viernes, 30 de marzo de 2012

Microteatro por dinero, los cortos del teatro

Se trata de piezas teatrales en las que prima el ingenio, saber contar una historia completa en menos de quince minutos y una absoluta proximidad entre los actores y el público


Viernes 30 de marzo de 2012. Microteatro por dinero. Madrid

Microteatro por dinero
Microteatro por dinero
Siempre hay un formato breve que establece su relación con una disciplina artística que tradicionalmente presenta una duración más extensa. Así tenemos los relatos con la novela o lo que le ocurre al cine con los cortometrajes. En teatro habíamos conocido los entremeses, pasos, sainetes, farsas… Pero lo cierto es que ahora, todos ellos sonaban a asuntos bastante antiguos, con muy poca relación con nuestra realidad. Parece ser que el teatro estaba necesitado de una «reforma» que lo adecuara a estos tiempos sintéticos en los que la brevedad se ha convertido en virtud, alguien, o algo, que en cierta manera le aplicara un «recorte» para dinamizarlo. Con la nueva propuesta de Microteatro por dinero se recupera esa filosofía, aunque llevada como si de un procedimiento industrial se tratase: cinco funciones, de menos de 15 minutos y para menos de quince personas por pase, que se representan, de miércoles a domingo, con seis sesiones por noche y en un espacio reducido.

Para encontrar el origen de esta iniciativa, hay que irse a 2009, a dos semanas del mes de noviembre, cuando casi 50 artistas (autores, directores y actores) presentaron un proyecto teatral en un antiguo prostíbulo de la calle Ballesta, un espacio cedido por la asociación Triball. En sus trece habitaciones se alojaron otros tantos grupos con la consigna de crear cada uno de ellos una obra teatral de menos de diez minutos para un público de seis personas por sala y con el tema común de la prostitución. Cada una de estas obras se representaría tantas veces como público hubiera durante tres horas al día esas dos semanas. No se invirtió en publicidad, toda la difusión se hizo a través de las redes sociales y comunicados de prensa, pero aún así fue un éxito, algunas piezas llegaban a representarse hasta una veintena de veces al día. Aquella experiencia se llamó Por dinero y llevaba a la práctica la idea impulsada por Miguel Alcantud.

Después de aquello, con el gusanillo en el cuerpo, un grupo amplio de los participantes, a los que se sumaron otros nuevos miembros, se agruparon para abrir un espacio permanente donde ofrecer este nuevo formato teatral. Esta vez lo hicieron en una antigua carnicería, en el número 9 de la calle Loreto y Chicote. Se mantienen fieles a la idea y buscan, con esa variedad de obras con una temática común, que sea el espectador quien pueda elegir. Por un lado decide el tiempo que quiere pasar en el teatro, según el número de obras que quiera ver. Por otro, elige el precio que quiere pagar, ya que cada visita a una sala se paga de forma individual. Para no repetirse, su programación se renueva cada mes.

Al entrar en el local, lo que uno se encuentra es un bar que no hace sospechar que en el piso de abajo se escondan las pequeñas salas de un teatro. Cada cinco minutos, un hombre sube las escaleras, se coloca ante una pequeña mesilla y mira la hora en su teléfono móvil. Al instante hace sonar una campana y anuncia el número de la sala de la nueva sesión, recoge las entradas para esa función y les indican a los espectadores que bajen la escalera hasta la puerta, sin atravesarla. Cuando están todos, baja él también, cuenta las normas del lugar que repite toda la noche y lleva al público a través de un pasillo que hay tras la puerta a la sala que corresponda, a encontrarse con los actores y la obra. Regresa rápido, pues ya casi han pasado los cinco minutos y tiene que llamar a los siguientes. El suyo es un trabajo estresante que bien refleja el ritmo frenético de este espacio de teatro.

Martín Puñal y Verónica Larios en una escena de la micro-obra de teatro X Xn  X Y0
Martín Puñal y Verónica Larios en una escena de la micro-obra de teatro (X X)n > (X Y)0
Las salas son pequeñas. En ellas, un minúsculo rectángulo suele delimitar el espacio de los actores, el sacrosanto escenario. El público, como en el juego de las sillas, se sienta rápido según va entrando sobre los taburetes dispuestos y que no dan para todos los presentes. Los que se quedan de pie, se sitúan detrás, apoyándose sobre las paredes. Todos, apretados, miran la absoluta proximidad entre ellos y los artistas, algo que se piensa un instante, durante esa minúscula espera donde se es consciente de estar ante algo nuevo, que se vive con la impaciencia de quien aún desconoce cuál es la sorpresa que se va a desvelar en unos minutos. Apenas el guía ha cerrado la puerta comienza la función. Al final, tras la representación, si los aplausos se alargan, son los propios actores los que abren la misma puerta para que el público vaya saliendo, porque en diez minutos estarán de nuevo en plena acción.

El tiempo y el dinero, que a veces se comportan ambos como términos sinónimos, me dieron para ver cuatro de las micro-obras. Me sorprendió la habilidad de los autores para contar una historia completa en menos de quince minutos. Descubrí características comunes en todas ellas, como que se sustentan en el diálogo entre dos personajes y que desarrollan una única acción. Son obras en la que suele primar el ingenio y la capacidad de saber resolver una situación con cierto humor y apoyándose generalmente en un giro inesperado que sorprenda al espectador.

Un ejemplo perfecto es (X X)n > (X Y)0, con texto y dirección de Nancho Novo, e interpretada por Verónica Larios y Martín Puñal. Un hombre está prisionero en una habitación, sólo realiza dos actos: dormir y su «trabajo» como productor de espermatozoides. Los hombres se extinguen y el mundo, poblado de mujeres, debe asegurarse la superviviencia futura. Una máquina atiende al hombre y las extracciones las realiza una enfermera por el método tradicional. Un punto de partida original y una obra que juega con la dosificación de la información hacia el espectador, para que vaya descubriendo lentamente cada uno de los secretos que encierra, como esa reflexión hacia lo que sería la desaparición del inútil género másculino, al que quizá las mujeres no necesiten pero que seguro echarán de menos por algún ridículo recuerdo.

De Borja Cobeaga es All About Mari Carmen, una pieza cómica y casual que interpretan las actrices Bárbara Santa Cruz y Sabrina Praga bajo la dirección de Inés de León. De todas las obras es la que más juega con el público y con su sorpresa. Las suposiciones son elementos que en manos del espectador siempre terminan llevándole hacia un camino equivocado. Esas suposiciones suelen ser preparadas por el autor como una trampa en la que atrapar al espectador, es un arma para contar una historia que puede parecer una cosa y resulta terminar siendo otra. La pieza es un divertido aperitivo teatral sobre las amistades y rivalidades profesionales.

Cartel de la micro-obra de teatro Este sistema me pone nerviosa
Cartel de la micro-obra de teatro Este sistema me pone nerviosa
Este sistema me pone nerviosa es una pieza genial que uno no puede perderse y que tampoco debe permitir que los demás le cuenten, pues las sensaciones que produce se han de experimentar frente a sus dos actores. Como mucho uno puede leer la sinopsis, que le digan «en las distancias cortas es dónde dos obreros indignados se la juegan. Una revolución sexual y cerebral», para quedarse con la miel en los labios, para que la sorpresa venga luego. Los personajes aparecen en mono azul de trabajo, con un casco un tanto extraño, sudados, sucios y exhaustos, durante su jornada laboral, pero en un pequeño descanso que realizan en el cuarto que la «empresa» les facilita para ello. Parecen rudos, pero sin embargo se hablan en femenino. La historia engancha desde el primer instante. Primero por el estupendo texto de Sergio C. Fanjul, cargado de humor e inteligencia neuronal. Después por la soberbia interpretación de Joan Carles Suau y Mario Tardón que se complementan a la perfección, como un juego de poleas que sabe conjugar la suma de fuerzas; si el uno parece un bruto, el otro se convierte en todo sensibilidad. Los dos se mueven sin parar, utilizando todo el cuerpo para expresar, unas veces con la fuerza de las manos, otras valiéndose de las miradas cómplices y mediante un diálogo fluido y natural. Juntos dan vida a una pieza dinámica que es en sí misma una obra maestra, sintética y original, y que se construye desde un mimado lenguaje, que sirve de herramienta precisa con la que ir dirigiendo al público.

Juan Luis Iborra firma y dirige Rubio extraclaro con agua de 40, una pieza que se desarrolla en una peluquería, entre dos amigas chonis que interpretan Luna Roca y Sara Gómez. Es quizá la obra más floja de las cuatro, la más insustancial y, en el fondo, la más parecida a lo que Telecinco programa a diario, eso de ver vidas ajenas que nos importan encerradas al otro lado del televisor. En esta caso estamos frente a dos mujeres hablando de sus sueños construidos en el aire sobre un par de términos que interpretan más que conocen, para experimentar aquello que no está en su naturaleza. Personajes pasados de rosca, sin esperanzas, que hablan mientras se tiñen para parecer lo que son.

Lo novedoso de Microteatro por dinero es esa posibilidad de cercanía entre el público y los actores, que dan a cada obra una proximidad que no se encuentra en otros formatos del teatro. No sé lo que sentirán los actores al percibir al público tan cerca que si estiran las manos son capaces de tocarlos, pero sí soy capaz de respirar esa especie de adrenalina que se va generando entre todos y que queda flotando, de sesión en sesión, en el ambiente de cada una de las salas. Una experiencia que merece la pena.

A modo de pequeño anecdotario: Microteatro por dinero también sale de gira: llevan seis de sus obras a la antigua cárcel de Segovia, hoy convertida en Centro de Creación. En sus celdas, hasta el mes de octubre, y dos días al mes, se representan seis veces cada una de las seis obras que forman la gira. El sistema es el mismo que en la sala de Microteatro por dinero: microobras, de menos de quince minutos, para quince espectadores por pase.

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