lunes, 28 de mayo de 2012

Profesor Lazhar, hablemos de educación, exilio y duelo

Philippe Falardeau logra una excelente película apoyada en la fabulosa interpretación de Mohamed Fellag

Cartel de la película Profesor Lazhar
Cartel de la película Profesor Lazhar
Es una lástima que, semana tras semana, nuestra cartelera venga siendo copada por el cine de entretenimiento que hace la industria estadounidense. Es una lástima que en la información cinematográfica de los grandes medios prime la publicidad hacia ese tipo de producciones en lugar de la debida información, que las televisiones, en lugar de hablarnos de cultura, les dediquen espacio en sus informativos anunciando a bombo y platillo las producciones, casi siempre vacías, de los seis estudios de cine norteamericanos que dominan la industria cinematográfica global. Es una lástima la cantidad de cinematografías de otros países que no llegan o se quedan en pequeños estrenos con un número muy reducido de salas. Canadá es uno de esos lugares de los que apenas aterriza alguna película en nuestra cartelera. Profesor Lazhar viene de aquel país y ha cruzado hasta nuestras salas porque su nominación a los Óscars ha facilitado su promoción aquí y porque esto ha hecho crecer una cierta curiosidad. Las buenas películas deberían viajar directamente por sus propios méritos. Hablar de temas como la educación, el exilio y el duelo, nos interesa, son temas arraigados en nosotros mismos y sobre los que tenemos opinión. No nos resultan lejanos, aunque se cuenten en otro idioma, con el acento dulce que tiene el francés, con la mirada triste del inmigrante, con el dolor de quien ha perdido a quien quiere.

A mí Profesor Lazhar, la película de Philippe Falardeau, me ha gustado mucho, especialmente por la forma de ir construyéndose a través de sus personajes, dejándoles hablar y escuchándoles. Tiene una extraña magia, la de abrir una ventana que permite colarse directamente en unas aulas por las que cada uno de los espectadores siente que ha pasado o por la que quiere ver la educación de sus hijos. Tal vez no sean iguales, estén llenas de diferencias, pero en el fondo nos traen recuerdos y olores de nuestra infancia, de lo que una vez nos pasó en ellas y de los primeros sueños que fuimos levantando. Pero no, Profesor Lazhar no es una película nostálgica. Es un historia de presente, de identidad y de deseos de hacer las cosas lo mejor posible: de enseñar para ayudar a construir personas.

Es la educación, el compromiso social que conlleva, el motor de la película. Una educación que tiene cuatro patas, como cualquier pupitre: profesores, alumnos, dirección del centro y padres. Cada pata se muestra en Profesor Lazhar, tanto en lo independiente como en las relaciones con el resto de partes. Y esa visión completa nos permite el mejor análisis. Nos muestra un mundo en el que hay profesores cansados, que piensan que lo que hacen es inútil, frente a otros que son pura ilusión, de los que saben enseñar y de los que están aprendiendo a hacerlo, de los métodos modernos y de los que recurren a su pasado para encontrar en la forma que ellos aprendieron la posibilidad de seguir enseñando. Instruir es una pasión que se afronta con muchas ganas y que de vez en cuando ofrece gratificaciones que cubren todos los malos momentos.

Sophie Nélisse y Mohamed Fellag en una escena de la película Profesor Lazhar
Sophie Nélisse y Mohamed Fellag en una escena de la película Profesor Lazhar
Profesor Lazhar nos da una buena visión de para qué sirven los profesores, cuál es su trabajo en el aula con los niños y de qué forman se establecen los vínculos. Pero también nos cuenta el camino de la experiencia, la forma de obtener del interior personal la fuerza para transmitir el conocimiento, así como para ayudar a explotar la creatividad y la inteligencia de los que se están formando. Potenciar a los que son brillantes y a la vez atender al resto para despertar la curiosidad que pueda hacer que sientan que ellos también pueden aportar dentro del aula. Bachir Lazhar (Mohamed Fellag) se ve atrapado en el interior de un sistema completamente tramado y que le resulta ajeno, por lo que tiene que buscar dentro de sí mismo para extraer recursos a partir de lo que a él se le enseñó cuando era niño, valores que hoy están desfasados en nuestra aséptica sociedad. Los métodos han cambiado y sin embargo hay algo profundo que sigue siendo igual: la magia de enseñar. Hoy se levantan barreras al contacto y todo se mira desde una óptica defensiva. La educación está en cierto retroceso y los colegios se van convirtiendo en lugares donde llevar a los niños y niñas mientras sus progenitores trabajan. Un almacén con ciertas obligaciones pedagógicas. Incluso hay padres que no quieren que el colegio sirva para educar a sus hijos, que de eso ya se encargan ellos.

El segundo de los temas tiene que ver con el exilio. Bachir Lazhar llega un tanto acobardado, pero con su dignidad intacta, sin contar su pasado y queriendo salir de él, de un dolor profundo del que no quiere hablar. Se comporta como una persona discreta, de emociones contenidas e interiorizadas. Es un hombre lleno de cualidades, como la mayoría de los inmigrantes que cruzan fronteras y se juegan la vida para poder tener un futuro.

Bachir llega a Montreal huyendo de Argelia porque no tiene otra elección, ya no puede vivir allí. Deja atrás una tragedia que bien podría haber sido el centro de la película, y sin embargo se convierte en un elemento más con el que se construye su identidad, el que le hace diferente. Bachir se convierte en ese extranjero de las películas del oeste que va a poder mirar sin prejuicios la sociedad a la que llega para encontrar el camino justo, el que los propios ciudadanos, después de tantos años, no ven por su visión conformista de lo que les rodea. Su mirada perturba lo establecido y nos llena de interrogantes, pues saca a la luz los problemas que nadie quiere enfrentar, los que están soterrados pero que palpitan.

Lazhar enfoca hacia un asunto que el resto de profesores y la dirección del centro no quieren confrontar. Esperan que se solucione con el tiempo y por sí solo, siguiendo las pautas del procedimiento administrativo correspondiente. Ese problema es la necesidad del duelo tras una tragedia ocurrida en el colegio. Con humildad, Bachir, afronta sus propias pérdidas para superarlas y poder acompañar a sus alumnos para que expresen con palabras los sentimientos que se les han quedado dentro. Con su profesor establecen un camino para sacar del silencio el tabú de la muerte y entender el proceso del duelo.

El final me resulta un tanto abrupto porque llega de golpe, sin preparación, y me deja con una historia a medias, como la vida misma, donde las cosas ocurren sin que las hayamos previsto del todo. Y sin embargo, cuando le doy una vuelta, veo que la película acabó en el momento justo, cuando ya me había contado y explicado todo lo que debía. Lo demás me queda como espectador para que yo pueda añadir al metraje lo que quiera, los rumbos que tome en mi cabeza. Lazhar no comenzó el curso y tampoco lo va a terminar, pero dejó memoria.

Lo cierto es que Philippe Falardeau construye una sensacional historia que se convierte en una película grande por la presencia de Mohamed Fellag, un artista y excelente actor que sostiene Profesor Lazhar desde su primera mirada, pues interioriza de tal forma su personaje que lo que trasciende es un hombre lleno de humanidad, alguien que nos va seduciendo con su dignidad, su coherencia, su entrega y sus sólidos principios. En él encontramos un carisma impensable, una imagen que reconocemos como ejemplo a seguir.

A modo de pequeño anecdotario: Profesor Lazhar es una adaptación de la pieza teatral de Evelyne de la Chenelière titulada Bashir Lazhar. La curiosidad de esta obra es que está interpretada exclusivamente por un personaje: el profesor que se dirige a la clase. Philippe Falardeau ha explorado en el mundo de la obra y ha ido construyendo con rotundidad el resto de personajes para la película, aunque siempre lo ha hecho con el acompañamiento y la aceptación de la autora de la pieza, que además interpreta en la película a la madre de Alice.

En mayo de 2008, el director visitó Argel para ver el lugar de donde Bachir procedía. Quería comprender los motivos por los que se había ido de su país y quería asimilar cómo era la vida de un empleado público allá; saber de lo cotidiano, de esos detalles que forjan a un personaje. Así logró entenderle.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quieeero la descripción psicológica de los personajes grache

Javi Álvarez dijo...

Entonces, anónimo, lo mejor es que vayas a verla