sábado, 15 de febrero de 2014

Cuando dejamos de ser un país para convertirnos en un eslogan

Marca España, nuestro teatro, el del barrio


Jueves 13 de febrero de 2014. Teatro del barrio. Madrid

Cartel de la obra de teatro Marca España
Cartel de la obra de teatro Marca España
¿Por qué? Por el estupendo repaso a lo que la marca España esconde.
Dicen en la Guía del Ocio que el espectáculo Marca España es una sátira. A mí, la verdad, es que no me lo parece. Más bien al contrario. Sería como decir que un documental es satírico por mostrarnos la realidad tal y como es. En todo caso, la que sería satírica es la realidad, ¿no? Ella es la que se ríe de nosotros, quien se burla. Marca España no se inventa nada, recrea con absoluta literalidad una serie de sucesos recientes, del año pasado en su mayoría. Basta acudir a youtube para darse cuenta de lo ciertas y exactas que son cada una de las escenas a través de las que se representan los hechos. Un notario, y algún que otro registrador de la propiedad, podrían dar fe de su exactitud. Lo que ha hecho Alberto San Juan, encargado de la dramaturgia y la puesta en escena, ha sido una excelente selección que nos debe hacer sonrojar por los políticos que hemos elegido como gobernantes, por las barbaridades que dicen delante de nuestras narices y sin ningún respeto. En el fondo se trata de hacer una hemeroteca que deje para el futuro cómo fuimos, una colección que reúna los momentos estelares de quienes nos gobiernan y una radiografía que ratifique nuestra mansedumbre irremediable de rebaño. Y todo ello sin dejar de ser también una patada donde más nos duele.

La sátira, en realidad, la hace el propio gobierno desde esa web que ha creado y que llama marca España. En ella explican que esa entelequia mercantil es una política de estado con el objetivo de mejorar la imagen de nuestro país, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Estas políticas se debe llevar adelante mediante un planteamiento en el que deben primar los términos económicos porque solo así nos beneficiaremos todos. Y se hace porque estamos en un mundo global que funciona así, fiándose de una buena imagen-país como la que tenemos y que sin duda es nuestro mejor activo. Avisan también de que solo puede ser eficaz esta política si se se aborda a largo plazo. Me imagino a Mariano Rajoy dentro de veinte años tomando el sol en el jardín del asilo con otros ancianos y que uno le pregunta: «y tú, Marianito, cuándo gobernaste, ¿qué hiciste que ya no me acuerdo?». Y Marianito le responde poniendo cara de que va a decir algo trascendente: «la marca España». Ya escucho las carcajadas que vienen del futuro.

Dice Alberto San Juan que el texto de la obra «nace de la necesidad de cambiar un modelo social que no hemos elegido y que nos hace infelices». El trabajo empezó hace un año, en un taller de actores que conectó sus preocupaciones personales con la realidad social del presente. Se dieron cuenta de la relación directa entre ambos elementos y comenzaron a trabajar diferentes escenas. Aquello le sirvió a Alberto San Juan para construir este espectáculo que se ha convertido en la primera obra de producción propia que estrena el Teatro del barrio. Lleva por subtítulo «cuando las ovejas miran al horizonte» quizá como algo premonitorio de ese cambio y ese despertar lento pero seguro. Por la obra pasan los tipos y tipas que deberían ser los más respetables del país y, sin embargo, con sus palabras se convierten en lo contrario, en verdaderos impresentables. Y frente a ellos suenan las voces de la calle, de los que sufren y de los que ponen el dedo en la llaga para que sintamos de una vez el dolor. No hay color entre unos y otros.

Logotipo del Teatro del barrio
Logotipo del Teatro del barrio
Un espectador cualquiera debe ser capaz de construir el rompecabezas de España con los pedazos de realidad mostrados en el espectáculo. Lo que verá es que nos gobierna la derecha desvergonzada, la que esta sirviendo a los intereses de los poderes financieros y de las grandes empresas, la que cuida solo de que a los suyos, los que llevan los apellidos de su casta, no les pase nada por muy culpables que sean. Hemos dado autoridad a un gobierno que ha colocado la economía como centro del universo y el precio lo pagamos a diario las personas con sufrimiento y dolor. Todo se ha mercantilizado, los estados, los seres humanos… Necesitamos más que nunca un verdadero gobierno de los ciudadanos y para ello se hace preciso que tengamos una buena información. En internet hay medios alternativos, blogs y redes sociales que están realizando esa labor y que nos ayudan a despertar. La cultura también debe realizar ese servicio informativo, sirviendo para crear conciencia. En Marca España no hay nada nuevo que una persona informada desconozca y sin embargo cada uno los fragmentos con los que está confeccionada es necesario difundirlo y hacerlo desde un filtro artístico para que llegue aún más lejos. Es hora de perder el miedo. No vamos a permitir que sigan engañándonos más.

Marca España nos dice que hay dos bandos, el que controla el poder económico y el de la ciudadanía. Estamos en guerra y hay que elegir trinchera, así que no valen respuestas tibias. Sin embargo resulta fácil saber de que lado está cada quien, basta preguntarse si en medio de esta crisis gana o pierde y responder con sinceridad. Yo soy de la mayoría, de los que en esta lucha desigual vamos perdiendo. Asumo pues que hay dos lados y me pongo del mío, con los que son como yo, el de aquellas personas que forman barrio conmigo, de quienes no vamos a dejarnos ganar sin oponer resistencia, de esa ciudadanía a la que una mañana, cuando tengamos fuerzas suficientes, nos tocará arreglar lo que éstos que nos gobiernan han roto. No voy a ser imparcial. Este es mi teatro, el que quiero, el que me identifica. Miro Marca España con mis ojos, los de un obrero, y como tal lo interpreto. Me sulfuro con las palabras que escucho usar a la derecha, con las intenciones que esconden. Me molesta su desvergüenza vestida de falsa simpleza a la que no le preocupa deshacer y «desastrar» este país si a cambio logran su propio beneficio.

Me pregunto con qué ojos mirará Marca España alguien del otro bando, qué razones argumentará para defender las políticas de este gobierno. Me imagino que tomarán cada frase como un axioma cierto, que las encontrarán justificadas, que dirán que no nos quedaba otra posibilidad porque era el único camino… En realidad admiten la imposición, el bien de unos pocos como derecho suficiente. Aplauden los discursos de los suyos y cuando llegan los de nuestras filas cierran los oídos, o simplemente se van. Esta historia no les importa lo más mínimo, así que solo la verán a medias como si no fuese con ellos.

En Marca España no hay burla, ni mala leche, esas cosas le tocará ponerlas al espectador y hacer su propia interpretación del mundo que le rodea y de lo que le han dicho sobre él. Por mucho que ese espectador rasque en la obra no encontrará irreverencia. Verá también que no falta a la verdad, que cada personaje -el de la vida real- hizo sus propios méritos para ser retratado tal y como es. Nada se esconde, todo queda al aire, de manera visible. Eso busca y consigue este espectáculo de nuestra realidad.

viernes, 14 de febrero de 2014

¿Qué nos quedará cuando nos lo hayan quitado todo?

Ejecución Hipotecaria nos obliga a preguntarnos por quiénes son de verdad los culpables


Viernes 7 de febrero de 2014. Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirador. Madrid

Cartel de la obra de teatro Ejecución Hipotecaria
Cartel de la obra de teatro Ejecución Hipotecaria
¿Por qué? Porque dice las verdades a la cara
Cada vez es más difícil poder ver un teatro que te rompa el alma. La mayoría del teatro que se representa en las salas y espacios de programación se conforma con lo meramente contemplativo. Es cierto que en los últimos años se han buscado experiencias de cercanía del espectador con los actores, pero sólo han servido para apreciar mejor los detalles interpretativos y aproximar la técnica actoral. Sin embargo no ha existido una preocupación real por mejorar su contenido. El teatro burgués, el más habitual en nuestros teatros, no nos sirve, pues su discurso ha perdido la capacidad para contar la realidad que preocupa a la ciudadanía. Hace tiempo que se quedó en un concepto puramente formal, construido con anécdotas y sin profundidad. Es un teatro por el que público pasa sin que se le pegue nada a la piel. El arte es otra cosa, debe mover conciencias y convertirse en un elemento superador de la realidad a través de un conocimiento efectivo del mundo que nos rodea y de los engranajes que lo atraviesan por debajo. Arte, por ejemplo, es Ejecución Hipotecaria, un teatro verdadero con responsabilidad y de utilidad pública. Se trata de una obra excepcional, que coloca al espectador en una tensión permanente y le obliga a mirar hacia su sociedad para juzgarla. Nada es blanco ni negro, todo tiene sus matices y en ellos nos basamos para eludir culpas propias, para decir que las decisiones las toman otros y nosotros estamos «obligados por nuestras circunstancias» a obedecer. Nos olvidamos que el sistema está engrasado y que cada botón que apretamos tiene sus consecuencias, que no podemos diluir la responsabilidad ética de haber pulsado la tecla.

Voy a contar una historia real: en el verano de 2012, en Karlsruhe, una de las seis ciudades más ricas de Alemania, un hombre de 53 años retuvo a punta de pistola a los encargados de ejecutar la orden de desahucio, incluyendo al nuevo propietario que se había adjudicado el ático en la subasta pública. Liberó a uno y mató al resto de los rehenes. Después se suicidó. La prensa le llamó «el asesino de Karlsruhe» y lo que ocurrió durante aquellas dos horas sigue siendo confuso porque solo tenemos la versión de la policía (masacre planeada, delincuente extremadamente violento, ejecución sin miramientos…). Sabemos que participaron más de 200 policías en el operativo. Sabemos que la hipoteca estaba a nombre de su pareja y que ésta había dejado de pagar las facturas. Sabemos que los dos llevaban mucho tiempo en paro, que no tenían ingresos, que habían agotado sus ahorros, que el futuro que les quedaba por delante se reducía a poder elegir si pasar la noche en un cajero automático o en un albergue. En esa misma historia que acabo de contar se basa Ejecución Hipotecaria. Lo hace introduciendo múltiples cambios porque no quiere quedarse en una anécdota puntual sino extraer conclusiones. Su intención es la de indagar en los motivos que dispararon la situación, analizar el concepto de culpabilidad y, para que no podamos cerrar los ojos porque nos sintamos implicados, trasladar el fondo del asunto a nuestro país dentro del contexto actual.

Ejecución Hipotecaria nos plantea preguntas que la sociedad al completo debería estar haciéndose a diario, dudas morales que no tenemos resueltas y que exigen un postura clara de la ciudadanía. Miguel Ángel Sánchez, su autor, da el paso al frente y nos trae a escena el problema. Se posiciona y también obliga a posicionarse al espectador. Muchas de estas situaciones se resolverían si nuestros estados tuvieran una verdadera justicia, así que deberíamos trabajar por crear leyes justas y eliminar aquellas que no lo son.


Trailer promocional de la obra de teatro Ejecución hipotecaria
Ejecución Hipotecaria nos habla del sufrimiento de un hombre normal, sin trabajo. Una persona de la que en realidad nos separa muy poco. No es distinto, él mismo lo explicita con una frase en la obra después de animar a los otros personajes a que le digan la verdadera característica que les diferencia a ellos de él: «La única diferencia es que vosotros tenéis trabajo y yo no». Esa es la frontera que les divide y cruzarla es algo sencillo, que a menudo se escapa de lo que una persona puede controlar. Estar de un lado o de otro puede cambiar de un día para otro, sin avisar. Con una tasa superior al 25% de desempleo en nuestro país, de pronto, esa tragedia de la que creíamos ser ajenos nos toca de lleno; ya no son cosas que les suceden a los demás, a los que no se preocuparon, a los que en el fondo se merecen su mala suerte.

Charly, el protagonista, no es un psicópata. Es un hombre desesperado al que solo le han dejado su rabia porque le han quitado todo lo demás. Se siente acorralado por una sociedad deshumanizada. Ha sido un trabajador impecable instalando calentadores en los pisos nuevos que se construyeron durante la burbuja inmobiliaria. Ahora ya no se construye; no le necesitan; siente que le han «aparcado» contra su voluntad. No hay trabajo, ni posibilidades de que lo haya en un futuro cercano. En su juventud fue rebelde, pero terminó aceptando los dos principios básicos del capitalismo: vivir para trabajar y consumir. Cuando esa comitiva que viene a desahuciarle entra por la puerta de su casa, sabe que todo se acabó, que no tiene nada más que perder, que ya le han dejado sin nada.

Charly se carga de razones, pero es un parado y por lo tanto un ciudadano que ha perdido los derechos más elementales, una persona a la que la sociedad ha anulado y ha hecho invisible. Su impotencia solo encuentra una salida, pero la violencia no es la solución, no resuelve esta situación más allá de un desahogo. Sin embargo ese desahogo se hace necesario pues cambia las tornas por un rato, hasta que nos damos cuenta de su inutilidad. ¿En qué momento empieza la violencia?, ¿no ha sido antes favorecida por el sistema que premia la ambición y lo económico aún a costa de sacrificar a las personas? Muchos contamos muy poco, mientras unos pocos deciden demasiado. Son los poderes financieros los que anteponen su beneficio a los ciudadanos. Y los estados, vencidos o comprados, se encargan de cuadrar el círculo dictando las leyes que legitiman el robo. Y sin embargo apenas si nos revelamos aunque las condiciones objetivas para el estallido social se hayan dado. Con Charly el espectador empuña la escopeta para ver el mismo camino negro sin solución que nos espera si nada cambiamos. Y lo cierto es que tienta apretar el gatillo, tener una pequeña satisfacción inútil.

Juan Codina y Sonia Almarcha en una escena de Ejecución hipotecaria
Juan Codina y Sonia Almarcha en una escena de Ejecución Hipotecaria
Miguel Ángel Sánchez escribe discursos rotundos que no presentan puntos débiles, bien trabajados y que en ningún momento permiten al espectador escapar de la realidad que llevan. La vida es como él la cuenta, arrastra ese mismo dolor. Su descripción psicológica de un desempleado y el abatimiento que arrastran sus palabras sobrecogen por la sinceridad que encierran. Perfecto el camino cuesta abajo que nos hace vivir a los espectadores. Sánchez es directo, sabe usar la razón, dar argumentos a todos y hacernos sentir a quienes miramos. Nos lleva hacia un carrusel destructivo que el autor humaniza con esplendor a través de las escenas de amor de la pareja desahuciada. El uso que hace ellas en la estructura de la obra es magistral, funcionando de bisagras que rompen tensiones, crean otras, nos emocionan y van explicando los detalles que los informes policiales suelen olvidar. Son esas pocas escenas de sinceridad extrema el punto más fuerte de la función, lo que de verdad da sentido a toda la representación.

Pero nada de eso funcionaría si detrás no estuviera el soberbio trabajo del elenco. Destacan Juan Codina y Sonia Almarcha que le dan toda la fuerza interpretativa y humana que sus papeles necesitan y lo hacen con absoluta sencillez, con la mayor naturalidad que se les puede pedir. Su trabajo es impresionante, de quitarse el sombrero y aplaudir a rabiar. Ambos están bien secundados por Rafael Martín, Susana Abaitua, Ismael Martínez y Adolfo Fernández, que además de interpretar al policía se ha encargado de dirigir la obra para llevarla por un buen camino.

En la obra, todos los personajes se justifican, ofrecen sus razones en esta especie de juicio rápido. De un lado del cañón de la escopeta solo está Charly, del otro queda el resto. Tal vez ellos no le hayan llevado hasta este punto, pero están aquí ahora para completar el trabajo del sistema. Charly sabe que está condenado. Los demás quieren ser reconocidos como inocentes. No les importa saber que el trabajo que realizan es sucio, pero quieren que se les exima de cualquier responsabilidad en sus actos. Nos miran y nos dicen que simplemente cumplen órdenes y que además no pueden hacer otra cosa. Yo no les absuelvo. En sus manos está ponerse en el lado correcto, aunque sea el de los que pierden. ¿A dónde nos llevaría si supiéramos tener un momento de insubordinación y nos negásemos a cumplir obedientemente las órdenes injustas?, ¿qué ocurriría si en un deshaucio el cerrajero se niega a abrir la puerta, o si la secretaria judicial decide no personarse, o, ya sé que es mucho imaginar, que los mandos policiales cambien sus prioridades y no destinen efectivos a proteger los intereses de la banca para dedicarlos a hacer su trabajo persiguiendo a los malos?

sábado, 8 de febrero de 2014

Puro cine desarrollado en unos pocos minutos

Los mejores cortometajes del año según la Academia

No solo de largos viven los Premios Goya de la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España. Los cortos de ficción van creciendo, dejando atrás un papel secundario para convertirse también en protagonistas de nuestro cine. Los cinco finalistas de este año son verdaderas perlas, luciendo estilo y hechas con verdadera inteligencia.

Los cortos nos retratan. Dicen mucho de nosotros. Por ejemplo que nos preocupan los otros, y también la soledad. Nos molesta que nos utilicen, pero no tanto si lo hacemos nosotros. Asumimos que no conocemos a quien hemos elegido para estar a nuestro lado. No nos gusta la sociedad que hemos creado, ese modelo consumista. Somos egoístas. Somos frágiles. A veces no queremos saber…

Abstenerse agencias, la necesidad de los demás

Cartel del corto Abstenerse agencias
Cartel del corto Abstenerse agencias
¿Por qué? Por la reflexión hacia la soledad.
El tiempo pasa deprisa, cada uno atareado en sus cosas y sin que le sobre unos minutos que pueda dedicar a los demás, aunque sean los más cercanos, a los que se quiere de verdad. Lo cierto es que somos una sociedad de individuos egoístas y caprichosos, como niños que se niegan a crecer e incapaces de asumir responsabilidades. ¿Por qué somos así?, ¿qué haría falta para que cambiáramos y empezásemos a tener un mínimo de sensibilidad? Esas son las preguntas que hace Gaizka Urresti en Abstenerse agencias, empeñado en hacernos mirar a lo que dejamos atrás con nuestro egoísmo y señalando que el camino al que nos conduce ese comportamiento no es otro que el de la soledad.

Laura y Guille son una pareja joven que busca piso. Laura desea que la decisión les sirva a los dos para avanzar un paso en la relación. A Guille le gustan las cosas como están. El peso de la pareja está desequilibrado, se sostiene siempre sobre la misma persona. Van a ver uno de esos pisos en Nochebuena y descubren a Amparo, la anciana dueña de la casa. Ella no permite que ésto sea una visita comercial, trata de darle un toque de humanidad, un poco de conversación, un té… Cada quien busca lo que le falta como puede y en eso nos ayudan los demás y también alguna que otra trampa. Les necesitamos. Son esos momentos dedicados a los demás los que nos sirven para aprender, los que nos mejoran y nos hacen darnos cuenta de lo que tenemos importante de verdad para que no lo dejemos escapar.

La soledad es dolorosa. Y sin embargo Abstenerse agencias la utiliza para generar una cierta ternura desde la que obligarnos a reflexionar porque el corto es una crítica que nos obliga a revisar nuestras prioridades y a rendir cuentas por lo que dejamos de hacer. Esa ternura y esas culpas se nos hacen tan cercanas por las estupendas interpretaciones de sus tres protagonistas: Asunción Balaguer, Carmen Barrantes y Andrés Gertrudix

De noche y de pronto, el miedo a los vecinos

Cartel del corto De noche y de pronto
Cartel del corto De noche y de pronto
¿Por qué? Porque mantiene la tensión con un miedo psicológico.
De noche y de pronto, de Arantxa Echevarría Carcedo, es un corto inquietante. Bien construido, mantiene la intensidad jugando con el miedo instintivo y psicológico que produce la desconfianza. Lo cierto es que apenas si conocemos a nuestros vecinos, cruzamos un saludo cuando coincidimos en el portal, hablamos del tiempo y poco más. A muchos de ellos no les vemos nunca y nada sabemos de ellos. Así que si un día necesitan de nosotros, nos surgen dudas, recelamos.

Cuando el nuevo inquilino del piso de arriba le pide a María que le ayude porque unos ladrones han entrado en su casa no esperamos nada de lo que va a ocurrir. Somos ingenuos y nos parece bien que María le abra su puerta después de algunas dudas. Pero en la mirada de él descubrimos una maldad que ella no ha visto y querríamos avisarla. Nos alegramos cuando sospecha porque nos hemos metido en la piel de ella, nunca veremos el corto desde los ojos de él. Sospechamos juntos, nos angustiamos a la vez y nuestra intuición nos lleva por un camino sin retorno. De noche y de pronto no podría ser nada de lo que es sin el trabajo de sus dos actores: Alicia Rubio y Javier Godino. Ellos dan la intensidad y crean en el espectador toda la angustia de la que se va enriqueciendo el corto. Sus cambios de registro marcan el ritmo para hacer que la historia termine desarrollándose de una forma trepidante.

Hay mentiras y verdades en De noche y de pronto y una necesidad de descubrir lo que es cierto. Pero al final todo es una apuesta, nos jugamos la vida hacia una verdad o una mentira y nos vemos envueltos en una pesadilla. Ese es el gran logro del corto, que no podemos desentendernos de él, que en el fondo formamos parte del mismo juego.

El paraguas de colores, descubriendo la realidad de lo cercano

Cartel del corto El paraguas de colores
Cartel del corto El paraguas de colores
¿Por qué? Por la expresividad de Natalia Millán.
Una actriz desarrolla su trabajo interpretativo con la voz, los gestos y las pausas. Edu Cardoso hace su apuesta con Natalia Millán en El paraguas de colores, le quita la voz.

El paraguas de colores nos narra las dudas de una mujer sobre si su marido le es infiel o no. Solventarlas es fácil, basta con seguirle una noche cualquiera. Elige una en la que va a llover. Aquí estamos con ella dispuestos a poner en claro la fidelidad o no del marido. Como ir tras los pasos de un hombre suele ser algo anodino, una voz nos va narrando de una forma elaborada lo que fue el proceso mental de la mujer mientras iba de detrás de su marido. Cambio de tiempo verbal porque el presente es un pasado consumado, en realidad todo esto ya ocurrió y estamos ante una recreación, la que se hace otra persona diferente que es quien nos cuenta la historia, quien nos va dando una visión psico-analítica de lo que estamos viendo e incluso interpreta lo que el personaje debe sentir. Una voz en off de refuerzo que conduce al espectador.

Hay una culpabilidad encerrada en el corto, y también las ganas de salvar y de condenar a la vez. A la mujer no le ha resultado fácil tomar la decisión de intentar descubrir la certeza o no de sus dudas, el hecho de desconfiar de su marido le produce remordimientos y por otro lado se plantea si de verdad quiere saber. ¿Qué va a pasar si descubre lo que piensa pero no quiere que ocurra?, ¿dónde le coloca el hecho de conocer los secretos que su marido le esconde? Pero la necesidad de saber vence. Ese seguimiento al lado de la mujer nos va a revelar una realidad diferente, con sorpresa, pues a fin de cuentas lo cierto es que nunca llegamos a conocer del todo a las personas con las que convivimos.

Hablaba al principio de la apuesta de Edu Cardoso con Natalia Millán, me falta decir que acierta, pues la actriz, con su trabajo, sostiene la historia.

Lucas, el cómplice necesario

Cartel del corto Lucas
Cartel del corto Lucas
¿Por qué? Porque no se pierde dando vueltas.
La sinopsis de Lucas, el cortometraje de Álex Montoya, es muy simple: «Lucas quiere una moto. Un día conoce a Álvaro, un hombre que le ofrece dinero a cambio de unas fotos inocentes». Pero la verdad es que el dinero no se regala. Tampoco hay nada de inocencia en el fotógrafo a pesar de que su figura nos represente a un hombre patético. El discurso del convencimiento que le lanza al adolescente va dirigido en dos sentidos: lo inofensivo y el hecho de que si cierras los ojos no eres culpable. Y así Lucas puede tener su conciencia tranquila, el sólo se deja fotografiar, para lo que se utilicen luego esas fotos no quiere que le importe. Solo busca la satisfacción inmediata de tener dinero en su bolsillo y comprarse los caprichos que desea. Lo cierto es que no le importa ser cómplice si le pagan por ello y se puede hacer el desentendido.

Hay en el corto una crítica hacia cómo educa nuestra sociedad a los más jóvenes, a esa formación que los irresponsabiliza y aborrega para crear simples consumidores no pensantes. Generamos adolescentes amorales, despreocupados, que viven el instante. Creen que lo controlan todo, pero son frágiles, un punto que les hace vulnerables y del que se puede aprovechar un adulto con malas intenciones. Ese es el dilema que plantea Lucas, el de la culpabilidad. Lo hace explorando esa frontera en la que nadie puede hacerse el inocente porque cada acto tiene su consecuencia.

Javier Butler interpreta con acierto al adolescente; pero es Luis Callejo, en su papel de fotógrafo, quien dota a la historia de profundidad, vistiendo a su personaje de una insignificancia que hace pensar que jamás podría causar un problema. Quiere darnos la pena del que siempre pierde, decirnos que el mundo ha sido injusto con él y que se merece una oportunidad. Con su aspecto quiere evitar que le prejuzguemos, que le dejemos pasar. Su personaje explota un falso lado inofensivo que le permite avanzar antes de hacerse evidentes las dudas morales de su comportamiento. Y sin embargo, desde el principio, en cada uno de sus gestos se esconde algo sucio.

Pipas, una sociedad que no enseña, una juventud que no aprende

Cartel del corto Pipas
Cartel del corto Pipas
¿Por qué? Por tanta crítica hecha con humor.
Cuando dos amigas se juntan para comer pipas en un parque, el mundo se puede poner a temblar. No lo digo por lo que puedan criticar, sino porque el apoyo de una a la otra será absoluto y hasta la mayor paranoia se convertirá en algo posible que incluso se podría llevar a cabo con sencillez. Esa complicidad establecida a través de tantas horas gastadas en esos parques y entre pipas establece lazos irrompibles. Es una forma de ver el mundo compartida entre quienes tienen la misma perspectiva de todo. A veces sustituye a la escuela porque ese banco en un parque es el atril desde el que se aprende todo el universo. Criticar es fácil con un paquete de pipas en la mano y el tiempo por delante.

Pipas, de Manuela Moreno, sienta a las dos amigas en ese banco del parque. Y las escuchamos. Y las entendemos. Son dos «poligoneras» que se cuentan las dudas de una de ellas con su pareja, un chico que no ha tenido otra idea que la de ponerse a estudiar. Lo malo es que está cambiando. A ella algo le huele mal, como si se hubiera echado una amante con la excusa de eso de las clases. Ellas no tienen otra cosa que hacer, ni un futuro que les preocupe. Son el retrato de la incultura y hacen gala de ello. No hay por qué sorprenderse, es el modelo que les propone la televisión a nuestra juventud. No hace falta aprender, ya llegará un Gran Hermano que te resolverá la vida. Nada importaría si hubiera un contrapeso a esa televisión estúpida en nuestro sistema educativo, pero lo cierto es que éste también hace aguas.

Pipas tiene un guion redondo, un humor ácido y dos actrices, Marta Martín y Saida Benzal, en estado de gracia. El corto de Manuela Moreno es mordaz y crítico, de esos que nos deja temblando pero con una sonrisa en los labios.

jueves, 6 de febrero de 2014

Aprendiendo a luchar para salvar lo poco que nos queda

La plaga, de Neus Ballús, una excelente película a caballo entre la ficción y el documental

Cartel de la película La plaga
Cartel de la película La plaga
¿Por qué? Porque nos enseña a luchar.
Aunque no lo parezca a priori, La plaga es una gran película. Sorprende por los sentimientos que despierta, pero sobre todo por las múltiples lecturas que permite. En apariencia tiene la sencillez de un documental; sin embargo, desde que empieza, el espectador percibe que hay algo más, como si le fueran saliendo raíces por todos los sitios a cada paso que avanza. Y eso se debe a que la película sabe explotar con maestría la frontera que existe entre la ficción y la realidad. Lo que nos pone enfrente sabe a verdad porque lo es y además no tiene ninguna trampa. No es extraño que haya sido la triunfadora de los pasados Premios Gaudí del cine catalán donde ha ganado como mejor película, directora, guion y montaje.

Se trata de las vidas cruzadas de una serie de personajes, cada cual más diferente, pero que todas juntas terminan dibujando una comunidad. Allí se mezclan un payés cowboy, un deportista moldavo de lucha libre que tiene que trabajar la tierra como peón para poder comer, una lúcida anciana nonagenaria que debe dejar su casa para irse a vivir a una residencia de mayores, una enfermera filipina que no quiere sufrir con el dolor de lo que ve y una prostituta a la que ya no le quedan clientes. Cada una de estas personas tiene sus aspiraciones que en nada coinciden con las del resto. No piensan de igual forma. Pero sin embargo se crean dependencias y las vidas de unas van afectando a las de otras por el simple hecho de formar parte del mismo terruño. Ante una situación prolongada, difícil y dura de crisis, hay que buscar el factor aglutinador por encima de las diferencias: lo común aquí es la proximidad, la tierra que pisan, y eso las une a estas cinco personas, las hace semejantes con sus peculiaridades. Todos estos personajes son excepcionales, y a pesar de ello, nos describen y nos representan.

No son actores, así que los personajes se interpretan a sí mismos. Neus Ballús, la directora, ha filmado sus vidas como si fuera una ficción. Ballús viene del documental y de la comarca que retrata, así que conoce muy bien por dónde se mueve. Explica que su película la ha cocido a fuego lento durante casi cinco años en los que no ha dejado de trabajar con sus protagonistas, lo que le ha permitido entender a sus personajes, provocarlos y sacar a la superficie toda la realidad que hay en ellos. Añade que «ese largo proceso le ha servido para mostrar la incertidumbre y el espíritu de rebeldía que caracteriza la España de la crisis».

Sí, La plaga habla de la crisis sin nombrarla y lo hace de forma metafórica. Pero su sombra no deja nunca de estar presente, atenazándonos en forma de plaga de la mosca blanca que destruye nuestra cosecha, que hace inútil nuestro trabajo y que nos arruina. La crisis nos atonta, dejándonos sin capacidad de reacción. Surge esa sensación de fin de ciclo, de vacío que nos consume, y empieza una espera de la que no sabemos salir, que nos consume. Sabemos que nos hundimos y también que estamos perdiendo nuestra identidad. Nos toca superar la soledad y la incertidumbre y para ello habrá que arrimar el hombro; pero vamos a hacerlo entre nosotros y nosotras, desde abajo, cimentando la comunidad, sirviendo las unas de protección a los otros, cuidándonos y protegiéndonos.


Trailer promocional de la película La plaga
Ballús nos plantea la película en el extrarradio de una gran ciudad como Barcelona, ese punto límite e intermedio donde se termina la periferia de las grandes ciudades, pero que aún mantiene una entidad diferenciadora, propia y rural. Las cosas han cambiado y esos lugares ya no son útiles para el funcionamiento de las urbes pues su producción no les resulta imprescindible en la cadena distributiva de cada día, una cadena que se rige por otros criterios económicos donde el de la proximidad no resulta importante. Las ciudades crecen y en su extensión, por pura inercia, absorben a estas comarcas de las que solo necesitan su suelo. Para que salga barato las empobrecen primero. ¿Y qué pasa con las personas? Lo limítrofe siempre plantea problemas de identidad, a caballo entre dos sitios y en ninguno de ellos. A dos pasos de una gran ciudad la vida se marchita; las costumbres, el sentido de pertenencia a una comunidad agrícola y ese modelo de vida que valió para las generaciones anteriores se extingue porque ese mundo se pierde irremediablemente. Las personas que habitan estas comarcas se van vaciando y convirtiéndose en pequeñas hormigas perdidas sin posibilidad de encontrar su hormiguero.

Solo comportándose como vecinos los cinco personajes encuentran una entidad común y una fuerza subterránea que les permite enfrentar con sentido el futuro. No encuentran grandes ideas, pero sí apoyo y juntos, los problemas individuales se pueden abordar desde una nueva perspectiva. Eso ocurre hasta cuando toca pelear con la tozudez de la naturaleza, que con sus normas, sus tiempos y sus contratiempos, impone su dureza. Pero siempre se puede cambiar la mirada hacia ella, hacerlo con confianza, esperando su propia solución, esa lluvia que lo limpie todo de una vez.

Si hay que hablar del secreto de La plaga, de ese motivo por el que tanto me enganchó, diré que en realidad fueron tres: El primero, la atmósfera que dibujan los cinco personajes, que trabajan como una parte de un todo que nos incluye; el segundo, el nivel de autenticidad y verdad que se respira dentro de esa atmósfera; y el último, la enorme emotividad que produce, pues a fin de cuentas la película va desnudando al género humano. La plaga es un hermoso aprendizaje de una lucha emprendida para salvar lo poco que nos queda, lo nuestro.

lunes, 3 de febrero de 2014

La hora de recoger la cosecha madura de nuestro cine

Las mejores películas del año según la Academia

Cinco largometrajes compiten este año por el Goya a la Mejor Película. De dos de ellos, La herida y Vivir es fácil con los ojos cerrados, ya hemos hablado en estas páginas. A estos hay que sumar tres más: Caníbal, La gran familia española y 15 años y un día. No es este un año de grandes títulos, ni de películas arrebatadoras que levanten pasiones entre el público. Es más bien tiempo de un cine laborioso y discreto que se construye a fuerza de ganas y paciencia. Se trata de dos comedias y tres dramas, cada cual diferente, con más o menos intenciones y todas hijas de nuestro presente, un tiempo lleno de recortes.

Se pueden argumentar méritos en las cinco películas sobre los que defender que cualquiera de ellas se convierta en la triunfadora el próximo domingo. Yo con la que más disfruté fue con Vivir es fácil con los ojos cerrados. Confieso que me tocó la historia porque me resultó ilusionante y además me pareció una gran reconstrucción moral de aquella época. Pero también veo debajo sus pequeños trucos para que funcione mejor. La herida presenta méritos suficientes y quizá sea de estas cinco la que más se merezca el premio. Es social por encima del resto y eso hay que aplaudirlo. Caníbal y 15 años y un día también pueden ganar el Goya, ambas son dos películas muy correctas, pero demasiado frías para mi gusto. A La gran familia española le queda también una oportunidad, la de que dejemos de lado tanto drama y apoyemos una comedia-comedia.

La realidad es que este año la cosecha madura que vamos a recoger se ha quedado un tanto floja, como si a la uva no le hubiera dado suficiente el sol para ahora tener el azúcar necesario. Sin duda algo en lo que tiene que ver la política del ministro Wert y sus sacrosantas tijeretazos dados a un cine que ha respondido agarrotándose. Nos espera un cambio de ciclo en nuestra cinematografía, pero va a ser demasiado doloroso.

Caníbal, el psicópata pulcro

Cartel de la película Caníbal
Cartel de la película Caníbal
¿Por qué? Porque le falta acción.
En Caníbal Martín Cuenca nos trata de contar que un psicópata se puede ablandar por amor, hasta el punto de empezar a cuestionarse su propio esquema de monstruosidad. Martín Cuenca quiere que seamos conscientes de que un psicópata que se alimenta de carne humana no deja de ser una persona como las demás, con sus ratos de ternura, y a la que posiblemente no podríamos descubrir en una rueda de reconocimiento. Su rostro no tiene una característica especial y su comportamiento de cara a la sociedad tampoco. A veces son seres modélicos. En esa esencia se mueve la película y por ello su protagonista es un hombre que pasa desapercibido, del que nadie podría sospechar. El retrato que se nos hace nos muestra a un hombre pulcro, que trabaja de sastre, y que ha construido su vida con orden, mesura y minuciosidad. Ha asumido su soledad y ya no espera nada, solo que vayan pasando los días con la misma rutina que los anteriores. Sabe que la vida y la muerte son método, que ambos se construyen y se quiebran por pura voluntad. Y de pronto, a ese convencimiento le salen unas grietas que desmoronan su construcción mental.

La idea es buena, pero su realización no tanto, pues la película se deshincha. El pecado de Caníbal es la contención. El universo del protagonista se agota en su propia lentitud y el espectador se aburre esperando que ocurra algo. No hay verdadero terror porque le falta sangre y espíritu. Y eso lo termina pagando la película.

Lo que resulta fascinante es la fotografía impecable. Vemos Granada preciosa bajo la lluvia, desde una ventana, y unos hermosos paisajes nevados de Sierra Nevada que producen paz y que sirven de contrapeso con la crueldad para, en cierta forma, mecanizarla y deshumanizarla como si asesinar fuese una tarea más de un proceso en la cadena alimentaria del caníbal. Soberbia, de nuevo, es la interpretación de Antonio de la Torre, en un registro nuevo de hombre desapasionado que borda con una sabia economía gestual.

La gran familia española, una comedia como las norteamericanas

Cartel de la película La gran familia española
Cartel de la película La gran familia española
¿Por qué? Porque no sorprende.
Me gusta mucho el cine de Daniel Sánchez Arévalo, creo que es atrevido y que él tiene una cabeza muy lúcida. Pero, aunque entretiene y cumple con sus objetivos, La gran familia española no es su mejor película. Sánchez Arévalo ha hecho un largometraje al estilo de las comedias románticas que se hacen en Hollywood, pero con la idiosincrasia española, sustituyendo sus tópicos por los nuestros. Se podría decir que es yanqui en las formas y nacional en el contenido. Sánchez Arévalo demuestra que podemos hacer ese cine con el que los norteamericanos inundan las pantallas de todo el mundo igual que ellos, incluso hasta con una calidad similar. El problema es que adolece del mismo defecto que el modelo original: la falta de sustancia y profundidad. Ya lo sé, no es justo pedirle hondura a una película de puro entretenimiento, pero creo que debemos planteárnoslo si esperamos que estos films puedan ser algo más que productos intrascendentes, que perduren en el tiempo y que vayan más allá de unas risas con palomitas. Insisto, La gran familia española no es mejor ni peor que la mayoría de las comedias románticas que nos llegan de Hollywood y se deja ver igual que ellas. El problema es que está construida basándose en un género repetido y agostado que ha perdido toda su capacidad para sorprendernos. Ya sabemos que habrá malentendidos, escucharemos medias verdades y saldrán a la luz los viejos secretos callados para que sean perdonados.

La gran familia española es una película coral que nos explica que el amor no sale bien nunca, pero que eso no es causa suficiente para no seguir intentándolo. Nos equivocamos al elegir porque preferimos el capricho a la razón inteligente y además no somos capaces de leer las señales. En realidad el concepto de familia esconde una felicidad irreal, falsa, pues las familias están llenas de imperfecciones y no alimentan una buena y verdadera comunicación entres sus miembros. Los vínculos de sangre no sirven para evitar las heridas, solo para coserlas.

No son solo las familias las que sufren una crítica soterrada, la película también lo hace con nuestra sociedad anestesiada, obsesionada con el fútbol, que no se complica en tomar decisiones, rutinaria y admiradora incansable de una sociedad estereotipada y consumista como lo es la estadounidense.

15 años y un día suena a condena

Cartel de la película 15 años y un día
Cartel de la película 15 años y un día
¿Por qué? Porque le falta coraje.
15 años y un día promete mucho en su arranque como si tuviera una gran historia que desvelar al espectador. Las miradas expresivas de sus personajes nos dicen que detrás de ellas esconden todo un universo al que sin embargo la película no llega. Por eso defrauda en ese intento de contar el proceso de aprendizaje y responsabilización de un adolescente un tanto conflictivo. Digo intenta porque antes de conseguirlo se detiene para quedarse en un retrato del entorno familiar del que no consigue avanzar. Allí nos encontramos con el mismo dibujo que nos pintó La gran familia española, con idéntico esquema familiar lleno de secretos, de mentiras a medias y de mucho silencio porque las cosas que duelen se esconden y no se airean. Y sin ventilar, se van pudriendo sin remedio. La elección de cruzar la puerta hacia el interior cerrado de la familia con su historia no contada impide seguir detrás del joven adolescente problemático, terminar de concretar esa historia que solo se ha bosquejado, quedarnos sin ahondar en sus sentimientos que nos podrían haber permitido comprenderle, ayudarle a enderezarse y llevarle por la senda correcta de los mayores, si es que solo hay un camino. Y de ese mundo prometido al principio no quedan más que unos pocos sucesos anecdóticos. Al descartar esta opción, la película se atasca para quedarse en un nudo de relaciones familiares fallidas y de autoinculpaciones. Se convierte en una película fría, llena de corrección, pero totalmente desapasionada. Tampoco ayuda el hecho de que en realidad no explote un conflicto generacional real, pues no hay un verdadero enfrentamiento entre el chico y su abuelo, quedándose en un dejarles hacer, en dos condenas que se expían por separado sin la menor conexión.

Esa sensación de falta de pasión que lastra la película se acentúa con su final. Resulta previsible porque ya se ha anticipado con un detalle hacia la mitad de la película que desbarata otra solución y que evita la sorpresa.

Pero 15 años y un día también tiene cosas buenas. La primera es el pulso firme de su directora, Gracia Querejeta, que siempre nos trae un cine diferente con el que explicar las razones de los sentimientos. Sus películas se desviven por ser humanas y artísticas a una misma vez. Cada imagen que pasa se va llenando de cine. A sus personajes les va insuflando vida para hacerlos reales. Juega con sus miradas, con lo que no se dice. Algo que aquí funciona por el excelente trabajo interpretativo de sus actores. Tito Valverde con sobriedad, sin malgastar esfuerzos, y Maribel Verdú con mucha solvencia, sacando las fuerzas de la impotencia de una vida rota que arrastra su personaje.

sábado, 1 de febrero de 2014

La mujer autodestructiva

La herida, de Fernando Franco, la sorpresa cinematográfica del año

Cartel de la película La herida
Cartel de la película La herida
¿Por qué? Para entendernos un poquito mejor.
La herida no es un película fácil de digerir, sobre todo debido a su dureza emocional. Sin embargo ha logrado sobrevivir y destacar en un panorama cinematográfico del que se ha convertido en la sorpresa del año. Casi nadie esperaba que un largometraje de producción española que se estrenó a principios de octubre de 2013 siguiera aún dando guerra. Más aún tratándose de un proyecto pequeño sobre una historia un tanto intimista. Avisó el Festival de San Sebastián convirtiéndola en una de las triunfadoras y ahora los Goya pueden convertirse en la confirmación definitiva. De momento con mejor Película, Montaje, Dirección Novel, Guion Original, Interpretación Femenina Protagonista y Sonido son seis las nominaciones que tiene, y no olvidemos que entre ellas se encuentran algunas de las grandes. Veremos hasta dónde llega el domingo 9 de febrero.

Lo que cuenta es una historia claustrofóbica, la de una mujer que sufre una enfermedad psíquica que le impide relacionarse con los demás de una manera normal. Tiene altibajos que la llevan de un extremo a otro, interpretaciones mentales de la realidad que solo ella comparte y una baja autoestima que la lleva incluso a causarse lesiones. Esas heridas que van quedando sobre su piel son un reflejo de su incapacidad de socializar con los otros. A su alrededor se va formando un vacío doloroso del que no puede salir porque no consigue controlar sus sentimientos, ni sus emociones, como si su adolescencia se hubiese alargado para siempre. Es una vida que convierte a quien la vive en una pistola siempre a punto de dispararse.

La herida es una película de derrotas, la de Ana, su protagonista, pero también la de su madre a la que la situación la supera y va quebrando poco a poco su vida sin remedio. Así ocurre en general con la mayoría de su entorno, todos se van sintiendo impotentes y no encuentran qué hacer para ayudar.

Sorprende el tratamiento aséptico y con una cierta distancia en el que se coloca la película con respecto a su protagonista. Quiere que sea el espectador el que perciba todo de primera mano, que mire lo mismo que mira ella y que la observe obsesivamente pues la protagonista no desaparece nunca de escena. La cámara la va siguiendo de un día para otro, en lo cotidiano y también en esos pocos minutos al día que resumen su forma de ver la vida que tiene enfrente. Su comportamiento de inicio resulta confuso, aleja al espectador que se topa con ella de golpe sin saben nada ni poder entenderla. Y luego la va siguiendo, a veces con curiosidad, pero a menudo con hastío, como si de una obligación se tratase. Para mantener esa sensación de seguimiento e intromisión, Fernando Franco, su director, construye la película a través de planos-secuencia.


Trailer promocional de la película La herida
¿Dónde está entonces el secreto de La herida? El primero de todas es que esa distancia aséptica en la que se sitúa el espectador se va rompiendo y la historia va consiguiendo implicarle, generando en él una empatía sin la que la película no funcionaría. Esa angustia vital, esa imposibilidad de ser persona, esa soledad inhumana, se va pegando al espectador y lo hace de tal forma que va sintiendo el mismo dolor que su protagonista porque reconoce esas sensaciones que han dejado ya de resultarle extrañas. Ese mérito se debe a la forma en que la película nos conduce, pero sobre todo por la maravillosa interpretación de Marian Álvarez, infatigable, siempre en pantalla, y magnética. Ella es quien lo sostiene todo y la película va todo lo lejos que ella nos lleva. Marian Álvarez nos obliga a recorrer un camino doloroso y a sentir su propia herida.

Fernando Franco, su director, es un reputado montador y un buen profesor de cine en la ECAM. Ha montado películas como Blancanieves, No tengas miedo, Alacrán enamorado o Bon Appétit. También ha hecho varios cortos, algunos de ellos con bastantes galardones y muchos reconocimientos. De Fernando Franco todo el mundo de la profesión habla bien, con mucho cariño. Y sin embargo le costó levantar los 908.000€ de presupuesto que necesitaba. No hay dinero para cine en nuestro país. Pero nuestros cineastas no se rinden, se empeñan en hacer sus películas y lo consiguen a pesar de todo. Es el cine que nos queda, el de la constancia, el que regresa a los medios artesanales y se va haciendo cada vez más al margen de la industria. Es un cine épico, pero no por las historias que cuenta sino por el modo en que se construye.