martes, 3 de abril de 2012

Los últimos días de Judas Iscariote, el derecho a la justicia

Una obra rompedora y contundente de Stephen Adly Guirgis


Martes 3 de abril de 2012. Matadero - Naves del Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro Los últimos días de Judas Iscariote
Cartel de la obra de teatro Los últimos días de Judas Iscariote
El montaje de la obra Los últimos días de Judas Iscariote resulta impactante. Así ocurre con el dinamismo del elenco que les lleva a actuar en cualquier punto de la sala: sobre el escenario, en los pasillos de la tribuna, detrás de los espectadores, en gradas, plataformas, subidos a una columna, boca abajo… Ese romper el tabú de los espacios resulta un tanto desconcertante, obliga al público a girarse constantemente, a sentirse inquieto en su butaca, a no poder verlo todo y a tener que servirse de todos los sentidos para asimilar el teatro. Del propio escenario, que es un gigantesco purgatorio, apenas se utiliza un pequeño rombo, el resto es el vacío de los grandes espacios que solo valen para hacer eco, cruzarlos como desiertos y mostrar nuestra insignificancia y soledad. Sobre el escenario no hay elementos, el atrezzo cae del cielo (un columpio, el paraguas que se ilumina, las luces que descienden solas, un micrófono y hasta el propio Judas Iscariote) o entra por la alejada puerta del fondo. Es un teatro diferente, innovador, que se sirve de otras disciplinas que trae al juego para emplear como altavoces con los que fortalecer la potencia del mensaje. Los últimos días de Judas Iscariote es una obra transgresora en el lenguaje y en las ideas, que no sabe de términos medios y que apuesta siempre por lo más contundente. Es rock & roll y es poesía a la vez.

En realidad no habla de los últimos días de Judas Iscariote como promete el título, sino del juicio a Judas. La obra se plantea como una vista oral por la que van pasando los testigos; personajes históricos de aquella época, pero también posteriores. Personajes a través de los cuales desmonta tres cosas: los hechos, la Historia y a los propios personajes al obligarnos a ver cada una de sus contradicciones. Por allí desfilan la madre de Judas, el apóstol Simón, Teresa de Calcuta, María Magdalena, Poncio Pilatos, Jesucristo, Freud, Satán… La obra se completa con un juez extravagante en el vestir de su uniforme y autoritario en las palabras, un fiscal quisquilloso que juega con los términos, una abogada defensora que todo lo racionaliza, Santa Mónica rogando a Dios y algunas escenas de la vida de Judas que se van recreando con los testimonios de los testigos.

El autor de la obra es Stephen Adly Guirgis, estadounidense de madre irlando-americana y padre egipcio, que representa un nuevo teatro, como de laboratorio, que preconiza una interpretación total de los actores y un texto efectista. A sus espectáculos prefiere llamarlos shows. No es ésta la primera obra en la que acude al tema de la religión. Aunque en esta caso no sea el asunto principal, sí forma parte del contexto y la realidad de la que parte. La cuestión sobre la existencia de Dios flota en aire, pero no es importante para el hombre que debe encargarse de resolver sus propios enigmas, construirse primero como persona. Pero, ¿a imagen y semejanza de qué? De sus propias preguntas. Un dios justo no permitiría el dolor que sufre Judas tras su traición, ni le condenaría por la desesperanza de un instante que le dominó. Si Judas sigue en el purgatorio, pendiente de juicio, habrá que preguntar sobre esa figura de Dios que o bien no es todopoderoso, o bien es solo un ser vengativo que ajusta cuentas y se olvida del amor al prójimo.

El amor y sus aledaños, aquello que lo hace fuerte o débil, es el tema principal de Los últimos días de Judas Iscariote, un amor que se sustenta en el libre albedrío, en la culpa y en la redención. Somos responsables de los actos propios que cometemos, con independencia de la posibilidad de condena o perdón. No hay por tanto buenos, ni malos, solo la verdad que busca el ser humano. La verdad es arte como dice la camiseta que viste Jesús hacia el final de la representación. A veces las respuestas nacen de la espiritualidad, otras de la reflexión. La que nos propone Stephen Adly Guirgis dinamita las bases de nuestra cultura proponiendo la figura de Judas Iscariote como el símbolo que cuestiona las inamovibles ideas establecidas que alguien nos dijo que no se podían cambiar. Las causas perdidas nos dan humanidad, nos obligan a ponernos en la piel de otro a quien se ultraja, sentir empatía por el diferente, por el culpable. En el fondo defender una causa perdida es un desahogo que nos descubre como personas, permitiéndonos escarbar en lo más profundo de nosotros mismos, entre los traumas latentes que encerramos y para los que no hemos encontrado respuesta.

María Morales y Alberto Berzal en una escena de la obra Los últimos días de Judas Iscariote
María Morales y Alberto Berzal en una escena de la obra Los últimos días de Judas Iscariote
Cada personaje que se sube al estrado representa las dos caras de una misma moneda, el testimonio que puede condenar o el que puede salvar, y cada testigo se enfrenta a esa dualidad, porque las cosas ya no son blancas, ni negras, sino que tienen matices de gris. Cuando hay posibilidades entre el sí y el no, cuando hay puntos medios, caminos por construir, es cuando surge la riqueza del pensamiento, el desafío a la inteligencia que debe argumentar, que debe convencer y que debe elegir.

El lenguaje es el arma principal de la obra, un lenguaje directo y sin concesiones a lo políticamente correcto, donde los santos dan el «coñazo» a Dios. Un lenguaje milimétrico en su precisión, como cuando utiliza «fanático» con el apóstol Simón, uno de los mejores y más actuales discursos del espectáculo. Un lenguaje en todas sus formas, como el sonido de una guitarra eléctrica dentro de la función. Todo sirve a la realización de un acto teatral. Así Los últimos días de Judas Iscariote utilizan el drama y la comedia simultáneamente, sin distinción, porque ambos elementos le permiten progresar y tomar nuevos puntos de vista que han evolucionado con el tiempo, pues de aquello que ocurrió en Judea han pasado casi dos mil años. También la incorporación de otras disciplinas audiovisuales a la obra y la colaboración de Luis Bermejo y Gustavo Salmerón la enriquecen; así ocurre en el caso de esas dos pequeñas pausas al juicio en las que vemos los testimonios en vídeo de San Pedro (Peter), San Mateo y Santo Tomás y que se convierten en las mejores piezas humorísticas de la obra, tanto que provocan auténticas carcajadas en el espectador.

Su estructura en tramos independientes, similar a una vista oral, es otro de los factores que fortalece la obra, pues permite un tratamiento particular de diferentes temas secundarios a la vez que se profundiza en lo general.

También destaca la maravillosa interpretación de todo el elenco, en una obra complicada y donde varios actores dan vida a más de un personaje. Todos brillan con luz propia dejándose la piel en un texto que sienten hasta la extenuación, pero en mi opinión sobresalen María Morales, Inma Cuevas, Alfonso Bergara y Luis Rallo.

El único pero que como espectador puedo poner a Los últimos días de Judas Iscariote es su excesiva duración, sus dos horas y diez minutos. Cada minuto debe servir para algo que lo justifique y en algunas ocasiones, se hace pesado; quizá porque la idea ya está sembrada y el discurso resulte redundante en ciertos casos. Los parlamentos de algunos personajes se recrean mientras que los de otros nos dejan con el sabor de la miel en la boca, deseando que hubieran seguido otro instante.

El teatro, como la vida, es mezcla, una confusa amalgama de culturas que producen preguntas y esperan respuestas. No deja de ser una enriquecedora actividad moral, política, intelectual y social. En eso Los últimos días de Judas Iscariote se puede considerar modélica.

A modo de pequeño anecdotario: Los últimos días de Judas Iscariote es una obra del autor estadounidense Stephen Adly Guirgis que se estrenó en The Public Theatre de Nueva York en 2005, con el actor Philip Seymour Hoffman como director. A Londres llegó al Almeida Theatre en 2008, esta vez dirigida por el británico Rupert Goold. En España es Adán Black quien se encarga de traducir, montar y dirigir la obra.

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