miércoles, 20 de noviembre de 2013

Sociedad, familia y violencia

Vicente Aranda señala en el FICXixón que el cine se está volviendo voluntarista.

Miércoles 20 de noviembre de 2013. Festival Internacional de Cine de Gijón

Vicente Aranda durante la Rueda de Prensa
Vicente Aranda durante la Rueda de Prensa
Paso tanto tiempo en los Cines Centro que ya me conozco dónde están las rejillas del aire acondicionado, cuántos segundos se tardan en encender las luces desde que se aprieta el botón o qué butacas están un tanto hundidas para evitarlas. Incluso podría predecir cuales son los últimos asientos que se van a ocupar. No soy el único que ha adquirido estos conocimientos, nos ocurre a bastantes. En este FICXixón no es difícil poder ver cinco películas en un día, los horarios de la programación así lo facilitan; quizá para conseguirlo haya que salir alguna vez deprisa de algún encuentro que se alarga un poquito más, pero las sedes principales se encuentra muy cerca las unas de otras para que no haya que correr.

Vicente Aranda, premio honorífico de la 51 Edición

Hoy me he acordado de Vicente Aranda que hace unos días recibió el premio honorífico de la 51 Edición del FICXixón. La situación del cine nos preocupa y es tema de cualquier tertulia en estos días. Aranda confesaba que ahora sería imposible hacer películas como las que él hizo. La razón son los presupuestos. No hay dinero cuando quieres hacer una película. Así que los equipos han adelgazado, se han hecho pequeños, mínimos. Explica que en su momento, el cine depuró al teatro; al robarle los espectadores el teatro se hizo más inteligente. Al cine le está pasando lo mismo con la televisión. Berlanga decía que era sencillo hacer una buena ley del cine en España, bastaba con una secretaria que hablase francés, para copiar la ley del país vecino.

Cuando no hay subvenciones, el cine se vuelve voluntarista y Aranda afirma que ya no tiene tantas energías para abordar una nueva película. Así que los cinco o seis guiones que aún tiene guardados ya no se harán. Uno es caro, dice, otro necesita muchos actores… y así los va repasando con nostalgia. A lo que no renuncia es a la pasión.

Sección Oficial. Blue Ruin. Jeremy Saulnier

Cartel de la película Blue Ruin
Cartel de la película Blue Ruin
A la venganza los norteamericanos la llaman justicia. A menudo en sus películas vemos a un hombre, o una mujer, que tiene que resolver un problema de seguridad personal porque su vida corre peligro. No se cuestionan la legitimidad, sino que alguna absurda enmienda de su constitución les da amparo moral para hacer lo que hagan. Sacrosantos derechos los suyos. Se suelen defender solos, no necesitan a la policía que eso es cosa de gallinas, les basta una escopeta. El cine nos refleja como sociedad y como personas. La imagen que nos devuelven de nosotros debería hacernos recapacitar. La cultura norteamericana que vemos en el cine representa una sociedad horrible donde las familias están cargadas de traumas y muertes. Por si fuera poco la violencia se convierte en la solución natural al alcance de la mano. Los espectadores descubrimos que ya nos espanta esa violencia atroz porque hemos empezado a convivir con ella. Blue Ruin no es una excepción en ese sentido, aunque parta de un hombre que vive en un coche y utiliza los baños de las casas cuando sus dueños no están para poder darse un baño. A ese hombre se le quebró la vida un día. Lo hizo la violencia empleada como solución a una rencilla. Asesinaron a sus padres. En la película asistimos a una escalada de violencia, donde ésta se muestra de forma explícita y directa, aunque un tanto caricaturizada.

Hay muchas maneras de justificar la venganza, la principal, la que más se usa, se llama autodefensa. Cuando se inicia el camino de la venganza no hay final, siempre habrá otro que se revuelva contra ti, que piense que él también tiene derecho a su venganza y que tú le diste suficientes motivos. Se vuelve a empezar, una generación tras otra. Así la situación se va convirtiendo en más absurda, pero no hay fuerza, ni sentido común, que pueda pararla. Me sorprende ver que no importa esa base ridícula, porque el resultado es tan realista que nos decimos que sin duda podía haber ocurrido.

Si por las historias que trata se reconoce con rapidez la cinematografía estadounidense, también ocurre mirando hacia los aspectos técnicos como la imagen y el ritmo. Con unos pocos planos uno respira en Blue Ruin el ambiente denso de un condado agreste de Virginia.

Me gusta cómo está tratado el asunto de la soledad, el silencio y el desequilibrio que producen las muertes violentas cercanas. Esa parte humana es la que captura al espectador. Hay en Blue Ruin un enfoque de mostrar que todo hombre va camino de convertirse en psicópata. Me duele saber que esa sociedad decadente es el modelo hacia el que tendemos aquí. En unos años, todo aquello que allí ocurre y nos escandaliza pasará en nuestras casas.

Cine Europeo en Ruta. La Bataille de Solférino. Justine Triet

Cartel de la película La Bataille de Solférino
Cartel de la película La Bataille de Solférino
La Bataille de Solférino, aunque habla de otra cosa, en el fondo sigue un esquema similar al de Blue Ruin. La diferencia es que lo hace desde una perspectiva europea. Aquí somos más civilizados, no sacamos las escopetas a la calle. Pero nuestra sociedad está igual de cargada de violencia, aunque es más difícil matar. Las familias se muestran tan desestructuradas como las norteamericanas. En el fondo, de un lado del atlántico y del otro, nos acosan los mismos problemas, no sé si por condición humana o, como sospecho, heredados del capitalismo.

Decía que la violencia se muestra de otra forma en la vieja Europa: en una bofetada, recurriendo a la una violencia psicológica y acosadora, con banderas nacionales y con uniformes. Encontramos que también los personajes se han desequilibrado, esta vez no por una tragedia sino por el trabajo y el estrés que cada día produce una sociedad básicamente competitiva. El ruido –de la ciudad, de las niñas llorando, de las discusiones que elevan el tono…- atosiga y se convierte de forma premeditada en una molestia que no nos deja pensar. Si en Blue Ruin todo se resolvía con un puñado de balas, ahora toca utilizar métodos más razonables: vencer mediante el convencimiento, después de mucho discutir y poco dialogar.

Las familias que formamos y lo mal que las cuidamos es el tema de La Bataille de Solférino, de la francesa Justine Triet. La custodia compartida de las dos hijas, los horarios de visita fijados por un juez y la posibilidad de que Hollande ganara las elecciones el 6 de mayo de 2012 coinciden en el mismo día. Los dos primeros asuntos tienen que ver con lo personal, el tercero de ellos la utiliza Triet para enfocar la realidad social de su país donde en aquellas elecciones pugnaba una cierta esperanza socialdemócrata frente al deseo conservador de una derecha tan rancia como la nuestra. Pensé que en Francia no pasaba lo mismo que aquí, que era un país más moderno, civilizado y chovinista, con más libertades, y me di cuenta de que formamos parte de la misma Europa, que nos controlan con las mismas estrategias y de la misma forma. La policía reprime. No es lo único en lo que nos parecemos, vivimos la misma crisis de valores y también económica. No hay dinero para comprar unas flores y todo se hace violencia. Nos ahogamos porque de nuevo lo individual domina sobre lo colectivo, y lo social se limita a una serie de actos controlados y dirigidos que dan una apariencia democrática.

Rellumes. El Crítico. Hernán Guerschuny

Hernán Guerschuny en el Encuentro con el público
Hernán Guerschuny en el Encuentro con el público
La verdad es que tenía mucha curiosidad por ver El Crítico, quizá por interés profesional y por observar la visión que otros tienen sobre quienes hacemos crítica cinematográfica. Lo primero, salvo los visionados para prensa o la forma de tomar notas en un cuaderno o algún café entre compañeros charlando sobre películas, es que no encontré parecidos con mi realidad. Quizá sea porque realmente el oficio del protagonista no define la película, podía haber sido bombero y la historia se hubiera contado de la misma forma si primero al bombero le hacemos cinéfilo.

El Crítico es una película que vive de contradicciones. Primero se erige en abanderada contra los clichés para terminar cayendo su guion en ellos, eso sí, con ligeras variantes. No deja de ser una comedia sentimental y romántica, como mucho del cine actual argentino, construida reformando los tópicos, esos mismos de los que dice huir su protagonista. En eso es igual de dulzona que cualquier otra película del género. Se mantiene fiel a algunos principios como que no es posible ni un final feliz, ni un final pesimista, que debe ser los dos a la vez. La película de Hernán Guerschuny es cine de entretenimiento y cine dentro del cine. Juega con todos los géneros y practica una cinefilia agradable alejada de la petulancia. Te ríes, o al menos sonríes, y eso resulta suficiente. Aunque la película practique el sarcasmo y tenga voz en off en francés, no es cine de autor.

Cuenta Guerschuny que trabajó muchos años haciendo una revista de cine y como crítico cinematográfico, pero añade que lo único autobiográfico es la frase que le dicen después de una ruptura: «se te va a pasar». Su intención era la de crear un personaje, no intentaba hacer una generalización. Hay películas que salen mejor que otras, lo que las hace diferentes es el propósito. Como en la película están hablando todo el tiempo de estereotipos, le preocupaba mucho no caer en ellos, así que le tocaba entrar en los temas por la puerta de atrás y sin tomar partido. Un cliché es que los críticos son cínicos y amargados. Es un estereotipo de los que más se comprueba dice el director. El de crítico cinematográfico es un trabajo raro, todo el tiempo relacionando películas entre sí o con la propia vida. Lo que le resulta extraño a Guerschuny es la sobredosis de películas que vemos y que de todas ellas tengamos algo que decir. En la realidad no se da. Para un crítico ver películas se vuelve un trabajo y con ello se va perdiendo la parte emocional. Nos volvemos fríos y racionales.

El director confiesa que no cree en la frase de que los críticos son cineastas frustrados. Esa división entre cineastas y críticos es falsa. Muchos críticos corren detrás del famoso de turno y muchos cineastas mienten cuando dicen que solo les preocupa su obra y que no le importan las críticas. Ambos son dos caras de la misma moneda, pues todos forman parte del mismo ecosistema.

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