miércoles, 31 de octubre de 2012

Contando la silenciada epopeya de los soldados republicanos en la II Guerra Mundial

Alejandro M. Gallo presenta su novela Morir bajo dos banderas en Madrid


Miércoles 31 de octubre de 2012. Libería Rafael Alberti. Madrid

Gaspar Llamazares, Alejandro M. Gallo y Jesús Egido presentando Morir bajo dos banderas en la librería Rafael Alberti. (Foto: Toni Gutiérrez)
Gaspar Llamazares, Alejandro M. Gallo y Jesús Egido presentando Morir bajo dos banderas en la librería Rafael Alberti. (Foto: Toni Gutiérrez)
En la madrileña librería Rafael Alberti se presenta Morir bajo dos banderas, la última novela de Alejandro M. Gallo. Lo hace con la primera edición agotada y con una segunda camino de hacerlo en pocos días. Al autor le acompañan el diputado de IU Gaspar Llamazares y Jesús Egido, el editor de la novela.

Jesús Egido explica que Alejandro Gallo sigue dos líneas de trabajo a la hora de escribir sus novelas, por un lado el género policíaco y por otro el de la memoria histórica. Tras publicar con la editorial Rey Lear Asesinato en el Kremlin, el autor le propuso esta novela, la de unos soldados republicanos que tras la derrota en España se van enrolando en todos los frentes para seguir combatiendo contra el fascismo. Una novela extensa, de más de 700 páginas, dividida en cuatro partes y que estremece, especialmente al entrar en la piel de esos luchadores exiliados que mantienen con una fuerza inmensa la idea y el pensamiento de un país que se habían visto obligados a abandonar. Es una novela con un gran fondo histórico, muy documentada pero sin abrumar. Hay en ella una guerra, pero no es una novela de guerra, aunque no escatime a la hora de narrar cómo es una batalla. En Morir bajo dos banderas hay un poso de tristeza y traición, pero también la fuerza de una épica cotidiana que nos queda muy cerca, en la que los personajes históricos y los de ficción se mueven con naturalidad sobre los mismos escenarios.

Gaspar Llamazares recuerda que en su adolescencia leía muchas novelas de guerra. Confiesa que como lector siente un gran interés por la novela social, una novela que en este siglo y en el pasado se ha venido desarrollando dentro del género negro. También le preocupa la memoria porque le gustaría que pudiera dar voz a las víctimas y con ella dar sentido a una lucha antifascista que no ha terminado. Gallo aúna todos estas aficiones y con Morir bajo dos banderas ha escrito un relato trepidante sobre la memoria de los derrotados y olvidados republicanos que terminan siendo héroes en la Segunda Guerra Mundial y más allá. Añade que se trata de una gran epopeya de una historia cierta pero que nunca será reconocida. Sus páginas están llenas de víctimas a lo largo de hasta treinta años de guerra continuada en el caso de algunos de estos combatientes.

El diputado califica la novela de interesante y atractiva, especialmente por una reflexión compleja que ofrece al plantear otra mirada sobre la División Azul, la de unos verdugos que luego desaparecen del escenario porque llega un momento que para la dictadura se convierten en hombres que sobran. Morir bajo dos banderas establece un diálogo entre víctimas y verdugos, poniendo en el centro a los perdedores y a la vez se rebela moralmente contra la lógica de la Historia construida para decir que cualquier hecho posterior es siempre mejor. La épica de estos luchadores no se dobla, tras la victoria de la II Guerra Mundial quieren volver a España para tener la revancha y de nuevo salen derrotados cuando los propios aliados se lo impiden. Llamazares no quiere una tercera derrota para esos hombres y mujeres, una nueva derrota que venga por no recordarlos. Por eso la importancia de esta larga, densa y trepidante novela que recupera y resarce a unos derrotados que sin embargo fueron decisivos en la victoria contra el fascismo.

Portada de la novela Morir bajo dos banderas
Portada de la novela Morir bajo dos banderas
Alejandro M. Gallo recupera el término «epopeya» que ha utilizado Gaspar Llamazares porque esa palabra describe lo que quiso escribir, una historia que abarcara todos los frentes en los que lucharon los españoles. Para eso inventó una familia en la que cada miembro acabara en un frente, pero que además le permitiera articular esa realidad que va desde los campos de concentración para los exiliados, los trabajadores forzados en las minas de wolframio que se esquilmaron como un regalo de Franco a Hitler para proteger el frontal de sus Panzer, los prisioneros que se unieron a la División Azul con el único propósito de desertar en tierra rusa, los partisanos, la resistencia, la legión extranjera, los soldados que lucharon con Leclerc en la II División Blindada…

Cuenta que todo empezó con los trabajos de los historiadores Secundino Serrano y Evelyn Mesquida recogidos en los libros La última gesta y La Nueve. Cuando conoció a Mesquida e intercambiaron datos, Gallo comenzó a darle forma a esta novela. Nace en ese momento como una necesidad que explicase por qué en todos los lugares hay tumbas con nombres de soldados españoles. Gallo, un tipo duro, cuajado en mil batallas, se emociona mientras repasa algunos de esos sitios que dan descanso a esos republicanos. Mirando esas tumbas supo que había una gran novela con la que unir todas esas gestas de una gente impresionante. Dice que nosotros, la izquierda social y consciente de este país, siempre hemos sido generosos con los brigadistas internacionales que vinieron a combatir en nuestra Guerra Civil apoyando a la República. Y sin embargo le duele que Francia no haya sido capaz de hacer lo mismo con los republicanos que lucharon a su lado y que les ayudaron a liberar su país. A Franco no le interesó contarlo y una vez que las potencias reconocieron su gobierno, tampoco los aliados quisieron narrarlo, así que no se hace mención a los republicanos que lucharon en la II Guerra Mundial. Lo que cuentan es una mentira construida.

El autor confiesa que eligió Rey Lear para editar Morir bajo dos banderas porque no es una editorial cualquiera, aman los libros y lo que hacen es un trabajo de equipo. Tuvo conversaciones con una editorial grande, pero le ponían condiciones que no quiso aceptar pues desdibujaban el sentido con el que la había escrito. Añade Gallo que la novela está contada en segunda persona, algo poco comercial, para poder establecer un diálogo a varias bandas: con los lectores, con los que están vivos, con los familiares de los muertos y con los propios fallecidos. Habló con muchos de estos combatientes y todos le dicen que hicieron lo que tenían que hacer y que recuerde que ellos no son héroes. No les gusta aparecer, pero Gallo quería contar el papel que tuvieron y hacerlo pronto porque son ya mayores y se nos van. Es difícil saber de que estaban hechos aquellos hombres y mujeres. Ahora tienen noventa y tantos años y no han perdido la vitalidad, ves que siguen soñando. No es porque fueran ilusos. Gallo cree que se alimentaban de sueños, algo que ya no hacemos ahora. Hoy el individuo no sueña, todo le viene prefabricado. No quiere ser pesimista y nos dice para despedirse que hay posibilidad de seguir luchando por cambiar esta sociedad.

martes, 30 de octubre de 2012

Marcos Ana: «Dejar a los jóvenes las ideas por las que luchamos y seguimos luchando»

Marcos Ana, hablando de una Transición incompleta, nos recuerda que no es lo mismo luchar contra la libertad que defenderla


Martes 30 de octubre de 2012. Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. Madrid

Cartel del homenaje a Marcos Ana en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla
Cartel del homenaje a Marcos Ana en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla
Marcos Ana, poeta y luchador, es un hombre cargado de valores que representa al comunista de a pie generoso y solidario, el que da ejemplo con su vida diaria. No es extraño que nuestra sociedad ponga los ojos sobre él para homenajearle. En la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de Madrid le rinden tributo la Universidad Complutense (UCM) y la Asociación AMESDE, que se encarga de investigar sobre la memoria social y democrática como un derecho irrenunciable al conocimiento de la propia historia de nuestro país. Le corresponde a José Carrillo, rector de la UCM, presentar el acto en el que también participan Jaime Ruiz, presidente de AMESDE, Javi Larrauri, autor y director del documental Marcos con eme de memoria, y el propio Marcos Ana.

El rector, para presentar al resto de ponentes, explica que son ya siete los años que AMESDE lleva investigando lo que pasó en este país, haciendo un trabajo encaminado al estudio y a la recuperación de la memoria del siglo XX como un elemento de reflexión que amplíe los campos de luz para la interpretación de los sucesos del siglo XXI y poniendo el acento en los aquellos que lucharon en condiciones hostiles por la recuperación y el mantenimiento de los valores democráticos. Marcos Ana es uno de los que emprendieron esa lucha.

Jaime Ruiz, en su intervención, marca el carácter del acto: el reconocimiento a una figura imprescindible para conocer nuestro pasado. Se lamenta de que después de 75 años, desde aquel momento en el que se crearon las ilusiones de forjar en España un país democrático, aún sigamos reclamando lo obvio. AMESDE está tratando de unir con un puente la Segunda República y la democracia de 1978, porque el siglo XX nos dio una lección de valores democráticos a los que se opusieron en toda Europa soluciones totalitarias. De la Transición señala que los vencidos perdonaron a los vencedores a cambio de una convivencia que todavía no se ha estabilizado. Ruiz añade que no es posible tener una democracia sin recuperar la labor de los movimientos antifranquistas y establecer una reconciliación sin desmemoria, algo que no hemos hecho. Marcos Ana es un referente de lo que significó esta lucha antifranquista y a nosotros como sociedad nos toca mantener vivo ese recuerdo, decirle que su lucha no fue estéril y que trasladamos el legado que representa a los jóvenes para que no lo olviden.

Marcos Ana y Javi Larrauri en una foto de archivo. Por cortesía de Javi Larrauri
Marcos Ana y Javi Larrauri en una foto de archivo.
Por cortesía de Javi Larrauri
Marcos Ana nos dice que nuestra Memoria Histórica es una asignatura pendiente y que tenemos que ponerla en pie. La Memoria que tenemos, la que aún continúa, es la de los vencedores, así que debemos transmitir a nuestros hijos lo que pasó en España para que lo conozcan. Es necesario hablarles de la lucha por la libertad y también del precio en vidas, exilios y destierros que se pagó. Marcos Ana explica que hubo muchos seres anónimos con los nobles ideales de luchar por un mundo mejor, que lo hicieron y que sin embargo se quedaron en la oscuridad de la Historia sin haber tenido el reconocimiento merecido a su lucha y sacrificio. A ellos hace extensible este homenaje que recibe. En recuerdo a esos hombres y mujeres, se señala a él mismo como un privilegiado por todo lo vivido tras su salida de la cárcel. Él eligió la vida dura y noble de un revolucionario y es lo que ha vivido.

Comenta Marcos Ana que hay muchas cosas que no se han resuelto como se debía. En la Transición no se movió nada, se quedó todo como estaba y el poder del pasado sigue estando en los entresijos de nuestra democracia. También habla de la juventud, es a esas generaciones que tienen la llave del futuro a las que debemos dirigirnos para «dejarles las ideas por las que luchamos y seguimos luchando». Confía en que estos jóvenes prosigan la lucha y que sean sus conciencias las que les dicten la necesidad de querer lograr un mundo más justo y más feliz.

Por su parte, Javi Larrauri indica que se hace necesario un ejercicio de memoria para que podamos encontrar hacia dónde queremos ir o al menos saber a qué lugares no queremos regresar. Marcos Ana es una persona generosa y de un compromiso constante. En estos tiempos difíciles se nos hace más necesario mantener la memoria fresca y la mente lúcida para recuperar figuras nobles. La voz y la imagen de Marcos Ana, su testimonio, nos sirve para saber que la solidaridad puede vencer a la mezquindad, que la avaricia puede ser derrotada por la justicia social. El documental Marcos con eme de memoria, en palabras de su autor, pretende narrar a través de los testimonios de Marcos Ana lo que pasaron las miles de personas que como él lucharon contra el fascismo en defensa de la Segunda República Española. Arriesgaron su propia vida luchando por un mundo libre y en democracia, y posteriormente tuvieron que hacer frente a la sangrienta represión franquista durante la dictadura. Aquellos valores por los que lucharon se desvanecen ahora a marchas forzadas, incluso se están destruyendo hasta los derechos fundamentales. Nuestra maltrecha democracia cada vez se parece más al antiguo régimen dictatorial. Javi Larrauri finalizó su intervención invitándonos a recoger el testigo de Marcos Ana como solución.

Tras sus palabras se proyectó el documental Marcos con eme de memoria, un trabajo que forma parte de un proyecto artístico usando la pintura, el dibujo, la fotografía y el vídeo y que Javi Larrauri ha dedicado a la figura y obra del poeta y luchador antifranquista Marcos Ana, un referente contemporáneo que sigue en activo. El documental nos presenta a Marcos Ana hablando de diferentes momentos de su vida, recitando, cantando y explicando sus opiniones sobre el presente. Ese diálogo que se establece entre Marcos Ana y el espectador da la imagen precisa de un hombre imprescindible, sencillo y eternamente luchador, que cree en el ser humano y en la libertad. Esos instantes se funden con imágenes del proceso de creación de la obra pictórica, que resultan como pausas, como momentos para la reflexión, y que se potencian con el sonido de piezas instrumentales significativas, como La Internacional o El himno de Riego. Rompen el silencio del trabajo solitario de la creatividad y acompañan el pensamiento. En las manos de Larrauri, mientras dibuja y pinta, vemos el trazo firme de un artista que busca el pulso a la memoria, con tranquilidad, recordando y trazando las líneas que le llevan de un punto a otro. Uno se pregunta en qué pensaba mientras pintaba, e inmediatamente le viene a la cabeza la respuesta, seguro que recordaba en esos instantes lo que Marcos Ana le había contando en sus conversaciones, lo que retrata en su documental.

Tras la proyección se abrió un debate con el público presente en el que se escucharon múltiples palabras de agradecimiento a Marcos Ana y se elogió la calidad humana del documental. A Marcos Ana le preguntaron sobre si estaba contento con la situación actual de esta democracia precaria y respondió que no podía estarlo pues es una situación injusta. Dijo que ésta no es la España ni la sociedad que queremos, así que nos toca seguir luchando con serenidad, con profundidad y sin descanso, pues la derecha también trabaja en todo lo contrario.

El acto se despidió con un anécdota de José Carrillo recordando los días en que conoció a Marcos Ana cuando éste había salido de la cárcel. Era como un niño porque lo preguntaba todo, dice. Ahora sigue siendo igual.

sábado, 27 de octubre de 2012

Un Chile democrático que se pregunta qué hacer con su memoria

La pieza teatral Villa+Discurso, del dramaturgo y director chileno Guillermo Calderón, pasa por España


Sábado 27 de octubre de 2012. Centro Dramático Nacional. Teatro Valle Inclán. Madrid

Cartel de la obra de teatro Villa+Discurso
Cartel de la obra de teatro Villa+Discurso
El Centro Dramático Nacional nos acerca al estado del panorama internacional del teatro en su ciclo Una mirada al mundo, una oportunidad de ver un teatro que está recorriendo festivales de todo el mundo y que aquí aún no ha llegado. Este año se han elegido cinco obras que estarán una semana cada una en cartel. De Chile nos viene Villa+Discurso, una pieza del dramaturgo Guillermo Calderón que está compuesta por dos obras que se complementan y que están interpretadas por las mismas tres actrices.

En Villa se dirime qué hacer con el mayor centro de tortura y exterminio de la dictadura militar de Pinochet: Villa Grimaldi. Para eso, para tomar la decisión, tres mujeres jóvenes son convocadas. Ellas deben elegir entre reconstruir la casa demolida por los militares o levantar en su lugar un moderno museo. ¿Qué hacemos con la memoria?, ¿de qué forma la honramos más?, ¿cómo nos resulta más útil? Se pueden tomar muchos caminos que llamen a nuestra conciencia, que recuerden la tortura y la muerte orquestada desde un estado para exterminar a todos aquellos ciudadanos con ideas políticas de izquierdas.

Las dictaduras «salvapatrias» se instauran para imponer un régimen por la fuerza, derramando la sangre y la vida de quienes participaban con toda la legitimidad en el proceso democrático y social elegido por el pueblo. Los militares «salvapatrias» llegan siempre con la única razón de sus armas. No es fácil ponerse de acuerdo con lo que debemos hacer con los símbolos más trágicos de su inmundicia. Ahí podemos dejar una Villa Grimaldi reconstruida, o un centro de la memoria. Ambas opciones aliviarán la conciencia y se quedarán como símbolos, pero el tiempo implacable terminará por ir minimizando lo que queremos recordar. Podemos también dejar que sea la vida la que se imponga en forma de un parque abierto donde las personas acudan con sus propios recuerdos, sin encerrarlos en ningún espacio. Para recordar el horror sufrido, ¿basta con elegir un solo dolor entre muchos?, ¿cuál?, ¿el dolor del recuerdo, el dolor construido de imaginar la pesada carga de una habitación de tortura, el dolor de ver esa cámara de muerte tal y como fue, el dolor construido con símbolos, el dolor de las vidas truncadas y de lo que pudieron haber sido si no les hubieran llevado hasta ese lugar? Antes de nada tal vez sea obligado analizar lo que implícitamente significa cada opción que podamos tomar, después vendrán los sentimientos que nos producen y finalmente debemos mantener un diálogo con nuestras vísceras para elegir con conciencia, porque recordar se puede hacer de muchas formas. A veces, tomar una decisión significa un punto final, un pasar página. Otras, cuando se toman las correctas, se logran herramientas de convivencia, dignidad y recuerdo. Más que del proceso de elegir, de lo que trata esta obra es de cómo una sociedad interioriza el dolor de la represión y en qué forma decide que se recuerde. De acordar una memoria colectiva por encima de la que cada uno guarda. Ese es un terreno difícil pues una vez construida se certifica como única, el sistema de medida de toda comparación.

Francisca Lewin, Macarena Zamudio y Carla Romero en una escena de la obra Villa+Discurso
Francisca Lewin, Macarena Zamudio y Carla Romero en una escena de la obra Villa+Discurso
No se trata de venganza, ni resentimiento, es la manera de enfrentarnos a lo inhumano, a la barbarie que no queremos que vuelva. Servirá para que las próximas generaciones, las que no lo vivieron en primera persona, puedan mirar el pasado y no repetir otra vez los mismos errores. Pero la memoria colectiva se queda en nada si no la tratamos también como un asunto de justicia, que en el fondo es el único bálsamo con el que, quien lo vivió, puede aliviar sus heridas y que éstas comiencen a cicatrizar. Cicatrices que son muertos y torturados, no lo olvidemos. Víctima también es la sociedad que ha sido sometida por una dictadura venida para colocar sus estructuras económicas neoliberales y de poder a través del miedo y mantenerlas después, sin que nadie se las cuestione. Cuando el dictador muere o se ve obligado a abandonar el poder, ya ha quedado todo suficientemente atado para que continúe aún sin él. Suele ocurrir que recuperemos la libertad sin descubrir el precio pagado a los que se van: dejarlos inmunes, mantener el modelo económico y que el poder se lo quede en las mismas manos.

Villa entra en otro debate muy interesante y es si tiene derecho a opinar y tomar decisiones una generación que no vivió directamente aquello. La juventud se hace preguntas y conforma sus opiniones, es su historia y se sienten parte de ella pues está pagando las consecuencias. Los voceros de la ultraderecha, los que dicen que no hay otro camino, dicen que deben callarse, que de aquello no saben ni les incumbe. Guillermo Calderón ha decidido opinar y cuestionarse todo el entramado. Lo hace a través de un ejercicio valiente, con firmeza y sin esconder su voz. Calderón se eleva por encima de las contradicciones que surgen en la construcción de la Memoria Histórica de un país para hacer un análisis motivador, desde un pensamiento social de izquierdas, que infunda razones para reflexionar, con una visión sin complejos y con la capacidad íntegra de recoger aciertos y errores. Una construcción que no olvida el dolor como parte de su historia, pero que quiere un futuro diferente construido por ellos mismos en una democracia plena.

La segunda de las obras, Discurso, es una historia más teatral en su forma, pero igual de directa en sus intenciones. Simula el discurso de despedida de Michelle Bachelet al dejar la presidencia de Chile, un discurso más íntimo que el oficial, uno en el que se atreva a hacer un análisis sincero de su gobierno, lejos de las cámaras. Se realiza a tres voces que se van superponiendo y conversando, mostrando las propias contradicciones entre el personaje, la persona y el ideal no cumplido. Para el espectador no pasará desapercibido el poso a traición, el que ofrece un partido que no aplica políticas socialistas aunque éstas vengan en su nombre y sus siglas. Es la derrota de una izquierda que gobierna sin atreverse a mover una coma del sistema económico nacional que se sigue rigiendo por las tesis neoliberales de la derecha, la que deja que todo siga igual, donde lo dejaron los anteriores, como si fuese suficiente con que toda la responsabilidad se quedase en unas intenciones incumplidas.

En realidad se trata de una traición doble ya que se lleva por delante la esperanza después de haberle asestado una nueva puñalada, más dolorosa incluso por venir de las propias filas. Resulta frustrante en todos los sentidos que incluso llegando al gobierno las víctimas sean incapaces de conseguir que se aplique la justicia elemental, imposibilitados para tomar las decisiones que deberían desenredar la tela tejida. Discurso encara esa realidad, la interroga, la explica, nos muestra sus contradicciones y nos deja ese sabor amargo al que sabe toda derrota, de lo que debió haber sido pero no fue.

Villa+Discurso son dos obras sobrecogedoras, de las que ponen la piel de gallina porque están llenas de sentimientos. En parte es por un texto lleno de habilidad para llevarnos por los rincones más oscuros de nuestro interior y plantearnos las preguntas básicas para levantar una sociedad democrática; pero en gran medida también ocurre por la interpretación de Francisca Lewin, Macarena Zamudio y Carla Romero, las tres actrices que dan vida y sostienen sobre su carne todo el dolor revivido, sacando la emoción de las propias entrañas. Es el suyo un trabajo enorme, tan impresionante como efectivo.

Es Chile, pero ambas obras podían trasladarse a la España reciente. Podríamos escuchar el discurso de Zapatero pidiendo perdón por lo que dejó de hacer o a un grupo de jóvenes discutiendo que hacer con ese santuario fascista del Valle de los caídos. Pero aquí no hicimos ese ejercicio, nuestra famosa Transición solo sirvió para callar bocas y no nos permitió hacernos preguntas. ¿Cómo sino puede entenderse que la antigua Dirección General de Seguridad del Estado, lugar donde se torturaba durante la dictadura, sea hoy la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid sin que a nadie le sonroje?

A modo de pequeño anecdotario: Villa+Discurso se estrenó en Chile el 16 de enero de 2011 en el Festival de Teatro Santiago a Mil. El lugar elegido para su estreno no fue un teatro sino un sitio llamado Londres 38, un espacio hoy dedicado a la memoria, pero que durante la dictadura fue usado como cárcel clandestina de tortura y exterminio a militantes de la izquierda chilena.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El teatro de la realidad que deberíamos mirar

Juan Diego Botto escribe e interpreta Un trozo invisible de este mundo, una obra imprescindible sobre inmigración y exilio


Miércoles 24 de octubre de 2012. Matadero - Naves del Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro Un trozo invisible de este mundo
Cartel de la obra de teatro Un trozo invisible de este mundo
Cuando terminó la función de Un trozo invisible de este mundo me puse en pie, como la mayoría del público, para aplaudir. Lo hice con fuerza, agradecido por la oportunidad de asistir a una obra tan sincera y con esa enorme capacidad para conmover. Me gustaría en esta reseña poder transmitir todas las emociones que sentí. Me gustaría hablar de esta obra de teatro con la misma sencillez que Juan Diego Botto ha puesto para escribir cada uno de los cinco textos que forman la pieza. Me gustaría ser tan directo como los personajes que desnudan su alma en estos monólogos… Pero sé que lo que vive un espectador ante una gran obra no es suficiente con contarlo, necesita ser sentido en vivo.

Cada uno de los cinco magníficos monólogos es una confesión que nos acerca a las personas que se han visto obligadas a inmigrar o vivir en el exilio, que nos sirve para entenderlas. Nosotros podríamos escuchar a diario historias semejantes en las calles, nos bastaría con detenernos un instante a hablar con el primer inmigrante africano que nos crucemos. Vencido ese primer impulso de miedo que producen la timidez y el desconocimiento entre dos extraños, cuando se hubiera soltado seguro que al narrarnos la peripecia que le ha traído hasta aquí nos quedaríamos sobrecogidos; más aún cuando nos contara su vida en nuestro país. Después, un poco más abajo, no estaría mal sentarnos a hablar con un exiliado para que nos quiera hablar con franqueza de lo roto que se siente por dentro. Que cómo lo encontramos; físicamente no se distingue, pero seguro que su mirada, ese mirar sin ver como si su cabeza estuviera en otro lugar, lo delatará. Nos despedimos y seguimos caminando y, al doblar una esquina, en el primer locutorio con el que nos topamos colamos la patita y nos quedamos oyendo los retazos de las conversaciones. La ruta propuesta está al alcance de todos. Y sin embargo no hacemos nada de esto. La realidad del día a día con la que nos cruzamos cada mañana se encuentra a miles de kilómetros de nosotros mismos. No sabría explicar por qué ha dejado de importarnos, pero sí que tengo la vaga sensación que nos vamos haciendo inmunes al sufrimiento de los muchos que sobreviven a unos metros de nuestros hogares. Somos cada día más insensibles al entorno que nos rodea.

Es por eso que necesitamos un teatro franco y veraz que nos hable claro, que nos sacuda y que nos acongoje a partes iguales. Un teatro de la realidad a la que deberíamos mirar de frente pero que dejamos fuera sin darnos cuenta que es la nuestra, que no hay distancia alguna. En las calles que pisamos hay dolor y miseria, pero nosotros no sentimos culpa, es de otros, de unas leyes injustas, de la policía, de los racistas, de la mala suerte… Siempre de los otros. Pero lo cierto es que somos responsables, así que necesitamos voces que nos empujen a volver a sentirnos solidarios con el ser humano. Un trozo invisible de este mundo no se ha planteado señalar con el dedo, lo que nos hace es llevarnos adentro, para convivir, y que luego nos llevemos a nuestra casa ese pedazo de nuestro mundo que ya no vemos.

Asistir de público a Un trozo invisible de este mundo es mucho más que estar sentado en la butaca, es participar viendo, escuchando, palpando, formando parte y sintiendo. Lo haces desde el primer momento, cuando antes de empezar la función te colocas una pegatina con un número que te señala como alguien en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE); entonces tomas consciencia. Igual que cuando te conviertes en una persona esperando para cruzar la frontera que te acerca a un mundo próspero y te aleja de la miseria intrínseca de un país esquilmado y sin esperanza; o cuando entras en la cabeza de un torturado político; o te sientes por un instante como un niño pequeño al que le están contando su historia y vas viendo que está llena de barreras por venir de fuera, de un país pobre al que el primer mundo no permite salir del subdesarrollo.

Juan Diego Botto en una escena de la obra Un trozo invisible de este mundo
Juan Diego Botto en una escena de la obra Un trozo invisible de este mundo
Los textos de cada monólogo nos hablan de la desigualdad. Cuentan lo importante y lo hacen también a través de observar con cuidado los detalles pequeños. Con ellos se afianza la realidad sin que sea preciso acudir a metáforas que desdibujen y den lugar a interpretaciones opinables. A cada cosa se le llama por su verdadero nombre y eso dota a la obra de una fuerza extrema. Con el mecanismo de comunicación tan directo, a flor de piel, y encauzado desde el primer instante, toca contar las historias que nos conmuevan, las que nos van a sacudir. Juan Diego Botto ha montado una pieza de ficción, de confesiones, que nos explica la propia realidad mejor que ella misma. Lo ha hecho desde la rabia que produce lo injusto, lo desigual. Uno escucha cada monólogo sobrecogido, desolado a veces y con una sonrisa en otros momentos, llevado por una mano inteligente que no da respuestas, sino que cuenta las historias que nos permiten reflexionar para que podamos hacernos las preguntas oportunas. Cada uno debe mirarse a sí mismo para responder, pero también debe saber que hay muchos más a los que les pesan las mismas preocupaciones.

Un trozo invisible de este mundo arranca desde el otro lado, desde la voz de un funcionario de aduanas que con cinismo nos canta las cuarenta en un discurso en el que el personaje pretende explicarnos «su realidad» de las cosas como la única posible: aquí no cabemos todos, siempre hay alguien al que le tocó ser perdedor, es pura ciencia… A través de sus palabras, de esa lógica absoluta, de mecanismos sencillos, va explicitando su racismo de una manera amable.

Después vendrán las amarguras de una conversación telefónica desde un locutorio que nos dibuja las contradicciones de quien vive lejos de su familia para conseguir un dinero que en su país no hay posibilidad de ganar trabajando, esa carga pesada que siente y que no le permite tener ni siquiera un buen momento. Una vida la suya que está llena de esfuerzos, de tirar para adelante, de ausencias, de silencios y de todo lo que se calla porque no es agradable contar lo que es necesario soportar. La historia del abuso con los inmigrantes, su explotación. Los papeles imposibles que convierten en ilegales a las personas, los CIEs, la muerte, la falta del derecho al pan y a las rosas. Sobrevivir más que vivir. De pronto la piel se eriza un poquito más, al escuchar la justificación del turquito tras su tortura, su deseo de ser un héroe que sobrevive para contar la indignidad aunque sea un hombre débil. La voz del exilio nos voltea para hablarnos de que el camino para cerrar las heridas, el de la reparación, es la justicia y la memoria, que hay seres humanos con la vida rota a los que les gustaría tener los mismos privilegios que les damos a los perros. Los sueños imposibles se convierten en el único soporte a una vida sin esperanza, sueños mentirosos que no se han de cumplir pero que nos tapan por un segundo una realidad que nos apesadumbra. La sinceridad, atrevernos a decir con crudeza la realidad, nos descubre que si abrimos las maletas estarán vacías, nada les quedará, nada tendrán dentro.

Para contar estas vidas, estas reflexiones, basta una escenografía sencilla, una cinta transportadora que va llevando maletas de un sitio a otro donde se amontonan, algún baúl, una pizarra y una luz cómplice sobre el fondo de una pared sólida pero abandonada. Es un lugar detenido en el tiempo, es nuestro presente, un limbo que nos da una oportunidad para cambiar.

Astrid Jones se encarga del monólogo central, los otros cuatro los interpreta el propio Juan Diego Botto. Los dos, actor y actriz, están impresionantes. No podemos apartar un instante los ojos de ellos. Cada palabra, cada gesto, llegan al público porque su trabajo establece una sensibilidad cercana. Transmiten y conmueven, mientras atan y desatan nudos en nuestro corazón. No es extraño que a Juan Diego Botto se le empañen los ojos de lágrimas al final mientras agradece los aplausos.

Para profundizar en la obra, se han programado varios encuentros con el público tras algunas de las funciones. En ellos Astrid, Juan Diego y el director, Sergio Peris-Mancheta, charlan con los espectadores sobre las intenciones y las impresiones. Las tres son personas generosas, que nos recuerdan que hay otra forma de abordar el presente y que no coincide con la idea mayoritaria que establece el pensamiento único. Se puede llevar nuestra realidad a un escenario y hacerlo sin metáforas, a carne viva, como ellos lo han hecho en un teatro sincero, emotivo, sencillo y directo. Y lo cierto es que se contagia, uno se va del teatro con un poco de esperanza en el ser humano sin saber muy bien por qué.

A modo de pequeño anecdotario: El 19 de diciembre de 2011 falleció, en el madrileño hospital del Doce de Octubre, Samba Martine, una mujer congoleña de 34 años que se encontraba prisionera en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche a la espera de su expulsión del país. No tenía antecedentes, pero se la encerró porque carecía de papeles para entrar y residir en España.

Desde territorio marroquí había cruzado «ilegalmente» a Melilla en agosto y se la internó en el el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) que hay en la misma ciudad. El 12 de noviembre, con el CETI de Melilla saturado, se la envía a Madrid, al CIE de Aluche. Desde ese día hasta la fecha de su muerte hay acreditadas diez visitas de Samba a la consulta médica del centro, un servicio externalizado. Ella no hablaba español y solo consta que en una de estas visitas tuvo intérprete.

Diez veces fue a la consulta médica del CIES en poco más de un mes, pero allí fueron incapaces de hacer el diagnóstico, limitándose a recetarle pomadas para el picor y pastillas para la depresión. Los últimos días acudió hasta tres veces al consultorio, la última el mismo 19, de donde la enviaron al hospital donde fue ingresada seis horas antes de su fallecimiento.

Se le realizaron dos autopsias, por lo que el entierro se retrasó cinco meses. Viajó su madre desde Canadá, y otro pequeño grupo de familiares desde muchos otros lugares del mundo. Pero no pudieron verla, la tardanza y las autopsias, habían perjudicado el estado del cadáver y obligaban a que el féretro tuviera que estar cerrado.

Ahora se sabe que tenía SIDA y que murió de una criptococosis sistémica, una enfermedad rara causada por un hongo y que ocurre en personas con las defensas muy bajas, como es el caso de pacientes con VIH. Nunca recibió el tratamiento que necesitaba.

Juan Diego Botto asistió al entierro de Samba y la rabia que le produjo escuchar a Clementine diciendo entre lágrimas abrazada el féretro cerrado de su hija «yo que te parí, no te puedo abrazar. Yo que te vi crecer, no te puedo abrazar» fue lo que le impulsó a ponerse a escribir las piezas que conforman Un trozo invisible de este mundo

sábado, 20 de octubre de 2012

Violencia que nos afecta a todos y a la vuelta de la esquina

Adolfo Fernádez dirige y protagoniza la obra de Fausto Paravidino Naturaleza muerta en una cuneta


Miércoles 10 de octubre de 2012. Centro Dramático Nacional. Teatro Valle Inclán. Madrid

Cartel de la obra de teatro Naturaleza muerta en una cuneta
Cartel de la obra de teatro Naturaleza muerta en una cuneta
Fausto Paravidino no es un dramaturgo al uso. Es joven y sin prejuicios, así que cuando quiere contarnos algo va y lo hace. La herramienta que elija no es más que una etiqueta que le tiene sin cuidado. Cine, teatro y televisión son tres medios que conoce y en los tres ha trabajado. Ha actuado, escrito guiones y textos teatrales, e incluso dirigido una película (Texas). Es directo, acostumbra a emplear diálogos rápidos y se ha hecho un maestro en construir imágenes cinematográficas con gran impacto visual. Por eso resulta difícil ver en Naturaleza muerta en una cuneta una obra que siga los cánones tradicionales del teatro. La suya es más bien una dramaturgia del mestizaje. Podría ser cine si no estuvieran los actores delante, o literatura si cerráramos los ojos y nos dejásemos llevar escuchando los pensamientos de los personajes que los propios actores verbalizan.

El decorado, con paneles que se mueven o descienden y una pasarela superior, permite crear a través de estos mecanismos los diferentes ambientes de los múltiples escenarios en los que se van desarrollando las historias. El número de lugares por los que transita Naturaleza muerta en una cuneta resulta asombroso para una obra de teatro. Igual de elevado es la cantidad de personajes -se acerca a la veintena- aunque solo sean seis los actores que los representan. En cierto modo es como si el autor se hubiera planteado una historia de cine. La sensación es que un espectador, en cierta forma, encuentra puntos en común sentado en la sala del teatro con lo que sentiría estando frente a una pantalla, pues ese espíritu cinematográfico impregna la representación.

La obra es una carrera contrarreloj. La aparición de un cadáver a la orilla de una carretera pone en marcha el tiempo y a los agentes de la comisaría más pequeña del país. El inspector Salti (Adolfo Fernández) sabe que le quedan dieciséis horas antes de que el crimen transcienda, el tiempo que resta desde el hallazgo hasta que el telenoticias de «prime time» lo emita como una historia que los reporteros convertirán en un asunto morboso con el que subir su audiencia. Cuando entra por medio la opinión pública es imposible solucionar ningún asunto. Salti, por lo curtido de su historia como policía, se muestra indolente, preciso y profesional; es de esos investigadores de método, de los que sigue siempre el mismo cauce que lleva utilizando toda su vida y con el que ha resuelto cada uno de los casos a los que se ha enfrentado, sin fallar uno solo. Algo que a primera vista le da al personaje un toque burlón a la vez que inhumano y distante. Hay algo en él que me repele y sin embargo es el tipo de policía que desearía llevara mi caso si alguna vez lo necesitase. Un hombre que se deja la salud en cada investigación porque su trabajo está por encima de todo lo demás.

Adolfo Fernández y Raúl Prieto en una escena de la obra Naturaleza muerta en una cuneta
Adolfo Fernández y Raúl Prieto en una escena de la obra Naturaleza muerta en una cuneta
En su esencia, Naturaleza muerta en una cuneta es una historia policíaca, con una intriga que desentrañar. Se podría quedar en eso, pero lo interesante es que va más allá, pues tiene una medida intención social, la de mostrarnos un tinglado tras el que se esconde lo peor de nuestra sociedad y lo preocupante es que nadie puede quedarse al margen y a salvo. La obra fractura el mundo en dos planos, por un lado el mundo civilizado y por otro el lumpen. Para que todo vaya bien, para que no nos pase nada a los que estamos de este lado de la raya, para que podamos conciliar con tranquilidad el sueño, ambas partes deberían permanecer separadas. Sin embargo esas dos realidades se tocan, la delictiva, la sucia, la que nos resulta incómoda, se mezcla con la vida impoluta de una clase media que trabaja para sostener todo el sistema que en el fondo no deja de ser un entramado, un muro de contención que hace aguas. Aunque no queramos, en esta sociedad que hemos construido corremos peligro, ese es el mensaje.

Cuatro son los alegatos más impactantes, los que nos despejan la maraña de una Verdad y una Justicia escritas con letras mayúsculas, pero que si las miras con atención descubrirás en ellas sus propias miserias. El primero de estos discursos lo digiere en sus entrañas la madre de la víctima, una mujer que de la noche a la mañana descubre en su hija otra vida diferente a la de esa niña perfecta en todo que sacaba las mejores notas y sobre la que nunca se podía hacer un reproche. Le duele tanto la pérdida como el desconocimiento de esa doble vida. Es la impotencia por sentir que le ha sido imposible salvarla. Es la certeza de descubrir que convivimos con personas que terminan siendo extraños, de las que nada sabemos en realidad más que sus nombres, aunque tengamos vínculos de sangre o lazos matrimoniales con ellos. Es el remordimiento de no haber pensado por un momento hacia dónde caminan nuestros hijos acomodados, a los que nada falta.

El segundo de los alegatos le corresponde al inspector para poner otro dedo en la llaga. Nos habla de la necesidad de ensuciar a las víctimas para que así se pueda mantener que una muerte violenta solo le ocurre a quien es un sujeto de riesgo, al que convive con lo marginal y en cierta forma se lo merece. De esa manera la mayoría seguirá estando al margen, libre de preocupación porque si no hace lo que no debe nada malo le ocurrirá. Y sin embargo lo que se constata es la realidad que nos señala tozuda que tampoco somos inmunes aunque no crucemos la línea hacia el lado oscuro de la sociedad. Cuando encontramos la inocencia de una víctima todo se nos desmorona, se acaba la seguridad y empieza el miedo. Ese es el trabajo del policía: ocultar la otra realidad, la fea, la marginal, la violenta, la que nos asusta, hacer que nunca se junten.

La tercera piedra nos lo lanza una mujer inmigrante. Huyó de un país en guerra y cayó en una red que la única opción que le ofrece para saldar la deuda contraída es la de prostituirse para ellos. Sabe que no tiene ninguna salida hacia adelante, que no habrá magia con la que conseguir su documentación. El último de los discursos de este grupo, el más miserable, le corresponde al novio de la víctima. A él le toca explicar que todo vale para mantener el tren de vida de una juventud acomodada cuando la economía personal anda mal. Para ellos nada es inmoral si paga la siguiente copa o una raya más.

Quería destacar como un elemento importante las buenas interpretaciones del reparto y eso a pesar de lo complicado que debe resultar para un actor tener que meterse en tantos papeles en una misma obra. Especialmente creíbles son los trabajos de quienes interpretan a personajes del mundo más sórdido.

En cuanto a la estructura, cada escena rompe con las otras, abriendo tramas que van a converger. No hay escenas largas, todas son cortas. Unas son alegatos o monólogos, otras diálogos o interrogatorios y el resto pequeños cuadros a través de los que contar la acción. Al final se transmite una sensación de rapidez que le da a la historia gran dinamismo. Dentro de la estructura, de pronto, cuando todo coge ritmo, el inspector nos deja huérfanos saliendo del primer plano hasta que lleguen las conclusiones. Quizá sea el truco para que el espectador valore las diferencias en efectividad a la hora de enfocar una investigación y así pueda hacer una comparación de lo que quiere para sí mismo y de lo que se hace para ganar imagen en una pantalla de televisión.

Si algo hay en Naturaleza muerta en una cuneta que me gusta menos, quizá por mis prejuicios, es el abuso de diálogos interiores y una cierta sensación de que los personajes parecen estar siempre hablando ante una cámara, algo que en el mundo cinematográfico o en el literario puede ser admisible, pero que en teatro termina convirtiéndose en algo antinatural.

A modo de pequeño anecdotario: En 2004, el público italiano eligió Natura morta in un fosso como el mejor texto del año, otorgándole el Premio Gassman.

Su autor es Fausto Paravidino, un joven genovés que en poco tiempo se ha convertido en una de las cabezas de la Nueva Dramaturgia Italiana. Se formó en Italia, aunque también pasó por el National Theatre y el Royal Court de Londres. Sus obras están consiguiendo grandes éxitos por toda Europa.

viernes, 19 de octubre de 2012

Cine con sabor a clásico

Se estrena ¡Atraco!, una coproducción hispano-argentina del director Eduard Cortés

Cartel de la película ¡Atraco!
Cartel de la película ¡Atraco!
A veces echo de menos las películas con sabor a cine. El realismo se ha convertido en la gran marca del cine independiente enfrentado al que producen los grandes estudios de Hollywood, ese cine millonario de macroproducciones basadas en los efectos especiales. En ese proceso hacia lo complejo o lo auténtico, aquel cine ingenuo, más sencillo, con el que crecí se ha ido perdiendo. ¡Atraco! se atreve a devolvernos a aquellos días de ilusiones y sobre todo de ingenuidad, donde el espectador participaba en el simbolismo que significaba ver en pantalla grande una película. Aquella aceptación de unas reglas, de un guiño hacia lo construido, se asumía tácitamente. Sus licencias resultaban uno de los mayores placeres de aquel cine en vías de extinción.

En eso ¡Atraco! resulta de una factura impecable. En ningún momento trata de esconder que lo que estás viendo no es otra cosa que una película y por tanto despliega todas las armas de la ficción y las mejores técnicas que el arte cinematográfico permiten para ello. Cine grande de entretenimiento, cruzado por historias idílicas en las que aparecen los imprevistos que van tramando con inteligencia un buen guion. El peso de la historia y el perfecto dibujo de cada uno de sus personajes por muy secundarios que sean consiguen ese sabor que tiene gusto a cine clásico. No se escatima en decorados, ni en vestuario, ni en nada que de lo que nos permite entrar en una película de las de antes, que nos de ese toque a los años cincuenta cuando se contaban historias con las que construir los sueños en technicolor.

La película narra el que posiblemente pueda ser uno de los robos más demenciales de la historia del crimen, el robo de las joyas de Eva Perón en una joyería madrileña donde están empeñadas. En realidad es un falso robo para evitar la codicia de Carmen Polo de Franco que se quedaba con todo lo que le gustaba. No sé si el atraco es cierto o se trata de una pura ficción pues no he podido constatar la veracidad de la anécdota. Su director, Eduard Cortés, insiste en que la historia está inspirada en un hecho real. Añade que esa historia se la contó un ex-policía al productor Pedro Costa. Dice que no transcendió, pero que oficialmente se habló de un atraco a una joyería del centro de Madrid por dos sudamericanos disfrazados de militares y con dudosas armas. Les pillaron y parece ser que todo había sido un montaje con la misma motivación que se cuenta en la película. En realidad, no importa si es ficción o no, la película va mucho más allá de esta situación.

Nicolás Cabré y Guillermo Francella en una escena de la película ¡Atraco!
Nicolás Cabré y Guillermo Francella en una escena de la película ¡Atraco!
Si manoteamos el humo del artificio de la trama que lo recubre para embellecerlo, lo que vemos en ¡Atraco! es el trasfondo de toda una época gris, la de nuestro franquismo donde las cosas estaban «ordenadas» y todo el mundo sabía cual era la jerarquía y qué se esperaba de su comportamiento público. La imagen de esa España se contrapone con la visión de un peronismo en el exilio, pobre en lo económico, pero que cuenta con una adhesión inquebrantable hacia sus principios. Son las ideas y los sueños contra el nepotismo de una dictadura cerrada. Es el ingenio contra el ordeno y mando en un tiempo vital para que aquí hubiéramos seguidos por el camino del progreso, en lugar del conservadurismo más rancio que impusieron al país tanta iglesia, militar y terrateniente.

Me gusta especialmente la construcción de personajes que no se olvida de los secundarios convertidos también en auténticos arquetipos. De esa forma uno se encuentra con un sentido peronista que idolatra lo que eso significa y que está dispuesto a dar hasta la última gota de sangre por sus ideas; a un actor llamado a la parte de atrás de las filas de un peronísmo no tan ideológico y sí práctico al que le mueve una admiración secreta diferente; a una enfermera moderna que trata de vivir su vida al margen del régimen franquista como si eso fuera posible; a un policía joven y ambicioso, que viene de abajo y que en cierta manera se avergüenza de un padre que ha ido toda la vida de un lado y otro de la legalidad, mientras que a su padre le ocurre lo mismo y no sabe que hizo mal para que su hijo le haya salido de la pasma; a un militar argentino inteligente y organizado; a un policía mayor que es muy bueno en su trabajo pero al que las circunstancias y sus opiniones han relegado a labores burocráticas; a un militar español de los que mandan de verdad; a un joyero que es un puro hipócrita; a sus empleadas hacendosas; a unos chamarileros que venden armas de estraperlo… Cada uno de ellos, independientemente de su peso en la trama, está trazado con buen pulso y tienen su instante en el que llenan la pantalla, ese minuto efímero de gloria personal.

Otro de los pilares fundamentales de la película es el sentido del humor con el que distender la tensión cuando aprieta demasiado. Que uno de los atracadores sea un actor funciona como una especie de válvula de escape que sirve para frivolizar y a la vez nos aporta un punto de vista diferente y nuevo al de los personajes tradicionales del género. Este actor sirve para desesperar a los profesionales, para crear nuevas cuestiones, para que tengan sentido otros valores del presente en aquel pasado, pero sobre todo su función es la de permitir aún más que esa patina de cine se impregne en el corazón de una de esas historias que nos parecen que solo pasan en el cine.

¡Atraco! también es un cine de enamorarse, de sentimientos, incluso de los que pueden sentir un padre hacia su hijo y viceversa, porque nunca los unos son como quisieran los otros. Un cine de entregarse, de buscar y encontrarse, de mirar al frente y de cumplir con los deberes que están por encima de la vida. Es lo que ocurre cuando el más alto honor de ser elegido para la misión más elevada y las dudas se ponen en la misma coctelera. El individuo decidiendo y colocando lo colectivo por encima porque aún le sobra dignidad para mantener la mirada alta.

La película, además, brilla por las excelentes interpretaciones del equipo artístico, especialmente la de Guillermo Francella en un alarde conmovedor de sobriedad y eficacia. Por su parte Nicolás Cabré, el otro protagonista, se encarga de poner el punto cómico y esperpéntico que se precisa para que la película resulte diferente y poder darle el mejor toque de comedia. Relumbran también los secundarios Jordi Martínez, Daniel Fanego, Oscar Jaenada, Francesc Albiol y Amaia Salamanca.

Antes de terminar, decir que la película se recrea en esa mala suerte que tanta nostalgia produce y que permite mantener los ideales intactos, porque los malos, no nos engañemos, son otros.

A modo de pequeño anecdotario: En Argentina, tradicionalmente las esposas de los presidentes tenían un papel más bien discreto en el protocolo oficial. Es con la primera presidencia de Juan Domingo Perón y motivado por el carácter político y el gran atractivo, en todos los sentidos, que desplegó Eva Perón cuando esto cambió. El fotógrafo G. Fernando Prado realizó en 1946 un retrato oficial en el que por primera vez un presidente argentino posaba junto a su esposa. Ella sentada, luciendo sus mejores joyas y su marido de pie, con uniforme de gala.

También Eva Perón se convirtió en la primera mujer real que apareciera en un billete argentino. Fue el 26 de julio de 2012, al conmemorarse los sesenta años de su fallecimiento, cuando se comenzaron a emitir públicamente billetes de 100 pesos con su imagen.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Donde no hay moral solo queda degradación

La compañía extremeña Aran Dramática presenta en la Sala de la Princesa del María Guerrero su obra Anomia


Miércoles 10 de octubre de 2012. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Madrid

Cartel de la obra de teatro Anomia
Cartel de la obra de teatro Anomia
Hay una clase de teatro que nos sirve como punto de reflexión, tanto en lo individual como en lo social. El de ese tipo es un teatro que muchas veces también cumple la misión de poner el foco sobre lo que huele mal, lo que se degrada, tratando de avisar de la misma forma que nos alertaría un periodista de verdad si la prensa no olvidase tan a menudo su función ética de informar. Las obras que pertenecen a ese grupo debemos verlas porque son importantes para desarrollar nuestra capacidad crítica. Son nuestra conciencia. A veces nos gustarán más, a veces menos, pero siempre precisaremos de lo que ellas nos muestran. Anomia es una obra de teatro de esta clase. En ella se nos pinta esta España nuestra que decidió emprender el camino hacia la riqueza por la vía de la inmoralidad, el ladrillo y la corrupción política.

La obra se inicia con la entrada en escena de dos concejales, el de Cultura y la de Urbanismo, que se reúnen en un sótano para celebrar una reunión secreta. El público tiene entonces la sensación de estar asistiendo escondido a una velada prohibida a la que seguramente nunca tendría acceso fuera de la sala de teatro. Se pone nervioso y se emociona porque ese permiso concedido le resulta como un premio. Espera ver altruismo, efectividad y servicio público, vamos, asuntos bonitos. Lo que se encuentra sin embargo es el asfixiante pulso entre el aparato del partido y una concejala de Urbanismo que no quiere dejar de ser la número dos en las próximas listas municipales. El partido teme que surja un escándalo que no puedan parar si ella sigue y que eso les reste votos, así que prefiere apartarla. Ella defiende que lo que hizo siempre fue por el bien del partido y que de ello se han venido aprovechando todos ellos. Aparece la hipocresía de una doble moral, la de quien usa dos raseros de medir, el favorable para él y los suyos y el otro para los demás. Surgen las presiones y el escarbar con rabia en el pasado. El público se intranquiliza pues lo que de verdad descubre es suciedad, podredumbre y degradación.

Lo que ocurre en Anomia, esa lucha a vida o muerte por mantener el poder, se nos muestra en tiempo real, con las pausas y esperas de la vida cotidiana, a su mismo ritmo y con las contradicciones y los cambios de opinión que ocurren cada día, en un toma y daca entre unos y otros. Su valor está en la forma directa, sin preámbulos ni explicaciones de más, que utiliza para contarnos los mecanismos que unen poder, dinero y gobierno y cómo interfieren y se usan entre sí. No hay corrupción urbanística sin voluntad política de beneficiarse de ella y sin que medie dinero. Así vamos asistiendo a la construcción del grandilocuente discurso de la corrupción. Pero lo que más escuece desde la butaca del espectador es la impunidad que se respira en ese hablar sin máscaras, sabiendo que robar el dinero público no tendrá castigo. Nos da lo mismo quien gane el pulso, todos hemos perdido.

Quino Díez, María Luisa Borruel, Pablo Bigeriego y Elías González en una escena de la obra Anomia
Quino Díez, María Luisa Borruel, Pablo Bigeriego y Elías González en una escena de la obra Anomia
No hay bien ni mal, sino una negociación donde cada cual quiere ganar más que el contrincante, donde no se puede perder porque significa estar acabado, casi como muerto. Ese es el sentido político de toda la historia. Da igual aciertos y errores, lo único que interesa es el resultado de la negociación, que tengamos mayor fuerza que nuestro oponente. Solo importa como se jueguen las cartas, da lo mismo acudir a chantajes, amenazar o desvelar los secretos personales como arma de ataque. En la soledad del sótano donde se dirime la política todo es valido, una obligación incluso, pues salir ganador nos permitirá seguir engordando la vaca.

En Anomia no hay nada que no podamos ver en la prensa o en alguna cadena de televisión en esos juicios-circos donde unos políticos corruptos se ríen de todos mientras el sumario va describiendo cada uno de sus delitos y las escuchas nos van dibujando el perfil exacto de su nivel de sinvergonzonería. No hay nada nuevo, no, pero duele ver personajes descarnados a los que hemos elegido para la gestión de lo público y que sin embargo campan a sus anchas y en su beneficio propio, sin ética, tan cínicos como sucios, hombres y mujeres que se amparan en que «todos hacen lo mismo». Parece que trincar y mirar para otro lado después sea su trabajo y generalizar su defensa. El sistema es una rueda que gente como ellos hace girar. Para lo que sirve Anomia es para ponernos todo eso delante, cara a cara, para que lo miremos y nos demos por aludidos porque somos nosotros los que debemos ponerle fin al desmán que vivimos y colocar en el sitio que corresponde a quienes nos gobiernan.

La política que se desarrolla en España por los grandes -ya sean nacionales, autonómicos o a nivel de corporaciones municipales- del bipartidismo, ha fomentado la corrupción, la llegada de un dinero «regalado» a cambio de algo y el devolver «favores» con el erario público. Desde el poder político se ha beneficiado los negocios de ciertos particulares y se nos ha robado lo que es de todos. Esos gobernantes se han enriquecido durante ese proceso recibiendo comisiones. No es un tema de ideología, sino de personas que menosprecian la legalidad vigente y que con el paso de los años y la impunidad sobrevenida van perdiendo todo escrúpulo, con independencia del carnet del partido en el que militen. Lo malo es que esos partidos lo permiten y lo fomentan.

Hay tres elementos inquietantes sobre los que Anomia me parece especialmente enriquecedora. El primero es el enigma que se esconde tras la oscura financiación de los partidos políticos en nuestro país, no hay dinero, pero aún así no dejan de celebrarse, un fin de semana sí y otro también, los caros eventos que organizan esos grandes partidos. El segundo es el uso de los macroproyectos como fuente de ingresos personales y como cebo electoralista de votos para el partido; a mayor coste, más rédito. Y el tercero es la capacidad de los partidos para controlar los organismos, incluyendo los judiciales, que deben velar para que esa corrupción no se produzca.

Anomia no pretende juzgar a nuestra clase política. No es esa la función del teatro. Lo que quiere es que contemplemos esas maneras tan extendidas, llenas de inmoralidad, que hacen que nuestros gobiernos se pudran. Para lo otro ya están los espectadores en la sala y la justicia fuera. No intenta tampoco convertirse en una denuncia, sino que su objetivo es el de ser una constatación dolorosa de nuestra realidad que despierte nuestra conciencia crítica para que nos pongamos a hablar de ello en la calle.

La obra, desde mi punto de vista, tiene muchos aciertos, pero también, al otro lado de la balanza, hay que situar algunos problemas. Uno de ellos viene porque aún le faltan ensayos, lo que hace que los actores no hayan fijado todo el texto y se les llegue a escuchar trabarse. Otro es la perorata que Arturo dirige directamente al público, lo que rompe el tono confidencial de un público espía con el que se desarrolla el resto de la obra. En realidad, aunque no es un problema del actor, el personaje de Arturo es totalmente accesorio y la obra ganaría suprimiendo su presencia en ella ya que nada aporta.

A modo de pequeño anecdotario: Anomia, según la definición de la RAE es el «conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación». Anomia es lo que vivimos aquí y ahora, en este momento. Sin embargo, según confiesa su director y autor, Eugenio Amaya, el primer borrador lo escribió en 2008 como «un impulso irrefrenable que surgió al leer las transcripciones de las escuchas a personajes imputados en casos de corrupción urbanística realizadas por las fuerzas del orden y publicadas por los medios de comunicación. Las conversaciones, desprovistas de todo escrúpulo, resultaban llamativas por su ausencia de eufemismos, destilaban un sentimiento de absoluta impunidad y una avidez insaciable por trincar a cualquier precio. De hecho, más de uno de estos intercambios parecía extraído de un guión de The Wire o Los Soprano en su versión española. Fueron estas transcripciones de delincuentes de cuello blanco en acción las que marcaron el tono de Anomia».

lunes, 15 de octubre de 2012

El eco de cualquier relación

Babel, una producción de Pedro Costa con dirección de Tamzin Townsend y la interpretación de Aitana Sánchez Gijón, Pilar Castro, Pedro Casablanc y Jorge Bosch


Domingo 7 de octubre de 2012. Teatro Marquina. Madrid

Cartel de la obra de teatro Babel
Cartel de la obra de teatro Babel
En el cartel de Babel venden la obra como un thriller de amor, sexo y desengaño. Pero en realidad su título dice mucho más: nos habla de incapacidad para la comunicación, de no entendernos los unos a los otros por mucho que movamos la boca y digamos palabras que para quien nos escucha no significan nada. El thriller es solo una trama secundaria. El amor, el sexo y el desengaño son los caminos tangenciales a los que nos lleva nuestra incomunicación, un puro accidente para lo que la obra narra.

Babel sorprende nada más comenzar. Dos coqueteos en un bar de copas visto a través de unas pantallas y dos parejas que se dirigen hacia dos asépticas habitaciones de hotel con la intención de ser infieles por una noche. Cuando las pantallas se apagan entran los actores y, simultáneamente, van diciendo sus diálogos. A veces coinciden dos voces en la misma frase, otras alguien empieza una expresión que termina otro, o dice justo lo contrario. Los diálogos se cruzan entre las dos habitaciones. Ese runrún de justificaciones, de conversaciones repetidas y ya sabidas, nos lleva a una trampa, a pensar que todas las relaciones, por diferentes que nos parezcan, son iguales, que se pueden representar con el mismo texto. Pero no es así. Si nos dejamos caer en el engaño, la obra nos sorprenderá, pues nos va conduciendo hacia relaciones singulares, difícilmente repetibles y la conclusión termina virando. Lo que son iguales son los resultados, independientemente de las relaciones. Estamos destinados a distanciarnos y ese instante llegará. Toda pareja se ve abocada a sufrir un cierto desgaste porque llega a un punto en el que ya ambos son incapaces de comunicarse para expresar lo que sienten. A veces es el egoísmo de uno de ellos, otras que simplemente la realidad se percibe de forma diferente y las más que se llega a ese momento en que los ritmos se descompasan y se dejan de compartir las mismas ilusiones o que nos cansamos de esperar.

Babel nos obliga a cruzarnos con dos parejas en la misma noche que los cuatro tuvieron la posibilidad de ser adúlteros y ahora están cargados de remordimientos porque en cada pareja uno de los miembros no ve mayor problema en haber sido infiel y el otro carga con el peso de ser la víctima. También nos enfrenta con una mujer que huye de toda relación y con un hombre apocado que ha magnificado una vieja historia de la que ella no se acuerda. Nos muestra a una psicoanalista cargada de miedos y traumas y a su marido incapaz de dejarla pero que se ha buscado otra relación al margen. Y la última pieza es un vecino que tiene mala suerte, un tanto sospechoso y tratando de ocultar un cierto rastro porque las cosas casi nunca son lo que parecen y en esa balanza con la vida sabe que va a resultar perjudicado. Todos están en ese punto que si miramos desde la distancia señalaremos como el momento exacto en que se quebró la relación, el punto de no retorno.

Cada una de estas historias se van entremezclando y todas mantienen vínculos que las relacionan. Es una simple casualidad la que las va enlazando para con sutileza ir construyendo una torre de babel con ellas. Quizá es esa imbricada estructura lo más atrayente de la obra, la coherencia con la que cada parte trabaja para que el espectador logre ver un todo a través de las vidas de unos pocos personajes, que pueden estar tan alejados de él como sentirlos próximos, pero que al final le fabrican el rompecabezas completo que el autor había tramado como una un construcción de fina ingeniería.

Pilar Castro, Pedro Casablanc, Aitana Sánchez Gijón y Jorge Bosch en una escena de la obra Babel
Pilar Castro, Pedro Casablanc, Aitana Sánchez Gijón y Jorge Bosch en una escena de la obra Babel
Si el individuo es culpable, lo es en igual medida nuestra sociedad que se ha enfriado y nos ha ido alejando a los unos de los otros. Ese proceso de deshumanización nos afecta y Babel se convierte en un eco de muchas voces que gritan sabiendo que nadie les escucha pero a las que les gusta que la naturaleza les devuelva su voz deformada y ampliada como un ruido sordo. Las historias de Babel viven en un pozo desde el que reverberan. Son un espejo y una construcción a la vez, y ese es su gran mérito.

Esa construcción se asienta en la interpretación de cuatro excelentes actores, Aitana Sánchez Gijón, Pilar Castro, Pedro Casablanc y Jorge Bosch, que brillan sobre este escenario con su trabajo. Ellos sostienen los nueve personajes y consiguen la fluidez necesaria para que decidan si enfrentan las casualidades o dejan que éstas los manejen. Lo demás lo apoya. Así ocurre con la escenografía que resulta original con una pasarela superior para que el público mire hacia arriba en algunas escenas y escuche en ellas las mayores confesiones, o con el uso bien integrado de elementos multimedia.

Pero no todo brilla en el texto. En mi opinión no es acertado que unos personajes te narren la historia de otros y que no sean las propias historias las que pasen. Esos largos monólogos, aunque parezcan ganar tiempo, entorpecen más que ayudan. Tampoco me gusta que un personaje te cuente un sueño, pues nada hay más aburrido para un espectador que una entelequia onírica que debe funcionar como una imagen subjetiva e individual pero que lo explica todo si das con la interpretación correcta. La realidad es que lo que hacen los sueños es despistar. La línea temporal de la trama también tiembla un poco y presente y pasado a veces se confunden. Las tres son salvedades que no perjudican la obra aunque algo enturbian.

Discutible es también el final donde el espectador se vuelve a su casa sin tener claro que pasó con ella. Es una decisión respetable, pero me hubiera gustado algo más explícito porque lo cierto es que de la obra ya me llevaba unos cuantos deberes de esos de pensar como para tener que darle vueltas también al final.

A modo de pequeño anecdotario: Babel es la traducción que se le ha dado a la obra de teatro del autor australiano Andrew Bovell. Su título original es Speaking in tongues. La compañía de Sidney encargó a Bovell que les escribiese un texto teatral, y para cumplir, el autor no dudó en fusionar dos de sus trabajos previos: Like whisky on the breath of a drunk you love y Distant lights from dark places.

Posteriormente la obra fue llevada al cine por el director australiano Ray Lawrence, aunque en este caso la tituló Lantana.

domingo, 14 de octubre de 2012

Un teatro donde los actores te tocan

Las microcomedias Pase lo que pase y Perdonen las molestias, estamos arreglando el mundo, dos buenas muestras de lo que hacemos «por dinero» y «sin dinero»


Viernes 5 de octrubre de 2012. Microteatro por dinero. Madrid

Microteatro por dinero. Obras en cartel del 4 de octubre al 4 de noviembre de 2012
Microteatro por dinero. Obras en cartel del 4 de octubre al 4 de noviembre de 2012
El madrileño Triball se ha convertido en un barrio-triángulo moderno, cosmopolita y que apuesta por el diseño y la cultura. Entre su variada oferta de ocio se encuentra consolidada la opción que ofrece Microteatro por dinero. El esquema que impulsó esta sala-bar resultaba algo fresco e innovador hace unos años, cuando comenzó, pues suponía romper con el concepto clásico que todos teníamos en la cabeza al hablar de teatro. Su apuesta surgió de combinar tres ideas importantes en nuestro mundo: la brevedad, la variedad y la cercanía, y subirlas juntas a un escenario, o mejor todavía a varios. Durante un tiempo ha sido un lugar por el que había que pasar si querías estar al día en lo cultural. Lo que vemos ahora, pasado ya algún tiempo, son piezas de consumo rápido, de echar unas risas con los amigos y de probar algo nuevo con la etiqueta de diferente. Mantienen un cierto ingenio, la chispa de una idea, y siguen teniendo largas colas en taquilla según avanza la noche. Pero, si Microteatro por dinero quiere perdurar más allá de la moda que ha traído, ya le va tocando volver a apostar por las buenas historias, bien interpretadas y mejor escritas. No les va a bastar con mantener una con tirón, y flotando alrededor de ella otros satélites.

El de los actores y actrices resulta aquí un trabajo más agotador. Seis funciones cada noche, una tras otra, al calor sofocante de los focos y con el público a unos pocos centímetros. Algo que potencia la sensación de repetición constante, la de haber entrado en un bucle sin fin, debe ser la corta duración de las obras, que no superan los quince minutos. Entre función y función un corto descanso y otra vez a escena. En realidad no salen del escenario, es el público el que entra en él, les invade unos minutos para escucharles, aplaudir y luego irse para que entren otras caras a mirarles con la misma sorpresa.

Aixa Villagrán y Vito Sainz dan vida a Ajo y agua, una pieza ambiciosa a la que los famosos quince minutos se les quedan escasos. Con cierta complejidad escénica, con la intención de mostrar el paso de un tiempo que lleva a una pareja desde sus inicios a su vejez y con varias escenas retrospectivas, la apuesta no cuaja, pues se pide al espectador que rellene demasiadas lagunas. Quizá sea buena la intención de explicar qué sentimiento es el que logra que una relación perdure aunque no se cumpla lo que un día soñaron ambos. El tiempo todo lo va convirtiendo en rutina y ya nunca va a a ocurrir nada extraordinario. La respuesta que el espectador saca es que ese pegamento no es otra cosa que la inercia.

Muy graciosa resulta Perdonen las molestias, estamos arreglando el mundo, una fina ironía que surge de retratar los mecanismos asamblearios del movimiento 15-M. Lo hacen tres actores que se vuelven locos para representarnos a todos y para lograr un consenso entre ellos mismos que son muchos más. Allí están todos los arquetipos con sus comportamientos, con sus egoísmos, sus manías, sus ideales y sus sueños. Con mucha parodia, José Casasús, Juan Melgar y Carla Vigara caricaturizan lo que conocen hasta hacer que el espectador se identifique y se encuentre frente a un espejo recordando las mismas sensaciones que vivió en las Asambleas. Lo curioso es que te ríes y sabes que lo que estás viendo es puro realismo. Así de impotentes somos cuando se trata de acordar entre todos como avanzar.

Gloria Villalba y Rafa Núñez ensayando una escena de la micro-obra de teatro Pase lo que pase
Gloria Villalba y Rafa Núñez ensayando una escena de la micro-obra de teatro Pase lo que pase
Pase lo que pase es buen teatro, de ese que se escribe con un guion rotundo y trazado con destreza para contarnos la dureza de dos vidas en estos tiempos, aunque solo se empleen quince minutos para ello. Eusebio fue microbiólogo, ahora está en paro. Es mayor y lleva encerrado en su casa mucho tiempo. Ha perdido ya toda esperanza de encontrar trabajo, así que decide atracar una oficina bancaria como solución. Pero es un novato y además buena persona. No engaña a nadie, así que nada le sale bien. La historia llega al público con todos sus sentimientos, los que Gloria Villalba y Rafa Núñez saben interpretar y transmitir. Les basta una mirada, un titubeo en la voz, una caricia a medias para que se entienda todo. Pase lo que pase es una microcomediatrágica cargada de rabia contenida, de la impotencia de nuestro presente, del proceso conformista de asumir el mal menor como única salida de futuro y dejando atrás aquello que fuimos. Los tiempos han cambiado, ahora solo llegan días tristes, sucios y más cobardes que las balas. Es bueno que alguien nos lo diga a la cara para despertarnos a tiempo.

Una oportunidad cuenta con un elenco solvente (Lluvia Rojo, Isabel Pintor y Josu Ormaetxe) para contarnos una historia que se sostiene sobre un malentendido. En una pareja apasionada, por mucho que bordeen lo prohibido, «tenemos que dejarlo» no tiene qué significar lo mismo que cualquiera pasa a imaginar nada más escucharlo. Jugar con ello y retrasar ese momento en el que es necesario sorprender al espectador desvelándole el gran secreto es todo su argumento. Es cierto que la micro-obra tiene buenas ideas y está interpretada en su justo tono, pero se juntan dos historias cruzadas y presenta varios momentos de espera que la hacen perder fuerza y terminar siendo un tanto inconexa, como un puzzle que queremos resolver sacando solo unas pocas piezas de la caja.

A oscuras, en el despacho de un político, se enfrentan los intereses contrapuestos de los dos hermanos que interpretan Inés de León y Dani Pérez Prada. La hermana prometida quizá tenga el guion más pobre de las cinco obras. Tampoco sirve de ayuda lo esperpéntico y desmedido del personaje de ella, ni que la obra haya sido construida exclusivamente como simple antesala a un chiste, a un descubrimiento de unas fotografías que pretenden ser trasgresoras. Mientras llega ese momento, la historia cuenta por un lado la búsqueda contrarreloj de información que pueda comprometer la imagen de un político de primer nivel y futuro esposo de la hermana, y por otro las técnicas para entorpecer esa búsqueda por parte de ella que quiere casarse con alguien rico e influyente a cualquier precio, pues ese ha sido siempre el objetivo de su vida.

Todas las obras tienen un vínculo que la sala propone con antelación y que sirve de inspiración. Estas cinco obras comparten el motivo central de la expresión «por dinero». En cierto modo la vida es cíclica, ya que esa misma temática fue con la que empezaron los promotores de Microteatro por dinero a finales del año 2009, cuando entonces representaban en las habitaciones de un prostíbulo de la calle Ballesta. A los creadores de ahora esas dos palabras les despiertan varias ideas y la del acto de cometer un atraco es la única que concita una coincidencia. Éstos parecen tiempos para llevarse lo que es de otros, pues lo nuestro, lo de todos, se ha convertido en nada. Sin educación, sin sanidad, sin trabajo y recortados por todos los lados no hay futuro. Una mañana los españoles nos despertamos en un país donde solo mandan los mercados, en el que la prensa hace dejadez de sus funciones y con un Estado que ya no se preocupa de sus ciudadanos sino de las molestias de los bancos que engullen un dinero que ya no tienen. Los políticos que nos gobiernan han acabado con la democracia, le han pegado un tiro desde sus poltronas y si protestamos nos mandan a una policía que ha recuperado los métodos del franquismo. Esos políticos que nos gobiernan se permiten la sorna de explicarnos que lo hacen por nuestro bien, que nos va a doler, pero que es un sacrificio necesario. Y nos mienten. Y nos tratan de estúpidos. Y lo peor es que les dejamos hacerlo. El mundo es una economía global en la que a nosotros se nos ha asignado el rol de camareros. Si alguien sirve para otra cosa, mejor que emigre y se vaya, aquí no tiene sitio.

A modo de pequeño anecdotario: Gloria Villalba y Rafa Núñez son los actores que dan vida a los dos personajes de Pase lo que pase, un texto del propio Núñez. Ambos forman parte de la compañía Los Goliardos, un grupo de profesionales de las artes escénicas que realiza, produce y distribuye espectáculos teatrales. Como explican en su web, el término goliardo, en sentido estricto, se refiere a los aprendices de monjes más dados al disfrute carnal que a las misas de víspera. Formaron grupos errantes que viajaron por la Europa medieval de un monasterio a otro sin saltarse una taberna por el camino. Dejaron como legado una notable obra poética exaltando los goces terrenales, cantando al vino, las viandas y el fornicio.

domingo, 7 de octubre de 2012

El Festival de Cine de Madrid - PNR cierra su veintiuna edición con gala brillante

Los recortes al cine y a la cultura centran la gala de clausura

Domingo 7 de octubre de 2012. Cines Callao City Lights. Madrid

El Festival de Cine de Madrid - Plataforma de Nuevos Realizadores clausura su edición 21 en una gala con sabor a espectáculo en la que no faltaron ingenio, discursos, música en directo, humor y agradecimientos de los premiados. Al entrar a la sala de los Cines Callao de Madrid te recibe una música dulce. Son el grupo A tu vera que están haciendo en directo una canción de Amparanoia y luego tocarán un tema de Kiko Veneno y así seguirán mientras les dejen. Al otro lado del escenario, de unos hilos de tela, prendidos con pinzas, cuelgan los sobres de vivos colores que encierran el secreto de los ganadores; misterio que se irá desvelando durante la noche. Las galas son para eso, para celebran el cine y premiar a los compañeros que han sabido destacar. El palmarés de este año ha sido el siguiente:

Primer Premio de cortometrajes de la Sección Oficial: Desayuno con diadema de Óscar Bernácer

Segundo Premio de cortometrajes de la Sección Oficial: Odysseus' Gambit de Álex Lora

Mención Especial del jurado de cortometrajes de la Sección Ofcial: Al otro lado de Neftalí Vela

Premio al mejor cortometraje de la Sección Socios PNR: Río arriba de Jorge M. Rodrigo

Premio TAI al mejor cortometraje: La Boda de Marina Seresesky

Premio del público al mejor cortometraje: Olvido . Una historia que se desvanece... de Ramón Verdugo

Premio al mejor largometraje de la Sección Oficial: Ali de Paco R. Baños

Premio de la Prensa Especializada al mejor largometraje: Enxaneta de Alfonso Amador

El director Paco B. Baños y la actriz Nadia de Santiago recogiendo el premio al mejor largometraje por Ali
El director Paco B. Baños y la actriz Nadia de Santiago recogiendo el premio al mejor largometraje por Ali
Cada uno de los ganadores sale a recoger el trofeo que este año es una original escultura diseñada por Juan Arroyo. Si tuviera que explicarla, no sabría bien como hacerlo. Hay algo naif en ella, un poquito de provocador y un factor de digresión a la vez. Entre premio y premio vamos escuchando y viendo como fueron las secciones de este año. La gala la dirige con mucho acierto Liteo Deliro. Si en algo ha debido hacer hincapié ha debido ser en el dinamismo, en que no haya tiempos muertos y en que se pase de un premio a un vídeo, a una actuación, a un discurso o a lo que toque con agilidad. Sin pausa ha conseguido entretener al público y que resultase ameno de ver entregar y agradecer premios.

De los primeros en tomar la palabra es Pedro Estepa, Presidente de la PNR. Dice que han cumplido su objetivo y repasa algunos números de estos seis días: 32 cortos y 6 largos en las Secciones Oficiales, 18 cortos más en la Sección de los socios PNR y en el resto de ciclos otros 6 largometrajes y 34 cortos. Señala que son historias que nos hacen sentir y reflexionar. Nuestra sociedad está en crisis, así que el cine vive el recorte de subvenciones a la cultura. Pero en ese debate no quiere entrar hoy, prefiere dejarlo para otra ocasión. Lo que sí dice es que se ha cerrado un modelo sin llegar a un acuerdo para establecer el siguiente. Se habla de mecenazgo, pero aún no hay nada, simplemente el recorte y la supresión. Afirma que en Plataforma de Nuevos Realizadores creen en las subvenciones, en que se utilice dinero público para apoyar la cultura. Los sueños cine son, en crisis también.

El Festival de este año se puede resumir en unas cuantas imágenes, las fotografías que se han tomado en él lo repasan en un montaje con sabor ya a nostalgia. Amanda Guadamillas, su presentadora, también lo sintetiza en unas pocas palabras. Lo cuenta acelerada y de carrerilla, como deseando batir un record. Tras el alarde de velocidad, la presentadora sigue con un discurso especialmente sentido que se dibuja con fuerza dramática en su mirada. Comienza diciendo que the show must go on, el espectáculo debe continuar. Los cineastas ruedan pese a todo, hasta cuando no tienen tiempo lo hacen. Y sin financiación también ruedan. ¿Por qué? Porque sienten un amor valiente y luchador por el cine.

El instante final de la veintiuna edición del Festival de Cine de Madrid - Plataforma de Nuevos Realizadores en los cines Callao
El instante final de la veintiuna edición del Festival de Cine de Madrid - Plataforma de Nuevos Realizadores en los cines Callao
Que el Festival de este año se ha hecho sin pasta es quizá la frase más repetida de la gala. En cierta forma es una queja, pero visto el resultado también un orgullo. El trabajo de un equipo cohesionado, la voluntad y la pasión lo pueden casi todo.

Cuando habla Montserrat Santalla, coordinadora del Festival, apenas puede contener la emoción. Se funde en un abrazo con Guadamillas. Le toca explicar de qué forma los propios socios de la Plataforma han sido los encargados de gestionar la edición de este año. Ese trabajo es el que ha permitido poner en pie esta edición, el que ha demostrado que se puede hacer un Festival incluso cuando falta la financiación. Da las gracias a los que han participado en construir esta edición y mide el éxito en los 2.400 espectadores que se han pasado estos días por las proyecciones.

El trending topic de la noche ha sido la novia de uno de los directores ganadores, que se ha venido desde el País Vasco a verle recoger el premio. Ella, que cumplía años ese día, ha cambiado la celebración correspondiente por ese instante. Después, como ya decía antes, lo más tratado ha sido la crisis y los recortes, que han estado presentes en cada uno de los chistes que se han hecho y en gran parte de los discursos. El humor ácido lo han puesto la actriz Chus Pereiro y el actor Ramiro Melgar que han interpretado durante toda la gala a dos personajes que homenajeaban a dos películas como Los santos inocentes y ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. A ellos se ha unido Jesús Monroy al final para ir nombrando cada una de las profesiones que hay detrás del cine, los que de verdad lo hacen posible.