jueves, 16 de mayo de 2013

Alcaraz: «Celebraremos otra derrota si no somos el tren»

La librería Dalcó se inaugura con la presentación de la novela de Felipe Alcaraz La disciplina de la derrota

Jueves 16 de mayo de 2013. Librería Dalcó. Madrid

Sede de IU Centro Madrid y entrada a la Librería Dalcó (Fotografía: Toni Gutiérrez)
Sede de IU Centro Madrid y entrada a la Librería Dalcó (Fotografía: Toni Gutiérrez)
Hace unos días la Asamblea del Distrito Centro de Izquierda Unida Madrid inauguraba su nueva sede en la calle Olmo 18, un lugar de reunión espacioso y acogedor. A partir de hoy, la sede va a compartir espacio con la librería Dalcó. Los motivos los explica el coordinador local de IU, Juan Moreno, al contar que es necesario crear una hegemonía cultural desde la que promover una transformación social. Y esta librería es eso, un lugar de cultura. Para inaugurarla han elegido presentar la novela de Felipe Alcaraz, La disciplina de la derrota y para escucharle nos hemos acercado unos cuantos camaradas. Los que llegamos pronto curioseamos por la librería, encontrando títulos que nos abren los ojos. Sobre una estantería, un tanto más baja, hay varios libros de Alcaraz y también un martillo y una hoz que se cruzan.

La regenta Antonio y él mismo la define como un librería básicamente comunista, como Olmo Dalcó, uno de los protagonistas de Novecento, o como Pepe Cabo, militante que da nombre a la Agrupación del PCE que aquí se reúne. Añade que es roja, verde y violeta como IU. A lo que aspira es a que la llamen simplemente «la librería». Antonio no para, está con los últimos retoques, sacando libros, colocando los últimos elementos. A Alcaraz le presenta de pie, desde fuera de la mesa y sin sentarse a ella. Cuando termina con su breve parlamento, nos dice que nos deja, que tiene que seguir trabajando.

Hugo Martínez Abarca explica el libro diciendo que es una aguda reflexión sobre la actualidad. Allí está lo de Bankia, por ejemplo. Cuenta que para esa reflexión el autor utiliza una ficción un tanto peculiar con personajes de la política andaluza que aparecen con su nombre propio o bien son fácilmente reconocibles. Si no es verdad, cuadra. Nos habla del ruido del poder político derrumbándose y mafioseando, y frente a él nos coloca un mundo resurgiendo, el que tenemos que construir. Por su parte Matías Escalera nos dice que el lector debe completar el libro al leerlo en nuestro mundo. La novela es el relato de una auténtica derrota asumida con el último resto de disciplina. Si no somos capaces de deshacernos de lo viejo, no vamos a ser protagonistas de lo nuevo. Escalera tiene miedo a que la izquierda quede arrumbada por los nuevos modos de acción social y porque la emergencia del hastío de todos estos movimientos no es fácilmente reducible a aritmética electoral.

Felipe Alcaráz presentado su novela La disciplina de la derrota (Fotografía: Toni Gutiérrez)
Felipe Alcaráz presentado su novela La disciplina de la derrota (Fotografía: Toni Gutiérrez)
Alcaraz toma la palabra para hacerlo desde el humor y con cierta retranca. El arte nos retrata más de lo que creemos, nos cuenta incluso lo que seremos. Sobre la derrota que da título al libro el autor realiza dos citas. La primera de Bertolt Brecht: «lo que demuestra nuestra derrota es que somos pocos todavía». La segunda del Ché Guevara: «No se vive de victorias, sino superando derrotas». Después de la Batalla del Jarama se acuñó la frase «No pasarán», pero lo cierto es que pasaron. Lo hicieron físicamente, pero no cultural ni ideológicamente porque mucha gente ha resistido. Esa es la moral que nos traslada y nos habla de que tenemos que mirar hacia Lationamérica porque allí han podido ganar al neoliberalismo.

De la coalición de gobierno PSOE-IU en Andalucía dice que ha servido para aprender que no es lo mismo el gobierno que el poder y que la sociedad no está ni organizada ni estructurada para un verdadero proyecto de izquierdas. Vienen dos años terroríficos, pues no hay estructura productiva, solo queda el turismo. Si no se van consiguiendo pequeños logros frente a los recortes, el paro y la misera les van a hundir. Mirando hacia España dice que el poder ha roto las dinámicas sindicales de presión, negociación y acuerdo. Hay chulería desde el gobierno contra los sindicatos y busca convertir las huelgas y manifestaciones en simples rituales. Igual ha hecho con la PAH y su ILP que ha tergiversado para hacerla morir sin resolver los problemas de los desahucios. Si no se permite la lógica de las cosas solo nos queda la desobediencia civil calentando la situación para ver si hay un estallido social. Se ve venir un Pacto de Estado para salvar el bipartidismo y a la monarquía y también para estabilizar estos niveles sociales y laborales como normales. El poder económico nos dice que la solución es que la gente se acostumbre porque esta situación es la que nos corresponde; otra cualquiera sería vivir por encima de nuestras posibilidades. Y a la vez vemos el trasiego del dinero de los trabajadores hacia la banca. Lo hacen sin escrúpulos, como si se hubiera descorrido la cortina detrás de la que se escondía el capitalismo. Han establecido una deuda que no podemos pagar y de la que tampoco somos responsables. Se domina a los países por la espada o por la deuda.

Tenemos dos años ante las elecciones. Si PP y PSOE preparan un Pacto de Estado para salvar el bipartidismo, el resto de las fuerzas tendrán que encontrarse y proponer un Proceso Constituyente que agrupe a los partidos políticos al margen del bipartidismo y a los movimientos sociales. Alcaraz se pregunta que van a hacer el 15M, la PAH, los movimientos de desobediencia civil y el resto de fuerzas durante estos dos años. Nos dice que si tenemos la capacidad de pensar que se puede, podemos ganar.

La librería Dalcó (Fotografía: Toni Gutiérrez)
La librería Dalcó (Fotografía: Toni Gutiérrez)
Desde la Colina del Suicidio el protagonista de la novela ve la dialéctica que se va a establecer: o gana el Pacto de Estado para que todo siga igual o ganan los que proponen un nuevo Proyecto Constituyente para cambiar las cosas. Celebraremos otra derrota si dejamos escapar ese tren cuando tengamos las elecciones generales. Tenemos dos años, no para coger ese tren, sino para ser el propio tren. O regeneramos esta situación o tendremos que resignarnos. Esa regeneración no puede ser una revolución, tendrá que hacerse como un proceso constituyente y para eso tenemos ejemplos en Latinoamérica (Venezuela, Ecuador, Bolivia…). Ellos lo tenían peor y sin embargo han sabido hacer un desbordamiento democrático, ganar siendo partidos que llevaban en su programa una asamblea constituyente. Han cambiado sus sociedades por la vía electoral. Vamos a un proyecto global y lo bueno es que ya tememos un modelo: agruparnos políticamente con la intención declarada de cambiar lo que hay, de establecer ese Proceso Constituyente. Esa es la solución desde un punto de vista novelesco y también real. No hay salida sin el imaginario colectivo que cree que se puede cambiar las cosas, sin esas gentes que se convierten en el motor para hacerlo.

La disciplina de la derrota es la segunda novela de una trilogía que se abrió con Tiempo de ruido y soledad. Alcaraz nos dice que ya está preparando la tercera parte.

viernes, 10 de mayo de 2013

Corazón de izquierdas

Finalmente se estrena La mula sin un director que la firme

Cartel de la película La mula
Cartel de la película La mula
¿Por qué? Porque entretiene enseñando.
Dice el protagonista de La mula que «estamos como estábamos». Lo suelta cuando al final de la guerra vuelve a la finca en Andújar para seguir trabajando de jornalero. Es cierto que regresa sin nada en las manos, ni en los bolsillos, igual que cuando se fue, con la misma pobreza de solemnidad. Pero la frase resulta falsa: Juan no es el que era. El que ha vuelto ya no es aquel muchacho que se pasó al bando nacional para defender los valores de su señorito, los únicos en los que creía, los de que quienes le daban un sustento a cambio de su trabajo y su vida. Quien no conoce otra cosa, solo puede pensar que si a los ricos les iba bien, a los pobres también, que todo funcionaba perfectamente. Sin embargo, en las trincheras ha vivido un camino de aprendizaje donde ha ido descubriendo un concepto que desconocía, el de la libertad, y termina comprendiendo que es preferible morir antes que vivir sin ella. La guerra es un buen lugar para entender al ser humano en su esencia. Ese mismo camino, el de comprender la justicia de unos principios republicanos frente a la barbarie de una clase dominante que impone por la fuerza, es el que la película propone al espectador. Lo hace con sutiliza, desde un cierto mensaje de equidistancia y mostrando que en los dos bandos había gente buena. Pero los discursos sentidos, los que llegan al corazón, son republicanos y frente a ellos, la derechona no despliega otra razón que la supremacía de sus balas y ametralladoras; sus argumentos tienen la misma debilidad que el timbre de voz de Franco y se asientan en pilares tan absurdos como la creencia absoluta del Caudillo sobre que la mano incorrupta de Santa Teresa le guiaba siempre por el camino correcto. Saben que van a ganar y para ellos su victoria justifica su sublevación frente al legítimo régimen que los españoles habían elegido mayoritariamente en las urnas. Derrotada la República tienen las puertas abiertas y pueden volver a levantar una España de privilegios para unos poco y hambre para los demás.

La mula es una película de hombres buenos, de corazón, donde la amistad está por encima de las ideas que nos separan. Presenta un buen retrato del campo andaluz en el siglo pasado y las condiciones de trabajo, de sol a sol, de los jornaleros que se dejaban la piel para que los señores tuvieran una vida de lujo en Madrid. Son hombres y mujeres con pocos estudios porque apenas si pudieron ir a la escuela. Es la incultura de vivir encerrados en la finca del patrón y a voluntad de éste, lo que no les ha dejado crecer como personas. Sus sueños son sencillos, una mula de su propiedad con la que ayudarse en el trabajo, un pedazo de pan y una pareja con la que tener toda la descendencia que les llegue. Su vida es eso y no deja espacio a otras inquietudes. Solo hay dueños y siervos, y cada uno asume el lado de la balanza en el que le tocó vivir y además, dentro de esa incultura, el más esclavo da las gracias por ello. Es el mundo de la caridad el que se ha impuesto al de la justa distribución.

Esa vida cuadriculada, hecha de costumbres, heredada, sin aspiraciones, va cumpliendo sus hitos, haciendo siempre lo que toca hacer cuando toca hacerlo. Al protagonista le ha caído la guerra cuando debía estar preocupándose de formar su familia. A un mismo tiempo le llueve del cielo una mula y de otro lado se topa con una mujer que le gusta. La mula es silenciosa, obediente y solo pide hierba que comer. Las mujeres son otra cosa, tienen aspiraciones. Por encima del amor está el futuro y para quien ha tenido algo de educación esa vida de jornalero resulta una condena que ningún amor vale. Hay una cierta mirada desde ese punto de vista hacia el amor interesado en la película y a decirnos que una relación sentimental construida sobre mentiras solo puede acabar como un fracaso.

La guerra se muestra en La mula con un cierto subrrealismo, apostando por una visión antiheróica en todo los aspectos. Hombres matando hombres. Casualidades. Verdades construidas con mentiras, por interés. Personas sobreviviendo. Hay, sin embargo, en la guerra un lugar de descanso al que cruzan desde los dos bandos y fuman juntos. Se encuentran y charlan, sin acritud, mostrando a las personas que hay debajo de los uniformes. Cada cual habla de lo suyo, pero escucha al otro sin interrumpirle, dejándole razonar en su discurso, dirimiendo los conflictos como personas. También destaca la fuerte presencia de la verdad pura de los sentimientos que representa la figura del joven alférez, un idealista que sufre por estar en el lado equivocado de la vida y al que le falta el valor para cambiar esa circustancia.

Mario Casas ganó por su interpretación en esta película la Biznaga de Plata al Mejor Actor en el Festival de Málaga. Es un premio merecido, pues el actor hace un excelente trabajo y aprovecha la oportunidad de lucirse en un papel diferente, demostrando que tiene un largo recorrido más allá del cine para adolescentes en el que se le ha encasillado. No es la única interpretación sobresaliente, María Valverde, especialmente verosimil con su acento andaluz atropellado, se luce, igual que lo hacen Secun de la Rosa, Luis Callejo, Eduardo Velasco, Jorge Suquet y todo el largo elenco coral que les arropa.

Cuenta Juan Eslava Galán, autor de la novela del mismo título en la que se basa la película y guionista del film, que lo que se narra en una historia real que le pasó a su padre. Dice que la adaptación le ha dejado satisfecho y también que se ha implicado mucho en ella. Añade que es fiel a como fueron las cosas, especialmente al fondo histórico en el que se desarrolló la Guerra Civil. Señala que ha tratado de mostrar a los bandos iguales, porque en ambos hubo cosas malas. Eslava se ha convertido en protagonista accidental, en parte porque en los títulos de crédito de La mula no aparece un director, pues Michael Radford abandonó pocos días antes de terminar el rodaje y rechazó su autoría final. Han sido años de polémicas y juicios que hicieron pensar que la película no se vería nunca en la gran pantalla. Cuando al novelista le preguntan sobre ese asunto huye de hacer un juicio de valor y resume su postura en un «está bien lo que bien acaba», contento de que al final la película se estrene en las salas comerciales.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los iluminados, teatro impredecible

El Teatro Español acoge el primer montaje de un espectáculo de Derek Ahonen en castellano

Miércoles 8 de mayo de 2013. Teatro Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro Los iluminados
Cartel de la obra de teatro Los iluminados
¿Por qué? Porque no es tan fácil colocarse a un lado u otro del sistema. Los iluminados nos muestra contradicciones
Los iluminados no resulta un retrato fiel de nada, y sin embargo el espectador sentirá que es tan real que en cierta medida y en algún momento se encontrará reflejado a sí mismo en los personajes, discursos e ideas. La verdad es que comienzo a escribir esta reseña sin saber aún si la obra me ha gustado o no, pero el me gusta o no me gusta es una calificación que aquí carece del menor sentido. Lo que es seguro es que no me ha dejado indiferente. Y no lo ha hecho porque hiere entre risas, porque deja en el alma el sabor amargo de la traición, porque saca a la luz las contradicciones de los movimientos sociales antisistema y se ceba en ellas, porque no consigo saber de qué lado está el autor, Derek Ahonen. No sé si ataca o defiende el idealismo de movimientos como el del 15M, si lo asambleario le da risa o si simplemente está pinchando a la mayoría porque quizá la fuerza de lo marginal se hará realidad cuando sus ideas se tamicen y asuman por la «sagrada clase media». Ahonen es creador, autor-en-residencia, fundador y director artístico de la prestigiosa compañía estadounidense Amoralists Theatre Company con sede en la ciudad de Nueva York. Desde esta compañía realizan un teatro de vanguardia, crítico y que aseguran que no emite juicios morales. Dicen ellos mismos que están dedicados a una expresión honesta de la condición de ser estadounidense y que el conjunto de sus obras está escrito para explorar personajes complejos de ambigüedad moral que se sumergen en las profundidades de las características sociales, políticas, espirituales y sexuales de la naturaleza humana. Esta es la primera vez que se monta un espectáculo de Ahonen en castellano.

Lo primero de lo que hay que hablar es de su duración. Los iluminados se estructura en dos partes, la primera de una hora y cincuenta minutos y la segunda de cuarenta minutos. Es por tanto muy larga, un hecho que sirve al autor para movernos de un lado al otro del alambre, llevándonos del lugar confortable al más peligroso sin que apenas nos demos cuenta, pues los que guardan el equilibrio sobre ese fino alambre son otros, hasta que al final vemos reflejado en ellos algo de nosotros y nos sentimos tocados. El autor necesita ese tiempo para ir preparando así al espectador, haciéndole transitar hacia una dirección para girar de golpe, mostrando lo que el razonamiento esconde, lo que no hemos querido ver. Las utopías se construyen con tiempo, poco a poco, masticándolas muy despacio. Pero lo cierto, lo que nos dice Ahonen, es que al final suelen terminar asentadas en el aire; la realidad no sabe de ilusiones.

Los personajes son seres imperfectos que viven en una especie de comuna post-hippie su utopía y lo hacen como si se tratase de una realidad posible, totalmente convencidos de ella. A nivel teórico han encontrado todas las explicaciones que convierte su modelo en un círculo perfecto. Se creen visionarios al margen del sistema, capaces de cambiar el mundo sin renuncias, pues el modelo capitalista está a punto de derrumbarse por sí solo y emergerá como solución la suya, sin esfuerzo cuando los demás se den cuenta de su validez. Tal vez estén trasnochados, sean incapaces de cuestionarse en su vida aquellos principios que detestan y hayan cerrando los ojos para no ver ciertas cosas. Tal vez se han acomodado y han perdido esa fuerza que se necesita para romper con aquellos elementos malsanos que se cuelan como un mal menor pero asumible, como si algún día, cuando llegue el momento, puedan darle la vuelta. El espectador se ríe con estos personajes y también lo hace de ellos, pero en el fondo los comprende pues todos conocemos gente dispuesta a defender utópicas ideas en decadencia. Resulta curioso ver que, en Los iluminados, ese camino que va conduciendo a los personajes hacia una caricatura que los esteorotipa les convierta a su vez en más humanos. Es sin duda una obra que se mueve siempre en un plano inesperado. Así ocurre con una escena en la que vemos desnudos integrales; éstos suelen ser momento incómodos para los actores y sin embargo llevándolo desde lo ridículo consiguen hacerse tan naturales que la escena se convierte en lo más cómico de la función.

La obra me toca y no puedo hacerme el desentendido a todo ese clamor que me despierta. Resulta complicado mantener los ideales en este mundo corrupto y dentro de este sistema tan cargado de contradicciones. Pero es de ese hilo del que justamente tira el autor y no renuncia a elaborar un texto dramático que nos haga pensar en lo contradictorio para encontrar la esencia de cada una de las posturas. Nadie está exento de las incongruencias y quienes dijeron que otro mundo era posible, quienes se enfrentaron al poder político y económico, también vivieron las suyas. Ese es el reflejo que brilla en la obra y lo que más nos duele: todos tenemos algo de neoliberales, el sistema nos ha impregnado sin excepción, incluso a los que luchan contra él, y en cierto modo nos tiene ya comprados y amortizados. Eso no quiere decir que tengamos que darnos por vencidos. Todo lo contrario, la obra nos invita a explorar nuevos caminos.

Los personajes no dejan de ser prisioneros del mismo sistema que desprecian, conformes con el pequeño grado de libertad que han conseguido y sin hacerse las preguntas que agudicen la incongruencia de esa vida. Se sienten más lúcidos que el resto y piensan que han sabido escapar de la tela de araña. Hay una crítica dura a estos movimientos porque no han logrado ir más allá de soluciones individuales y esa crítica se hace desde la mirada de una generación más joven aún, que está en plena adolescencia y que ha sido mimada más que ninguna. Son sus ojos los que van viendo las contradicciones y les señalan que ese pequeño mundo que han creado no va más allá de satisfacer su propio hedonismo. Hoy, que se desmorona nuestro estado del bienestar, es necesario poner en marcha la solución alternativa, la justa, la que sirve para todos, la colectiva. Pero esa solución no está pergeñada siquiera. Tampoco podemos esperar a que sea el capitalismo, ese sistema que beneficia a unos pocos en contra de la mayoría, quien venga a distribuir la riqueza y nos de su respuesta salvadora. Es hora de ponernos a trabajar y en ese sentido sirve Los iluminados, pues lo más mortífero de su crítica es que la realiza de una forma divertida, huyendo de los dogmas, pero que nos deja noqueados. Es desde el suelo donde hay que empezar a construir como real otra nueva utopía. Sé que Derek Ahonen se reiría seguro de nuestra limitaciones como individuos indefensos.

¿De dónde sacamos el dinero para ello, para hacer reales nuestras utopías sociales? Los personajes pueden mantener su situación gracias a que un multimillonario filantrópico les costea su modo de vida y todo lo demás. Y esa es la gran paradoja, si detrás está el poder financiero, si el capital paga nuestra prensa, si nos cobija, si nos alimenta por qué pensamos que no llegará un día en que venga a pasarnos la factura. ¿Estamos seguros de a quién servimos? ¿Quién paga la contracultura y para qué? Esas son las preguntas que nos inquieta como espectadores, y mucho más cuando aparece en escena ese absurdo capitalista, maniático, anodino, infeliz y tremendamente injusto. El único dios de nuestra sociedad es el dinero, y todos, queriendo y sin querer le servimos.

Pedro Ángel Roca y Jorge Muriel en una escena de Los iluminados
Pedro Ángel Roca y Jorge Muriel en una escena de la obra de teatro Los iluminados (Fotografía: Javier Naval)
Me pregunto hasta qué punto es erróneo el modelo propuesto, el de esa familia que forman los personajes y que conciben «el sexo como acto grupal y familiar», el de quienes deciden buscar simplemente resolver su alimentación y el techo que les cubra, el de dejarse «patrocinar» o «subvencionar»… En mi opinión falta un elemento primordial y difícil de ver para un estadounidense en esta ecuación, la fuerza de un estado que ejerza como tal sin ceder a las presiones neoliberales, que sea fuerte, que distribuya con equidad los impuestos, que defienda el bien del ciudadano frente a las corporaciones, que no especule, que haga justicia para todos, que eduque, que cure y que informe con escrupulosa objetividad. Ese es el camino, construir entre todos ese Estado que articule la sociedad que todos soñamos, la perfecta.

De la obra me gusta que te mantiene alerta y por contra me disgusta una especie de aura espiritual y religiosa que se respira en la última parte, como de revelación divina y un tanto cristiana que no termino de encajar del todo. Si el único dios es el dinero, para qué lo otro, por qué abrazar una fe falsa como si necesitásemos un consuelo, por qué inmolarnos como héroes en causas perdidas.

Quizá la mayor virtud, después del hecho de obligar al espectador a hacerse muchas preguntas, es que el texto resulta en todo momento impredecible. Esa es parte de su magia, que nos puede hacer creer que se desvía y de pronto, un suceso de la actualidad se cruza y nos incomoda pues nos hace entender que no está divagando, sino hablando de una realidad que es la de todos, de algo que nos pasa ahora y que está conectado con lo que somos y lo que queremos ser.

Somos esclavos del Capital

Costa Gavras y Almudena Carracedo en la tercera jornada de la XI Muestra de Cine y Trabajo que organiza el Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO.


Lunes 6 de mayo de 2013. Auditorio Marcelino Camacho. Madrid

Cartel de la película Made in L.A.
Cartel de la película Made in L.A.
Dice Manuela Manuela Temporelli, organizadora de la XI Muestra de Cine y Trabajo que si algo caracteriza a las proyecciones seleccionadas este año es su emotividad. Son historias que sobrepasan el hecho puntual que nos están contando para tocarnos más adentro. Temporelli avisa que este tipo de cine terminará calando en el espectador y por eso desde el Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. van a seguir insistiendo por ese camino, con el trabajo diario para que cada vez haya más espectadores que disfruten películas como éstas.

En Bangladesh, el pasado 24 de abril se derrumbó un edificio de nueve plantas de talleres de explotación textil. El número de fallecidos sobrepasa las 1.000 personas. La tragedia ha servido para que veamos las condiciones de trabajo de quienes hacen las prendas que nosotros compramos y vestimos. Para que la ropa sea barata, hay toda una cadena de explotación. Las tiendas y las marcas no fabrican directamente la ropa, sino que existe toda una pirámide de subcontratación que va degradando los salarios y el trabajo, llevándolo a condiciones cercanas al esclavismo. La ropa se fabrica en los talleres de explotación y el trabajo se saca adelante en condiciones infrahumanas. Ese mismo tema lo aborda Made in L.A., un documental crudo, descriptivo y de planos cercanos, para contarnos la lucha de un grupo de trabajadoras y trabajadores del sector textil en EE.UU. A ese sector, a las fábricas de California, llegan los más desprotegidos, inmigrantes sin papeles que no hablan inglés y que disponen de muy pocos recursos. Ese mal trabajo es su medio de subsistencia, así que aceptan las condiciones.

Las protagonistas del documental son tres mujeres inmigrantes latinoamericanas, que con otras trabajadoras se han juntado en el Centro de Trabajadores de Costura en Los Ángeles para exigir la protección básica de sus derechos laborales: salarios justos, jornadas razonables, no más explotación… El primer paso es responsabilizar a las marcas para que no se desentiendan de las condiciones laborales de quienes fabrican sus prendas. Ese proceso es largo, cansado, lleno de desgastes, de combate, de desaliento y de paciencia. Made in L.A. nos cuenta tres años de esa lucha y nos hace conscientes de que no hay soluciones inmediatas para los trabajadores, que la pelea por los derechos se alarga en el tiempo y que solo se vence con organización y constancia. Pero nos abre los ojos al mostrarnos el poder del trabajador organizado y señalarnos que con la unión se consiguen los objetivos. El poder puede ser doble si juntamos a la vez los dos roles: obreros-consumidores.

Pero sin duda el documental es mucho más que esa lucha, pues tiene un plano humano con mayor peso en su esquema. Me refiero al camino de evolución de las tres costureras durante esos años y, en cierta manera, debido a su decisión de luchar por lo que es justo. Las tres mujeres arrancan en Made in L.A. exclusivamente bajo su condición de víctimas y durante el tiempo que van empleando para exigir sus derechos el espectador observa como van sabiendo encontrar el valor que necesitan para vivir su propia vida y llegar hasta la completa afirmación de su dignidad personal. El impacto que en ellas tiene la lucha que están viviendo día a día se transforma en una experiencia enriquecedora que les permite llegar a encontrar su propia voz, su lugar. El trabajo dignifica, pero pelear por un trabajo digno, justo y con derechos nos hace mejores personas.

Cartel de la película Le capital
Cartel de la película El capital
Costa Gavras nos trae en El capital su visión sobre la culpa de esta crisis en Europa. Él mismo explicó su motivación a la hora de hacer este film: «Somos esclavos del Capital. Nos tambaleamos cuando se tambalea. Nos regocijamos cuando crece y triunfa. ¿Quién nos liberará? ¿Deberíamos liberarnos nosotros? Deberíamos conocer al menos a los que lo sirven y cómo lo hacen». Así que para ello nos contó la historia del imparable ascenso de Marc Tourneuil, un sicario del Capital que quiere ser respetado y reconocido por todos como amo y señor. No sabemos si tiene principios o si estos cambian con cada billete que recibe. Desconocemos si tiene la mínima conciencia, si todo lo justifica por sobrevivir en la cúspide del éxito o si simplemente se comporta como si todo fuera un juego al que enfrentarse con su inteligencia. Incluso podemos preguntarnos si no será un infiltrado que quiere destruir el sistema porque ese es el lugar en el que se quiere colocar el espectador. Pero hacerlo nos llevará a una cierta decepción.

Contar el Capitalismo en cine siempre termina resultando aburridísimo, pues esas grandes ideas que todo director que se acerca a la economía tiene son papel mojado, conocimientos que ya hemos experimentado en nuestras propias carnes. Ya no son oscuros secretos. Tratar de ser didáctico para contarnos que el lema de los capitalistas es seguir robando a los pobres para que los ricos puedan acumular más no garantiza que el público se interese por la película. Explicar el mecanismo cortoplacista del accionista que busca su beneficio lo más rápido posible, que empuja incluso contra la empresa en la que invierte para comprar más barato el número de acciones suficientes que le permitirá hacerse con todo el poder, no es suficiente para mantener la atención de casi nadie. Enseñar cómo quedarse con el dinero del otro para recomprar con ese mismo dinero lo que éste vende, tampoco. Poner un mínimo de conciencia para que podamos vernos a la inmensa mayoría como víctimas del Capitalismo ya no sirve. Hace falta más imaginación porque de sobra conocemos que el modelo capitalista es salvaje y el sector financiero todavía más por su carácter exageradamente especulativo. El neoliberalismo ha hecho que el valor esté en el propio dinero y no en la mano de obra que produce, ni siquiera en lo que se produce. Los derechos laborales que consiguieron con esfuerzo las generaciones anteriores los estamos perdiendo. Así que hasta que no tengamos una organización fuerte del conjunto de los trabajadores, esto no se va a cambiar, y el cine debe servir para despertarnos.

Lo que retrata El capital son seres egoístas, desdibujados, que visten bien, que se acuestan con putas caras, que tiran millones por un capricho y que viajan constantemente de un lado para otro sin detenerse más que a mirar un segundo lo que hay debajo de sus pies, lo que divisan desde la cima de un mundo que, la verdad, no tiene el menor sentido. La pena es que personas como esas sigan siendo modelo de vida en nuestra sociedad. Tal vez por ahí deberíamos empezar a cambiar el sistema, por valorar a otro tipo de personas más dignas, por ejemplo, las tres protagonistas de Made in L.A.

martes, 7 de mayo de 2013

Cine que nos construye como personas

Las nieves del Kilimanjaro y Almanya: bienvenido a Alemania, dos películas europeas honestas


Martes 7 de mayo de 2013. Auditorio Marcelino Camacho. Madrid

Manuela Temporelli presentando la XI Muestra de Cine y Trabajo (Foto: Toni Gutiérrez)
Manuela Temporelli presentando la XI Muestra de Cine y Trabajo (Foto: Toni Gutiérrez)
La segunda jornada de la XI Muestra de Cine y Trabajo que organiza cada año el Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. conduce a una cierta mirada nostálgica hacia lo que fuimos. Nos propone dos interesantes películas europeas: Las nieves del Kilimanjaro (Robert Guédiguian), y Almanya: bienvenido a Alemania (Yasemin Samdereli). La primera, la francesa, es una película coherente y de principios sólidos que nos habla de la dignidad de no traicionarse. La segunda, la alemana, nos cuenta desde el presente una historia de la inmigración que reconstruyó Alemania recordando que esos brazos de trabajadores pertenecían a personas, independientemente del lugar donde hubieran nacido.

Las nieves del Kilimanjaro es una película de esas que te dejan sin palabras. Está construida con imágenes sencillas que evocan los sentimientos que están más al fondo, los que pocas veces se verbalizan. Me impresiona porque está construida con dignidad, sobre principios básicos de fraternidad, esos mismos que tratan de desterrar los dirigentes de nuestras modernas sociedades y el propio concepto burgués de clase media en la que todos creemos estar encuadrados. Cuando arranca, la primera impresión que se tiene es la de estar ante una película social que va a poner el dedo en un gran conflicto colectivo de despidos colectivos y de personas con edades en las que saben que difícilmente van a poder encontrar otro trabajo. Con la tragedia servida Robert Guédiguian lo pone todo patas arriba: enfrentarnos a un drama personal en el que podemos elegir el camino fácil -el que cumple el expediente, el que la sociedad considera normal- o el de la coherencia más allá de los límites -el que no traiciona nuestras ideas con los hechos aunque nos llamen tontos-. No es una decisión fácil, lo habitual es dejarse caer por la pendiente en lugar de gastar fuerzas escalando.

Las nieves del Kilimanjaro nos habla entonces del sentimiento de clase, hoy tan denostado, y nos explica de qué forma nos construye como personas. En los mejores momentos y en los peores. Pero también nos avisa de lo fácil que resulta desviarse y lo difícil de mantener nuestros principios de solidaridad, que el bien común, a menudo, tira por la borda cuando lo particularizamos para uno mismo. En esos casos entran en juego demasiadas cosas, nuestro propio egoísmo, el beneficio, la costumbre, el entorno, una relajación y una nueva interpretación sobre los principios. Nos acogemos a eso de que «la teoría es muy bonita, pero en la práctica eso no se puede hacer así» y de esa forma caemos en la trampa. A veces el razonamiento es tan retorcido que pensamos que estamos haciendo lo correcto. La pareja protagonista es honrada, no quieren privilegios, asumen las decisiones políticas que toman, creen en la justicia y en la clase obrera. Nunca harían mal a un semejante, sino que le ayudarían en lo que pudiera. Pero eso no les libra de tener que pasar la prueba del algodón.

Cartel de la película Las nieves del Kilimanjaro
Cartel de la película Las nieves del Kilimanjaro
¿Cuándo nos convertimos en burgueses? Como a los protagonistas, a mí también me sobrecoge esa interrogación. ¿Es pecado acomodarse y buscar una vida más fácil? La ley es más generosa que nuestra propia ética, y los mecanismos que utiliza para defender a los ciudadanos terminan convirtiéndose en medidas con las que aprisionar a otros por nuestra «seguridad». Son los hechos los que mandan ante las causas, así se despoja a la historia de su esencia y se queda sin atenuantes. Nuestra sociedad ha perdido su sensibilidad hacia las circunstancias y se ha olvidado de los pocos caminos que les quedan a los desfavorecidos del sistema. ¿De quién es la culpa?, ¿a quién le corresponde la solución? A veces deberíamos preguntarnos a nosotros mismos, escuchar nuestra voz y ver qué pudimos haber hecho para que la cosa fuera diferente. No estamos libres de culpa, no estamos exentos de participar en la solución. Levantar la voz y no haberse dejado someter, vivir con dignidad, anteponer la fraternidad, son cosas que pudimos hacer por nosotros mismos, sin los demás, siendo ejemplo. Es nuestra obligación enfrentarnos a nuestras contradicciones y los dilemas morales, pensar y escuchar las respuestas que van saliendo de dentro porque serán las más justas. La honestidad es no traicionarse nunca a sí mismo y juzgar a los demás como queremos que lo hagan con nosotros.

La película también habla de un miedo que crece en nuestras sociedades, donde la posesión de bienes se ha convertido en el derecho fundamental y la obligación primera de todo Estado no es otra que la defensa de la propiedad privada. Ese miedo de que te arrebaten lo que consideras tuyo se plasma en la película con las miradas, los silencios, las frases hechas y en un retraimiento que es un paso atrás. La cabeza se embota, hace lo que parece lógico sin detenerse a pensar. Sin embargo, ninguno de los dos protagonistas están conformes, su defensa tiene víctimas de las que lo más natural resulta desentenderse. Pero ninguno de ellos puede evitar ayudar. Su humanidad, su compromiso con el otro gana siempre. El camino difícil es el bueno, aunque se sacrifiquen tomándolo.

Para los protagonistas, el Kilimanjaro es una utopía que han construido, un lugar de paz donde acudir en la vejez y la forma de plasmar los sueños que tuvieron cuando empezaban como pareja, cuando bailaban el tema de Pascal Danel con ese título y tenían todo un futuro de esperanza por delante. A veces la realidad nos hace aplazar las utopías, dejarlas donde estaban, en esa placidez inmaterial de los sueños, un alimento espiritual que no siempre tiene porque cumplirse. La realidad, sin embargo, nos llama cada día a remangarnos para que las cosas cambien. Nuestra utopía no se altera, allí queda como meta y anhelo, pero la conciencia de clase nos exige que sigamos construyendo el mundo que queremos y que lo hagamos para que los demás también tengan cabida, sin miramientos. Si alcanzamos nuestra propia utopía, tampoco tenemos permiso para detenernos, debemos trabajar para ayudar a construir la de todos. Sin excusas, sin desfallecer.

Cartel de la película Almanya: bienvenido a Alemania
Cartel de la película Almanya: bienvenido a Alemania
Si se presta atención al cartel de Almanya: bienvenido a Alemania se percibe que las dos fotografías que se utilizan en él nos muestran familias reunidas y felices. Si se repasa el resto de material promocional de la película, se observa que incluso en las más serias se encuentra la mueca de alguna sonrisa en alguien que posa risueño para ese instante. El tiempo acaba siendo un tamiz que da tonos sepias a los recuerdos, endulzándolos y borrando de la foto aquello que nos dolió pero que hoy pensamos que no fue para tanto porque no llegó a matarnos. Lo dulce sobrevive, lo amargo se termina endulcorando sin querer para que les sepa mejor a las personas que queremos. En realidad toda la película ha sido rodada y montada con amabilidad hacia el espectador para que éste pueda viajar con facilidad al pasado y al presente de dos países, uno poderoso y el otro hambriento, señalados como dos polos que aún siguen manteniendo las mismas distancias. Es el espectador el que deberá sacar sus propias conclusiones.

Las historias que la película cuenta siguen el rastro de una familia turca que emigró a Alemania y de las dos siguiente generaciones cuyos lazos con Turquía van desapareciendo fagocitados por su vida cotidiana y occidental. La directora alemana de origen turco, Yasemin Samdereli, nos habla desde el presente de una historia sobre los hombres y mujeres que acudieron en los sesenta a la llamada del gobierno alemán, necesitado de una mano de obra barata inmigrante para potenciar el auge industrial de los años de su milagro económico. Nos lo cuenta como nieta de aquellos que llegaron desde Turquía. No fueron los primeros, tras la Segunda Guerra Mundial, varias empresas alemanas empezaron a solicitar al gobierno que permitiera la llegada de trabajadores extranjeros, ya que con su población no cubría todos los puestos necesarios. El gobierno comienza una política de Gastarbeiter (trabajadores huéspedes o invitados) que a mediados de los cincuenta trajo obreros italianos a las fábricas alemanas a través de acuerdos entre los dos países. A éstos les siguieron españoles y griegos. En 1961, Alemania y Turquía firman un tratado para permitir la llegada de mano de obra procedente de Turquía. En una docena de años, más de dos millones seiscientos mil turcos solicitaron un trabajo en Alemania y se sometieron a los exámenes de aptitud profesional, salud, forma física, lectura y escritura que les permitieron incorporarse al mercado laboral alemán; la mayoría se asentó en el valle del Ruhr. Después llegó el reagrupamiento familiar, la bodas y las nuevas generaciones que fueron naciendo. Ya van por la cuarta. Pero no es de esto, de lo político, de lo que habla Almanya: bienvenido a Alemania, sino de una familia concreta, una que se parece a cualquier otra que partió de aquello para crear una nueva identidad lejos de su país, una decisión tomada por una pareja pero que también afectaba a sus descendientes.

La historia se puede explicar con la frase de Max Frisch: «pedimos trabajadores, vinieron personas». Desde ahí, desde un punto de vista humano que potencia lo personal y muestra lo positivo de la experiencia, aborda la historia Yasemin Samdereli. Para ello se apoya en sus anécdotas cercanas y familiares que le sirven para narrar la aventura de una forma amable. El humor se asienta en la visión diferente marcada por la distancia que imponen un cultura distinta y unas costumbres alejadas que chocan con las conocidas y que hacen poner etiquetas de raro a lo que se terminará asumiendo como habitual. Lo humorístico también surge de las escenas retrospectivas del pasado al reinterpretarse impregnadas por el presente. Esa forma de contar, un poco exagerada y llena de humor, es una de las mayores virtudes de la película. Su estilo lleva al espectador con delicadeza, para, con pequeñas pinceladas, hacer que se enfrente a lo dramático que se muestra al fondo, aquello sobre lo que podíamos pensar que se ha pasado de puntillas, pero que impregna toda la película. Esas sombras nos hablan de una extraña sensación de no ser de ningún sitio que se van formando los emigrantes y sobre todo sus siguientes generaciones. Toda integración supone un cierto desarraigo, una renuncia, una pérdida de identidad y una distancia difícil de salvar entre lo propio y lo adquirido. La inmersión lingüística, que bien podría interpretarse como el fin de los problemas de comunicación, también juega a la contra a la hora de mantener la costumbres del país de origen.

Si algo ataca la película con saña son esas sociedades multiculturales que se van uniformando, haciendo que la variedad desaparezca o se transforme en monotonía porque a muchos les da miedo lo diferente. Aplaude la mezcla, el intercambio y la tolerancia. Es el respeto el valor que potencia para que el trato sea de igual a igual entre todos, sin diferencias, pues aquellos emigrantes vinieron a ganarse la vida honradamente y prosperar a la vez que los locales, con un esfuerzo realizado por todos: alemanes, italianos, españoles, griegos, turcos…

lunes, 6 de mayo de 2013

Cine mudo con ritmo para inaugurar la Muestra de Cine y Trabajo

El Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. organiza la XI Muestra de Cine y Trabajo


Lunes 6 de mayo de 2013. Auditorio Marcelino Camacho. Madrid

Cartel de la XI Muestra de Cine y Trabajo
Cartel de la XI Muestra de Cine y Trabajo
La Cultura no es neutral, retransmite la forma de pensar de quien la origina. Toda creación es dependiente de su autor y su pensamiento, sin lograr escapar del sistema sociopolítico y económico del que forma parte. El Capitalismo ha impuesto un cine dominante con el que representar el mundo y con el que crear sus mitos. Frente a ese esquema es necesario oponer el nuestro, el de un cine obrero, de clase, de izquierdas. Por eso resulta tan necesario e importante la Muestra de Cine y Trabajo que organiza cada año el Ateneo Cultural 1º de Mayo de CC.OO. Se encarga de organizarla Manuela Temporelli y la presenta con muy pocas palabras. Recuerda a los presentes las películas que se proyectarán los próximos días: Las nieves del Kilimanjaro y Almanya (martes 7), Made in L.A. y El capital (miércoles 8), Entre maestros (jueves 9) y Searching for sugar man (viernes 10). También señala que habrá una pequeña muestra de cortometrajes el viernes y un concierto de homenaje a las bandas sonoras del Quinteto Lumieres el jueves. Dice que viendo los títulos parece que han apostado por un cine comercial, pero cree que de todas formas merece la pena verlo, pues son obras de autores que arriesgan.

Cuando toma la palabra Jaime Cedrún, Secretario General de las CCOO de Madrid, lo hace pare decir que ésta es una Muestra querida por el sindicato y lo es por sus objetivos y por el sentido que tiene juntar el trabajo con la expresión cinematográfica. Recuerda luego, que aún en estos tiempos de crisis, el trabajo en sí es la principal riqueza que tiene el país. Hay que ensalzar el trabajo y ponerlo en valor. Cedrún exclama que las historias de la gente que trabaja son bellas. Luego añade que el cine sirve para visibilizar la realidad que ocurre en las fábricas y las empresas, dando a conocer el mundo del trabajo y las vivencias de las personas que trabajan. Sirve, por tanto, como instrumento de expresión para combatir aquellas condiciones de trabajo que son indignas denunciando las atrocidades que se comenten en el entorno laboral. Este cine pegado a lo laboral nos muestra distintas realidades según los países.

No quiere dejar pasar su intervención sin acordarse de las 6.202.700 personas en paro que hay en nuestro país, condenados durante más tiempo aún a esta situación, pues el propio Rajoy reconoce que nuestra economía aún tardará unos años en reactivarse y mejorar. No duda Cedrún en señalar este momento como el más delicado de la democracia española, pues a esas personas sin trabajo les espera un futuro de exclusión.

Jaime Cedrún presentando la XI Muestra de Cine y Trabajo (Foto: Toni Gutiérrez)
Jaime Cedrún presentando la XI Muestra de Cine y Trabajo (Foto: Toni Gutiérrez)
También la crisis se extiende al cine. El Secretario General de las CCOO de Madrid denuncia que, desde que gobierna el Partido Popular, se ha extendido una caza del trabajador de la industria cinematográfica como una venganza premeditada fruto de una decisión política. Se han suprimido las ayudas al sector, que eran 89 millones, un poquito menos de lo que destina la Comunidad de Madrid a subvencionar los colegios privados. Si la situación del cine es difícil, la subida del IVA ha terminado destrozando su comercialización. Avisa Cedrún que los recortes se están llevando también por delante las enseñanzas musicales, que o bien desaparecerán o se encarecerán. El PP quiere que la educación sea para quien tenga dinero para pagarla, haciéndola imposible para las familias más desfavorecidas y con rentas más bajas.

Las dos películas que se proyectan en la inauguración son de 1922, la época los felices años veinte. Frente a eso tiempos Cedrún coloca nuestro presente con la Reforma Laboral; pero aún así quiere despedirse con optimismo, con una cita de Chaplin en El Gran Dictador: «Al alma del hombre le han sido dadas alas, y está volando hacia el arco iris y la luz de la esperanza». Manuela Temporelli vuelve al estrado para presentar estas dos películas mudas, El herrero (Buster Keaton) y Día de paga (Charles Chaplin), que van a estar acompañadas al piano con música en vivo interpretada y compuesta por Irene Albar. Es un homenaje a la música, y nos recuerda que entonces el cine era mudo, pero no arrítmico.

Después, Albar se dirige al piano que está al pie del escenario y coloca sus dedos sobre las teclas. Las luces se apagan, la pantalla se ilumina con los títulos de crédito de la proyección y la música va deslizándose pegada a las imágenes, formando un todo único e indisoluble. Un ambiente como mágico va surgiendo en el Auditorio Marcelino Camacho.

Carteles de las películas Día de paga, de Charles Chaplin, y El herrero, de Buster Keaton
Carteles de las películas Día de paga, de Charles Chaplin y El herrero, de Buster Keaton
Se proyecta primero El herrero y en ella vemos a un joven Keaton que va de despropósito en despropósito, como el novato que empieza a trabajar, con ilusión, pero sin efectividad. Tras ella se proyecta la película de Chaplin, Día de paga, que tiene una mayor profundidad. Se puede ver en la cinta una cierta crítica al sistema de producción, con capataces injustos que mandan y obreros que obedecen por un salario. El esfuerzo del trabajo se ve recompensado con la paga, pero el sobre no está completo, no tiene dentro las horas extras, algo se le queda siempre al obrero por el camino. De nada vale protestar, solo para que «desaparezca» más dinero aún. Quien quiera mirar dentro encontrará una propuesta de socializar, o repartir, o distribuir con justicia, como ocurre accidentalmente con el almuerzo.

Pero Día de paga es una película con intención y sabe ir un paso más allá para hablarnos de la alienación del trabajador que ha dejado de ser persona y se ha convertido en mano de obra representable como un equivalente económico. Un obrero es solo la cantidad de dinero que el empresario paga por él y lo que éste puede comprar después con ese dinero. No nos engañemos esa cantidad nunca irá más allá de lo que valen unas pequeñas diversiones, algo de ocio que nos sirva para separar un día laboral del siguiente y unas copas con las que olvidar todo el cansancio.

Viendo esas dos películas me puse a pensar en lo fácil que resulta ahora rodar, los avances técnicos han democratizado el cine. Y sin embargo no pude evitar una mirada nostálgica, hacia la forma sencilla de construir las historias, al humor tierno de entonces y a la mirada inocente con la que se enfrentaban a los problemas. Le fui dando vueltas a cómo con ingenio iban sacando adelante cada escena y me quedé tan embobado como entregado. Me sorprendía con cada efecto especial. Me reía con las historias. Sin duda ha sido un acierto inaugurar la XI Muestra de Cine y Trabajo así.