miércoles, 21 de marzo de 2012

Follies, la despedida de Mario Gas

El musical de Stephen Sondheim reúne, entre otros, a Carlos Hipólito, Vicky Peña, Asunción Balaguer, Massiel y Mario Gas


Miércoles 21 de marzo de 2012. Teatro Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro Follies
Cartel del musical Follies
Todo en Follies sabe a despedida. Mario Gas dejará la dirección del Teatro Español el 30 de julio, después de haber pactado con el nuevo equipo de gobierno de Ana Botella, dice que de una forma civilizada, su salida para esa fecha. Dejará atrás ocho años maravillosos, donde, con su esmerada programación, ha sabido levantar al madrileño Teatro Español, un teatro que Gas recogió caído en «la caspa» bochornosa de unas comedietas tan vacías como simples. Él supo cambiar el rumbo, elegir lo novedoso y combinar todos los gustos, le añadió conciertos a la programación, mucho coraje y compromiso. Nunca se olvidó del público. Tampoco dejó de lado su estilo personal con el que impregnó su programación. El resultado es que acertó de pleno. Así que bien se merecía elegir cómo irse.

Eligió a Stephen Sondheim y su obra Follies, una obra que nunca se había producido en nuestro país con una compañía de aquí. Mario Gas es un enamorado de los musicales del neoyorquino, pues con éste suman ya cuatro los que ha dirigido en su carrera. Pero, en este caso, también ha querido participar desde la interpretación; se ha reservado el papel del promotor Dimitri Weissmann para divertirse sobre el escenario interpretando y haciendo coros en algunos de los temas musicales. Pasearse ante el público con el smoking, una copa de cava entre las manos, el porte majestuoso, el aire interesante de hombre de mundo, diciendo más de una sentencia para el recuerdo, la barba recortada y la coleta aún por cortar.

La historia de Follies se desarrolla en una reunión de despedida antes de que un legendario teatro sea derruido para dar paso a la construcción del progreso simbolizada en un parking. Esa noche, sobre el escenario, se reúnen los artistas que dieron esplendor a aquel teatro de variedades. En realidad, la obra no pasa de ser un libreto aburrido, que cuenta un instante irrelevante desde el que mirar hacia atrás y preguntarse por si mereció la pena la trayectoria vivida. Una historia fútil que lo único que consigue es hacer sentirse al espectador como un invitado de segunda en una fiesta de etiqueta, ese que está apartado en una esquina con una copa de vino en ristre, vestido con la ropa menos apropiada, gastando el tiempo muy despacio mientras va mirando a los demás -a los que en realidad no conoce- y sin participar en las conversaciones que le pillan todas entre lejanas y muy poco interesantes. Supongo que Mario Gas quería irse con elegancia y que además le apetecía dejar caer que él es un hombre que sabe cuando terminan las cosas, así que eligió la obra que le permitiera decir esa frase sobre el escenario sin desentonar.

Una escena del musical Follies
Una escena del musical Follies
Mario Gas eligió la vistosidad con un gran despliegue de medios. Llenó el escenario de bailarinas. Gastó en vestuario. Recuperó figuras míticas de los escenarios (Asunción Balaguer, Mamen García y Lorenzo Valverde), la canción ligera (Massiel), los musicales (Muntsa Rius, Pep Molina, Teresa Vallicrosa, Mónica López y Ángel Ruiz), la ópera (Linda Mirabal, Nelson Toledo y Josep Ruiz), el baile (Lluís Mendez) y la intepretación (Vicky Peña y Carlos Hipólito). Pintó unos tiempos pasados esplendorosos que han dejado de serlo y que amenazan con no volver nunca más. Jugó con las luces, el polvo y la memoria para dejar el teatro lleno de fantasmas e ilusiones que nunca fueron tan mágicas como cuando se soñaron. Para ello tira de la memoria, pero no de la nuestra, sino de esa que siempre vamos copiando en el mundo del entretenimiento: la de los estadounidenses.

Follies no es otra cosa que una revista cargada de números que no trabajan para la historia, sino para el puro entretenimiento. Los hay muy lucidos por su coreografía y por la gran cantidad de artistas que participan en ellos, como el tema de los espejos; cómicos, como el blues de Buddy; cargados de emotividad y ternura, como el que interpreta Asunción Balaguer; y de mucha fuerza como ocurre con el tema de Massiel. Pero poco más se puede decir de la obra. Tal vez que la de sus personajes es la historia de cuatro personas un tanto rotas y perdidas, que miran con una nostalgia amarga hacia atrás para ver cómo fueron, cómo pensaban que iban a ser y encontrar que el espejo les devuelve lo que que han sido y todo lo que han ido perdiendo por el camino.

Se puede hablar de la elección de Carlos Hipólito y Vicky Peña, dos grandes interpretes, y decir que es una de las decisiones de Gas sobre la que se puede leer entre líneas. Supone una apuesta por lo dramático dentro del musical que también debe incorporar un trabajo actoral de nivel alto. Vicky Peña ya había trabajado en musicales, pero para Carlos Hipólito el reto ha sido aún mayor. En lo musical no desentonan ninguno de los dos, sin duda es un aspecto que han trabajado muchísimas horas.

Queda entonces recurrir a las intenciones, a lo no dicho pero latente. La primera es que ese teatro que va a ser derruido tal vez simbolice el que se nos viene encima los próximos años, que será decadente y vacío, alejado del público y sin el menor contenido político, como tal vez sea el que empiece a pasar sobre las tablas del Teatro Español cuando Mario Gas se vaya. O quizá el director recuerde mediante esta obra el polvo rancio que pisó al llegar aquí, se obligue a hacer un repaso a sus sueños y un planteamiento personal de si de verdad los alcanzó y si realmente era esto lo que quería haber hecho.

La salida de Mario Gas del Español es una lástima y un motivo para llenar de incertidumbres la escena madrileña que controla el ayuntamiento. ¿Querrán copiar el modelo de Esperanza Aguirre con el Teatro del Canal o se seguirá la línea que ha llevado estos ocho años? ¿Como público, tendremos interés por lo que se represente en sus escenarios a partir de ahora o lentamente empezaremos a dejar de venir?

Son muchas dudas las que me quedan tras el espectáculo de esta noche, aunque de Follies no haya sacado demasiado provecho, pues es una historia aburrida, atrapada en un sabor amargo que se queda en la boca como un reflejo de un resto pero que no llega a bajar al estómago.

A modo de pequeño anecdotario: Dicen que Stephen Sondheim es un autor de referencia y un renovador del género musical. Inició su carrera como letrista para Leonard Bernstein en West Side Story, mítico musical que se estrenó el 26 de septiembre en 1957. Desde entonces hasta ahora ha ganado siete Premios Tony, un Oscar y un Premio Pullitzer.

La versión de Mario Gas supone la primera producción española de Follies, pero es ya el cuarto musical que el director realiza de Sondheim en su carrera, después de Golfus de Roma, Sweeney Todd y A Little Night Music.

El elenco también tiene bastante experiencia en obras de Sondheim: Vicky Peña (Golfus de Roma, Sweeney Todd y A Little Night Music), Muntsa Rius (Sweeney Todd, A Little Night Music y Company), Pep Molina (Golfus de Roma y Sweeney Todd), Teresa Vallicros (Sweeney Todd), Mónica López (A Little Night Music, Company y Golfus de Roma), Lorenzo Valverde (Golfus de Roma), Joana Estebanell Milian (Sweeney Todd), Antonio Villa (Sweeney Todd) y María Cirici (A Little Night Music). Finalmente, también dentro del elenco, Marisa Gerardi ha participado Sondheim-Déus del teatre somrieu, una pieza inspirada en Sondheim y Diego Rodríguez dirigió el concierto Broadway baby: ocho décadas de Stephen Sondheim.

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