jueves, 15 de marzo de 2012

¿Y ahora a dónde vamos?, situar la vida por encima de cualquier conflicto

La segunda película de la directora libanesa Nadine Labaki mantiene la misma fuerza y espíritu con las que conquistó al público en su anterior trabajo, Caramel

Cartel de la película ¿Y ahora a dónde vamos?
Cartel de la película ¿Y ahora a dónde vamos?
El cine también puede ser un potente arma de guerra, una forma indolora de lucha contra la injusticia y la sinrazón humana. Así nos lo quiere mostrar Nadine Labaki en su segunda película, ¿Y ahora a dónde vamos?. Lo hace, sin perder un minuto, desde su arranque, cuando se ve el camino que lleva al cementerio del pueblo, el que recorre un cortejo de mujeres vestidas de negro bajo el calor de un sol abrasador. Suspiran, lloran, jadean, se golpean el pecho y aprietan las fotos que sostienen de sus maridos, sus hijos, sus padres… todos hombres que murieron jóvenes. Unas se cubren la cabeza con un velo, otras besan grandes crucifijos, pero juntas marcan el mismo paso al estilo de los nazarenos de Semana Santa. Todas ellas tienen idéntico pesar, el de compartir un duelo similar a consecuencia de una guerra inútil que se cobra las vidas de las personas a las que quieren. Cuando llegan a la entrada del cementerio, la procesión se parte en dos: una rama musulmana y la otra cristiana, con sus tumbas bien separadas a cada lado del camino.

¿Y ahora a dónde vamos? es una película que nos habla del sacrificio de las mujeres y de qué forma agudizan su ingenio para saber conducir a los hombres hacia un lugar de convivencia y paz. Viven en un país desgarrado por la guerra, así que este grupo de mujeres se reúne, al margen de sus credos religiosos, edades u opiniones políticas, con una determinación asombrosa en la que no cabe la menor fisura. Ellas despliegan su ingenio para inventar las estrategias y las pequeñas trampas que permitan que los conflictos no invadan su pueblo. Velan para que no haya el menor enfrentamiento. Discurren para solventar las diferencias. Y callan y sufren, llenas de silencios, rumiando solas, escondiendo lo que piensan que puede enfrentar a sus hombres. Están unidas por los lazos de la amistad y con la complicidad de su sexo, elementos que sitúan por encima de cualquier diferencia, y juntas, con sus pequeñas tretas, van a distraer la atención de los hombres para hacer que olviden su cólera instintiva y sus diferencias, porque todos podemos convivir si somos capaces de situar el valor de la vida sobre el de la guerra. Ellas están dispuestas a todo, sea lo que sea.

Cuenta en sus entrevistas Nadine Labaki que es consciente de su responsabilidad en este mundo como madre y como mujer, que sabe que puede hacer algo, que debe, con su cine, cambiar las cosas. Siente que puede educar de una manera diferente porque propone una manera alternativa de pensar que quizá le sirva a la próxima generación. Añade que «si cada una de nosotras, como mujeres y como madres, pensamos de esta manera podemos lograr un cambio. Empieza por nosotras, por lo que contamos a nuestros hijos, de qué forma los educamos, cómo les hacemos pensar, cómo dirigimos sus pensamientos en una forma nueva y alternativa de pensar. Y sí, creo que tenemos una gran responsabilidad en ese sentido. Si todas somos conscientes de esa responsabilidad, podemos hacer un gran cambio en este mundo. Ahora duermo mejor pensando que al menos he intentado cambiar algo».

Una escena con las mujeres de la película ¿Y ahora a dónde vamos?
Una escena con las mujeres de la película ¿Y ahora a dónde vamos?
¿Y ahora a dónde vamos? es una película con muchos recursos para contar su historia. El primero es saber sembrar con humor gran parte del drama que nos muestra. Burlarse de las desgracias propias es la mejor forma de sobrevivir y también de encontrar la suficiente energía para seguir adelante en lo que se emprende. Ironiza para que en muchas actitudes encontremos lo ridículo que encierran, las aumenta, no para que veamos su tamaño, sino su importancia. También juega con los símbolos que rodean la vida y ese simbolismo lo lleva a los gestos, los comportamientos y las palabras. Hay un gran trabajo plástico a la hora de encontrar las imágenes con las que fabricar el cuento, y un esfuerzo por dotar de un ambiente mítico, y a la vez sencillo, que tenga la dimensión verdadera en la que se van quedando nuestros recuerdos de infancia al envejecer, con ese aire, en cierto punto, onírico. Se recrea en estas imágenes, colocando la cámara para que abarquemos la escena e iluminándola con mucha luz, como si siempre hiciera un día hermoso. Recurre a otros elementos más allá del texto. Hay canciones y bailes. La historia se salpica con lucidos cuadros musicales, como cuando las mujeres se reúnen para cocinar los dulces destinados a sus maridos. Todo ello consigue hacer del trabajo de Labaki un cine acogedor, próximo, directo y elaborado para entregarnos ese mensaje ya desmigado, para que no nos cueste nada digerirlo.

La mayoría, si le dieran a elegir, preferiría vivir en paz, pero hay demasiada crispación entre las personas y muchos países con armas que intervienen en guerras. Hoy en día, nuestra geografía resulta un mapa jalonado de banderas con conflictos armados. Lo que nuestras sociedades han fomentado ha sido el miedo atroz de los unos hacia los otros. Pero debemos unirnos para poner fin a esa escalada de violencia. Ese es el espíritu antibelicista que alimenta ¿Y ahora a dónde vamos?, porque los enfrentamientos entre dos confesiones nos resultan algo universal, que ocurren en demasiados lugares. Las guerras civiles nos desangran y hacen que las gentes de un mismo país, de una misma región, de un mismo barrio, de un mismo edificio, de una misma familia se enfrenten, aunque hubieran sido los mejores amigos hasta ayer. De lo que nos habla la película es de lo común, de los que nos asemeja y de cómo hacer para evitar más muertes.

Aunque es una coproducción entre Francia, Líbano, Italia y Egipto, la nacionalidad de su directora ha hecho que el rodaje se realice en el Líbano, de todas formas, el nombre del país no se cita en ningún momento de la película. El largometraje nos muestra un pequeño pueblo que se ha quedado aislado al otro lado de un puente destrozado. Es un lugar al que el acceso no resulta sencillo. Y ese aislamiento es la esencia con la que se crea el aire del relato, una especie de lugar de cuento en el que puede ocurrir lo más inesperado, para contarnos desde lo local una historia universal con un lenguaje simbólico que hasta los niños pueden entender.

Nadine Labaki desvela el origen de la película. Dice que el 7 de mayo de 2008 supo que estaba esperando un hijo. Ese día, en Beirut, ocurrieron unos disturbios políticos que hicieron que la gente volviese a salir a la calle armada. Pensó entonces en ese ser humano que estaba dentro de ella y en esa sociedad a la que iba a venir, en la que cualquier excusa es suficiente para coger las armas y salir a matarse. Entonces se hizo muchas preguntas: ¿qué ocurriría si su hijo fuese ya un muchacho cercano a los veinte años?, ¿se sentiría tentado como los otros a coger un arma y salir a las calles por sentir la necesidad de defender sus ideas o el edificio en el que vive?, ¿qué haría ella como madre en esa situación?, ¿hasta donde llegaría para impedir que se echase a la calle armado? Pensó en su responsabilidad y en que quería mostrarla en una película para que la viesen las generaciones más jóvenes. En realidad, confiesa, es un mensaje para su hijo, que está a punto de cumplir cuatro años, para que cuando sea mayor vea y entienda la postura de su madre, que sea capaz de darse cuenta de lo absurdo de nuestras reacciones primarias ante los conflictos, que sea consciente del sinsentido que suponen todas las guerras.

Pero Nadine Labaki, además de dirigir, se ha reservado para interpretar ella misma a una de las protagonistas, un personaje dulce de una viuda que se enamora de alguien que no practica la misma religión. Es el suyo un papel importante dentro de lo coral que resulta la película, una mujer más que representa la unidad y la lucha. En el reparto abundan los actores y actrices no profesionales, porque a la directora le gusta jugar con la realidad y poner a las personas en situaciones diferentes para que sean ellas las que evolucionen con su propia realidad y se la trasladen luego a los personajes. Esos gestos, voces y formas de ser propias impregnan la película para hacerla más auténtica.

¿Y ahora a dónde vamos?, es la duda que les queda a las mujeres de la película, cuando han intentado con todas sus fuerzas darle la vuelta a los mecanismos que producen todos los conflictos. ¿Y ahora a dónde vamos?, es la pregunta por resolver, pues desconocemos hacia dónde nos lleva un camino cuando queremos producir cambios en él. No sabemos en qué lugar terminaremos cuando empezamos a desarrollar una nueva forma de pensar, pero conocemos hacia dónde nos conducía el pensamiento único, los conflictos étnicos, los enfrentamientos entre dos confesiones, las guerras civiles. En nuestras manos está la posibilidad de intentar cambiar nuestro entorno más cercano y, aunque no se consiga, al menos sabremos que lo hemos intentado, que nadie puede culparnos de ser cómplices.

A modo de pequeño anecdotario: Cero en conducta es una web que utiliza el cine como herramienta educativa. Su eslogan es «Nos gusta el cine, nos gusta educar» y, bajo esa premisa, han elegido la película ¿Y ahora a dónde vamos? como un recurso a nivel educativo. Se puede acceder a esta iniciativa a través del blog Y ahora donde vamos avanzamos.

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