lunes, 23 de junio de 2014

Construyendo desde lo pequeño, desde el inconformismo

La Muestra de Cine de Lavapiés nos trae un cine configurado por su entorno

Lunes 23 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés.
Librería Enclave de Libros y Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid


Cortinilla de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Once años lleva la Muestra de Cine de Lavapiés con su cine callejero y gratuito. Lo suyo es una apuesta por una cultura constructiva y multicultural, donde se recojan otras formas de pensar y de vivir, compartiendo realidades que puede parecer lejanas pero que se encuentran a la vuelta de la esquina. Su ideario pasa por convertir la cultura en un eje político y social, hecha entre todos y todas, con conciencia, participativa, debatida, sin exclusiones, autofinanciada y sobre todo independiente. Lavapiés es un barrio que está vivo, donde la calle es cultura. La Muestra mantiene ese mismo espíritu y lo amplifica convertida en un canal de difusión para un cine que hace pensar. Son diez días para celebrar el cine y disfrutarlo en compañía, en una especie de comunión colectiva, con dos sesiones diarias. La de la tarde se realiza en lugares del barrio que apoyan la idea de la Muestra y por la noche se proyecta al aire libre. Todas las sesiones son gratuitas.

Tarde en Enclave de libros: Coloquio «Cine desde abajo»

Uno de esos espacios que no falta a la cita anual con la Muestra es la librería Enclave de libros, allí empieza la tarde.

Cartel de la película Dinosaurios en 3D
Cartel de la película Dinosaurios en 3D
En Dinosaurios en 3D, de Juan Beiro, no hay ni dinosaurios, ni 3D. El título es una metáfora porque su documental cuenta una nueva historia de extinción en un mundo de progreso. Las salas de cine en Madrid, y en el resto de España, están desapareciendo, convertidas en comercios o en edificios abandonados. En ellas queda atrapado un aire fantasmagórico que recoge muchos sueños del pasado. Beiro va revisando los cines que cerraron, buscando en los edificios que los albergaron los restos que han dejado. Esos rastros son un rótulo, la ventanilla de una taquilla, el espacio rectangular de una gran pantalla, la lámpara pomposa… Con esos recuerdos va construyendo un espacio de melancolía, el estado hipnótico de lo que fue y ya no será. Ese viaje de detalles, de tiempo detenido, de polvo en suspensión, conduce al espectador a una reflexión. Mirando lo que ha desparecido no podemos dejar de preguntarnos cómo es que no hicimos caso a las señales. Esas salas que van pasando por la pantalla no volverán a abrirse, ni se apagarán las luces en ellas para proyectar más ilusiones. Es un hecho inevitable y asumido. Pero, ¿vamos a dejar que se extingan nuestros cines? Si queremos seguir viendo película en grandes salas nos va a tocar quitarnos la modorra de encima y hacer algo.

Buscando lo pequeño, de Jesús López Alarcón, nos lleva al pueblo de Ascaso donde, bajo las estrellas del Pirineo aragonés, se celebra la muestra de cine más pequeña del mundo. La suya es una Muestra comprometida con el entorno y con el cine hecho con mimo, que quiere recuperar un pueblo a través de la cultura y salvar un concepto antagónico con la vida urbanita. Alarcón, con su corto-documental, nos cuenta cómo es y nos ofrece pinceladas tentadoras de esos días de la muestra de Ascaso. Pero su valor fundamental es que se empapa de ella para transmitir con su trabajo los sentimientos que produce participar: el sosiego, la importancia de lo pequeño para nuestra felicidad y la satisfacción de hacer las cosas bien y a su ritmo.

Cierra la sesión el documental de Luis Román Alcaide titulado Alianait: Art in the Arctic. Esta vez no es un festival de cine, sino uno musical, el Alianait, que se celebra en Iqaluit, una ciudad remota del ártico canadiense. Los inuit comparten su cultura y reciben la de otros lugares para entender el mundo, para encontrar las similitudes y las raíces comunes del ser humano. El Alianait es un viaje interior que trata de acercar cultura y personas, de que unas se empapen de las otras para crecer juntas. Román nos lleva a la tierra de las más duras noches y los inviernos más fríos, donde los suicidios son algo común, y nos muestra una felicidad sencilla, la de compartir con sus semejantes.

¿Qué tienen en común estos tres trabajos para que la Muestra haya decidido proyectarlos en la misma sesión? Sobre todo el hacernos mirar hacia lo pequeño, a los detalles que se nos pasan desapercibidos cada día y que sin embargo encierran nuestra esencia. Son tres viajes para encontrarnos a nosotros mismos, son tres formas similares de entender la cultura. De eso se habló en el coloquio tras la proyección. También se debatió de la crisis del cine, de las causas, de las soluciones y del amor pasional e incondicional por ver una buena película con la gente que siente lo mismo. Aprendimos que no estamos solos y que se puede seguir caminando y cambiando pequeñas cosas poco a poco.

Noche en el cole: Animación y Cine en la periferia

Cartel de la película El ruido del mundo
Cartel de la película El ruido del mundo
Con la noche llega la segunda sesión. Se abre con el corto El ruido del mundo de Coke Riobóo, un trabajo que aúna música y animación. Es un corto con intenciones, la de hacernos mirar hacia aquellos que no queremos ver, esos ruidos molestos del mundo global que habitamos. No podemos rechazarlos, ni tampoco resolverlos individualmente. Si los escuchamos nos desquician. Si no les prestamos atención nos deshumanizamos. La propuesta del director es construir con ellos una sinfonía de la desgracia en la que el ser humano está convirtiendo este mundo; una sinfonía a través de la que podamos despertar. El ruido del mundo es una llamada a la acción usando el arte. No podemos conformarnos.

El segundo de los trabajos presentados esta noche tiene mucho que ver con el anterior. Lo realiza Sergio Catá y se llama El domador de ruidos. En el corto escuchamos a Coke Riobóo contar el proceso que le llevó a encerrarse tres años para acabar El ruido del mundo. Nos sirve para entender mucho mejor el corto, la técnica de animación de plastilina sobre pantalla de luz con la que está realizado y a su director, una persona peculiar que siente la necesidad por encima de todo de contar historias para expresarse.

Cartel de la película La Plaga
Cartel de la película La Plaga
Si el día anterior la Muestra había traído un trozo de Euskal Herria, esta noche ha hecho lo mismo con Catalunya. Se proyecta La Plaga, una sensacional película de Neus Ballús que este año ha competido por el Goya a dirección novel y ha sido la triunfadora de los Premios Gaudí del cine catalán (mejor película, directora, guion y montaje). Ballús nos plantea la película en el extrarradio de una gran ciudad como Barcelona, ese punto límite e intermedio donde se termina la periferia de las grandes ciudades, pero que aún mantiene una entidad diferenciadora, propia y rural. Es curioso ver cómo desde la sencillez y lo local consigue hacer explotar un sinfín de emociones en el espectador.

Es una película hecha con mimo, ladrillo a ladrillo, que sabe explotar con maestría la frontera que existe entre la ficción y la realidad. Lo que nos pone enfrente sabe a verdad porque lo es y además no tiene ninguna trampa. Nos cuenta las vidas cruzadas de unos personajes que comparten el mismo terruño y la forma natural en que esas vidas van tejiendo una red de subsistencia. Son distintos, piensan diferente, pero todos son un ejemplo de la incertidumbre de los tiempos que vivimos, de como el capitalismo y sus crisis van rompiendo las vidas de las personas, dejando víctimas. Sí, La plaga habla de la crisis sin nombrarla y lo hace de forma metafórica. Pero su sombra no deja nunca de estar presente, atenazándonos en forma de plaga de la mosca blanca que destruye nuestra cosecha, que hace inútil nuestro trabajo y que nos arruina. La crisis nos atonta, dejándonos sin capacidad de reacción. Surge esa sensación de fin de ciclo, de vacío que nos consume, y empieza una espera de la que no sabemos salir, que nos consume. Sabemos que nos hundimos y también que estamos perdiendo nuestra identidad. Nos toca superar la soledad y la incertidumbre y para ello habrá que arrimar el hombro; pero vamos a hacerlo entre nosotros y nosotras, desde abajo, cimentando la comunidad, sirviendo las unas de protección a los otros, cuidándonos y protegiéndonos. La plaga nos dice que aún nos queda capacidad para la rebeldía, que podemos pensar de otra forma, dar sentido a nuestro futuro.

No hay actores profesionales, así que los personajes se interpretan a sí mismos. La directora, ha filmado sus vidas como si fuera una ficción. Le ha costado cinco años que ha empleado en entenderlos, trabajar con ellos y sobre todo provocarlos para sacar esa chispa que destaca en toda la cinta. La atmósfera que crean los personajes, su autenticidad y ese todo inclusivo que forman, es la que desnuda al espectador, lo que le obliga a sentir y compartir. Es una vuelta a dar valor a lo importante, a una inocencia que sin embargo ofrece múltiples lecturas. La Plaga es un hermoso aprendizaje de una lucha emprendida para salvar lo poco que nos queda, lo nuestro.

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