miércoles, 8 de febrero de 2012

La voz dormida, contar nuestra historia sin silencios

Benito Zambrano firma la adaptación de la novela de Dulce Chacón para que no nos olvidemos de nuestra historia

Cartel de la película La voz dormida
Cartel de la película La voz dormida
Lo cierto es las películas españolas que hablan de la postguerra no superan el 2% de nuestra filmografía en los últimos años. Sin embargo siempre escucho a alguien que se queja diciendo que se hacen demasiados largometrajes sobre este tema. ¿Es que no podemos hacer películas de la postguerra? ¿Es que no debemos contar la historia de lo que pasó? ¿Por qué hay que callarse? Las películas como La voz dormida son pocas y nos hacen mucha falta para conocer todo lo que verdad ocurrió. Dice Zambrano, su director, que se debería realizar una película por cada hombre y mujer que lucharon por defender la República -no lo olvidemos, era el gobierno legítimo de España y había sido elegido democráticamente por sus ciudadanos-. No es fácil mirar hacia atrás y contar una historia de aquel tiempo; para el director, la novela de Dulce Chacón, le descubrió una puerta al pasado.

La voz dormida recuerda y homenajea a los que pelearon por un mundo mejor, pero sobre todo nos enseña que debemos seguir luchando por lo que es nuestro: las libertades y la sociedad que vislumbró la II República. Y debemos seguir haciéndolo hoy porque la Democracia que tenemos está siendo vaciada de contenido. No podemos olvidar ni dejar que la impunidad nos gane la mano. Estamos obligados a repasar nuestra historia, la dura e injustificada represión franquista, y hacerlo sin contemplaciones, hablando claro.

La voz dormida es una película republicana, hecha para difundir la libertad y la justicia, y también una historia de sacrificios que nos debe doler como sociedad. Unos sobrevivieron a duras penas, marcados de por vida. Muchos se quedaron por el camino, víctimas de una guerra primero y de un franquismo sangriento y asesino después, que planificó el exterminio de quienes no pensaban como ellos. Tras la Guerra Civil vino el genocidio, la muerte, las cárceles, la tortura, la persecución, los robos de niños, el adoctrinamiento… un genocidio sistemático que se atreve a narrar La voz dormida. Lo describe en su entidad y lo detalla en las personas que lo ejercieron, en las que lo sufrieron y en las que perecieron bajo sus manos fusilados una noche cualquiera ante la tapia de un cementerio. Zambrano nos obliga a mirar de frente nuestra historia y lo hace desde la voz de una muchacha inocente, que cree en las personas y que no puede entender el ensañamiento contra los que defienden sus ideas políticas. El franquismo fue sinrazón y barbarie.

La voz dormida me gusta sobre todo porque en ella no hay concesiones a la derecha. No niega que hubiera desmanes en los dos bandos, pero señala con el dedo a quiénes originaron la guerra y su posterior sangría, nos dice quienes fueron los que se aplicaron con afán destructivo para construir una nueva España que dejaba fuera (en las cárceles, en las cunetas, en las tapias de los cementerios…) a los que defendieron el régimen democrático y social de la República. Ellos son los culpables y todavía no han pagado por sus crímenes, nuestra sociedad ha sido incapaz de condenarles.

Marc Clotet y María León en una escena de la película La voz dormida
Marc Clotet y María León en una escena de la película La voz dormida
Las dos Españas se muestran separadas. A un lado, una Iglesia mortificadora, de monjas y curas de látigo, que piensan que la verdad es única y la atesoran ellos por la gracia de su «dios padre y señor todopoderos», seres que se sienten facultados para castigar a quien se equivoca no opinando igual. Del mismo ramo, los militares, que salen menos, pero que tienen formadas las mismas opiniones pues tampoco creen que los rojos tengan defensa alguna, su ideología misma les condena. Frente a ellos, las mujeres que retrata La voz dormida no son culpables, no hicieron nada malo, quisieron una educación pública, una cultura que llegase a todo el mundo y la libertad para pensar por sí mismas, ¿qué crimen se le puede achacar a una maestra cuyo único delito fue apuntarse a un sindicato socialista que además era legal?

Esa es la sociedad que se encuentra Pepita (María León), con la guerra acabada, al llegar a Madrid para estar cerca de su hermana Tensi (Inma Cuesta) que cumple condena en un penal de mujeres. Pepita es bondadosa, cree que se puede vivir en esta España azul, piensa que quedan márgenes para la justicia. Ella los explora sin prejuicios, busca pero constantemente se le niega hasta la menor repuesta y sus ojos, que se van llenando de lágrimas, no pierden nunca su brillo, esa esperanza que la mantiene siempre en pie. Lo hace con dignidad, aunque tenga que suplicar, y así va comenzando a construir una ideología propia, con los golpes que esta vida le va dando. Son los otros los que, desde una posición de fuerza, se hacen indignos. En toda comparación gana ella. En la interpretativa también. Lo hace con naturalidad, con sus ojos, con un hablar atropellado, con lágrimas, con la fragilidad de la desnudez ante la tortura, con su luto, con unas pequeñas confesiones, con su mirar de frente, con los sentimientos a flor de piel y con toda la inocencia del mundo. Es sin duda, la de María León una de las mejores interpretaciones de este año que ya fue recompensada en el Festival de Cine de San Sebastián y podría serlo también en los Goya.

Inma Cuesta, la otra protagonista, borda su papel de presidiaria fuerte pero llena de ternura, de mirada alta porque no hizo nada malo, de principios inquebrantables, de carácter y de razón. Igual de acertado está el resto del reparto, donde los fascistas, las carceleras, las monjas… los papeles más duros y despiadados los interpretan actores y actrices importantes y con peso en nuestra filmografía, para así darles dimensión y que de verdad se vea la crueldad de estos personajes. No eran falangistas de chiste porque sus manos se encargaron de matar a mucha gente, tanta como para no tomárnoslos en serio.

La derecha ha dicho que la película no resulta verosímil, y en cierta manera es verdad, aunque no en el sentido que lo dicen ellos. La historia la dulcificó un poco en su novela Dulce Chacón, pues, tras entrevistarse con muchas personas, descubrió que la realidad resultaba aún muchísimo más cruel y difícil de creer. Zambrano tampoco ha querido recrearse en las imágenes más duras, pero les ha dado el contexto en el que se desarrollaron, y ese contexto ya resulta bastante repugnante de por sí.

Benito Zambrano es un trabajador meticuloso del cine que apenas se prodiga. Lo suyo es construir verdaderas obras maestras, pero para ello necesita tiempo y mucho esfuerzo. Pone el alma al servicio de lo que emprende, pues hacer cine para él es un asunto propio de compromiso con el mundo. La voz dormida es un largometraje para el que se necesita un equipo comprometido que se entregue y apueste por la verdad. Así fue y eso transciende de la pantalla y se siente su aliento en la butaca.

La voz dormida me gusta porque es una gran película que está llena de sentimientos y que nos habla de verdad sobre la memoria, de la gente que sufrió y de cómo unos pocos aterraron y secuestraron el futuro de un país. Me sobrecoge el primer fusilamiento en la tapia de la cárcel y el levantarse de las presas, puño en alto, para entonar La Internacional. Me sobrecoge el último ajusticiamiento, el de la propia Tensi y su grito de «Viva la República» antes de que suene la bala asesina. Me sobrecogen las torturas. Me sobrecogen la crueldad y el desprecio de quien manda.

A modo de pequeño anecdotario: ¿De dónde le surge la idea a Benito Zambrano para querer llevar al cine La voz dormida, la novela de Dulce Chacón? Él mismo lo ha contado varias veces. Mientras preparaba el guion de Habana Blues, una amiga le habló de la novela. La curiosidad le pudo y comenzó a leer las primeras páginas en las que descubrió que estaba ante un libro extraordinario. No quiso que interfiriera con el guion que escribía, así que la aparcó hasta que una noche, desvelado por el trabajo con el texto de Habana Blues, cogió de nuevo el libro. Se enamoró de la novela, «cada párrafo me llenaban de emoción, cada página la veía llena de imágenes cinematográficas. Muy pocas veces me había pasado algo igual. Nunca, hasta esa noche, me había planteado hacer la adaptación de una novela».

A la mañana siguiente localizó por teléfono a Dulce Chacón. Ella hablaba encantada de Solas, Zambrano de La voz dormida. Hicieron un pacto de colaboración y quedaron en verse la próxima vez que el director viajase a Madrid. Cuando al fin ocurrió, la escritora ya estaba en el hospital, le estaban haciendo algunas pruebas y aún no sabía lo que tenía. Cuenta Zambrano que Dulce Chacón le recibió con una hermosa sonrisa y una disculpa por el lugar de la cita.

Días después le dieron la mala noticia, tenía un cáncer de páncreas en estado muy avanzado. A petición del marido, volvió al hospital a visitarla y ella le recibió con la misma sonrisa del primer día. Estuvieron hablando de cómo veían la adaptación de la novela, hasta que el dolor y la morfina le hicieron perder a la escritora el conocimiento durante unos minutos. Quedaron en volver a verse, en trabajar juntos el guion si el cáncer se lo permitía. Eso nunca fue posible. Dulce Chacón murió un mes más tarde. Zambrano no pude despedirse de ella porque estaba en Cuba preparando Habana Blues.

Cuenta que aquella cálida sonrisa, la del segundo día, la que ella le regaló aún a pesar de saber que se estaba muriendo, le hizo sentir que tenía que hacer la película de su novela, por él y por Dulce Chacón.

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