jueves, 9 de febrero de 2012

El teatro, último refugio de la sátira política y social

Juan Margallo y Petra Martínez funden el monólogo de Franca Rame y Darío Fo La madre pasota con su propia experiencia teatral.


Jueves 9 de febrero de 2012. Teatro Arenal. Madrid


Cartel de la obra La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Cartel de la obra La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Cuando se apagan las luces, el escenario nos muestra un reclinatorio de enea con un cojín rojo y un confesionario del que asoma un bonete apoyado en uno de sus extremos. Irrumpe violentamente una mujer a la que alguien debe perseguir, y en esa iglesia decide confesarse. No lo hace por sentirse culpable, más bien para entretener la espera y exorcizar sus demonios interiores. No habla de sus pecados, que no lo son, sino de su difícil vida de mujer, obrera y madre. De su narración vamos viendo la transformación en hippie de una abnegada militante comunista a la que le «salió» un hijo con ideas radicales de extrema izquierda.

Con humor irreverente, haciendo una sátira de la realidad, vemos desgranada la sociedad comprometida con el ser humano y la revolución. Y aparece el primer contraste, es una mujer que trabaja fuera de casa, que junto con su marido siente un compromiso político que les obliga a luchar en cédulas clandestinas; pero que ahora que tiene un trabajo remunerado no se ha podido deshacer del otro, del que está sin remunerar, del de ama de casa. Habla de la igualdad, de los derechos y de malcriar pasando por alto en casa lo que se defiende fuera, pero sobre todo habla de liberarse y encontrar el propio camino de cada uno. Que vivimos en mundo lleno de hipocresía ya lo sabíamos, sin embargo eso no es obstáculo para ser sinceros, ni para confiar en una nueva sociedad que se involucre en las causas justas.

El llamamiento se realiza desde las filas de la ironía, de la bella sutileza de tomarse con humor cualquier situación. De esta fina ironía no se escapa la política, la lucha desde las organizaciones de izquierda, la iglesia, las manifestaciones, las comunas hippies, los símbolos, el concepto superlativo de madre… ni la vida misma. Desde esa sátira que provoca risas cuando nos reconocemos en lo que se cuenta, vamos riéndonos de nosotros mismos, dejando así oxigenar nuestras ideas, tomándolas por un rato con simpatía, despojándolas de la seriedad de cada día.

Juan Margallo y Petra Matínez en una escena de La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Juan Margallo y Petra Matínez en una escena de La madre pasota y Cosas nuestras de nosotros mismos
Petra Martínez se luce, se nota que La madre pasota, un monólogo breve de Franca Rame y Darío Fo, le va como anillo al dedo por su vis cómica y por ser una mujer con un fuerte compromiso político. Uno siente que ella se divierte en escena haciendo que su personaje vaya desplegando una historia que recibe el público con rotundas carcajadas.

Cuando el monólogo acaba, entra en escena Juan Margallo, su pareja cómica y vital, para, tirando del hilo de La madre pasota, empezar a contarnos sus historias sobre el teatro, una parodia tierna apoyada en una vida que los dos actores han edificado sobre los escenarios. Es la segunda parte del espectáculo, la que se titula Cosas nuestras de nosotros mismos. Descubrimos con los primeros diálogos que nos encontrábamos en un ensayo en el que Petra era la actriz y que ahora aparece Juan, un director de escena que tiene sueños increíbles para hacer el montaje más perfecto, innovador y exitoso de la obra. Sueños que la realidad lleva a tierra porque son imposibles y con los que se hace una crítica tanto a los festivales de teatro clásico como a los más vanguardistas.

Lo que vemos, el trasfondo de esta parte, es que las Artes Escénicas en España son frágiles y su subsistencia no va más allá de lo que el ingenio discurre. El futuro se complica, todo son problemas, montajes arriesgados, improvisaciones, montajes sintéticos, nombres que llevan firmando esos montajes décadas, jóvenes que quieren salir a flote con otras ideas, revisiones y vejez. Pero, el verdadero teatro ¿dónde queda entonces?

Petra Martínez y Juan Margallo buscan ese espacio haciendo que sus anécdotas, tamizadas por su teatro, sirvan de hilo conductor, que sus años de escena se conviertan en recuerdos con los que medir la vida, que sus desvelos nos los tomemos con humor. Bromean con las ausencias, acentuando la certeza de que se van quedando solos, pues los compañeros de viaje se han ido bajando ya del tren de la vida. Hacen chistes del pasado, nos muestran nuestras manías de sociedad mimada y consumista, nos enseñan que el mundo no ha cambiado en lo esencial y, por encima de todo, nos hacen reflexionar sobre el estado de la humanidad simplemente enfocándola desde su punto de vista, el de la experiencia y el compromiso. Es el suyo un teatro juguetón de la palabra.

Cuando el espectáculo termina, y ya después de los aplausos, los dos actores se sientan ante el público, pues tienen la bonita costumbre de quedarse un poco más charlando y contando las anécdotas de la profesión. Es un momento mágico, una especie de regalo que nos hace bien a todos por igual, al que lo entrega y a quien lo recibe.

Cuando parece que se van definitivamente, Petra Martínez se acerca más al borde del escenario, para estar más cerca del público y con un gesto de confidencia nos da su opinión sobre nuestro sistema económico. Algo que ha prometido seguir haciendo siempre que tengan más de siete espectadores.

A modo de pequeño anecdotario: Uroc Teatro, la compañía fundada por Petra Martínez y Juan Margallo en 1985 ha recibido recientemente la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Petra y Juan se conocieron en el Teatro Estudio Madrileño (T.E.M.) en 1966, mientras se formaban con William Layton. Se subieron a un escenario y no han vuelto a bajarse desde entonces. Formaron parte de grupos míticos de la escena independiente como Tábano, El Búho y El Gayo Vallecano, grupos todos con un gran empuje revolucionario que utilizaban el ingenio para escapar de la censura. En 1970, resultó sonada la creación colectiva (entre el teatro de Tábano y la música del grupo de Moncho Alpuente Las madres del cordero) de Castañuela 70. Se trataba de un espectáculo irreverente, políticamente incorrecto para aquellos años; una obra satírica que desde la clandestinidad traía aires de libertad. No duró mucho a pesar de que habían superado la censura y el teatro estaba lleno en sus dos funciones diarias. La policía se tuvo que inventar unos desórdenes públicos para terminar cancelando el espectáculo. Castañuela 70 se convirtió en un icono de la Transición. En 2006, se realizó un corto documental sobre aquella experiencia que se tituló Castañuela 70, el teatro prohibido y que dirigían Manuel Calvo y Olga Margallo.

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