viernes, 3 de febrero de 2012

Verbo, la imaginación que nos salva

Eduardo Chapero-Jackson elige los vacíos de la adolescencia para su primer largometraje

Cartel de la película Verbo
Cartel de la película Verbo
Eduardo Chapero-Jackson, antes de Verbo, había escrito y dirigido tres cortos con mucho recorrido en festivales y todos ellos con bastantes premios en su haber. El director, con el personal lenguaje cinematográfico que había desarrollado en ellos, se había convertido en una joven esperanza para impulsar una renovación en el nuevo cine de nuestro país. Así que cuando decidió dar el salto al largometraje se creó mucha expectación a su alrededor. San Sebastián seleccionó su largometraje para la sección oficial, y de allí saltó directamente a las salas comerciales, donde paso un tanto desapercibido. No le acompañó la fortuna y además las fechas elegidas le hacían competir en primer lugar con otro de los directores nóveles con los que comparte candidatura a los Goya, Kike Maíllo, y también con los consagrados Benito Zambrano y Jaume Balagueró. Mucho cine español en la cartelera compitiendo entre sí. Al público, también lo desanimó el hecho de que las críticas la señalaran como una película juvenil.

Verbo se podría clasificar como un largometraje de género fantástico, en el que cohabitan un mundo real y otro fantástico, una especie de subsuelo en el que viven desapegadas las almas. Se trata de una fábula, de estructura clásica y muy clara en su mensaje. Lo primero que sorprende de la película es el trabajo de su director en construir una geografía, física y espiritual, que sustente la historia. La física la plasma en un desangelado barrio colmena, como muchos de los construidos durante la burbuja inmobiliaria -precisamente estas escenas se rodaron en Seseña, en la famosa urbanización del Pocero-, al que se contrapone el centro de Madrid que se nos va enseñando con los ojos de quien descubre sus rincones más secretos por primera vez. La espiritual es apocalíptica, húmeda y oscura, supone estar corriendo siempre de una forma desesperada, agotadora si no se tienen las fuerzas suficientes.

En los límites de estas tres geografías se plantea la historia. Sara (Alba García), es una muchacha de un barrio alienante, que no encuentra belleza a su alrededor. Busca un sentido a su existencia, porque siente que le falta algo que no sabe expresar. Piensa que no tiene una identidad, ni sabe donde encontrarla. Ni siquiera conoce si hay otros a los que le ocurra lo mismo que a ella, aunque intuye que sí. Retraída, tímida, llena de complejos, callada, el mundo no la entiende y su vida se tambalea. A Sara se le acumulan los vacíos y se va nutriendo de una fantasía que se le dispara y la mantiene viva en esta sucia realidad que la rodea. Verbo cuanta la historia del viaje interior que la adolescente emprende para decidir salvar su vida o no hacerlo.

Alba García en una escena de la película Verbo
Alba García en una escena de la película Verbo
Es el drama de la adolescencia, donde el peso de los grandes problemas de ese momento atosiga y hunde. La época en que se empieza a dibujar la esencia de uno mismo y a entender el mundo, la que nos obliga a relacionarnos entre nosotros aún temblorosos por los miedos que encerramos, la que nos hace tan invencibles como derrotados. Nos sentimos solos frente al mundo. Llenos de incomprensión. Lejos de los mayores, de las reglas de su mundo que nos resultan como poco injustas. La vida vale poco a esas edades si no es intensa, ni se disfruta. Todo son dudas, inquietudes. Nos hacemos preguntas: ¿debe existir algo más de lo que ven nuestros ojos, algo que de un sentido a nuestra vida y que nos ayude a encontrar nuestra identidad?, ¿o, por el contrario, todo lo que hay, todo lo que me espera, es esto? Surgen dos mundos, el que está dentro y el de afuera; son entonces los sueños y las utopías los encargados de salvarnos de la grisura y la fealdad. Sin duda, esas preocupaciones de la adolescencia, Verbo consigue plasmarlas en su atmósfera.

Sara emprende el camino de buscar la belleza, la poesía, como antídoto y como solución para asumir la vida. En esa búsqueda le guía Don Quijote que va creciendo en ella como la figura que representa a todos aquellos soñadores que entendieron que debe existir otro mundo debajo de éste, más rico y dónde la imaginación sí que tiene cabida, soñadores que descubrieron que era su obligación sacar ese universo escondido a la luz para mostrárselo a los demás. Porque otro mundo más hermosos es posible, sólo se necesita decisión para cambiarlo.

Ese es el secreto que transmite Verbo a los jóvenes, que nada está perdido y que por lo tanto, antes de admitir derrotas, hay que intentarlo. Pero aún les dice más, les explica cuál es el proceso. Primero hay que tomar conciencia, después trabajar la capacidad para expresarse a través de la palabra y finalmente querer cambiar el mundo. De nada sirve la acción si antes el individuo no ha pasado por esas tres etapas. Salvando las distancias, que son muchas, le encuentro a la película un punto un tanto 15-M, especialmente por ese deseo de transformar la sociedad desde la inocencia. Tal vez ese sea el nuevo prisma sobre el que hacer el cine que está por venir y que quiere comprometerse con el mundo en el que vive.

Verbo no se queda exclusivamente en la problemática de los adolescente, sino que utiliza la fuerza de esa edad, la esperanza que siempre ponen los jóvenes en lo que emprenden, para plantear con suavidad otros problemas sociales. Se enfrenta al estado de la educación actual en la que se mezcla la desesperanza de muchos profesores, que han perdido las ganas de enseñar, con la apatía de los alumnos. No da soluciones, pero dice claramente que sin motivación la educación no sirve para nada.

Muy interesante resulta también la propuesta de Eduardo Chapero-Jackson de utilizar elementos asociados a la juventud. El arte urbano, el hip-hop y el cómic forman parte del lenguaje y la imagen de Verbo, y están totalmente imbricados en ella, con naturalidad. Es la apuesta por adaptar el cine a los nuevos tiempos.

La interpretación dramática de la película está sostenida por la debutante Alba García, presente en la mayoría de los planos, y que con su carácter va construyendo la película. Sus ojos y su rostro se quedan grabados en el espectador. Sobrecoge como de ese cuerpo menudo y fibroso consigue sacar ira y de ella el sosiego para emprender el nuevo camino. Le acompaña bien el resto del reparto, con un rítmico Miguel Ángel Silvestre que le da a la poesía y se arranca a cantar un tema de hip-hop; nadie como Verónica Echegui para mostrar la dulzura, o Víctor Clavijo para dar lecciones de sobriedad, Macarena Gómez de fragilidad, Adam Jezierski de fugacidad, Manolo Solo de hastío y desencanto, Nasher Saleh de la ternura de los primeros amores, Fernando Soto de incomprensión y presencia ausente y Najwa Nimri de soledad.

En resumen, es una película con una propuesta interesante, equilibrada, que asume nuevos mecanismos con los que desarrollar el lenguaje cinematográfico, pero a la que le falta un poco más de alma, de ese calor apasionado que no está presente cuando se mira lo que pasa desde demasiado lejos.

A modo de pequeño anecdotario: Eduardo Chapero-Jackson dice que llegó al cine porque después de haber estudiado Bellas Artes tenía que ganarse la vida. Así que aceptó una oferta para trabajar en una productora, Sogecine. Se encargaba del papeleo, y entre sus tareas estaba la revisión y archivo de las hojas de rodaje, que le sirvieron para aprender de qué forma se estructura una película. Desde la mesa de trabajo tenía una visión completa de cómo se gesta un proyecto, desde cuando solo es una idea hasta el momento de lanzar toda la campaña de marketing para el estreno, y entre medias cada una de las etapas. En aquella época trabajó para películas como Los otros (Alejandro Amenábar), Lucía y el sexo (Julio Médem), Al sur de Granada (Fernando Colomo), Mar adentro (Alejandro Amenábar) y Crimen Ferpecto (Álex de la Iglesia).

Al dejar la productora comenzó a escribir y dirigir sus cortometrajes Contracuerpo (2005), Alumbramiento (2007) y The End (2008).

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