domingo, 26 de enero de 2014

¿Mezclados o puros?

Argentina principal favorita al Goya a mejor película Iberoamericana con El médico alemán de Lucía Puenzo

Cartel de la película El médico alemán
Cartel de la película El médico alemán
¿Por qué? Porque es imposible mirarla sin cierta inquietud.
Lucía Puenzo empezó como guionista, carrera que pronto combinó con la escritura de sus primeras novelas. Cuando se sintió segura y se ganó una oportunidad se pasó a la dirección. Desde allí, detrás de la cámara, con constancia y manteniéndose fiel a su propio estilo, ha logrado conseguir un cierto prestigio. Con cada una de sus películas ha ido dando pasos hacia adelante. En todas ha buscando que prevalezcan las historias humanas y que prime el peso personal de los personajes, sus dudas y las decisiones que toman condicionados por el universo cercano que les rodea, que suele ser inhóspito y poco receptivo. En cada una de sus tres películas se explora una parte psicológica en esos personajes que, en cierta forma, les atormenta y les impiden la felicidad consciente. En realidad cargan con un peso a cuestas del que es muy difícil, sino imposible, desembarazarse. Son historias de vidas condicionadas e impuestas, de reglas sociales, de dominación, de cosas de familia, de idiosincrasias… elementos todos contra los que hay que rebelarse, pero contra los que nunca resulta fácil hacerlo.

Su última película, El médico alemán, se ha llevado la mayoría de los Premios Sur que entrega la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina y se ha convertido en la principal favorita en muchas quinielas para alzarse con el Goya a la mejor película Iberoamericana el próximo día 9 de febrero. Tiene méritos suficientes para hacerlo. Si finalmente lo gana, no será el primer Goya que levante Puenzo como directora, pues ya se lo llevó en 2007 con su opera prima XXY.

El médico alemán no es otro que Josef Mengele, con otra identidad y huyendo de los servicios secretos israelíes que le persiguen para secuestrarlo y juzgarlo en Israel como estaban haciendo con otros criminales nazis en esa época. No llega a ser una película de espías, aunque a ratos lo intenta. Lo cierto es que ese hecho, el de no serlo, es porque la película apuesta a ser más inquietante aún, enseñándonos la vida cotidiana del monstruo. Mengele es minucioso, frío, soberbio y feroz; pero también educado, cautivador e inquietante. El Mengele que recorre la película está humanizado, tratado como una persona y no como un mero personaje, y eso es lo que más miedo nos da, porque, sin perder su dimensión humana, sigue siendo igual de sanguinario en sus decisiones. Los grandes criminales de la humanidad están dominados por un fin que los imposibilita a sentir la menor empatía con aquellos semejantes que no forman parte de la misma élite o condición. Usan y toman lo que necesitan, carecen de remordimientos, son despiadados, les falta humanidad. Y sin embargo viven entre los demás, se comportan como todos en lo cotidiano, a menudo resultan indistinguibles…

Mengele experimenta y las vidas que se cruzan en su camino no valen nada, o solo en la medida que le sirven a sus experimentos y mientras le son útiles. Va plasmando sus ideas, las hipótesis, las conclusiones alcanzadas, sus estudios y experimentos en un cuaderno que resulta cruel y que recoge el fondo de su alma, esa parte despiadada de una ciencia trastornada y sin corazón, esa ley que el fin está por encima de los medios que se utilicen para consguirlo. Ese cuaderno, sus textos y sus dibujos, es uno de los grandes aciertos artísticos de la película que sirve para darle a Mengele sus dos dimensiones y hacerlo ganándonos por su estética.


Trailer promocional de El médico alemán
Mengele está lleno de poder. Sabe que casi todo se puede comprar con dinero, que solo hace falta encontrar la cantidad justa y así actúa. Frente al monstruo, Lucía Puenzo nos coloca la candidez de la familia argentina a la que se acerca Mengele por puro interés: una niña con problemas de crecimiento y una madre embarazada de gemelos, dos de sus elementos fundamentales sobre los que más le gusta experimentar. A ambas se las gana; a la madre por usar con ella ese trato europeo que tanto echa de menos ella y a la hija porque se siente deslumbrada por una persona mayor que la trata presuponiéndole cierta inteligencia y dándole confianza. El engaño está servido y el universo cinematográfico perfectamente dibujado y al servicio de crearnos dudas y colarse entre nuestras grietas hasta hacer temblar los cimientos. Pero somos listos, notaremos el tufillo enseguida, distinguiremos al monstruo y aborreceremos al malo. A eso también juega con maestría la directora.

Esa relación que se establece siempre entre el que engaña y quien es engañado se convierte en el eje central de la película y lo que más valor tiene en ella. Pero hay más elementos, El médico alemán saca a la superficie otro debate importante sobre la construcción de las sociedades, se pregunta si tienen sentido pequeñas colonias donde se mantiene de una forma enfermiza la pureza racial generación tras generación como una forma de mantener unas costumbres anquilosadas de unos antepasados sobrevalorados. O por el contrario, es la mezcla racial la que produce enriquecimiento cultural, diversidad y nueva vida.

El médico alemán está basado en la novela Wakolda de la propia directora. En Argentina, y en los países latinoamericanos que se ha estrenado, la película ha mantenido el mismo título de la novela, algo que en España no se ha respetado, colocando en el centro al personaje que interpreta Álex Brendemühl en lugar de mantener el simbolismo de un nombre de una muñeca. No es la primera vez que Puenzo lleva al cine la adaptación de una de sus novelas, ya lo hizo en su anterior película, El niño pez.

El médico alemán es una película que duele, porque está hecha desde un punto que no permitirá al espectador levantarse de la butaca al terminar sin que se lleve cierta inquietud a su casa.

sábado, 18 de enero de 2014

El nuevo cine que viene de Venezuela

Miguel Ferrari coloca a Venezuela como finalista en los Goya con su ópera prima Azul y no tan rosa

Cartel de la película Azul y no tan rosa
Cartel de la película Azul y no tan rosa
¿Por qué? Porque es divertida pero con sustancia.
Venezuela es un país que apenas cuenta para las pantallas españolas y europeas, así que no suelen llegarnos películas de allí. Sin embargo algo ha cambiado. Al hacer un repaso de lo que he visto en los últimos meses me encuentro con dos trabajos excepcionales que vienen de aquel país: La distancia más larga (Premio del público en el último Festival de cine Iberoamericano de Huelva) y Pelo malo (Concha de oro en el último Festival de San Sebastián). Sin duda, el pasado ha sido un gran año para el cine venezolano. Han crecido y han ganado en calidad, lo que les ha permitido dar un salto espectacular, hasta el punto de colocarse como la cinematografía iberoamericana más emergente en este momento. No se trata de un hecho puntual, ni de una mera casualidad, sino que responde a un largo proceso nacido de una apuesta seria por la cultura y el cine. No podemos obviar que una gran parte de ese éxito se debe a la estupenda ley del cine que llevan años desarrollando y que promueve el apoyo con fondos públicos al talento. Aquí también tuvimos apuestas similares que permitieron a nuestro cine crecer y forjar una buena industria cinematográfica. Pero inexplicablemente nuestros políticos prefirieron abandonar ese camino. El triunfo del cine venezolano resulta de seguir el camino inverso al que quiere imponer el ministro Wert en España. Mientras el cine que se hace en Venezuela se impulsa, el nuestro, salvo honrosas excepciones, se está vaciando. Detrás de ambos modelos hay una decisión política. Lástima que nuestro ministro busque aplicar una política a su imagen y semejanza, la de la ignorancia, la soberbia y la incultura.

Otra prueba de ese cambio de ciclo en su cinematografía, otro ejemplo más de que allí se están haciendo las cosas bien, es que este año, después de 15 sin conseguirlo, Venezuela vuelve a estar nominada para los premios Goya a Mejor película iberoamericana. Lo ha logrado Miguel Ferrari con su ópera prima Azul y no tan rosa, una película de sentimientos y llena de vida que contagia al público. No esconde grandes secretos, nos habla de lo cotidiano, de lo que dicta el sentido común. Y lo hace con una naturalidad que desborda la pantalla.

Decía en el párrafo anterior que la película no esconde grandes secretos, y aunque es así no puedo ocultar que sí encierra un truco que es el que la hace tan contagiosa. Ese secreto se encuentra en el grupo de personajes protagonistas; son buenas personas y esa bondad que encierran deshace cualquier muro del espectador. Podremos estar más cerca o más lejos de la forma de actuar de cada uno de ellos y de ellas, de lo que representan, y sin embargo les comprendemos por su humanidad, porque intentan siempre actuar de la forma correcta, de la misma que deberíamos elegir siempre. A veces se equivocan, pero errar también es humano.

La vida es una aprendizaje y lo que más nos enseña es el ejemplo de los que están cerca, de quienes de verdad nos importan. De lo que habla sobre todo Azul y no tan rosa es de la verdad y la mentira. Elegimos una cosa o la otra y eso afecta a nuestras relaciones. La mentira suele ser más fácil, sirve para esconder lo que no queremos mostrar, pero tiene la vida más corta. Nos va enredando hasta el punto en el que ya no nos deja salida y nos termina complicando más. Ejercer la sinceridad es más difícil porque a menudo hiere.


Trailer promocional de la película Azul y no tan rosa
Dice Miguel Ferrari, su director, que para gustos hay colores y lo dice en todos los sentidos, hablando de diversidad y tolerancia, y también de estética, de opiniones… En la vida hay cosas que nos gustan y otras que nos horrorizan, pero ambas forman parte del día a día. Lo duro es que aunque queramos vivir en una comedia, la realidad nos terminará salpicando con tragedias. Vivir es saber encajar esos momentos con los otros, asumir las dificultades tomando las decisiones más correctas para resolverlas y no perder nuestra esencia en ese camino. Poco importa para ello la sexualidad que hayamos elegido porque eso no es más que un rasgo y pesa lo mismo que cualquier otro elemento de todos los que usamos para construir nuestra personalidad. La homosexualidad o la heterosexualidad no son factores más diferenciadores que las preferencias por un color u otro. Esa tesis sustenta con acierto Azul y no tan rosa. Los problemas importantes son siempre otros: la asunción de la paternidad, la aceptación de nuestra imagen, la relación con los demás, la pérdida injusta de lo que más queremos, el dolor que no se sabemos curar… En todas estas cuestiones vitales no importa más que nuestra humanidad.

Para la Historia quedan los símbolos, pero lo cierto es que la sociedad cambia sin grandes rupturas, con pequeños pasos que van construyendo la nueva normalidad, por puro sentido común. Así, porque evolucionamos, vamos aceptando la realidad y descartando aquellos prejuicios que ya no pueden sustentarse en sociedades justas. Los prejuicios se caen solos y aquellos que se empeñan en mantenerlos aún respirando no podrán hacerlo durante mucho tiempo, pues no les queda futuro. El progreso que avanza se hace irreversible y esa fragilidad inicial de todo lo que empieza un día se muestra irrompible. Cada cual debe tener derecho a vivir su propia vida, haciéndolo a su manera y con las opciones que decida. Los límites solo puede marcarlos la ley, y si la ley es injusta y se queda atrás habrá que cambiarla.

Azul y no tan rosa es una coprodución entre Venezuela y España, con buenas interpretaciones y excelentes planos que me recuerdan la forma de mirar del cine cubano. Me gusta sobre todo ese dar tiempo al tiempo, sin efectismos y con humildad, para que el espectador entre en la historia y vaya sintiéndose parte de ella.