lunes, 18 de noviembre de 2013

El cine asturiano también tiene cabida en el FICXixón

Tímidos aplausos en la proyección de Gabrielle.

Lunes 18 de noviembre de 2013. Festival Internacional de Cine de Gijón

Cartel de la película Gabrielle
Cartel de la película Gabrielle
Es lunes, ese día de la semana que solemos querer que pase de puntillas. En los festivales también ocurre así. Después del bullicio del fin de semana y del público masivo llega el estado sosegado de la tranquilidad. Son los lunes, los martes y los miércoles los tres días que marcan la línea de flotación y también los de la independencia porque en ellos se proyectan todas las apuestas más arriesgadas de los programadores del festival. Si aciertan el día pasará sin hacer mucho ruido y al año que viene serán aún más intrépidos, envalentonados porque no han roto nada. Si se equivocan el festival marcará en el recuerdo las señales de hasta donde bajó. Son señales que sirven para un «te acuerdas de aquella película tan mala que vimos en aquel festival» y unas risas. Pero no llegará más lejos, pues rara vez las películas de estos días se cuelan en un palmarés. El FICXixón de este año no sigue esta sacrosanta norma y así, sin riesgo, no hay diversión. En el fondo, en todo crítico cinematográfico hay un masoquista, así que se pone muy cuesta arriba no encontrar películas que nos horroricen.

Sección Oficial. Gabrielle. Louise Archambault

De Gabrielle, el largometraje de la canadiense Louise Archambault, se puede decir que es una película de intento de emancipación. Es también un despertar, el del amor de una pareja de discapacitados mentales que quiere vivir su sexualidad. La explosión de hormonas debe cargarse con el peso del razonamiento para conseguir la aprobación de sus obstinadas y sobreprotectoras familias. No habrá paso si no logran convencer a los «adultos» de que, a pesar de su condición psíquica, están capacitados para coger las riendas de su vida sin ayuda de los demás. Es por tanto una historia de independencia personal, de llegar a ese punto en el que se ha crecido lo suficiente como para decir a los padres que les siguen queriendo mucho, pero que ya no les necesitan tanto porque su presencia les pesa ya mucho en la vida. Son esos momentos normales en los que se quiere abrir las puertas a otras personas.

Gabrielle es un camino de demostraciones que se va llenando de desbarajustes. Quizá lo que vemos es que Gabrielle y Martín no saben tomar todas las decisiones. Esa es quizá la lección que encierra la película, que la capacidad poco importa para vivir porque la escala de medir no se debe imponer, sino que se debe dar entre iguales.

La película establece dos polos. Gabrielle quiere demostrar que está capacitada para tomar sus decisiones, pero la realidad es que no puede. Su hermana Sophie puede tomar sus decisiones, pero sin embargo las pospone. Las obligaciones nos permiten relegar aquello que nos exige a un mayor esfuerzo. Las obligaciones a menudo nos sirven para ser convertidas en manidas excusas. El valor y la cobardía se enfrentan desde distintos aspectos en la película.

Gabrielle termina cayendo hacia el lado melodramático y abusa de la música coral a la que se rinde pleitesía y demasiados minutos. Ese sonido abrumador contrasta con los silencios, momentos muy difíciles en una pantalla que pocas veces resultan salvables. Archambault opta en varias ocasiones y durante escasos segundos por la ausencia de sonido, por desconectar.

Gabrielle es una película menor, original a ratos y muy apta para un lunes.

Gran Angular Ficción. Quai d’Orsay. Bertrand Tavernier

Cartel de la película Quai d’Orsay
Cartel de la película Quai d’Orsay
A la política hay que tratarla con humor debe pensar Bertrand Tavernier. Quai d’Orsay es una comedia sobre la ineficacia de quienes ejercen el poder político. Ganar unas elecciones no les capacita para tomar decisiones. El ministro de Asuntos Exteriores está más preocupado de pasar a la historia por sus palabras que de resolver los conflictos. Le obsesiona el lenguaje más que las guerras, así que llama a un nuevo consejero para que prepare cada uno de los discursos. Este consejero está alejado de la política y de la diplomacia, es demasiado moderno para el clasicismo que impera en el ministerio. Los ojos del consejero nos van mostrado toda la fauna, las relaciones, las tiranteces y los juegos del gabinete. A través de ellos vemos la burocracia establecida y rígida. El protagonista de la película, o eso creíamos, es ese joven muchacho contratado. Sin embargo, el joven prometedor va pasando a un segundo plano porque es el propio ministro quien decide ejercer de protagonista.

Tres elementos estructuran la película y se corresponden con los tres personajes fundamentales. El ministro es un ciclón. Él es la cúspide, pero en realidad no trabaja. Es un personaje caricaturizado, y sin embargo tiene un trasfondo real: Dominique de Villepin. Su obligación es la de generar el trabajo y las preocupaciones en los demás, a él le basta con citar a Heráclito. Solo él es capaz de ver lo verdaderamente importante. A los ministerios les suele ir mejor sin ministros. Todo funciona por el segundo de los personajes, el hombre callado, que nunca duerme y que con su diplomacia es quien resuelve los conflictos. Él es el imprescindible, el que sostiene todo el entramado, porque ese es su trabajo y sabe que no está de paso como los demás. Del tercero en disputa ya hemos hablado, el nuevo consejero, que es quien conecta con el espectador y lo va atrayendo hacia la película. La presencia del consejero nos viene a decir que lo moderno tiene su sitio, pero poco a poco vemos cómo el personaje va siendo tragado por el político, que no está ahí para cambiar, sino para que sean los demás los que le cambien a él.

Muchas son las críticas hacia una clase política ridiculizada en la película. Quizá la mayor de ellas es el desgaste por repetición al dar por supuesto que nunca nada está bien hecho a la primera, así que no vamos a perder el tiempo, mejor empezamos otra vez de cero. No hay esfuerzo, no se lee, como mucho se marca lo que hay que leer. Otra de las críticas en las que también abunda es el de las colaboraciones. El ministro no se cansa de pedir a sus amigos que participen en la elaboración de sus discursos. En realidad se trata de mostrar un tamiz y no una síntesis, que estén todas las ideas aunque no digan nada.

Divertida a ratos, sin embargo Quai d’Orsay termina haciéndose larga.

Gran Angular Asturiano. Bernabé. Pablo Casanueva

El actor Fernando Martínez y el director Pablo Casanueva
El actor Fernando Martínez y el director Pablo Casanueva
El cine asturiano y en asturiano tiene un hueco importante este año con su propio espacio. Se proyecta en el teatro de la Laboral, con entrada libre y con coloquio posterior. No conozco otra edición con tantos títulos asturianos como ésta, sin embargo no me quito la sensación de un doble juego: más títulos, pero más apartados, como si formaran parte de una programación paralela. La Laboral, a las afueras de Gijón, solo acoge títulos de dos secciones, ésta (Gran Angular Asturiano) y la de Efants Terribles, otra sección que ha perdido peso tras la llegada en la edición anterior de AnimaFICX. También la lengua asturiana puede parecer en esta edición más presente, y sin embargo dos secciones han castellanizado su nombre: Esbilla y Llendes.

Bernabé es un cine muy inexperto y precario, que se ha hecho con pocos medios. Como la mayoría de las primeras películas trata de abarcar más asuntos de los que debería. La historia está salpicada de clases de folclore, de miradas a oficios y labores que van camino de desaparecer, de etnografía y de costumbrismo. Son escenas que no están integradas con la historia y que cortan el ritmo. Problema es también que salvo el actor principal, Fernando Martínez, la interpretación cojea y le da a toda la cinta un sabor demasiado amateur. Cuestiones que se olvidan en algunas ocasiones y que en otras pesan como losas.

Bernabé es una película bien intencionada, con algunas buenas ideas cinematográficas de un director camino de explotar. Me quedo con el brindis: «Salud y república».

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