le dijeron que sí. En el Instituto Gustave Roussy planificó bien cada día de rodaje buscando siempre los sitios con más luz. En el hospital Necker, sin embargo, el plan de rodaje se hacía el mismo día dependiendo de las urgencias que tuvieran.

Tampoco quería figurantes, sentía que necesitaba sanitarios de verdad, así que el personal del hospital está compuesto por una mezcla de actores y de médicos y enfermeras reales. Un ejemplo es el caso de la Doctora Kalifa, interpretada por una médica auténtica, algo que también pidieron al profesor Sainte-Rose para que se interpretara a sí mismo, declinó la invitación, pero a cambio les dejó su bata, su despacho y a su secretaria.

Buscando pasar lo más desapercibidos posible y con mucha discreción, optaron por rodar la película con una cámara fotográfica Canon que graba vídeo y con luz natural. Solo los planos del final de la película se han rodado en 35 mm porque Valérie Donzelli quería hacerlos a cámara lenta.

También, para ocasionar los menores problemas por el rodaje, el equipo era un grupo muy reducido, de menos de diez personas, así que cada uno hacía varias funciones. Llegaron a acuñar el término «técnico navaja suiza» para ello.

jueves, 9 de febrero de 2012

El teatro, último refugio de la sátira política y social

Juan Margallo y Petra Martínez funden el monólogo de Franca Rame y Darío Fo La madre pasota con su propia experiencia teatral.


Jueves 9 de febrero de 2012. Teatro Arenal. Madrid


Cartel de la obra La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Cartel de la obra La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Cuando se apagan las luces, el escenario nos muestra un reclinatorio de enea con un cojín rojo y un confesionario del que asoma un bonete apoyado en uno de sus extremos. Irrumpe violentamente una mujer a la que alguien debe perseguir, y en esa iglesia decide confesarse. No lo hace por sentirse culpable, más bien para entretener la espera y exorcizar sus demonios interiores. No habla de sus pecados, que no lo son, sino de su difícil vida de mujer, obrera y madre. De su narración vamos viendo la transformación en hippie de una abnegada militante comunista a la que le «salió» un hijo con ideas radicales de extrema izquierda.

Con humor irreverente, haciendo una sátira de la realidad, vemos desgranada la sociedad comprometida con el ser humano y la revolución. Y aparece el primer contraste, es una mujer que trabaja fuera de casa, que junto con su marido siente un compromiso político que les obliga a luchar en cédulas clandestinas; pero que ahora que tiene un trabajo remunerado no se ha podido deshacer del otro, del que está sin remunerar, del de ama de casa. Habla de la igualdad, de los derechos y de malcriar pasando por alto en casa lo que se defiende fuera, pero sobre todo habla de liberarse y encontrar el propio camino de cada uno. Que vivimos en mundo lleno de hipocresía ya lo sabíamos, sin embargo eso no es obstáculo para ser sinceros, ni para confiar en una nueva sociedad que se involucre en las causas justas.

El llamamiento se realiza desde las filas de la ironía, de la bella sutileza de tomarse con humor cualquier situación. De esta fina ironía no se escapa la política, la lucha desde las organizaciones de izquierda, la iglesia, las manifestaciones, las comunas hippies, los símbolos, el concepto superlativo de madre… ni la vida misma. Desde esa sátira que provoca risas cuando nos reconocemos en lo que se cuenta, vamos riéndonos de nosotros mismos, dejando así oxigenar nuestras ideas, tomándolas por un rato con simpatía, despojándolas de la seriedad de cada día.

Juan Margallo y Petra Matínez en una escena de La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Juan Margallo y Petra Matínez en una escena de La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Petra Martínez se luce, se nota que La madre pasota, un monólogo breve de Franca Rame y Darío Fo, le va como anillo al dedo por su vis cómica y por ser una mujer con un fuerte compromiso político. Uno siente que ella se divierte en escena haciendo que su personaje vaya desplegando una historia que recibe el público con rotundas carcajadas.

Cuando el monólogo acaba, entra en escena Juan Margallo, su pareja cómica y vital, para, tirando del hilo de La madre pasota, empezar a contarnos sus historias sobre el teatro, una parodia tierna apoyada en una vida que los dos actores han edificado sobre los escenarios. Es la segunda parte del espectáculo, la que se titula Cosas nuestras de nosotros mismos. Descubrimos con los primeros diálogos que nos encontrábamos en un ensayo en el que Petra era la actriz y que ahora aparece Juan, un director de escena que tiene sueños increíbles para hacer el montaje más perfecto, innovador y exitoso de la obra. Sueños que la realidad lleva a tierra porque son imposibles y con los que se hace una crítica tanto a los festivales de teatro clásico como a los más vanguardistas.

Lo que vemos, el trasfondo de esta parte, es que las Artes Escénicas en España son frágiles y su subsistencia no va más allá de lo que el ingenio discurre. El futuro se complica, todo son problemas, montajes arriesgados, improvisaciones, montajes sintéticos, nombres que llevan firmando esos montajes décadas, jóvenes que quieren salir a flote con otras ideas, revisiones y vejez. Pero, el verdadero teatro ¿dónde queda entonces?

Petra Martínez y Juan Margallo buscan ese espacio haciendo que sus anécdotas, tamizadas por su teatro, sirvan de hilo conductor, que sus años de escena se conviertan en recuerdos con los que medir la vida, que sus desvelos nos los tomemos con humor. Bromean con las ausencias, acentuando la certeza de que se van quedando solos, pues los compañeros de viaje se han ido bajando ya del tren de la vida. Hacen chistes del pasado, nos muestran nuestras manías de sociedad mimada y consumista, nos enseñan que el mundo no ha cambiado en lo esencial y, por encima de todo, nos hacen reflexionar sobre el estado de la humanidad simplemente enfocándola desde su punto de vista, el de la experiencia y el compromiso. Es el suyo un teatro juguetón de la palabra.

Cuando el espectáculo termina, y ya después de los aplausos, los dos actores se sientan ante el público, pues tienen la bonita costumbre de quedarse un poco más charlando y contando las anécdotas de la profesión. Es un momento mágico, una especie de regalo que nos hace bien a todos por igual, al que lo entrega y a quien lo recibe.

Cuando parece que se van definitivamente, Petra Martínez se acerca más al borde del escenario, para estar más cerca del público y con un gesto de confidencia nos da su opinión sobre nuestro sistema económico. Algo que ha prometido seguir haciendo siempre que tengan más de siete espectadores.

A modo de pequeño anecdotario: Uroc Teatro, la compañía fundada por Petra Martínez y Juan Margallo en 1985 ha recibido recientemente la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Petra y Juan se conocieron en el Teatro Estudio Madrileño (T.E.M.) en 1966, mientras se formaban con William Layton. Se subieron a un escenario y no han vuelto a bajarse desde entonces. Formaron parte de grupos míticos de la escena independiente como Tábano, El Búho y El Gayo Vallecano, grupos todos con un gran empuje revolucionario que utilizaban el ingenio para escapar de la censura. En 1970, resultó sonada la creación colectiva (entre el teatro de Tábano y la música del grupo de Moncho Alpuente Las madres del cordero) de Castañuela 70. Se trataba de un espectáculo irreverente, políticamente incorrecto para aquellos años; una obra satírica que desde la clandestinidad traía aires de libertad. No duró mucho a pesar de que habían superado la censura y el teatro estaba lleno en sus dos funciones diarias. La policía se tuvo que inventar unos desórdenes públicos para terminar cancelando el espectáculo. Castañuela 70 se convirtió en un icono de la Transición. En 2006, se realizó un corto documental sobre aquella experiencia que se tituló Castañuela 70, el teatro prohibido y que dirigían Manuel Calvo y Olga Margallo.