domingo, 23 de junio de 2013

El camino hacia la democracia chilena visto con los ojos de los chilenos

La Muestra de Cine de Lavapiés triunfa con No


Domingo 23 de junio de 2013. La Bagatela. Madrid


Cortinilla de la 10ª Muestra de Cine de Lavapiés
La Muestra de Cine de Lavapiés visita un año más La Bagatela para proyectar la película No de Pablo Larraín. La acogida ha sido estupenda, mayor de la esperada, lo que obliga a que se tengan que hacer dos pases para que no se quede nadie sin verla. Las dos sesiones están completas, no hay un hueco y más de uno se ha tenido que quedar en las escaleras para seguir la película. Tampoco es mal sitio y seguramente sea el más fresco de todos. La Bagatela, el espacio de una asociación cultural que promueve las artes escénicas, visuales y el pensamiento contemporáneo dentro del barrio de Lavapiés, es un lugar amable. Su local, de paredes blancas, tiene dos plantas. La que te encuentras nada más llegar, la superior, es un espacio de tertulia, para charlar cómodamente, leer, o simplemente para toma una cerveza, infusión o refresco. Tras una mesa de grandes cajones, se encuentra alguno de los socios que atiende a los que van llegando. Las actividades suelen realizarse en el sótano, bajando por la escalera. Allí se proyecta No.

Contar la película en unas líneas es un trabajo difícil, pues el film esconde muchos niveles desde los que aborda la realidad. Nos sitúa con rapidez dentro de una agencia de publicidad y en el contexto social del Chile de 1988, cuando se convoca el plebiscito que el régimen de Pinochet se vio obligado a realizar por la presión de la comunidad internacional que se lo impuso como condición para legitimar su régimen desde el exterior. Allí hay dos publicistas, el jefe que participará en la campaña del «SÍ», la que defendía la continuidad de Pinochet, y el empleado que será el encargado de diseñar la del «NO», la que pedía unas elecciones libres para decidir el futuro del país. De la misma forma que el marketing y la publicidad, Larraín también juega con nuestros sentidos, con nuestros recuerdos, con nuestros sueños, y lo hace recuperando las texturas del cine y la televisión de aquel tiempo, rodando con cámaras de vídeo analógicas. Integrando así las imágenes de archivo sin que ese trabajo se note y que no tengamos la sensación de estar yendo y viniendo. Así que su apuesta porque todo sea 1988 y lo estemos viviendo en directo, funciona al hacerse imposible una separación entre el rodaje nuevo de las imágenes recuperadas de entonces, creando una mezcla perfecta entre documental y construcción, algo que se impregna como cierto porque nos muestra una realidad auténtica. Y sin embargo, a pesar de ese viaje hacia el pasado con sus mismas herramientas, No se aleja de ser un rancio documental.

El combate se estableció con armas desiguales entre un lado y el otro. La campaña del «SÍ» es la campaña de los dueños de las empresas. La del «NO», la de los empleados. El «SÍ» está al servicio del poder y maneja todas las estructuras del sistema, vigila a sus oponentes, les amedrenta si es necesario y se comporta de forma despótica porque siente que tiene la victoria en su mano. Pero ese plebiscito y los 15 minutos diarios en la televisión para cada una de las dos opciones, son un espacio por el que se cuela la esperanza. Defender la opción del «NO» permitió el derecho a una información libre durante ese cuarto de hora diario que duraba su franja. Ese derecho fue el primer paso, el que sirvió para que muchos dieran la cara y otros decidieran no rendirse. Ese «NO» rotundo a Pinochet tuvo que diseñarse como una campaña creativa más, que pudiese llegar a todos los ciudadanos y romper las barreras represivas que el régimen había colocado durante todos aquellos años. Sin resentimiento y sin complejos, frente a la dictadura se ofreció el mensaje de que «la alegría estaba en marcha» un eslogan que sirvió para aunar bajo la misma bandera a disidentes, temerosos e indecisos a través de unos sentimientos que resultaron imparables. Una emoción que la película sabe contagiar y convertir en euforia.

Cartel de la película No
Cartel de la película No
Quizá de lo más controvertido es la forma descarnada en la que se nos muestra el uso de técnicas publicitarias y de marketing para la defensa de una idea política, algo que genera controversia. Dice Pablo Larraín que en su opinión «la campaña del "NO" es el primer nivel de consolidación del capitalismo como único sistema posible en Chile. No se trata de una metáfora, es exactamente eso: publicidad pura y dura llevada a la política». Larraín quiere sembrar dudas, que haya una revisión crítica de aquella etapa que fue la transición chilena de la dictadura a la democracia, porque en el fondo, igual que aquí, el resultado del proceso no modificó lo sustancial del sistema instaurado por Pinochet y mantuvo detrás del poder a las mismas familias. Así lo refleja tras la victoria la mirada de su protagonista que ha vivido un despertar político pero que siente que sin embargo las cosas no han cambiado demasiado, que faltó algo más allá de la publicidad.

Hay demasiadas referencias de nuestra propia sociedad española con las que vincular la película como para que ésta pueda pasar inadvertida. Forma y emociona a la vez y uno se va de la sala agradecido porque haya cineastas capaces de contarnos las grandes historias que nos interesan.

Al finalizar la proyección comienza un coloquio en el intervienen tres mujeres chilenas: la poeta Violeta Medina y las periodistas Marcela Cárdenas y Carolina Espinoza, esta última co-autora del documental La alegría de los otros que nos ofrece una visión de aquel plebiscito desde la mirada de los chilenos que lo vivieron desde el exilio. Ahora aquello le resulta extraño porque para realizar su documental recurrieron a la autogestión y la presencia de No les hace verlo convertido, en cierta manera, en una superproducción que ha transformado el mismo trabajo que realizaron las tres directoras en una ficción. Explica que a ellas les interesaba el tema de las transiciones, esos discursos fascinantes que no están en los medios. Les interesaban los mensajes que han quedado marginados con el paso del tiempo. Señala como curiosidad del Chile actual que todos los medios de información que defendieron la campaña del «NO» y lucharon contra la dictadura han desaparecido. Añade Violeta Medina que en realidad todos los medios que hay ahora allí son de derechas, salvo El Siglo que es del Partido Comunista y Pluma y Pincel.

Una escena de la película No
Una escena de la película No
Hablando de la película, Espinoza destaca en ella la capacidad para mostrar el Chile invisible que no salía en los noticiarios del país. Cuando consiguen voz con la franja de quince minutos diarios de la campaña del «NO», surge otro problema, son 17 partidos políticos distintos los que integran la campaña y ésta debe contentar a todos con sus diferentes gustos y sensibilidades. Hay trabas, pactos, pero siguen adelante. Se trataba de vender «la Coca-Cola» y convencer a los que no se atrevían a votar y a quienes no creían en el plebiscito. Los jóvenes que regresaban en aquella época a Chile, como el personaje protagonista que lleva la campaña del «NO», volvían con ideas maravillosas a un país que se había ennegrecido, con ese contraste juega la película. La campaña empezó a ganar con el Arco Iris, y con las personas y organizaciones que van saliendo, con alegría. Por contra, el «SÍ» hizo una campaña muy mala.

Medina nos recuerda que había muchas personas de abajo que pensaban que todo estaba bien, y que se conformaban porque sus hijos tenían trabajo. Había muchas personas en Chile que querían a Pinochet, no debemos olvidar que consiguió el 43% de votos libres en aquella campaña. Eso era lo que animaba a su círculo a realizar el plebiscito, pensando que podían ganar sin trampas y hacerlo por una gran diferencia de votos, algo que legitimaría el régimen dictatorial en el exterior. No debemos olvidar, por esos mismos resultados, que no estaban muy desencaminados. Violeta Medina habla de cómo la película refleja un caso único, el de un dictador que convoca unas elecciones, las pierde y se va. Pero el cambio no fue total, el régimen de Pinochet dejó como herencia la misma mentalidad en los chilenos: todo es mercado, incluso aquella democracia. En ese sentido la película se muestra descarnada. La campaña fue puro marketing, vendieron «la Coca-Cola» y «la Coca-Cola» es lo que quedó. La parte pública en el país está hecha un desastre, las universidades, incluso las del estado, son caras y hacen que los alumnos, para estudiar, precisen de créditos. Al terminarlos salen con deudas que les lastran.

Marcela Cárdenas está segura que esta campaña terminará estudiándose en alguna escuela de publicidad como paradigma. Reconoce que en aquellos tiempos había que hacerlo todo de una forma muy sutil, entrando de a poco.

En opinión de Carolina Espinoza, el último minuto de la película es de una obscenidad absoluta. No es el protagonista el que celebra el triunfo, sino que son los demás los que festejan. Añade que es algo muy chileno eso de subirse al carro después. Respecto al mensaje final de la película es muy claro, tras una dictadura que torturó hasta el último día y con una televisión que ponía telenovelas como anestesia frente a esta realidad, con el plebiscito Chile ya estaba preparada para el Mercado.

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