viernes, 29 de junio de 2012

¿Dónde encontramos la felicidad?

Rompecabezas es el primer largometraje que dirige la argentina Natalia Smirnoff

Cartel de la película Rompecabezas
Cartel de la película Rompecabezas
La 9ª Muestra de Cine de Lavapiés regresa a La Bagatela para una nueva proyección. Esta vez se aleja del documental para entrar directamente en el mundo de la pura ficción de la mano de dos directores latinoamericanos. Se proyecta en primer lugar el cortometraje del cubano Alberto Valhondo Marta. En apenas tres minutos y medio nos cuenta una historia angustiosa: un hombre que llama por teléfono a su madre para despedirse porque huye, la madre que desea contestar, el padre que lo impide. Lo que resulta más sugestivo es la atmósfera del carcelero creada por el autor, con ese semblante vencedor que nos indica que siempre su voluntad prevalece sobre la del resto, los que viven presos, los repudiados.

Natalia Smirnoff es una joven que iba para ingeniera de Sistemas Informáticos, que ya trabajaba de eso para una televisión por cable, y que por su trabajo se pasaba el día volando de un lado para otro. Un día el avión en el que viajaba casi se cayó. No le pasó nada pero algo en ella cambió: abandonó sus estudios a unas semanas de acabarlos, se matriculó en la facultad de Cine y tres años después dejó su anterior profesión en la cadena de televisión para dedicarse a rodar películas con personas tan relevantes como Pablo Trapero, Jorge Gaggero, Alejandro Agresti, Lucrecia Martel, Verónica Chen y Ariel Rotter. Rompecabezas es el primer largo que dirige.

Al arrancar la película nos topamos con María del Carmen, una mujer omnipresente, sin un segundo de descanso ni en su propia fiesta de cumpleaños. Ella se encarga de la casa, cuida de los hijos, cocina y el largo etcétera de las tareas cotidianas que forman la vida de un ama de casa. La de María del Carmen es una vida sin sustancia propia, como la de muchas otras mujeres dulces y bondadosas que han postpuesto sus sueños por los de la familia, dedicadas en cuerpo y alma a los otros, tanto que se han anulado como personas. Ese comenzar desde lo anodino, algo que no hace presagiar una película de acción, es la trampa que utiliza Natalia Smirnoff para sorprendernos con una película vitalista y llena de encanto.

María del Carmen descubre a los cincuenta, por un regalo de cumpleaños, una habilidad nueva, ella es capaz de armar rompecabezas con mucha rapidez. Es algo innato, que siempre había estado allí pero sobre lo que nunca había puesto su atención. Llega a esta afición tarde y sin formación previa, pero tiene un instinto con el que construye su propio estilo, uno que no sigue las normas elementales de hacer primero los bordes, separar por colores, detalles, formas… Lo hace a su manera, como ha hecho casi todo en esta vida. Ella mira las piezas del puzzle por separado, busca la que necesita en cada momento y la va uniendo al resto con mucha delicadeza.

María Onetto y Arturo Goetz en una escena de la película Rompecabezas
María Onetto y Arturo Goetz en una escena de la película Rompecabezas
En la madurez, una mujer que no ha hecho otra cosa que cuidar de su familia, se encuentra con que toda su felicidad ha consistido en amar a un hombre y ver crecer a sus hijos. Pero siempre llega el momento trágico para las madres, aquel que ocurre cuando los hijos empiezan a hablar de una decisión que les ronda por la cabeza: volar por sí mismos e irse de casa de sus padres. Percatarse que esta situación va a suceder supone un cierto vacío, pues es entonces cuando se percibe que se carece de vida propia al margen del rol de madre y esposa. En ese momento no queda otra solución que la de buscar un camino nuevo para los años que quedan. María del Carmen está acostumbrada a las cosas sencillas, por eso, tirando de esa nueva pasión de armar puzzles que le roba horas de la noche para seguir juntando las piezas, que le enseña a guardarse sus secretos por primera vez, va a encontrar el eje de su desarrollo personal.

Aún queda tiempo para vivir una vida propia, solo hace falta dejar entrar un aire fresco por la ventana. No rechaza la felicidad pasada: el amor a su marido, un día de campo, pescar en silencio al atardecer en un viejo embarcadero… Pero se da cuenta de que necesita nuevos pequeños detalles con los que ser feliz. Rompecabezas nos habla de ese proceso, del punto de inflexión en el que se vira el timón con fuerza de voluntad y mucha determinación, un poco por azar, sin romper con nada, pero haciéndose valer y sabiendo que no hay retorno. Esa fuerza que no se le veía a la protagonista a primera vista, siempre ha estado en ella, en su constancia, en su entrega y, cuando gira, en la determinación absoluta de seguir armando rompecabezas.

Dice Natalia Smirnoff sobre las mujeres que se limitan a ser amas de casa que «es muy importante que las mujeres puedan trabajar y ganarse la vida, para que puedan ser independientes y adultas. Si el marido es el único en ganar dinero, la esposa se convierte un poco en hija. La gran tragedia llega cuando todos se van y se queda sola en casa sin nada que hacer. Demasiadas mujeres pierden la cabeza después de los cincuenta». En ese punto se les hace necesario encontrar una nueva faceta con la que sentirse útiles y que les permita un nuevo equilibrio dentro de su vida. Rompecabezas no tiene otro secreto que saber explicarlo.

Me gusta el ritmo de la película, pausado pero bien dirigido a un objetivo. No se pierde por las ramas, sino que cada escena cuenta lo que necesita para construir la trama, así que nada le sobra. El espectador no sabe más que María del Carmen, lo que ve es lo que le va ocurriendo a ella, al mismo tiempo. De esta forma le permite al espectador compartir con la protagonista su experiencia y sentirla a la vez, con los mismos impulsos que se sienten desde su punto de vista. Algo que no se conseguiría sin en el enorme y estupendo trabajo de María Onetto, que con una interpretación de pocas palabras, pero muchas miradas inteligentes, nos introduce en el interior de esta madre. Una labor en la que colaboran con mucha maestría los actores Arturo Goetz y Gabriel Goity que la acompañan.

jueves, 28 de junio de 2012

Las dictaduras producen muertes que nos llenan de vacío

La Tabacalera se convierte en un cine de verano para acoger la proyección de la película de Adán Aliaga La mujer del Eternauta

Cartel de la película documental La mujer del Eternauta
Cartel de la película documental La mujer del Eternauta
Continúa el cine gratuito y callejero en Lavapiés, el del compromiso con la multiculturalidad y la vida, el que nos habla de personas que dan ejemplo de lucha y solidaridad, el que ha seleccionado la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés para el disfrute de sus vecinos. En esta ocasión es la Tabacalera, convertida en cine de verano, el espacio que acoge la proyección. La enorme pantalla se ha colgado de su fachada trasera y comparte frente con antiguas ventanas enrejadas y una larga chimenea que sube por toda la pared recordando el pasado industrial del edificio. El tiempo, que suele hacer estragos, ha roído el cemento durante los años de abandono. Las paredes más próximas, aquellas a las que se llega estirando el brazo o subiéndose a un pequeño andamino casero, han sido decoradas con murales que nos dicen que el lugar está lleno de vida, de gente que participa. Los muros del edificio no son otra cosa que el tablón sobre el que plantar los sueños, el artificio sobre el que plasmar nuestros anhelos como sociedad y también el que recoge nuestros miedos. El esqueleto de un dinosaurio en pintura comparte espacio con una jardín de cactus o con una barra en la que se sirven zumos y que está presidida por un botijo colectivo, o también con una mesa de comida árabe en la que te atienden tres mujeres vestidas a la manera de sus orígenes. Es la diversidad lo que hace del patio de la Tabacalera un espacio de convivencia, de todos, de cada uno, un lugar donde confluir y participar, que estimula y contagia.

La sesión de la noche la abre un cortometraje de Irene Garcés titulado Tierra estéril. Es un trabajo lleno de simbolismo, donde las imágenes cuentan la tragedia que se calla. Pero el plato fuerte de la noche, el que ha concentrado a la mayoría, es la proyección del documental La mujer del Eternauta, de Adán Aliaga. Se trata de un trabajo excelente, entre lo más destacable de la Muestra de este año.

La película tiene un comienzo muy atrayente, con la recreación del personaje del cómic argentino del Eternauta en un mundo apocalíptico del futuro que bien podía representar la Argentina de las dictaduras de finales del siglo pasado con la que está llena de paralelismos. El Eternauta es un hombre que emprende un camino para encontrar a su familia y se va convirtiendo en héroe sin querer y siempre desde su humanidad y trabajando con los demás. Su autor fue Héctor Oesterheld quien el 27 de abril de 1977 fue secuestrado por las fuerzas armadas en La Plata. No le detuvieron por el personaje que había creado, sino por su militancia política. Lo mismo que les había ocurrido a sus cuatro hijas, Diana, Beatriz, Estela y Marina, y a sus yernos. La historia del Eternauta, de Oesterheld y de su familia se va escuchando contada por distintas voces. No aparecen en cámara, pero van dando su opinión, como si fueran fantasmas que no se hacen presentes hasta la parte final del documental. Hasta entonces se les escucha mientras las imágenes vagan de un lado a otro de Buenos Aires, buscando dentro del mismo mundo del futuro por el que se desenvolvía el personaje del cómic.

Poco a poco va apareciendo la mujer de Oesterheld, la viuda del Eternauta, Elsa Sánchez. Lo hace entrando como en sombras, sin llamar la atención, para ir contando lentamente su verdad. Arranca desde lo cotidiano, mientras ve la tele y comienza a charlar con la asistenta de un pan que ya no está bien, con pura trivialidad. Frente a ese plano personal, el documental nos cuenta una historia difícil, la de una mujer a la que la dictadura le arrebató a su marido y sus cuatros hijas, que los hizo desparecer y los asesinó. La película habla sobre el vacío que le ha producido a Elsa Sánchez la pérdida de toda su familia y cómo ha logrado convivir con ese vacío tan doloroso. Nos explica una historia conmovedora, cargada de sentimientos, de emociones, que no puede dejar indiferente a nadie.

Elsa Sánchez en una escena de la película documental La mujer del Eternauta
Elsa Sánchez en una escena de la película documental La mujer del Eternauta
Uno de los mayores aciertos de La mujer del Eternauta es el de presentar a Elsa Sánchez a través de dos niveles, el plano personal y familiar y el político. De esta forma se va reconstruyendo la personalidad de una mujer que nace para llevar los apellidos de su esposo, pero a la que la vida le cambia el rumbo y termina siendo ella misma, con sus propio nombre, con su propia historia de lucha para mantener la dignidad de los que ya no están, para exigir justicia. Seguir con vida le hizo pasar de una simple mujer trabajadora a una líder, algo que tuvo que ir aprendiendo sobre la marcha. Antes de que todo ocurriera era un ama de casa prudente, una mujer de militancia cero, lo que posiblemente fuera la causa determinante que le permitió salvar su vida y convertirse en la única superviviente de su familia.

En el pasado no compartió con ellos los mismos ideales políticos, como si esos temas en la familia se le escondieran para que no llegasen hasta ella. El peronismo es un movimiento muy complejo, algo que en Argentina todos entienden pero que ninguno sabe explicar con palabras. Héctor Oesterheld y las cuatro hijas del matrimonio eran montoneros, que es la línea de la izquierda y el justicialismo dentro del peronismo. En el presente todo ha cambiado para Elsa Sánchez, su imagen de luchadora, infatigable y fuerte, se asocia con los Kirchner, la misma rama justicialista que compartió su familia y cuya militancia en ella determinó sus desapariciones y ejecuciones.

El documental es una versión descargada de prejuicios, despegada de la visión que podría expresar un argentino y más próxima a la que pueda tener un gallego que acude a una de las charlas que Elsa Sánchez dio por España hace unos años. Eso hace que el componente político quede muy desdibujado. Quizá el único flanco débil que tiene le película sea su escasa implicación política, algo que se ha sustituido por profundizar más en lo emocional.

La mujer del Eternauta es un homenaje a Elsa Sánchez. El equipo de la película reconoce que el hecho de haber convivido unos meses con ella les ha cambiado la vida. Cuentan que la película ha ido variando durante todo el proceso, desde el guion original hasta el resultado final con el que el equipo afirma sentirse muy satisfecho. No es para menos, han hecho una gran película.

martes, 26 de junio de 2012

Yo muero hoy, un manual de activismo

La escritora Olga Rodríguez presenta su libro sobre los movimientos sociales del mundo árabe y sus revueltas para dejar de ser súbditos y convertirse en ciudadanos


Miércoles 26 de junio de 2012. Librería La Marabunta. Madrid

Olga Rodríguez durante la presentación de su libro Yo muero hoy (Foto: Toni Gutiérrez)
Olga Rodríguez durante la presentación de su libro Yo muero hoy (Foto: Toni Gutiérrez)
En el libro Yo muero hoy la periodista Olga Rodríguez trata el tema de los movimientos sociales en el mundo árabe, abordándolos desde su experiencia como periodista independiente y a través de testimonios de personas que viven allí y que han formado parte de dichos movimientos. El libro salió publicado por la editorial Debate el 10 de mayo de este año. A la autora le tocó presentarlo en Madrid el 22 de mayo, día para el que la Enseñanza había convocado una jornada de huelga, y aún así acudieron más de trescientas personas a la presentación. Hoy, un mes después, el libro sigue despertando muchísima curiosidad e interés. Así lo demuestra que no cupiera nadie más en la librería La Marabunta para escuchar a la periodista hablar de él.

Tras una breve presentación de su amigo Javier Couso, Olga Rodríguez arrancó con una anécdota para simbolizar la importancia de las revueltas del mundo árabe en otros movimientos sociales surgidos en Occidente. Cuanta que tras la manifestación del 15-M, cuando un grupo se quedó a hacer noche, una amiga la llamó por teléfono para preguntarle cómo se habían organizado en la plaza Tahrir. Dice que Yo muero hoy es un libro sobre un periodo convulso que marcará una época de despertar. Su intención ha sido la de contextualizar lo que ha ocurrido y lo que está pasando en esos países. Insinúa que podría considerarse un manual de activismo porque describe las tácticas revolucionarias del mundo árabe al contar los retos y los obstáculos a los que se han tenido que enfrentar los movimientos sociales. Añade que también sirve para establecer paralelismos con lo que tenemos aquí, porque hay problemas globales que piden soluciones globales.

El origen está en una nueva actitud psicológica que les ha llevado desde la indignación a las revueltas. Lo que ha ocurrido es que mucha de la población de los países árabes ha decidido dejar de ser súbdita para convertirse en ciudadana. Con esa idea se ha abierto un proceso de conquista de las calles en el que sus demandas han sido políticas, sociales y económicas. Tres factores éstos que se resumen en la mayoría de los eslóganes que corean, como el de «Pan, libertad y justicia social». Quieren una condiciones laborales dignas, que se fije un salario mínimo, pero también un salario máximo. No tenían experiencia sindical, así que cada una de sus reivindicaciones sale del instinto obrero y desde ese espíritu piden un cambio. No hay peticiones religiosas en sus demandas, rompiendo con ello los estereotipos occidentales que vienen usando desde hace bastante tiempo los medios de comunicación para referirse al mundo árabe, limitados siempre a transmitir homogeneidad y fundamentalismo. Pero la realidad de estas revueltas nos habla de diversidad. Todo esto lo cuenta Yo muero hoy a través de las historias de sus personajes, una minoría que no se acomodó en su sofá como el resto, sino que salió a las calles a trabajar por un cambio profundo.

Las revueltas de la primavera árabe, no surgen de la noche a la mañana, sino que hay unos antecedentes previos que confluyen hasta terminar desencadenándolas. Centrándose en Egipto cuenta la periodista como preámbulo de estos movimientos las manifestaciones para condenar la política exterior del acuerdo de paz de Camp David firmado con Israel, porque un Egipto libre y democrático daría la espalda a Israel. En el año 2000 surgen las primeras agrupaciones contra Mubarak que con los tambores de guerra en Irak sonando en el año 2003 se amplifican. Ese año surge Kifaya (basta), un movimiento político urbano y de clase media opuesto al régimen que va a jugar un papel primordial. Las manifestaciones de esta organización son duramente reprimidas, pero no cejan. Empiezan a tener más apoyos y seguidores por enfrentarse a las políticas neoliberales emprendidas en el país tras la presencia de organismos internacionales que empujan a que se apliquen la reducción del déficit, la bajada de salarios, los recortes en los Servicios Públicos de la Sanidad y la Educación… Sus demandas enfrentadas a estas políticas injustas son compartidas por un amplio sector de la población. En diciembre de 2006 comienzan a hacerse presentes los movimientos obreros cuando más de 3.000 mujeres del complejo industrial del delta del Nilo de Mahalla dejan sus máquinas de coser y van tomando la fábrica al grito de «¿Donde están los hombres? ¡Aquí estamos, las mujeres!» reclamando el pago de unos bonos adicionales que el gobierno había prometido unos meses antes. Esta situación fue el desencadenante de un conjunto de huelgas en todo el país reivindicando condiciones de trabajo más justas, salarios dignos y despidos de los gerentes que cometían abusos. Durante 2007 todos los meses hay huelgas. En 2008 el precio del pan sube a diario, incluso algún día llega a duplicarse y triplicarse. Finalmente el 6 de abril de 2008, los movimientos obreros de las fábricas y los movimientos urbanos sociales coinciden en una jornada de huelga y se organizan manifestaciones conjuntas. En 2009 el acoso de Israel a la Flotilla de Gaza también es motivo de reivindicación. Durante 2010 se viven más protestas y huelgas. En julio de 2010, en las calles de Alejandría, el joven bloguero Khaled Said es apaleado hasta la muerte por la policía. Todos estos acontecimientos son un prólogo hacia las revueltas de 2011, los que han ido construyendo el tejido social importante que las sostiene, con gente volcada en luchar por el cambio. Como dice Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».

Javier Couso y Olga Rodríguez durante la presentación de su libro Yo muero hoy (Foto: Toni Gutiérrez)
Javier Couso y Olga Rodríguez durante la presentación de su libro Yo muero hoy (Foto: Toni Gutiérrez)
La plaza de Tahrir se ocupa el 25 de enero de 2011 y en 18 días de protestas los manifestantes consiguen que caiga Mubarak y su régimen dictatorial represivo. Durante esos 18 días, las fuerzas policiales entraban en la plaza usando fuego real, balas de verdad que supusieron un alto precio en vidas humanos por conseguir la libertad. Después de cada desalojo, el pueblo regresaba a la plaza. «Yo muero hoy» era el eslogan que se coreaba cuando entraban las fuerzas represivas disparando. Lo gritaban las clases más humildes que no tenían nada que perder, y también las clases medias que empobrecidas se sentían humilladas porque había subido el desempleo y veían que ya no iban a tener acceso a una vida digna. «Yo muero hoy» es el grito frente la represión, el que Olga Rodríguez utiliza para dar título a su libro. Explica que no lo interpreta como el deseo de querer morir, sino más bien como el deseo de recuperar la dignidad.

También habla la periodista de la situación actual y un tanto compleja. Explica que han empezado a intervenir en ella una serie de actores internos con el fin de secuestrar o encauzar la revolución. Las fuerzas militares del país así se están comportando con torturas, exámenes de virginidad y demás elementos disuasorios utilizados contra el pueblo. Pero también hay actores externos de injerencia, como es el caso de los EE.UU. que aporta 1.300 millones de dólares anuales de ayuda al ejercito y que éste año también ha renovado. Su intención es que no se detenga la aplicación de las políticas neoliberales que tanto daño están haciendo a la población, como así señalan algunos de los documentos aparecidos en Wikileaks. También se puede observar la presión que ejercen Israel, Arabia Saudí y otros países del Golfo Pérsico, pues Egipto es una piedra angular de la región.

Las elecciones legislativas las ganaron los Hermanos Musulmanes. Fueran unas elecciones que se celebraron bajo el paraguas de la Junta Militar y que por tanto la izquierda no dio por legítimas. Para las presidenciales, la Junta Militar ha dejado fuera a candidatos válidos y sin embargo ha permitido la presencia de dos candidatos relacionados con el anterior régimen. Parece que hay ciertas irregularidades en ese proceso, a lo que hay que añadir que dos días antes de celebrarse el Tribunal Constitucional disolvió el parlamento. Tras las votaciones en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, la Junta Militar ha dado un golpe de estado encubierto. A la media hora de cerrarse los colegios, asumió el poder legislativo y anunció una serie de disposiciones que les permiten controlar el país y la futura constitución que se redacte. La Junta Militar ha dicho que va a seguir mandando, aunque no consiguieron ganar las elecciones con su candidato Ahmed Shafiq. A las cuatro de la mañana Mohamed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, anuncia que ha ganado, pero la Junta Militar condena dicho anuncio. Finalmente la presión del pueblo les ha obligado a aceptar a Morsi, pero el largo periodo de una semana que ha transcurrido entre las votaciones y el reconocimiento del vencedor nos puede hacer pensar que ha sido un periodo de negociación entre los diferentes agentes y el nuevo gobierno de los Hermanos Musulmanes. Ya se ha dejado todo bien atado. Un ejemplo es que Morsi ha anunciado que no tocará los acuerdos internacionales.

Sobre los Hermanos Musulmanes, la periodista ofrece su visión. Señala que con los recortes en Servicios Públicos, la Sanidad ha dejado fuera a mucha parte de la población, principalmente a las clases más desfavorecidas. Los Hermanos Musulmanes han venido supliendo este vacío dejado por el estado y han asumido la asistencia a toda esas personas que se había quedado sin atención sanitaria. Sus líderes son gente multimillonaria, empresarios que aplican políticas neoliberales. Su masa social es amplia, y en ella también están obreros que participaron en las huelgas. Esto hace que tengan ciertas tensiones y también escisiones. Por otro lado existe una gran diferencia generacional entre sus dirigentes y los jóvenes musulmanes que también integran el partido y que más de una vez han dado la espalda a sus líderes. Los Hermanos Musulmanes marcaron desde el principio una gran distancia con los llamados revolucionarios a los que no apoyaron, ni estuvieron de acuerdo con sus demandas. Sin embargo, tras las elecciones han tendido puentes con las organizaciones que participaron en las revueltas, quizá porque se han visto maniatados para gobernar, lo que les ha obligado a hacer una llamada a la unidad. Cuanto más difícil se lo ponga la Junta Militar, más van a invocar esa unidad. Sobre la separación Estado-Iglesia dice que es algo aún pendiente, como aquí. No es incompatible democracia e islamismo. Los medios occidentales agitan el fantasma del islamismo para defender y justificar la presencia de dictaduras en la zona, pero la realidad es que, en líneas generales, los Hermanos Musulmanes son una organización moderada que gobernará renunciando a muchas medidas impopulares y al fundamentalismo. Las políticas neoliberales por las que apuestan son contrarias a las demandas de las revueltas, por lo que no les resultará fácil aplicarlas. De la misma forma sus política de caridad no van a ser suficientes, pues el 40% de la población vive con menos de dos dólares diarios. Ahora veremos cómo se mezclan con las demás fuerzas y a qué alianzas políticas se llegan.

Presentación del libro Yo muero hoy en la librería La Marabunta (Foto: Toni Gutiérrez)
Presentación del libro Yo muero hoy en la librería La Marabunta (Foto: Toni Gutiérrez)
Preguntada sobre el 48% de votos que ha obtenido Shafiq, Olga Rodríguez explicó que aquí también hay mucha gente que votó por Rajoy. Añade que resulta difícil romper el pensamiento dominante y que las organizaciones que han participado en la revolución son jóvenes, clandestinas y por tanto sin una estructura, ni una financiación detrás. El cambio da miedo y en nombre de la estabilidad se llegan a decir y hacer auténticas barbaridades. Pero no hay estabilidad posible sin justicia social que luche contra las desigualdades. Aunque han surgido muchos grupos de izquierdas, a las elecciones se han presentado por separado, sin unirse. Se ve una cierta ausencia de liderazgo y muchas discrepancias. Si se hubieran aliado, la suma de sus votos los colocaría por encima de los ganadores. Deben seguir trabajando sin renunciar a la fuerza de la calle ni al movimiento obrero.

Sobre la cobertura mediática la periodista dice que los medios españoles han cubierto las noticias siempre desde los estereotipos y, una vez finalizadas las revueltas, sin darle demasiada transcendencia. Han cubierto las noticias por el efecto dominó, haciéndose eco de lo que otros medios internacionales emitían. Desde Occidente, para con estos países y por intereses políticos, se usa una visión paternalista y colonial que ve esas culturas como inferiores y bárbaras, estigmatizando a una población que no se considera a la altura de la libertad. Pero sus demandas echan por tierra esos esteoritipos que defienden lo indefendible. Por esos estereotipos tampoco han mostrado la presencia activista de las mujeres, ni han recogido los debates sobre la igualdad de género que ha surgido en la sociedad egipcia que ve en el sexismo y machismo un problema gravísimo que se viene arrastrando desde el pasado.

lunes, 25 de junio de 2012

Las ciudades invisibles que habitan los «sin papeles»

La Muestra de Cine de Lavapiés nos adentra en la miseria alrededor de la inmigración ilegal

Cartel de la película documental Quils reposent en révolte (Des figures de guerre)
Cartel de la película documental Qu'ils reposent en révolte (Des figures de guerre)
La taberna Alabanda es uno de los bares clásicos de Lavapiés, de los de barra larga y caña fría. En su parte de atrás tiene un escenario en el que unas veces toca algún grupo y otras proyectan películas. Hoy tocaba película, pues la taberna es uno de los locales que participa en la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés.

Hay documentales que sirven para informar, como ocurrió con la programación de ayer en la Muestra. Otros, sin embargo, lo que pretenden es que el espectador pueda meterse en la piel de otros semejantes. No resulta tarea fácil hacernos sentir lo que padecen algunos seres humanos que han tenido mucha menos suerte que nosotros. De este segundo grupo es Qu'ils reposent en révolte (Des figures de guerre), un trabajo del director francés Sylvain George que retrata la inmigración ilegal en Francia. Para ello rodó durante más de tres años en Calais, punto habitual de paso en las rutas de la emigración hacia Inglaterra. Allí llegan personas de diferentes lugares del mundo y esperan con paciencia su oportunidad para poder cruzar al otro lado del Canal de la Mancha. Unos lo harán intentado colarse en alguno de los muchos camiones que por allí circulan y otros a través del puerto marítimo. Su espera se hace larga y Sylvain George no pierde detalle. Nos muestra con dureza las condiciones infrahumanas en las que se ven obligados a convivir.

El espectador se adentra en lo cotidiano de la vida de estos emigrantes clandestinos. Con lentitud y paciencia, la misma con la que ellos pasan el día esperando, vamos viendo lo que hacen y cómo entretienen las horas muertas. Se dedican a su higiene personal, a buscar su oportunidad, a ir de un lado para otro, a correr delante de la policía que les hostiga, a charlar y a recordar. De esa forma se nos va haciendo visible la ciudad fantasma de los emigrantes, esa que pasa desapercibida y que los medios ignoran por lo general. Ellos, los que viven en ella, le han dado un nombre: «la jungla».

Quizá las partes más interesantes del documental ocurren cuando algún inmigrante cuenta su historia a la cámara. Cada una de ellas narra una tragedia, una muestra de superación humana, una esperanza incansable de encontrar un lugar mejor donde labrarse un futuro próspero. El sufrimiento y el dolor es la otra cara de la moneda, algo que Sylvain George no nos escamotea. Así nos muestra los primerísimos planos de los pies destrozados de tanto caminar cuando llegan o la forma en la que se van quemando o cortando las huellas para no ser identificados. Si las imágenes y las palabras son impactantes, no lo son menos los silencios explícitos, e incluso la eliminación del audio. Pequeños espacios para que el espectador pueda reflexionar sobre lo que ve.

Una escena de la película documental Quils reposent en révolte (Des figures de guerre)
Una escena de la película documental Qu'ils reposent en révolte (Des figures de guerre)
Se habla de contrabandistas pero no aparecen. Los que sí salen son los políticos y lo policías, dedicados a perseguir a los inmigrantes sin papeles constantemente. Esa presencia policial se hace más numerosas, represiva y brutal cuando se desmantela el campamento de los clandestinos para proceder a su deportación.

Abundan en el documental las imágenes en las que se contempla el agua, ya sea un río, las olas del mar, una fuente de la que va cayendo o la lluvia. Sirven por su sonoridad, por su grandeza, pero también por convertirse en una metáfora de que el agua siempre sigue la corriente y camina hacia su destino: el mar. Si la transportas de nuevo a su origen, volverá a hacer el mismo camino, tantas veces como lo intentes. Así de terca es la naturaleza. La inmigración sigue las mismas pautas. Ninguna deportación es una solución. Si las condiciones de vida en sus países de origen no mejoran, ellos volverán a llegar otra vez, y otra, y otra… Hasta que lleguen a su destino o mueran intentándolo.

Qu'ils reposent en révolte (Des figures de guerre) nos muestra las condiciones de vida de esta inmigración ilegal de Calais y lo hace tratando de ser objetivo, desde un plano de igualdad entre quien retrata y quien es retratado. El uso del tiempo lento, casi real, es otro de los atributos que definen el documental. Sin duda esa igualdad y proximidad que se establece son dos factores que trabajan para conseguir la empatía buscada. La realización en blanco y negro potencia la oscuridad e iguala la luz de las muchas horas de rodaje. Mucho trabajo que hace que el documental sea largo, de dos horas y media.

Sylvain George consigue ese objetivo inicial de ponernos dentro de la piel de otros. Y sin embargo, el visionado de su película resulta duro de ver. La excesiva duración, lo contemplativo y los muchos silencios hacen que Qu'ils reposent en révolte (Des figures de guerre) tenga un público reducido, el realmente interesado en saber sobre las condiciones de vida de los inmigrantes ilegales que llegan de paso a nuestra ciudades.

domingo, 24 de junio de 2012

Donde prima lo privado se deshace lo público

El desmantelamiento de lo público y la ausencia de un derecho real a una vivienda marcan la temática de la jornada en la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés

Dos de los mediometrajes que se presentan este año en la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés son ElectroClass y Diari d'una mercaderia. Se proyectan en La Bagatela, una Asociación cultural que promueve las artes escénicas, visuales y el pensamiento contemporáneo. El local, de paredes blancas, tiene dos plantas. En la superior, la que te encuentras nada más entrar, hay dos espacios diferenciados: un lugar con sofás para charlar cómodamente o leer los libros de una bien provista estantería y otra parte, más hacia el interior, a la que se accede tras cruzar bajo la viga maestra de madera. Este segundo espacio lo preside una mesa de cajones, detrás de la que a estas horas se encuentra uno de los socios. Se sirven cervezas y refrescos, el público le pregunta sobre el lugar y así se hace un poco de tiempo hasta que a las siete en punto comienzamos todos a bajar las escaleras que conducen a la planta de abajo, un sótano igual de blanco con sillas y una pantalla desplegada. Hay tanta gente que han tenido que buscar alguna silla más y en las mismas escaleras se tienen que quedar sentadas algunas personas más.

ElectroClass, la destrucción de lo público en beneficio de una oligarquía

Cartel del mediometraje ElectroClass
Cartel del mediometraje ElectroClass
ElectroClass es un documental lleno de buenas ideas. Está hecho para la ETB, y según su directora, María Ruido, al ritmo que pide la televisión. En este proyecto, se mezclan distintas imágenes, unas provenientes de archivos de la propia ETB, de algunos profesionales, de youtube y también de fragmentos de películas clásicas en blanco y negro. El documental está dividido en siete capítulos. Arranca con un vídeo en el homenaje a Pertur y se cierra con el comunicado del fin de ETA. Sin embargo no habla de terrorismo, pero sí lo hace del País Vasco y concretamente de la ciudad de Bilbao. Con el ejemplo del desmantelamiento de los Astilleros para la construcción del Guggenheim, vemos el paso de una sociedad industrial (que produce) hacia otra de servicios (que consume). Vemos así como surge el desembarco de un capitalismo cognitivo en Euskadi. Se desmontó la industria pesada como requisito de un mundo globalizado que nos decía que debemos desechar aquello que producimos más caro y que tampoco logramos exportar.

Los ochenta supusieron cambios económicos, políticos y sociales, encaminados todos a convertirnos en una ciudadanía democrática y postmoderna, un camino que ha conducido a nuestro país a ser una industria del servicio, donde ya se producen muy pocas cosas. Este cambio se diseñó durante la Transición y supuso entregar lo público a las oligarquías franquistas que simplemente habían realizado un pequeño lavado de cara. Se privatizaron los espacios públicos, los de todos, para que unas pequeñas élites hicieran grandes negocios que solo repercutía en sus bolsillos. Y esto ocurrió con la connivencia de los medios de comunicación públicos. Este desmantelamiento industrial propició la mentalidad de que ya no somos proletarios sino clase media, lo que ha llevado a una decadencia de los trabajadores en lo sindical y la disolución de las grandes ideologías de izquierdas en provecho de un liberalismo deshumanizado.

María Ruido describe ElectroClass como un proyecto de investigación. Juega a hacer un trabajo experimental, donde quizá le da mayor importancia al continente y a las formas que al propio contenido. Esa decisión, en cierta manera, hace que se diluya el mensaje y que se emborrone un tanto para que sea el espectador el que tome control sobre la percepción desdibujada que se le ofrece. Así ocurre cuando separa el audio de las imágenes que se proyectan, queriendo señalar que la visión de la autora prevalece sobre las opiniones que se escuchan y que son relegadas a un segundo plano, aunque las imágenes con las que se sustituyan tengan escaso interés. De la misma forma la coda final simbólica con una serie de imágenes de películas de Ciencia Ficción nos saca de nuevo de la realidad y de la historia contada hacia un lugar impreciso. En cambio sí que resulta muy interesante el mostrarnos una sociedad previa luchadora, enfrentada a la policía, que sale a la calle a protestar y defender sus derechos, algo que la clase obrera hemos perdido definitivamente a finales del siglo pasado y que ahora estamos pagando. Destaca también esa metáfora de lo que en realidad es la industria de servicios: no aparecen nunca trabajando los obreros del astillero, los que fueran la industria productiva, pero sí se nos muestra el trabajo invisible de los limpiadores indicando hacia donde nos ha llevado este cambio y cual es la verdadera magnitud de la palabra «servicio» para que la veamos con rotundidad.

ElectroClass es un trabajo muy personal, que potencia lo artístico sobre el propio mensaje. No es un documental que se explique por sí solo, sino que requiere de ayudas externas e interpretaciones, algo poco habitual en un género que suele potenciar la importancia de informar al espectador. Lo que en el fondo debe querer es producir una cierta inquietud en el espectador, un despertar lento a través de lo sensorial.

Diari d'una mercaderia y el acuciante problema de la vivienda

Dice Buenaventura Vidal, director de Diari d'una mercaderia, que se niega a considerar la vivienda como una mercancía. Pero la realidad se empeña en desmentirle pues se ha convertido en un producto y de los más especulativos. Así que, para enfatizar más, lo pinta al contrario en su título que se ha traducido al castellano como Diario de una mercancía. El documental arranca con la historia de varios ocupas, y lo hace para que no nos llevemos a errores. Quien ocupa una vivienda nada tiene que ver con los estereotipos que nos enseñan en televisión. Vemos que los ocupas son básicamente familias sin recursos que se han visto obligadas a darles una patada a una puerta para tener un techo bajo el que cobijarse, personas que ya no pueden pagar el importe de la hipoteca y son embargadas por los bancos. El contraste se agudiza y ante esta necesidad de una vivienda podemos ver una gran cantidad de ellas que se encuentran vacías, por pura especulación. Más sangrante aún es cuando se trata de viviendas de protección social.

Quedarse en la calle, con una mano delante y otra detrás, es una situación que nos puede ocurrir a cualquiera en unos pocos meses, basta un golpe de destino para que el capitalismo nos muestre su otra cara. Así que una parte importante en la que se centra Diari d'una mercaderia es la de explicar los procesos de deshaucio y los abusos que comenten los bancos. La policía defiende al poderoso y se olvida de los derechos del ciudadano, como si solo necesitaran protección los intereses del grande. Frente a eso sólo queda la opción de la solidaridad vecinal como la que propugna la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, apoyándonos los unos a los otros en momentos de injusticia. Son varios y diferentes los casos que se muestran en el documental, incluso en algunos la televisión suplanta con una pantomima el trabajo real de estos grupos.

La película habla también del mundo del trabajo, un tema asociado a poder, o no, pagar una hipoteca. El protagonista del documental es un joven que vive en Barcelona y que en el momento de rodar la película se encuentra trabajando en los autobuses turísticos de la ciudad. Su formación no le ha servido para encontrar el trabajo deseado y ha terminado alienado despachando tickets y pulsando botones. Bromea diciendo que se ha colocado como temporero en el monocultivo del turismo y el espectador, que ha comenzado a sonreír, se da cuenta de que broma ninguna. Dice que un día cualquiera deja en la caja del autobús mucho más dinero del que la empresa necesita para pagar su nómina. Luego entra en profundidad y explica los motivos de la huelga de los trabajadores de su empresa. Si el trabajo se precariza no es posible optar a una vivienda.

Diari d'una mercaderia es un buen trabajo que explica uno de los mayores problemas que tiene nuestra sociedad, de la especulación de unos pocos y de la imposibilidad de otros muchos. Y lo hace de forma directa, llamando a cada cosa por su nombre.

viernes, 22 de junio de 2012

Nuestro «cine de barrio», el del compromiso y la multiculturalidad

Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe es la película documental que inaugura la Muestra de Cine de Lavapiés

Cartel de la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés
Cartel de la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés
Arrancó en el Cine Doré la 9ª Muestra de Cine de Lavapiés. A los pies de la pantalla, organizadores y cineastas la presentan. Es un momento difícil para mantener un festival, sin embargo sus organizadores nos dicen que esta Muestra siempre ha sido autogestionada y que precisamente esa independencia les hace subsistir en estos tiempos, pues no han necesitado de ayudas públicas para desarrollarla durante todos estos años. ¿Por qué la hacen? Porque quieren debatir lo que les ocurre a los vecinos del madrileño barrio de Lavapiés y por extensión a todos los vecinos del mundo. Es una forma de acercar el cine a quienes viven allí y también de hacer barrio. En realidad es un reflejo de aquellos que mantienen la actitud de entender la cultura como un eje político y social. Implicados en el barrio, hablan de la desmesura en la detención de los activistas del Metro de Madrid y también muestran su apoyo a los mineros que caminan hacia aquí para defender el futuro de sus comarcas.

La Muestra de Cine de Lavapiés apuesta por las licencias libres en los trabajos que proyectan. Explican que paradójicamente este cine que podría verse en todas partes no cuenta con muchas oportunidades de mostrarse en las salas tradicionales, lo que hace que al final no se vea. Hablando de licencias, la tradición del festival es comenzar con la película ganadora del FISHARA. Esta año le correspondía a Hijos de las nubes pero como aún están en cartel no han podido conseguir los permisos para proyectarla. Así que han optado por Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe, el documental del colectivo Thawra que también se mostró en el Festival del Sahara de este año y comparte temática saharaui. Pero antes se proyectarán dos pequeños cortos que sus directores definen como trabajos a un nivel íntimo y familiar.

... y no nos dieron malvas, de Javier Serrano Fayos, recoge las conversaciones entre un abuelo y su nieto. Son historias que les han pasado a muchas familias, las de los vencidos. Por su parte El primer día del resto de tu vida, de Jan Codina, es una especie de símil entre la felicidad que le produce el parto a una madre y el arranque del 15-M como circunstancia que el director considera que nos nació a muchos de nuevo.

Cartel de la película Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe
Cartel de la película documental Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe
El documental Gdeim Izik: Detonante de la primavera árabe está dividido en cuatro partes. La primera nos habla de cómo surgió el campamento saharaui en la zona ocupada por Marruecos de Gdeim Izik en otoño de 2010. Nos cuenta la forma de organizarse de los saharauis para levantar en un lugar vacío las jaimas que les sirvieron de hogar durante aquellos meses a 20.000 saharauis. Aquel campamento de esperanza, de lucha ante un régimen, fue un claro antecedente de la Primavera árabe, pero ningún medio lo cita en ese sentido, todos han silenciado esta referencia y nos hablan siempre de las revueltas en Túnez como detonante. La segunda parte nos enseña la entrada policial marroquí para arrasar el campamento. Vemos imágenes desde dentro que nos permiten hacernos una idea de la desmesura del ataque de Marruecos en el desalojo y de la violencia que emplearon. La tercera nos muestra las protestas que con motivo de dicho desalojo realizaron los saharauis en la ciudad de El Aaíun y la forma en que fueron reprimidos de nuevo por el ejército marroquí y sus colonos. La cuarta utiliza imágenes de las televisiones en las que nuestros políticos hablan del tema.

Es sin duda esta última parte la más interesante, pues nos señala las contradicciones de nuestros gobernantes respecto al asunto del Sahara. Hace especial hincapié en la forma en que va ganando peso el motivo económico -los intereses de los acuerdos con Marruecos- antes que los Derechos Humanos. Es una parte que muestra a las claras el conformismo de nuestra clase política, hablándonos de su cinismo con respecto al tema y eseñándonos cada una de las contradicciones de un discurso que no son capaces de llevar a la práctica vencidos por la conveniencia.

Tras la proyección se realizó un debate. El colectivo Thawra se definió así mismo como un grupo de personas que trabajan para acercar la voz del pueblo saharaui. Llevan dos años de vida en las zonas ocupadas. Cuando se inició el campamento de Gdeim Izik se incorporaron a él. Algunos compañeros entraban y salían. No había prensa, pero tras la muerte del niño de 14 años, Hamadi Lambarki, a manos de la policía marroquí, muchos periodistas se interesaron por ese lugar. Marruecos domina el territorio y lo controla, no permite la presencia de la prensa, así que su opinión se convierte en la oficial de facto. Marruecos impidió una vez más que los periodistas internacionales llegaran al campamento, así que la única manera de poner en contacto a esa prensa con la realidad que estaba ocurriendo dentro aquellos días fue a través del Colectivo, que se encargó de difundir las imágenes de lo que allí ocurría.

Los miembros del colectivo Thawra vivieron el desalojo en primera persona. Comentan que los propios saharauis sabían que cuando entró el ejército marroquí el campamento estaba perdido, pero que aún así actuaron para ralentizar el desalojo y permitir así que ancianos, niños y mujeres tuvieran tiempo para salir. No es fácil obtener testimonio de las verdaderas víctimas. La presión que ejerce Marruecos hace que las familias que tienen desaparecidos no lo denuncien por miedo a las represalias hacia ellos mismos. La tortura existe y se aplica. Ahora hay 22 presos políticos saharauis en cárceles marroquíes, siete de ellos han reconocido que han sido violados con objetos de metal. Lo que ocurrió en el campamento de Gdeim Izik no es algo nuevo, es una situación que se repite cada cinco o seis años: la represión marroquí sube, el pueblo saharuai explota y se llega a un nivel que termina en enfrentamientos. Sin embargo los medios no lo cuentan.

Los saharauis preguntados sobre Gdeim Izik dicen que el mejor recuerdo que les ha quedado ha sido descubrir que han conseguido la convivencia de 20.000 personas y que todos participaran para lograrla. Se unieron y se organizaron. Muchos trabajaban en las ciudades y volvían cada noche a dormir al campamento. No había jueces, ni policías. Descubrieron que no necesitaban políticos. Dicen también que la convivencia hoy está igual que en 1975, en el punto cero. Ningún saharaui piensa que se pueda convivir con un marroquí. Dicen que los colonos les llaman polisarios porque los consideran terroristas y que por tanto no hay manera de compartir nada. A los saharauis no les queda otra opción que salir de su tierra hasta que acabe todo. Dicen que la población ha perdido la esperanza.

Comentan los miembros del colectivo que el principal problema es que los acuerdos y resoluciones internacionales no son vinculantes para el gobierno de Marruecos y que éste actúa, por tanto, con total impunidad. La misión de la ONU en el Sahara, la MINURSO, es la única de sus misiones que no tiene competencias sobre Derechos Humanos. Además EE.UU. y Francia apoyan a Marruecos y se encargan de estancar cualquier intento internacional de avanzar en la resolución del conflicto. España es bastante responsable pues no cumplió con sus deberes al abandonar el Sahara.

Sobre sus investigaciones, Thawra ha reflexionado que Marruecos, tras 37 años, sigue sin saber quién es su enemigo y contra qué está luchando, sin darles el valor que tienen, sin entender la dignidad y la paciencia de un pueblo que quiere conseguir su autoderminación. La vida de los pueblos es más larga que la de los dictadores que les oprimen. Esa es su arma. Unos luchan por su tierra y otros están ahí por un sueldo. La vida en los territorios ocupados del Sahara no es fácil, cuando salen por la mañana no saben si volverán. Con esa mentalidad todo es válido porque, cuando no estás seguro de seguir vivo al final del día, no tienes nada que perder.

miércoles, 20 de junio de 2012

Viejos tiempos, memoria y realidad así pasen veinte años

Ariadna Gil, Emma Suárez y José Luis García-Pérez, un reparto de lujo para la obra de Pinter que dirige Ricardo Moya en la sala pequeña del Teatro Español


Miércoles 20 de junio de 2012. Teatro Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro Viejos tiempos
Cartel de la obra de teatro Viejos tiempos
Confiesa Harold Pinter que cuando escribió Viejos tiempos, allá por 1970, todo empezó por una sola palabra: «Oscuro». Dice el autor que de ella nació el resto, que todo lo demás vino luego llamado por la fuerza de esas letras. De la misma forma arranca la función, la palabra «Oscuro» sale de la boca de Kate (Ariadna Gil) que se encuentra ensimismada sentada sobre un sofá. A su izquierda, en un cómodo sillón, su marido, Deelay (José Luis García-Pérez), le pregunta entonces si es gorda o delgada. Hablan de Anna (Emma Suárez) el tercer personaje, una vieja amiga, en verdad la única que tuvo Kate, pero de la que nunca habían hablado. Surge una conversación muy despacio, en la que cada palabra está medida y en la que las frases son un preámbulo, un buscar datos de un pasado, un imaginar un presente posible y a la vez una simple manera de pasar el rato. A través de las preguntas el espectador asiste a un interrogatorio fragmentando que más bien suena a intrascendente, a la vida misma de cada día, a colarse en salón tan aburrido como todos. Pinter es un autor difícil que lanza las piezas sin instrucciones, sin otra aparente intención de la que sea el propio espectador quien construya la obra con esos retazos, pues el teatro es una comunión que se establece en el momento de la representación entre unos intérpretes y unos espectadores. Sus obras son una especie de estímulo lanzado a quien observa para ver como se comportan ambos: obra e individuo que la contempla.

A pesar de esa dificultad, la de hacer sentir a quien asiste como si se hubiera quedado a medias, sin terminar de entender todo lo que ocurre, ni siquiera por qué suscede, parece que los teatros madrileños se están saturando de sus obras en los últimos tiempos. Raro es el mes en que no hay una de sus piezas en cartelera. Como si aquí todo el mundo estuviese descubriendo al autor ahora y la curiosidad por él fuera inmensa. Me he preguntado muchas veces si esa obsesión no estará en los directores e intérpretes y en el reto personal que supone llevar a Pinter a un escenario. Tal vez simplemente sea el momento y que esta situación crítica que atraviesa Europa resulta que se parece demasiado al vacío en el que se mueven los personajes de Pinter. Es quizá que ya no tenemos motivos heroicos para vivir, que somos una sociedad agotada y derrochadora, que todo pasó hace veinte años y desde entonces solo esperamos, solo nos consumimos.

Dice Anna que «hay cosas que uno recuerda aunque nunca hayan ocurrido». En los Viejos tiempos se abunda en los temas de la realidad y la memoria; se investiga a través de la función ese proceso en el que vamos descubriendo que no hay una realidad, sino que existe aquello que recordamos; pero que el recuerdo va variando, construyéndose desde el presente. Los tres personajes se cuentan historias que vivieron entre ellos hace veinte años, que les involucran. En cierta manera, cada uno de ellos las escucha como si le hubieran ocurrido a otros, incapaces los tres de coincidir nunca en un instante del recuerdo que han ido transformando una y otra vez, hasta que parece como si nunca hubiera tenido lugar. Son puntos de vista que difieren y que va alejando irremisiblemente a los personajes unos de otros. La realidad no es lo que ocurrió, es lo que recordamos. Ese recuerdo convertido en «verdad» es el motivo de los conflictos y a la vez el arma que cada uno despliega sobre el tablero del presente.

Emma Suárez, Ariadna Gil y José Luis García-Pérez en una escena de la obra Viejos tiempos
Emma Suárez, Ariadna Gil y José Luis García-Pérez en una escena de la obra Viejos tiempos
Anna y Deelay compiten por demostrar quien ha ejercido una mayor posesión sobre la persona de Kate. Cada uno va desvelando sus parcelas íntimas con ella, restregándoselas al otro y haciendole ver que las suyas son más importantes en la biografía de la mujer. Es como si trataran de adueñarse de ella a través de lo que vivieron juntos, de los recuerdos que cada uno va imponiendo. Esa lucha es otro de los ejes de la función. Pinter nos muestra los celos, tanto los que puede sentir un marido por el círculo de amigos de su mujer, como los que suscita en una amistad la irrupción de una pareja. Cada cual crea nudos propios y desenlaza los ajenos en una especie de triángulo complejo desarrollado con profunda amargura.

El cinismo y la ironía se van desenvolviendo sobre el escenario, con la típica cortesía y corrección de los ingleses, con el regusto que tienen por el uso exquisito de las palabras y por esconder bajo ellas un puñal con el que atravesar al enemigo. Las conversaciones se convierten en una especie de juego, muchas veces de tenis, donde abunda una trivialidad sobre la que camuflar los instintos y los deseos, contenidos, sin dejar que afloren del todo, cociéndolos en su propio caldo y a punto de explotar.

Entre las dos mujeres, el hombre siempre parece estar al margen, en otro plano. Por mucho que lo intente no logra acercarse. Solo confía en la suerte y el ingenio, en hacer algo que se interprete desde el otro lado como una gran hazaña. Pero no sabe qué. No le sirven sus palabras, no le valen sus historias. Anna está por encima de todo, nada la hiere, solo quiere recordar el pasado en este presente, saber lo importante que fue en los mejores años de su vida, donde pasó todo. Kate no se define, está encerrada en sí misma, obsesionada con la soledad y la limpieza. Dice que le eligió a él hace veinte años porque sabía que no iba a dejar que ella estuviera sucia. Gira de uno a otro ajena a la propia pelea.

Explica Ricardo Moya, director de la función, que Viejos tiempos fluye primero de atrás y luego de dentro. Parece un galimatías, pero describe muy bien una función en la que presente y pasado confluyen en el ahora que es único tiempo que vale. Los personajes tienen un pasado que recrean a su completo interés, lo construyen en el momento desde su interior y al hacerlo ellos mismos también se transforman.

Los actores van desnudando su alma para construir sus personajes y lo hacen sobre un texto que no se explica, que simplemente pasa en el momento de la representación para que alguien lo mire, sin otro objetivo. En la obra abundan los silencios, molestos en cualquier conversación, con los que se incomoda al espectador. Son tiempos muertos de espera en los que quien observa debe darle vueltas a dónde está, preguntándose que hace allí y qué le importa todo esto que se ha parado a ver. Es ese momento que sirve para el análisis y también para crear las expectativas. Es un teatro humano, de gestos, de intenciones por descubrir, de proximidad con el espectador para que pueda participar. Solo en un sala pequeña se pueden establecer los lazos entre las dos partes, un lugar en el que desde cualquier butaca se pueda percibir con el mayor detalle todo lo que pasa sobre el escenario. Sino toda complicidad se pierde.

Viejos tiempos le muestra al observador lo cotidiano para que se haga sus propias preguntas. Al salir, cada cual habrá visto una obra diferente, y eso ocurre porque el autor entrega muy poco al espectador, y es éste quien debe poner de su parte, tanto que al final buscará hilos de los que tirar y lo hará basándose en su propia experiencia. Son nuestras situaciones, nuestras ideas, nuestros miedos los que cada uno va poniendo en lo que ve sobre el escenario, mecido y arrullado por lo que va escuchando decir a los personajes. Es un teatro en el que de unas coincidencias personales cada uno construirá otras conclusiones.

Tal vez Pinter, mientras escribía esta obra, se preguntaba qué ocurre con los demás y qué queda de la realidad tras el paso del tiempo. Quiza Kate nos conteste por el autor: «Él me preguntó una vez, sobre esa época, quién había dormido en esa cama antes que él. Yo le dije que nadie. Nadie en absoluto».

A modo de pequeño anecdotario: Además de dramaturgo, Harold Pinter fue director de teatro, poeta y activista político que hizo pública su oposición a la política exterior de Estados Unidos y del Reino Unido. En los inicios de su carrera llegó a actuar en varias compañías de teatro de repertorio, en una de ellas lo hizo bajo el seudónimo de David Baron.

Respecto a Viejos tiempos, en España se representó por primera vez en 1974, tres años después de que la Royal Shakespeare Company la estrenara en el teatro Aldwych de Londres. Aquí fue en el Teatro Eslava de Madrid. La obra la dirigía Luis Escobar y estuvo interpretada por Irene Gutiérrez Caba, Lola Cardona y Paco Rabal.

sábado, 16 de junio de 2012

Iván-Off, un Chejov en nuestros días

La casa de la portera, un nuevo espacio para el teatro de máxima cercanía con el espectador


Sábado 16 de junio de 2012. La casa de la portera. Madrid

Cartel de la obra de teatro Iván-Off
Cartel de la obra de teatro Iván-Off
El teatro, o mejor dicho el espacio teatral, está viviendo una positiva readaptación que pretende una mayor proximidad con su público. Primero fue el teatro en la calle, después las salas alternativas, público en el escenario, los espacios de microteatro… y un sin fin más de nuevas propuestas que se han ido consolidando durante estos años. Incluso las grandes salas del Centro Dramático Nacional han querido participar abriendo pequeños espacios en sus teatros para este tipo de obras. La casa de la portera es un espacio creado por el escenógrafo Alberto Puraenvidia y el actor y director José Martret en la zona del rastro. Para ello han rehabilitado lo que durante muchos años fue la casa de una portera de este barrio. Abrieron hace cuatro meses y, a través del boca a boca, están llenando a diario. Las reservas se hacen llamando a un número de teléfono móvil en el que te atiende el propio Alberto. La lista de espera hace que haya que solicitarlas con casi un mes de antelación. Es normal que cuando llega el día se tenga una cierta impaciencia ante tanta expectación creada.

Lo cierto es que sorprende. Probablemente, con su aire retro, sea la sala de teatro más chic de Madrid. Tras la puerta, el tiempo se detuvo hace años en sus lámparas, en los papeles pintados, en el acolchado de la puerta, en los espejos y en cada uno de los pequeños detalles que muestran sus paredes. Es una sensación falsa, pues todo es nuevo y efecto del mucho y cuidadoso trabajo invertido en la rehabilitación. Ese viaje hacia atrás del espacio que representa la casa nos dice al oído que el pasado aún guarda historias que contar, que debemos mirar el presente, nuestra situación de hoy, con modelos de ayer de los que aprender. No es que cualquier tiempo pasado hubiese sido mejor, sino que las sociedades que carecen de memoria están obligadas a repetir su Historia. Aparte de filosofía, también nos dicen que existe una necesidad imperiosa de dejarnos llevar a otros lugares que nos saquen de este momento actual, al menos que nos lo dejen olvidar. El teatro siempre ha sabido comportarse como esa válvula de escape y ser esa mirilla desde la que observar la vida sin dolor.

Un pequeño recibidor, detrás del que se encuentra Alberto, sirve tanto para recoger las entradas como para realizar la función de guardarropía. Luego vienen los largos pasillos que nos llevan a dos salas. En la segunda de ellas comienza la función de Iván-Off. Iván (Raúl Tejón) se encuentra sentado es un sillón leyendo un grueso tratado, los pies apoyados sobre una silla y cubierto con una manta de lana blanca que le protege de un frío hipotético. Mientras, los 22 espectadores que como máximo admite cada representación se van sentando alrededor de la habitación, en un banco tapizado pegado a las cuatro paredes. Los pies se apoyan sobre un saliente de madera. Un instante para que todos se acomoden y comienzan a escucharse ruidos en la casa, sonidos que ya estaban desde la entrada pero que ahora parecen las notas de quien está aprendiendo a interpretar música y las correcciones de su maestro. Entra Miguel (David González), escopeta en mano, con sigilo, y todo arranca.

Es esa habitación de Iván nos encontramos con un hombre aburrido que sufre, que se ha hartado de la vida y del amor, casado con una mujer enferma a la que le queda poco tiempo. Está cargado de deudas y de una decisión del pasado que atormenta su relación ya enfriada por el tiempo. Miguel es lo contrario, ese embaucador que siempre está haciendo cuentas de la lechera, el que anima cualquier fiesta solo con su presencia y con sacarse una historia de su chistera. Por la habitación pasan el Conde Mateo (Javier Delgado «Tocho»), el «más que honrado» doctor Constan (Roberto Correcher) y Ana (María Salama), la esposa de Iván. Pasados 30 minutos de representación el público cambia de sala, desplazado a la casa de los Leyva, la habitación de al lado, en cuyo salón se da una fiesta. El público ahora se sienta en sillas tapizadas que bordean las cuatro paredes del salón. La señora de la casa Silvia Leyva (Maribel Luis) rompe definitivamente la cuarta pared ofreciendo unos sandwiches de jamón y queso a los asistentes. Tras el aperitivo entran nuevos personajes que se ganan al público con un gesto, con una mirada, con el brillo de unos ojos, con la forma de cerrar con ímpetu su abanico. Son Doña Bárbara (Rocío Calvo), Carlos Leyva (Germán Torres) y Sara Leyva (Cristina Alarcón). Con ellos se puede observar la vida insustancial y las cuitas de los más ricos. Este cambio de escenario se volverá a producir otras dos veces entre la habitación de Iván y el salón de los Leyva, siempre con puntualidad y cada media hora.

El reparto completo de la obra Iván-Off
El reparto completo de la obra Iván-Off
El efecto lupa que hace estar tan cerca de quienes actúan permite que los detalles en la interpretación recuperen su valor y brillen por sí mismos. Quizá esa cercanía exige a los actores y actrices un plus, un esfuerzo extra de concentración y naturalidad, a la vez que facilita la empatía del público hacia los personajes a los que ve como seres humanos que, como decía el propio Chejov, aman, lloran, piensan y ríen. Y pasan de una situación a otra constantemente, como ocurre en la vida diaria, donde las penas le dan el relevo a las alegrías y al revés. El texto elegido ayuda a potenciar esta idea.

Es un texto de personajes atormentados que piensan y hablan, mostrando todo una psicología interior que se potencia en los enfrentamientos y en las discusiones con el resto de personajes, como la brillante escena entre Iván y su esposa Ana. José Martret lo ha versionado, adaptándolo estupendamente a nuestra tierra y a un pasado cercano de terratenientes, bodas, dinero, títulos y poder, haciendo una fuerte crítica a cada una de esas instituciones para hablarnos de vivir la vida según nos llega, con nuestros propios principios. La felicidad es el objetivo de los personajes, cada cual la busca en lugares diferentes que van desde atesorar dinero hasta la satisfacción que produce una copa más de vodka. Hay quien la persigue en el amor y quien la ve como un negocio en el que cada parte tiene su valor en la transacción. Cada uno de estos caminos emprendidos se va llenando de reproches y amargura, teñido por la discapacidad de asumir que la infelicidad va surgiendo de las decisiones tomadas cuando anteponemos en nuestra vida muchos otros valores que terminan atenazándonos y convirtiéndonos en frías personas al borde de la insensibilidad.

Cada elemento de la decoración de las habitaciones de la casa es utilizado en la representación, integrándose así, de la misma forma que el público, en el interior de la propia obra y formando un todo que está a la misma altura del propio texto. En el fondo se trata de convertir el teatro en una experiencia, dar novedad a una forma de contemplar. Esa quizá sea la clave de la casa de la portera.

A modo de pequeño anecdotario: La casa de la portera se inauguró el día 8 de marzo de 2012 con la representación de esta misma obra de teatro, Iván-Off. Es una versión actualizada de la obra de Antón Chejov titulada Ivanov, una de sus primeras obras de teatro en cuatro actos que escribió el dramaturgo ruso.

viernes, 15 de junio de 2012

Las chicas de la 6ª planta, la buena voluntad

Philippe Le Guay cuenta que las criadas españolas llenaron de vida el París de los años sesenta

Cartel de la película Las chicas de la 6ª planta
Cartel de la película Las chicas de la 6ª planta
Las chicas de la 6ª planta se sitúa en el París de 1962, al terminar la guerra de Argelia, en la Francia que dirigía Charles de Gaulle, para mostrar las relaciones entre una clase social alta que no sabe llevar una casa sin servicio y las invisibles mujeres que se encargan de ello. Detrás de su elegancia, el francés acomodado de los años sesenta escondía una vida llena de monotonía, dedicada al negocio y a la familia, y con apenas algún aliciente más que podía proporcionarle una pequeña y obligada vida social. Una existencia apacible, tranquila y sin el menor sobresalto. Nada que ver con el impulso vital con el que se movían constantemente las criadas españolas que emigraron a Francia, las que tenían por delante una vida de complicaciones y sacrificios con la que intentar ayudar a sostener la economía familiar a través de un empleo que en España no podían conseguir. Fueron muchas las españolas que se marcharon a Francia a servir, para ganarse la vida con su honradez y su trabajo. Aquellos eran tiempos de esfuerzo, ¿pero cuándo no lo han sido?, ¿es que alguna vez hay épocas de holganza para la clase obrera? A veces, por muchos años que pasen, nos levantamos dándonos cuenta de que todo sigue por hacer en cuanto a las diferencias, que el ser humano apenas si ha progresado sobre la faz de la tierra, que se mantienen en vigor los mismos esquemas de siempre.

La sexta planta, el lugar de los trasteros, es donde viven las criadas españolas, en pequeños habitáculos de unos pocos metros cuadrados, con un camastro y un baño común para todas que no funciona como les gustaría. No tienen agua corriente, así que cada mañana recurren a llenar una palangana con agua fría para asearse. Y todo ello a unos metros de sus patrones, que viven abajo, en los lujosos pisos del mismo edificio. Y sin embargo la distancia entre unos y otros es casi infinita, la misma que nos separa de la luna, el mismo imposible de dos mundos en las antípodas que se pudieran rozar.

Sin embargo, Las chicas de la 6ª planta no es en esencia una película social, aunque juegue cerca y se deje arrastrar en algunos momentos por un mensaje un punto más comprometido. La película es ante todo una comedia romántica y un despertar hacia un mundo desconocido y lejano que, paradojas de la vida, se encuentra dentro del mismo hogar. Habla de la sorpresa de toparse con unas personas con las que no se comparte nada, a las que se les da órdenes y solo se espera de ellas que las cumplan, porque en el fondo se supone que no tienen vida fuera de este trabajo. Y sin embargo esas rotundas españolas son capaces de enseñarle a su protagonista lo fundamental de la vida, la esencia de saberla compartir. Es la historia de una alegría contagiosa, del talante de quienes menos tienen y más dan.

Natalia Verbeke y Fabrice Luchini en una escena de la película Las chicas de la 6ª planta
Natalia Verbeke y Fabrice Luchini en una escena de la película Las chicas de la 6ª planta
Philippe Le Guay logra dotar a su película de un aire festivo que traspasa la pantalla con la vitalidad que desprende el estupendo elenco de actrices elegidas. Juntas todas ellas forman un remolino arrebatador de alegría, sentimientos y emociones. Ese aire es lo más potente de la película, más que el dudoso camino de salvación por el que se va deslizando su protagonista a través de su proceso de enamoramiento que le lleva a una cierta idiotización un tanto divertida, pero intrascendente en el fondo. Las chicas de la 6ª planta frivoliza y juega con el choque cultural que le produce a la clase acomodada descubrir a quienes habitan esa sexta planta, a esas mujeres que forman otra comunidad, que hablan muy deprisa en castellano, que comen tortilla y paella, que van a misa a diario, que pasaron una guerra y la dictadura fascista del general Franco después, pero que aún así tiran para delante y le sacan el jugo a la vida sin perder una sonrisa, sin dejar de agacharse a socorrer a una compatriota que lo necesita. Un grupo de mujeres solidarias, que entienden que lo que le pasa a cada una de ellas les ocurre a todas y que si no se ayudan entre sí, estarán totalmente perdidas y solas en una ciudad que no es la suya, ni nada tiene que ver con ella.

A Monsieur Joubert (Fabrice Luchini), con una vida un tanto hastiada donde su mayor preocupación era que en el desayuno le sirvieran los huevos con una cocción en agua de tres minutos exactos, le venía haciendo falta encontrar la libertad de salirse del camino marcado. Así, dejarse seducir por el descubrimiento de un nuevo mundo al que no había ni mirado, le supone una emoción que le agita y le empuja a buscarse a sí mismo, fuera de estereotipos, en lo que aún mantiene de humanidad. Se vuelve bondadoso y se va sintiendo feliz con las elecciones que va tomando. Libre por primera vez.

En la protagonista, María (Natalia Verbeke), no está tan claro el motor de sus decisiones. Es impulsiva, descarada, pero sobre todo hacendosa y buena cumplidora. El perejil lo encuentra en la satisfacción de haber seducido. El resto de las criadas españolas buscan cada una su sueño. Concepción (Carmen Maura) ganar lo suficiente para terminar de construir una casa en el pueblo. Carmen (Lola Dueñas) dar con la sociedad justa para el ser humano. Dolores (Berta Ojea) vivir sin preocupaciones mirando siempre hacia España, sin perder sus raíces para quizá volver un día allí en una situación mejor. Teresa (Nuria Sole) en encontrar un marido francés. Pilar (Concha Galán) no quiere sufrir más. Todas ellas son mujeres que llegaron sin nada, que estuvieron aisladas en una ciudad desconocida con otro idioma y costumbres diferentes, cargando con el sufrimiento que produce estar lejos de sus familias y del hogar, pero llenas de un coraje decisivo.

Suzanne (Sandrine Kiberlain), la esposa de Joubert, por contraste, es una mujer un tanto superficial que se ha acostumbrado a una agotadora vida de compromisos sociales y partidas de cartas con las amigas. Apenas sabe ya comunicarse con su marido. Tienen dos niños repelentes, sabiondillos y metemeentodo. Los tres, madre e hijos, sirven para medir la magnitud de la sorpresa y hacer de contrapeso de lo aburrido en la vida de Joubert, aunque ellos tampoco tengan la culpa de las decisiones que no se toman.

Un factor importante en todo ese mundo de las criadas españolas es la iglesia como centro cultural y punto de encuentro de cualquier actividad. En la calle de la Pompe se encontraba la Iglesia española de París dirigida por el Padre Chuecan. Allí se rezaba y también se reunían las mujeres para hablar de sus cosas, para vivir con solidaridad y como no, para hacer las entrevistas de trabajo. Si alguien buscaba una chica española, debía pasar por aquella iglesia. En la película aparece retratada con sus misas a primerísima hora de la mañana, para que no interfiriera nunca con el trabajo, y los cánticos religiosos en español.

La verdad es que si solo buscase entretenimiento, en Las chicas de la 6ª planta lo encontraría y tendría suficientes motivos para valorar el lado positivo de la vida. Pero pienso que el cine que carece de un cierto contenido de mayor profundidad se me queda cojo. No me gustan las comedias dulces. Es cierto que agradezco las risas que me provocan, y en este caso fueron muchas, pero cuando vuelvo a casa, me duelen; me supera ese conformismo con la vida tal y como está, ese mensaje de silencio y sacrificio para aceptar el mundo sin querer cambiarlo. Me horrorizan esos mensajes que nos llaman a asumir la pirámide social porque entre los que mandan hay individuos caritativos, que es natural el dominio de unas clases sobre otras por el hecho de tener más capital, que vivimos sometidos a un sistema que se considera «el más justo» y que por tanto no hay motivos ni para mejorarlo ni para rebelarnos. Hablo de esas películas con un nivel de reivindicación que calma conciencias pero que termina diciendo que cada cuál debe seguir en su lugar, las que escriben aquellos que vienen de una clase acomodada y que ven la vida desde arriba, con sus pequeñas frivolidades.

Y a pesar de mis quejas por la falta de implicación social en un tema que me parece que se merece un tratamiento más directo, recomiendo Las chicas de la 6ª planta. Lo hago por su frescura, por el divertido juego que en pantalla surge con las conversaciones que empiezan en francés y terminan en castellano, por la vitalidad y por la ternura de unas cuantas miradas demasiado inocentes. Por mirar un poco hacia atrás con inocencia.

Eso sí, hay que elegir verla en versión original subtitulada.

A modo de pequeño anecdotario: Confiesa Philippe Le Guay, el director de Las chicas de la 6ª planta, que el proyecto surgió a partir de un recuerdo de infancia. Sus padres emplearon a una criada española llamada Lourdes, y pasó sus primeros años de vida con ella, con quien compartió la mayoría del tiempo, más incluso que con su propia madre. No es extraño que terminase hablando un revoltijo entre el francés y el español. Le Guay dice no tener recuerdos concretos de aquellos años, pero que su madre siempre le ha hablado de ellos. Más tarde, viajando por España, algo le encajó de repente al conocer a una mujer que le contó cómo había vivido durante los años 60 en París. Se apoderó de él la idea de hacer una película sobre la comunidad de criadas españolas. Escribió una versión inicial del guion con Jérôme Tonnerre en la que se narraba la historia de un adolescente descuidado por sus padres que encuentra refugio y protección entre las criadas de su edificio. Al no conseguir hacer la película cambió el punto de vista e imaginó al padre introduciéndose en el mundo de la sexta planta. Salió una película distinta.

domingo, 10 de junio de 2012

Se celebró en Madrid un año más el Festival de Cine Alemán

Una buena oportunidad para ver el cine de aquel país que no suele llegar a nuestras carteleras

Cartel de la película Kriegerin
Cartel de la película Kriegerin (La guerrera)
Lo del rescate debía ser algo cantado para Esperanza Aguirre, tanto que para esta semana que termina, en Madrid se ha celebrado el 14 Festival de Cine Alemán. Ya, ya sé que no aparece financiación alguna de la Comunidad en este evento, pero es por lo que ya sabemos, que por mucho que le demos vuelta a los bolsillos, el dinero madrileño no aparecerá, se fue con Bankia, con muchos contratos a dedo y con unas fabulosas campañas de marketing. Así que se lo tiene que pagar el propio German Films con la ayuda de algunas empresas de aquel país. Ya sabemos lo discretos que suelen ser en casi todo los alemanes, tanto que dejan a nuestros políticos llamar a las cosas con otros nombres sin contradecirles. Yo por si acaso fui el sábado a ver dos películas seguidas, para ponerme al día e ir aprendiendo sus costumbres. Ahora que los españoles vamos a ser alemanes, o les hemos terminado de ceder la poca soberanía que nos quedaba, no se puede desaprovechar este tipo de ocasiones para contemplar su cultura y los temas que de verdad les inquietan. Del cine siempre se aprende pues en el fondo cuenta cómo somos y a dónde queremos llegar. No soy un experto en su filmografía, pero noto siempre un toque más frío, más seco, más directo, con menos sentido del humor -en general, que buenas excepciones tienen- y con mucha más preocupación existencial. Nuestra filmografía, poco tiene que envidiar a la suya, yo me quedo con la nuestra.

Kriegerin (La guerrera) es una película sobre el avance de los grupos de extrema derecha en Alemania y en toda Europa. La ideología neonazi es simplista, no se preocupa de la complejidad. Le basta decir somos los mejores y esto es una guerra contra los otros. Crece sobre todo en épocas de crisis, cuando se trata de repartir entre menos (si hay poco todo nuestro), pero al final no deja de ser un callejón sin salida. Así nos lo cuenta su director, David Wnendt, en la película, preocupado por cómo se están extendiendo estos grupos en las zonas rurales y entre los más jóvenes, en lugares en los que apenas hay inmigración.

Para hablar de las causas Kriegerin (La guerrera) apunta en dos sentidos. El primero es el hastiazgo social de nuestros jóvenes, convertidos en nihilistas y sin ninguna esperanza puesta en su vida futura: no nos espera otra cosa que más de lo mismo porque no hay solución. Descontento y malestar son un excelente germen para echar la culpa al diferente. La segunda de las causas está ligada a un sistema educativo en el que no aparece la política como un elemento importante. Los padres y madres no quieren hablar a sus hijos de esos temas porque sienten el fracaso de su generación en las ideas políticas que alimentaron pero que no implantaron.

Es una película interesante, bien intencionada, que se deja ver y en la que su iconografía resulta tremendamente realista. Pero la ficción que narra es poca cosa. Tal vez se deba tomar como un aviso ante el fascismo que está volviendo y una manera de señalar a los jóvenes que no hay vuelta atrás cuando se elije ese camino, que es una senda llena de acciones malas y de remordimientos de conciencia que nos invalidan como personas. El mal camino siempre es más corto, pero debemos trabajar para que nuestra sociedad prefiera el más complejo, el que nos tiene a todos en cuenta por igual, sin privilegios tan absurdos como el país en el que uno ha nacido. No hay razas superiores.

Cartel de la película Halt auf freier Strecke
Cartel de la película Halt auf freier Strecke (Stopped on Track)
A Andreas Dresen el festival le dedica una retrospectiva. Halt auf freier Strecke (Stopped on Track), una de sus películas, ha sido la elegida para clausurar este festival. Se trata de una historia muy triste que obliga al espectador a viajar al hogar de una familia en la que al padre le han diagnosticado una enfermedad incurable y que está ya en un estadio terminal. No le ahorra el menor sufrimiento al estar rodado como un falso documental.

Asistimos impertérritos al lento hundimiento de toda una familia condensado en dos horas, a una cierta emotividad difícil de expresar y a la angustia de enfrentarse a la muerte sin esperanzas. La enfermedad siempre gana con su duro proceso donde los síntomas van anulando al protagonista como persona. Utiliza como memoria unos pequeños vídeos que va grabando en su iphone a modo de diario y como único sustento racional de lo que fue y de lo que está perdiendo.

La vida se para ante una tragedia, cada uno de los planes se abandona y una patina gris lo va envolviendo todo. Silencios, gritos, angustia y desolación. Los días pasan y no traen nada nuevo, solo la desesperanza de ir descubriendo los estragos de la enfermedad, de perder el control de las ideas, las palabras, los movimientos y hasta del propio cuerpo que ha dejado de responder. Nada funciona.

Es interesante en Halt auf freier Strecke (Stopped on Track) el tratamiento que se utiliza de los demás frente a la enfermedad, esa forma indirecta de padecer con el paciente y ese agotamiento diario hasta no poder más. Cada uno intenta abordarlo como puede, preguntándose cuál es la mejor manera de actuar ante el enfermo, esforzándose por comunicar no sabe qué, transmitiendo unos ánimos que no se mantienen con el paso de los días y descubriendo que el cariño no es suficiente para soportar lo que ocurre. Lo más doloroso es sin duda ese camino hacia un quedarse solo entre los demás, aquellos que más te quieren y que no saben cómo ayudar, ni pueden hacerlo.