sábado, 11 de febrero de 2012

Declaración de guerra, luchar por la vida

Valérie Donzelli construye una gran película; dura, pero sin concesiones a la compasión

Cartel de la película Declaración de guerra
Cartel de la película Declaración de guerra
Cuando vi Declaración de guerra me quedé impresionado, había visto una película durísima y sin embargo salía con una sonrisa en la cara. No sé como, pero a pesar de todas las desgracias, la historia potenciaba lo bueno que llevamos dentro, esa fuerza que nos alimenta a todos pero que solo tienen unos pocos, aquellos que consiguen no salir derrotados por muy desigual que se plantee el combate. La francesa Valérie Donzelli, una mujer que tiene esa fuerza interior de la que hablaba, logra en La guerre est déclarée una película redonda, tanto por el guion, como por su impecable dirección y la rotunda interpretación que realiza ella misma y su antiguo compañero. Julieta (Valérie Donzelli) y Romeo (Jérémie Elkaϊm) son una pareja compenetrada. Se quieren, se entienden y se divierten. Juntos deben enfrentarse a una prueba demasiado dolorosa, la enfermedad de su hijo Adán, que medirá la resistencia de su amor. Un revés devastador que no solo forja los caracteres de los protagonistas sino que tensa hasta los límites finales su aguante.

Dice Valérie Donzelli, su directora y protagonista, que para hacer cine necesita partir de su propio ombligo y que luego, enfocando el zoom hacia atrás, logra contar algo más universal. En este caso el hecho de tener un hijo con una grave enfermedad, de esas en las que la vida y la muerte están separadas por una línea muy delgada, es la experiencia propia que toma como punto de inicio. Ella y Jérémie Elkaϊm tuvieron un hijo en la vida real que enfermó gravemente. En ese sentido la película es autobiográfica, pero confiesan que no relatan su historia. Durante la enfermedad de su hijo, Donzelli escribió un diario. Aquellas palabras escritas sirvieron de material de arranque para la película, pero después se alejaron de su realidad para construir la ficción. Cuenta que el objetivo que perseguía era el de deshacerse de todo lo malo para compartir lo bueno, es decir, que su experiencia se pudiera transformar en algo positivo.

En ese afán de universalización que viene después, de llevar el drama personal al interés general, hay un mecanismo simbólico en la elección de los nombres de los personajes. En primer lugar, ellos se llaman Romeo y Julieta, la pareja que representa el amor eterno. Esa transcendencia en la elección de los nombres nos simplifica ahondar en los sentimientos previos, bastan una imágenes cotidianas de felicidad y sus nombres para que entendamos la magnitud del amor entre ellos. Con su hijo ocurre lo mismo, al llamarle Adán, le dan el peso y la importancia universal del primer hombre.

Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli en una escena de la película Declaración de guerra
Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli en una escena de la película Declaración de guerra
Declaración de guerra es una película bien contada, con el ritmo que necesita en cada momento, que emociona, directa e impactante, que consigue dejar sin aire al espectador en varias escenas, que bien vale unas lágrimas y con una virtud excepcional: que huye en todo momento de la compasión. Es coraje lo que nos muestra, fortaleza, pasos hacia delante y también muchos hundimientos, momentos en que el dolor les vence y agota. El ánimo sube y baja como en una montaña rusa, su paso por los diferentes estadios está subrayado con muchísimo acierto por cada una de las canciones con que se acompañan y que resultan la mejor descripción, una música que expresa perfectamente los matices de cada momento y que nos va llevando con precisión por cada uno de ellos. Hay humor, una cierta crítica a quien considera la vida burguesa como la normal y mucho respeto con las decisiones de los demás. Es una película de izquierdas, hecha sin prejuicios, progresista, valiente y dedicada a la Sanidad pública y a los profesionales que trabajan en ella.

Me he preguntado muchas veces por el título de la película, pues no encontraba una relación entre el filme y una guerra en ciernes. Tal vez sea porque en las guerras siempre hay un bando al que le pilla desprevenido, que no está preparado para el ataque del enemigo. La nuestra, quizá, es una generación despreocupada con esos asuntos, poco solidaria con lo que pasa lejos de nosotros y que vive en una burbuja de un occidente rico y próspero. Pero cada día hay batallas que avisan del inicio de una lucha. La que propone la película bien podría ser una de ellas. Cuando surge, a sus protagonistas les toca dejar de lado su vida acomodada y convertirse en pequeños héroes, hacerse, sin querer, responsables.

La vida son pruebas a superar y cada una de ellas va conformando nuestro carácter, el talante con el que vamos a enfrentar lo que vendrá después. Pero esas pruebas llegan sin una causa, simplemente porque tocan. Romeo le pregunta a Julieta por qué tiene que caer enfermo precisamente su hijo, supongo que es la pregunta que se haría cualquier padre en la misma situación. Porque pueden superarlo le responde ella. En ese instante, al tomar conciencia de esa capacidad, se convierte en decisión el hecho de luchar y ya no hablamos de un asunto de mala suerte, ni de injusticia, hablamos de un problema más de la vida a resolver, quizá algo más duro, quizá más difícil que otros asuntos cotidianos. La guerra estalla y pelear va a ser el único sentido de su vida hasta que finalice.

Declaración de guerra fue la película elegida para inaugurar la 50 Semana de la Crítica del pasado Festival de Cannes y fue seleccionada por Francia para competir en los Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Después compitió en el Festival Internacional de Gijón, cosechando estupendas críticas y un gran favor del público y jurado. Allí se llevó, ex-aquo con El estudiante, el premio a la mejor película, y además Jérémie Elkaïm fue premiado como mejor actor y Valérie Donzelli como mejor actriz. Participó también en el festival de cine de París donde se alzó con los premios del jurado, público y bloggers.

Se trata de una película reconocida y muy recomendable porque resulta emotiva y conmovedora, pero especialmente por la felicidad contagiosa que transmite mostrando una forma positiva de afrontar los problemas y enfrentarse con la vida. Declaración de guerra es un drama con una perspectiva alegre, que prefiere la celebración al pesimismo y el vacío.

A modo de pequeño anecdotario: Valérie Donzelli no quería rodar en un plató porque buscaba conseguir más realismo, el que le daba el ambiente real de un auténtico hospital. Así que, con mucha antelación, se puso en contacto con los que conocía por la enfermedad de su hijo y les explicó la película que quería hacer. Le dijeron que sí. En el Instituto Gustave Roussy planificó bien cada día de rodaje buscando siempre los sitios con más luz. En el hospital Necker, sin embargo, el plan de rodaje se hacía el mismo día dependiendo de las urgencias que tuvieran.

Tampoco quería figurantes, sentía que necesitaba sanitarios de verdad, así que el personal del hospital está compuesto por una mezcla de actores y de médicos y enfermeras reales. Un ejemplo es el caso de la Doctora Kalifa, interpretada por una médica auténtica, algo que también pidieron al profesor Sainte-Rose para que se interpretara a sí mismo, declinó la invitación, pero a cambio les dejó su bata, su despacho y a su secretaria.

Buscando pasar lo más desapercibidos posible y con mucha discreción, optaron por rodar la película con una cámara fotográfica Canon que graba vídeo y con luz natural. Solo los planos del final de la película se han rodado en 35 mm porque Valérie Donzelli quería hacerlos a cámara lenta.

También, para ocasionar los menores problemas por el rodaje, el equipo era un grupo muy reducido, de menos de diez personas, así que cada uno hacía varias funciones. Llegaron a acuñar el término «técnico navaja suiza» para ello.

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