domingo, 26 de febrero de 2012

La maleta de los nervios, la descarnada realidad de las amas de casa

La compañía Chirigóticas presenta su segundo montaje, un nuevo carnaval sobre los escenarios


Domingo 26 de febrero de 2011. Teatro Alfil. Madrid

Cartel de la obra de teatro La maleta de los nervios
Cartel de la obra de teatro La maleta de los nervios
Las chicas de Chirigóticas se han quedado este año sin su carnaval de Cádiz, centradas en su segundo montaje teatral La maleta de los nervios que se ha despedido del teatro Alfil de Madrid. Lo sienten, pero están trabajando mucho, asentándose en los escenarios con una pieza curiosa y muy divertida, de las que se cuentan entre carcajadas.

Soy un hombre frío del norte, de carácter taciturno, un tanto desapegado, de leve sonrisa más que de risas y al que le cuesta apreciar la «gracia y el salero andaluces». Pero viendo La maleta de los nervios, en algunos momentos, se me olvidó todo esto. No es que me haya reído siempre, ni tanto como muchas otras personas que estaban en la sala, es que me ha gustado lo que he visto, sobre todo esa capacidad de diseccionar una parte de nuestra sociedad y hacerlo sin perder el pulso incluso cuando se lo tomaban con humor. Habla de situaciones muy duras (soledad, miseria, depresión, drogas, enfermedades, inmigración, abusos…) y lo hace de una forma directa y sin menospreciar ni edulcorar las circunstancias. Y el lenguaje con el que nos lo cuenta es fuerte, pero entra con facilidad, camuflado con coplillas y letras divertidas e irónicas, a la manera de las chirigotas de Cádiz. Son las penas y los quehaceres de tres amas de casa, una especie numerosa pero que sin embargo pasa desapercibida como si fueran un sobrante de nuestra sociedad.

Cuando arranca la obra, lo primero que pienso es «Una obra divertida sobre las relaciones entre tres vecinas. Una de esas que juega con el doble sentido, que está llena de envidias, ingenio y mucha malicia. Una historia de egoísmo con humor y saña. Un puro entretenimiento». Pero pronto descubro que lo divertido no esconde la miseria, que las vecinas se ayudan más que se estorban y que lo hacen con mucha ternura por encima de rivalidades, que todas tiemblan asustadas de sus propias vidas intentando salir hacia delante. Son mujeres fuertes, amas de casa capaces de echarse a la espalda lo que sea y sin embargo La maleta de los nervios nos muestra la parte de atrás, esa que se esconde siempre, la que se queda dentro de la casa cuando marido e hijos se han ido al tajo y a la escuela.

Ana López Segovia, Alejandra López y Teresa Quintero en una escena de la obra La maleta de los nervios
Ana López Segovia, Alejandra López y Teresa Quintero en una escena de la obra La maleta de los nervios
Cuando esa puerta se cierra es la soledad quien las atenaza. Su vida pasa por delante para repetirse una y otra vez, llena de rutinas, de manías y de contrariedades que hoy tampoco se van a resolver. Parece que ellas no hacen nada y lo pensamos por el hecho de que no reciben una remuneración económica por su trabajo. Y sin embargo son ellas las que soportan todo el peso de los problemas del hogar, esos que siempre nos parecen demasiado sencillos y terminan convertidos en lo más importante porque son el pegamento de la vida. Son amas de casa que cargan con las culpas de la familia de una forma estoica y silenciosa, sin un reproche, sin la menor recompensa. El de ellas es un oficio sin horarios, sin bajas laborales y sin el menor de los derechos sociales. Ni siquiera sueñan con una pensión de jubilación, ni con una jubilación tampoco, pues hasta sus vacaciones se las han pasado toda la vida trabajando. No forman parte de la cadena productiva y por tanto están excluidas, al margen.

Las tres amas de casa de La maleta de los nervios son mujeres abnegadas, pero también insatisfechas, incomprendidas, cansadas de soportar el peso de la familia, de vivir en segundo plano los sinsabores de la vida mientras se sacrifican por los demás. Las tres están pagando el peaje en sus carnes, viendo venirse abajo su ánimo y hundiéndose más cada día en lo psicológico. Así están ellas antes de pasar por el filtro surrealista de las Chirigóticas, ese que les añade humor, cercanía y una pizca de ternura. Un filtro que también les pone la música, al estilo de Cádiz, con sarcasmo, retranca e ironía, con esas coplillas que le sacan punta a la descarnada realidad, sin afearla, ni embellecerla, pero con gracia, socarronería y mucho desparpajo. Con ese aire de carnaval sobre el escenario, que se mantiene también cuando los personajes hablan, vamos asistiendo a esas vidas de sufrimiento y lo hacemos entre carcajada y carcajada.

Divertida resulta Marisa (Ana López) el ama de casa perfecta, la que tiene la casa siempre limpia porque no ensucia y porque le dedica todas sus horas, la que su marido es un santo que no protesta por nada porque ni sangre tiene, la que compra más barato porque se lo sabe todo. Y trágico es el camino que emprende hacia la depresión al no encontrar sustancia a su vida. Dura es la vida de Macarena (Teresa Quintero), con un marido en paro que ahora se dedica al suministro de droga, con una hija con cierto retraso mental y otro traficante más que se ha venido a vivir a su casa. Nerviosa es la vida que le ha tocado vivir a Milagri (Alejandra López), una que nunca eligió pero en la que se ha tenido que embarcar con una hija que le estorba.

Así son las Chirigóticas, una compañía de raíces gaditanas, del barrio de la Viña, con tres actrices maravillosas que tienen gracia y buenas voces, pero sobre todo mucho humor. Ana López se encarga de las letras y el dramaturgo Antonio Álamo de los textos y de dirigirlas sobre el escenario. El resultado es estupendo pues los personajes construidos resultan sólidos, reales y cotidianos, cargados de una fuerza misteriosa, de la dureza de las mujeres que llevan peleando toda la vida por la felicidad de los que tienen cerca. Y eso, claro, llega al público que aplaude con ganas.

Para mí, hay dos números excepcionales. El primero es cuando el personaje de Teresa Quintero le pide a la ex-ministra de Igualdad Bibiana Aído una paga extra más, a ver si ella pueda hacer algo, que con las que ya tiene no le alcanza para casi nada. El segundo deja un sabor de boca amargo, fruto del encuentro entre el personaje de Ana López y la rumana Klaudyna (Teresa Quintero) que está lleno de humanidad, de profundidad y de una ternura intensa, la que nos acerca a unas personas con otras, la que nos dice que no hay diferencias, que nosotros también fuimos inmigrantes en otros países y que sus derechos y los nuestros son los mismos. Emociona el diálogo, la fuerza de la interpretación de ambas actrices. Solo por ese instante ya merece la pena haber visto la función.

Pero sin duda la obra tiene muchos más secretos para colarse en el corazón del espectador. El fundamental, su mayor gracia, consiste en reírse de uno mismo, aunque para ello haya que mirar muy dentro, sin ningún pudor. Esa honestidad descarnada es su mayor virtud, ese deseo de no esconder los trapos sucios, ni de engañar llamando las cosas por otros nombres. La maleta de los nervios es directa, no rehuye lo verdadero ni cuando usa elementos cómicos que simplemente lo distorsiona para despegarlo del suelo. Tiene mérito hacernos mirar con profundidad allí donde no queríamos poner la vista.

A modo de pequeño anecdotario: Antonio Álamo, escritor, dramaturgo y director teatral, es un hombre vinculado al teatro andaluz y con muchos premios a sus espaldas: en 1991 el Premio Marqués de Bradomín por La oreja izquierda de Van Gogh, en 1993 el Premio Tirso de Molina por Los borrachos -montaje que también obtuvo el Premio Ercilla al mejor montaje (1996) y finalista del Premio Nacional de Literatura (1994)-, en 1996 el Premio Born de Teatro por su obra Los enfermos, en 2000 el Premio Caja de España de Teatro Breve por Grande como una tumba y de nuevo, en 2005, el Premio Born de Teatro por su obra El Instructor. Recientemente ha estrenado Veinticinco años menos un día (The tea is ready). También ha dirigido el Teatro Lope de Vega de Sevilla desde el 2004 hasta mediados del 2011 y se ha forjado una amplia carrera literaria con varias novelas, libros de cuentos y otros tantos premios.

Ana López Segovia es la letrista y principal impulsora de La Chirigota de las Niñas, una chirigota «ilegal», de las que, por Carnavales, se apoderan anárquicamente de las calles de Cádiz y, al margen del Teatro Falla, no participan en el concurso oficial. Antonio Álamo la escuchó por primera vez en un bar de Cádiz, se quedó impresionado. Así que le propuso una aventura que se llamó Chirogóticas y en la que también entraron Alejandra López, Teresa Quintero y Pepa Rus. Aquel primer espectáculo se llamo como ellas: Chirogóticas y era el año 2006.

En este segundo montaje, La maleta de los nervios, ya no está en la compañía Pepa Rus, que ahora es más conocida por el personaje televisivo de la Macu en Aida.

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