lunes, 27 de octubre de 2014

Las redacciones más plurales


Ilustración: Jorge Alaminos
Ilustración: Jorge Alaminos
Dicen que toda crónica periodística debe responder a las preguntas qué, quién, cuándo, dónde, por qué y cómo. Así lo explica el manual del buen periodista. También cuentan que la prensa es el cuarto poder. Pero lo cierto es que al auténtico poder no le gustan las verdades, así que los medios de nuestros días están como están. Hay una ley no escrita que enuncia que a mayor fuerza del poder, menor calidad del periodismo. Si al presidente de RTVE lo elige Mariano Rajoy y viene de hundir Telemadrid, no parece sensato pensar que los tiempos de la manipulación, la desinformación y la propaganda en la cadena pública se acabaron.

Cuando era un adolescente hubo un curso en que el profesor nos pedía todas las semanas una redacción sobre un asunto diferente. Yo siempre seguí el mismo patrón. Para tomar una postura sobre el tema planteado simulaba que no tenía opinión propia. Encerrado ante el folio y un tanto agobiado por no avanzar hacía como que salía a la calle para despejarme. Encontraba siempre la solución escuchando a la gente. Utilizaba tres o cuatro personajes que por casualidad estaban charlando del mismo asunto del planteamiento. Cada quien iba opinando de forma distinta y yo me limitaba a recoger aquellas ideas que eran otros los que me transmitían. Parece que quería contar que la verdad no es monolítica, que siempre hay distintos puntos de vista y que para hablar de algo con propiedad es necesario informarse primero y ser objetivo después.

Apuntaba quizás maneras de periodista. Pero en realidad no era cierto, me movía en el mundo de la ficción: las opiniones que no compartía las exageraba y ridiculizaba y aquellas otras en las que creía las fortalecía y complementaba con distintas voces, como si al ser defendidas por una mayoría tuvieran necesariamente mayor peso o validez. Lo cierto es que empleaba esa pluralidad de la misma forma que la usaría un manipulador.

Ese falso periodismo que practicaba en mis redacciones me aportó muchas ventajas. Me sirvió para aprender a empezar a escribir, el profesor me calificaba alto y mis compañeros, absortos y entretenidos, me escuchaban contar mis historias con devoción. Tenía trece años y un público. ¡Qué más podía pedir!

El presente es un tanto así, como aquel curso de mis redacciones, una construcción que sirve a unos intereses. Vivimos ante la creencia de que es posible elegir entre lo dispar, que no nos falta de nada, que pensamos libremente y que estamos bien informados porque todo está a un click de google. Tenemos medios de todos los colores, periodistas profesionales que hacen investigaciones, periodismo ciudadano para contrastar las informaciones de los medios oficiales, instrumentos con capacidad de enseñarnos lo que ocurre lejos y libertad de expresión por encima de todo. La paradoja es que, al contrario, nos encontramos inmersos dentro de la sociedad del pensamiento único. Ocurre como mis redacciones, la pluralidad no es otra cosa que un recurso literario con el que envolver el mismo mensaje machacón del poder. Sobre esa pluralidad se asientan las comparaciones que favorecen las variantes del mismo mensaje promovido por el sistema. Nos abocan a que no hay alternativa, que todo lo diferente del capitalismo y el consumismo es un suicidio, que ya elegimos el camino correcto y no tenemos que estar volviendo a replantearnos nada. Nuestro periodismo se ha movido hasta colocarse al servicio de las falacias del poder y va siguiendo un modelo simplista del pensamiento. Siento que una gran parte ha abandonado la profundidad, el análisis, la crítica, la conexión y el seguimiento informativo de la conclusión. Y sin esos elementos no hay periodismo.

Revista Gurb

martes, 21 de octubre de 2014

Todo el mundo al cine

Ciutat Morta y Soy tan feliz son las películas triunfadoras del 23 FCM-PNR


Cartel del 23 Festival de Cine de Madrid - Plataforma Nuevos Realizadores
Cartel del 23 Festival de Cine de Madrid - Plataforma Nuevos Realizadores
El sábado bajó el telón un año más el Festival de Cine de Madrid - Plataforma de Nuevos Realizadores. Van por su 23 edición, son el festival en activo más antiguo de la capital, y aún así dicen sus organizadoras que se sienten como si estuvieran empezando, que cada año parece el primero. De ahí que la 23FCM-PNR haya tenido por lema The beginning. No es fácil montar un festival, desarrollarlo y mantenerlo; exige una lucha constante, diaria, minuto a minuto que se vence con ilusión y trabajo. De eso saben mucho Montse Santalla y Sonia de Carlos, las dos coordinadoras del certamen, y los socios de la PRN que han compartido los esfuerzos de sacarlo adelante. Han apostado por un cine independiente, social y comprometido, donde la selección de trabajos documentales ha brillado, sin menoscabo de los de ficción. He podido ver en esta semana un cine que nos retrata y a través del que percibo con nitidez los defectos de nuestra sociedad; nuestras carencias y los sueños rotos. Un cine que nos anima a ser combativos, a crear y a ponernos en la piel de los otros. Que pide a grito que nos entendamos y que seamos personas justas en nuestro hacer.

Lo social es una de las características fundamentales de esta edición, pero me doy cuenta de que con este elemento solo no se explica todo el festival. Junto a esa dureza de la realidad, ese deseo de hacernos abrir los ojos a nuestro alrededor, camina la sensibilidad como el otro valor fundamental. Sensibilidad en la mirada de los cortos, de los largos, y también en el trato, en la entrega y en el cariño con que todo se hace en esta semana. Un año más, y no podría ser de otra forma, la actriz Amanda Guadamillas se ha encargado de las presentaciones de los pases de las secciones oficiales en la Sala Berlanga y de conducir la gala de clausura. Lo ha hecho con esa ternura contagiosa que va dejando a su paso, siempre con una sonrisa amable y dispuesta a darte un abrazo-aplauso.

Cartel del largometraje Ciutat Morta
Cartel del largometraje Ciutat Morta
La gran ganadora de este 23 FCM-PNR ha sido la película Ciutat Morta de Xavier Artigas y Xapo Ortega. La cinta ha obtenido los premios al mejor largometraje, el de la crítica y el del jurado joven. Se trata de un documental esclarecedor que pone el foco en la corrupción policial y política, capaces de todo para defender su sistema injusto. El 4 de febrero de 2006 se produjo una carga de la policía urbana de Barcelona en las proximidades de un teatro ocupado, durante la celebración de una fiesta. Un policía recibe el impacto de un objeto que le dejará en estado vegetativo. Las pruebas apuntan a una maceta lanzada desde la parte alta del edificio. Sin embargo los policías detienen a varias personas entre las que están Rodri, Álex y Juan, tres jóvenes de origen sudamericano que se encuentran en ese momento en la calle. Les basta para señalarles su forma anti-sistema de vestir. Han decidido que ellos son culpables. Les golpean, les torturan y les inculpan por puro racismo. En el hospital al que les trasladan después de la paliza detienen otras dos personas más, a Patricia y Alfredo que han tenido un accidente con la bici. Ninguno de los dos había estado en el lugar de la trifulca, pero el peinado de ella les basta para condenarla. En la comisaría de los mossos d'escuadra más de lo mismo. En el juzgado número 18 tampoco cambia la película. Nada importa las evidencias que les exculpan, a falta de otras pruebas basta para condenarles la presunción de veracidad que siempre tiene la palabra de un policía. La decisión es política, está tomada de antemano, y todos los engranajes del sistema van participando en ella para que nada se escape. Es vergonzante esa impunidad y también lo es la complicidad de los medios de comunicación que callan y no informan. Por eso resulta tan importante esta película que quiere sacar a la luz la verdad.

Ciutat Morta nos habla de injusticia, de tortura y de un sistema al que no le tiembla la mano a la hora de salvaguardar sus propios intereses, que anteponen a los de la ciudadanía. El Ayuntamiento de Barcelona especula con la propia ciudad, dibuja los flujos de gentrificación y pone los medios necesarios -legales e ilegales- para que estos procesos se produzcan porque favorecen unas determinadas economías. No importa si hay que excluir, asustar o producir inseguridad ciudadana. Quizá detrás del 4F subsiste una historia de este tipo en la que son más importante ciertos intereses económicos que la justicia e incluso la vida de los seres humanos.

Los directores han utilizado dos ritmos de narración en el documental que se van entremezclando con acierto. Por un lado hay una parte que nos va mostrando el trabajo de investigación a través de testimonios de diferentes personas que han participado y sufrido este caso. Sobre ese lado se apoya el carácter de denuncia de la película y lo hace de una forma contundente. Nos va informando de los hechos, va sacando a la luz las sombras no esclarecidas como por ejemplo la dirección desde la que se ha lanzado el objeto que impacta sobre el policía, la condena de los mismos policías participantes en el juicio por otra agresión racista, los montajes… Vamos comprendiendo la magnitud y escandalizándonos. La otra parte la componen los textos poéticos de Patricia Heras, la chica detenida en este proceso. Sus palabras, su tragedia, son el altavoz que amplifica la injusticia inhumana del poder que dirige al sistema. Ese otro lado del documental nos ahoga como espectadores porque nos deja sin aire.

Me alegro porque el trabajo valiente de sus directores y el equipo haya tenido premio en este festival. Necesitamos mucho más cine de este estilo, que sea veraz, crítico y bien documentado.

Cartel del cortometraje Soy tan feliz
Cartel del cortometraje Soy tan feliz
Por su parte, Soy tan feliz, de Juan Gautier, se ha llevado el premio al mejor cortometraje y el premio de la escuela TAI. Eso ha sido porque en realidad se trata de una gran película contada en unos pocos minutos. El corto consigue crear un universo a través del que despertar las emociones en el espectador. Siempre es difícil rodar el dolor, sobre todo cuando es interior y sordo, cuando no somos capaces de explicarlo en palabras, cuando nos quema por dentro sin que podamos escapar, cuando lo único que nos apetece es abandonarnos, bajar la persiana y meternos en la cama para esperar que todo pase. Es el estupendo trabajo de su protagonista Olaya Martín lo que logra establecer esa conexión a través de la que ese dolor se transmite al espectador.

Vivir es una toma de decisiones constante; elegimos algo y entonces abandonamos la posibilidad de disfrutar de la alternativa desechada. Priorizamos las tareas de nuestra vida, primero lo importante, después lo demás. Y esa escala que construimos nos va minando, haciéndonos mártires, monótonos, previsibles, incómodos con nosotros mismos… Soy tan feliz se sitúa entorno a ese punto en el que estamos llenos de dudas e incertidumbres, donde se nos agotan las energías y es necesario reconstruir nuestra existencia. Recuperar la fuerza perdida necesita de estímulos externos y sobre todo del paso de un tiempo que se convierta en el remedio capaz de curarnos. El corto de Juan Gautier es una historia íntima que habla de aguantar los reveses de la vida para seguir adelante, moviéndose en el mundo de las percepciones más que en el de las certezas.

En esta edición, también han sido premiados 40 aniversario (premio del público), Eladio y la puerta interdimensional (premio al mejor corto sección socios PNR), Similo (premio a la mejor fotografía), Os meninos do rio (segundo premio de la sección oficial de cortos) y Dos amigos (mención especial del jurado de largometrajes).

Se acabó por este año el 23 FCM-PNR y yo me quedé con ganas de haber visto más películas, lástima que siempre nos falte tiempo.

La República Cultural

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cine por Alimentos

La Plataforma de Nuevos Realizadores y la Red de Solidaridad Popular de Centro y Arganzuela colaboran durante el 23 FCM-PNR

Cine por Alimentos
Cine por Alimentos
A finales de semana comienza el Festival de Cine de Madrid - Plataforma de Nuevos Realizadores. Será su edición número 23. Pasito a paso, a base de constancia, sin rendirse y con esfuerzo y mucho trabajo, ahí siguen las gentes de la Plataforma peleando por el certamen cinematográfico más antiguo de la capital. Veremos cine en diversos formatos y tamaños, que nos hará disfrutar. Y también habrá un espacio para la solidaridad: el 23FCM-PNR y la Red de Solidaridad Popular de Centro y Arganzuela organizan un punto de recogida de alimentos en la sede principal del Festival, la Sala Berlanga.

Durante todas las sesiones del 23º Festival de Cine de Madrid - PNR que se celebren en la citada Sala Berlanga, el público asistente podrá participar en esta iniciativa. Se puede colaborar con alimentos no perecederos, productos de limpieza e higiene, metrobuses, etc. Todos los productos que se recojan serán distribuidos a través de la Despensa Solidaria de la RSP Centro-Arganzuela, que trabaja con familias en situación de necesidad alimentaria especialmente agravada por la situación de crisis y recortes. La manera que defiende la RSP para combatir es uniéndonos, siendo solidarios y empoderando a las capas populares de nuestra sociedad. El proyecto de la RSP transgrede el modelo de beneficiencia, caridad o asistencia. Es un modelo de organización vecinal, solidaria y horizontal donde las familias y personas que reciben estos alimentos se integran en la propia red de trabajo que hace posible la recogida y distribución de los mismos.


Cortinilla del 23 FCM-PNR
La PNR explica que ha promovido esta actividad dentro de su festival porque defiende este trabajo colectivo como único medio para asegurar el procomún. En su área, el espacio equivalente lo conforma el cine contemporáneo e independiente, el que no llega a las salas ni a las televisiones, el que se crea sólo con la intención de transmitir. Con ese objetivo organiza y celebra el FCM-PNR.

En la Sala Berlanga de Madrid, del 11 al 18 de octubre, tenemos cine para todos y de entrada gratuita. Y quienes vengan al cine podrán ayudar a llenar esa Despensa Solidaria.

Un instante de la charla De víctimas de la crisis a protagonistas del cambio. (Foto: Toni Gutiérrez)
Folleto explicativo de la Despensa Solidaria de la RSP Centro y Arganzuela

La República Cultural
Red de Solidaridad Popular
Rebelion.org

domingo, 5 de octubre de 2014

Cuando debemos elegir entre ley o justicia

Alejandro M. Gallo regresa con una nueva entrega del inspector Trinidad Ramalho Da Costa en Oración sangrienta en Vallekas

Portada de la novela Oración sangrienta en Vallekas, de Alejandro Gallo
Portada de la novela Oración sangrienta en Vallekas, de Alejandro Gallo
¿Por qué? Por tener la satisfacción de no perder sin luchar.
Leo porque me gusta que me cuenten buenas historias. Cuando me enganchan, disfruto recorriendo el camino que el autor ha construido, enredado en cada uno de los vericuetos con los que ha salpicado esa trama e intentado anticiparme a las sorpresas que nos tiene preparadas. Me doy cuenta que en todas esas novelas que me enganchan, además de esa parte literaria de estructura y estilo que teje la senda, siempre encuentro que llevan añadido un plus, un algo que consigue hacerme sentir, pensar y tomar partido. Agradezco también cuando en ellas reflejan sin tapujos una sociedad de la que soy parte, con sus pocas virtudes y sus muchos defectos, porque esa sinceridad sirve como punto de partida para obligarnos a construir otro modelo de sociedad y ciudadanía con más ética, coherencia y justicia. Sé que no quiero novelas conformistas. Confieso que me he devorado la mayoría de Oración sangrienta en Vallekas, la novela de Alejandro M. Gallo, en una tarde de sábado y que he sentido todo eso de lo que estaba hablando en este párrafo. Es una novela de lucha sin descanso en el mundo torcido que nos toca vivir, donde la mayoría, la de los débiles, carece de la menor defensa.

El eje principal de Oración sangrienta en Vallekas es la iglesia católica y la pugna entre sus diversas facciones y corrientes; desde las que tienen lazos con el fascismo hasta las de la Teoría de la Liberación y los curas obreros. En esta novela regresa el inspector Trinidad Ramalho Da Costa que ha vuelto a Vallekas. Está de baja, pero eso no impide que siga investigando. Han matado a su vecino, un cura, y el crimen se lo cuelgan a un inocente poeta argentino que también vive en el mismo edificio. Están también las muertes que va dejando un justiciero, una especie de Robin Hood de nuestros días, cuyas balas van acabando con aquellos que han sido acusados de corrupción. Se cruzan los asesinatos de un trío de poetas falangistas y el caso de un violador de menores en el barrio al que ya han identificado pero no consiguen atrapar. Mucha tela que cortar para ofrecernos una imagen fidedigna de cómo es la vida en nuestros barrios obreros, donde la cacareada recuperación de Rajoy aún no ha hecho el menor acto de presencia. Esos barrios son una contraposición a la decadencia social en la que vivimos porque en ellos aún sobrevive una moral inquebrantable que confía en que volvamos a tener justicia.

Cada día nos despertamos con nuevos escándalos que colocan el nivel de corrupción un peldaño más arriba. No hay coto al poder y con frecuencia se salen con la suya sin pagar. Nos hemos acostumbrado a ver que los apellidos y su dinero gozan de impunidad. Mientras los ciudadanos nos sentimos a diario engañados, estafados y robados. Que ley y lo que entendemos por justicia coincidieran y fueran lo mismo sería lo perfecto. Pero en nuestra sociedad, las leyes y la justicia a menudo no están ni siquiera alineadas. Gallo utiliza Oración sangrienta en Vallekas para que, al descubrir esa falta de alineamiento, nos tengamos que poner en la tesitura de elegir entre ley o justicia. Ramalho decide tomar el camino de lo justo.

No. Los métodos de Ramalho no son siempre los correctos. No son la solución, pero nos sirven de desahogo en la ficción mientras preparamos la batalla en la realidad. Nos motivan para empezar a cambiar las leyes y nos muestran las contradicciones que deberemos enfrentar. Las batallas de hoy las seguiremos perdiendo, por todos esos caminos subterráneos por los que se escapan los poderosos, pero le agradezco al inspector la satisfacción de no dejarse derrotar sin luchar, de levantar la cabeza con la dignidad de quien hace todo lo que puede para que las cosas sean un poquito mejor.

Alejandro Gallo en la Semana Negra de Gijón
Alejandro Gallo en la Semana Negra de Gijón
Ramalho está del lado de los débiles. Es el dolor de las víctimas lo que le motiva a investigar, a aclarar y resolver los crímenes a los que se enfrenta. En ellos pone su empeño y toda su energía, hasta la extenuación si hace falta. Se entrega para darle voz a esa parte de la sociedad que los medios ignoran y abandonan. Esa misma empatía con las víctimas es la médula espinal por la que se transmite al lector los impulsos que le llevan a actuar y a través de la que logra que el lector empatice a su vez con él y por tanto con la víctima. Esa transferencia compleja la logra Gallo escribiendo desde las tripas, de una forma directa, sin ambigüedades. Lo hace desde una tercera persona que va narrando la historia, pero que siempre está pegada al inspector, no recuerdo ahora en la novela un solo párrafo que se narre sin que el inspector esté presente. La voz de esa tercera persona tiene un tono neutro, en contraste con las sentencias con las que se expresa Ramalho. Y sin embargo se percibe una cierta admiración, un respeto ganado en cada decisión y una cierta identificación.

El título predice un baño de sangre que se cumple en la escena de película que la cierra. La novela palpita y está cargada de acción; pero Gallo aprovecha el camino de Oración sangrienta en Vallekas para mucho más. Por ejemplo, despliega algunas pequeñas lecciones sobre las teorías policiales de investigación o le sirve para hacer metaliteratura e ilustrarnos con la teoría evolutiva de la novela negra que la ha llevado hasta abordar principalmente la temática social dejando en segundo plano el asunto criminal. Nos habla también de cómo han cambiado con ella los prototipos de detectives, primero puros seres deductivos y luego unos canallas perdidos para la sociedad. En la novela actual, sin embargo, dominan los investigadores complejos, que esconden muchas capas y siempre se quedan a medio camino entre canallas y llorones y a los que un personaje de la novela define como «gominolos». No le deben gustar demasiado al autor, por eso Ramalho es un tipo duro, cargado de ética, «sin trampa ni cartón». Gallo también salpica la novela de guiños a las anteriores entregas de la saga y como siempre nos obliga a recorrer esa parte de nuestra historia que nos han escamoteado desde el poder. Siempre pone su granito por ver si germina. Además, esta vez nos ayuda a hacer turismo por su Astorga natal y advertirnos sobre unos medios de comunicación que esconden a la ciudadanía la información.

La novela también guarda una promesa entrelíneas, la de una futura entrega donde compartirán trama el comisario Gorgonio y el inspector Ramalho, dos de los investigadores principales de Gallo. Nos toca esperar para ver ese choque de trenes.

La República Cultural

miércoles, 1 de octubre de 2014

Viajes con tiempo y espacio


Ilustración: Jorge Alaminos
Ilustración: Jorge Alaminos
Por el intercomunicador de la nave escuché la voz del director de operaciones de la base indicando que las comprobaciones se habían terminado con éxito y que iniciaba la cuenta atrás para el despegue. Miré a mi izquierda, hacia la tripulante italiana. La vi santiguándose. Pensé en mi madre y en sus supersticiones; siempre repetía ese gesto al salir de viaje. Sonreí sin poder evitarlo, la ciencia no deja espacio para creencias, solo caben certezas. Yo soy un descreído, así que cada vez que nos vemos terminamos discutiendo de lo divino. No entiendo como con el paso de los años se ha terminado convirtiendo en una devota. Cuando le pregunto es incapaz de responderme con argumentos lógicos, se conforma con los «por si acaso», los «no cuesta nada» o sobre todo el «tanta gente no puede estar equivocada».

Quise olvidar la imagen que me había venido a la cabeza a intenté pensar en mi primer viaje espacial. Unos recuerdos me fueron llevando a otros… Me vi retrocediendo mucho más atrás de lo calculado, a mi infancia. Nací en un pueblecito de la ribera del Órbigo donde pasé mis primeros años de vida hasta que mi padre encontró otro trabajo en un lugar distinto y con él nos movimos toda la familia. Recuerdo que el parvulario lo empecé en Madrid. Los años que siguen son un batiburrillo de imágenes que no soy capaz de terminar de descifrar. Lo que sé es que al final terminamos en León capital, a 23 kilómetros del sitio en el que nací. Estábamos tan cerca, que el pan se lo comprábamos al panadero de mi pueblo. Hacía dos repartos a la semana, miércoles y sábados, con su furgoneta dos caballos. El panadero de mi pueblo se llamaba Antón y era el mejor amigo de mi abuelo materno, Elías.

Cuando cumplí seis o siete años Antón pasó a desempeñar un papel tan importante como lleno de ilusión en mi vida que se repetiría hasta los doce o trece años. Muchos sábados, cuando llegaba la primavera, venía con él mi abuelo Elías. Recuerdo aquellas mañanas en las que Antón tocaba el timbre, gritaba «el panadero» y yo bajaba corriendo las escaleras, incluso empujando a mi madre para llegar primero a la calle y poder resolver el enigma de si había venido mi abuelo o no. Cuando estaba significaba que venía a buscarme para llevarme al pueblo. Todos hacíamos un poco el paripé, mi abuelo le decía «siento haber venido sin avisarte, pero me gustaría llevarme a Javi el fin de semana». Mi madre en principio se negaba, para que yo rogase un poco. Al final cedía y yo me iba con ellos dos. Si todavía tenía colegio mis padres irían el domingo a recogerme, si por el contrario, estaba de vacaciones esas estancias se prolongaban durante varias semanas y algunos años incluso todo el verano.

Recuerdo con añoranza esos viajes en los que me tocaba sentarme atrás, entre todo el pan, e íbamos recorriendo el resto de la ruta. Cada poco nos deteníamos, bajaba una cliente, Antón abría la puerta de atrás y, después de intercambiar un par de frases con la mujer, me pedía hogazas o barras de pan que yo iba escogiendo y entregándole. «Una barra de pan que esté muy cocida» y me lanzaba al cesto a buscar la que mejor cumplía el requisito. Las señoras me hacían mimos y carantoñas, «que buen ayudante te has echado» decían. Mientras mi abuelo me miraba y yo me reía. Creo que en aquellos momentos los ojos de mi abuelo me hacían sentirme importante y querido; me decían que yo podía ser feliz y llegar a donde quisiera, incluso a las nubes como así terminó siendo.

Cuando terminaba la venta, arrancábamos de nuevo. Ellos seguían con sus conversaciones, a las que yo no atendía. Pocas veces ha visto amistades como la que se tenían Antón y mi abuelo Elías. Charlaban casi siempre de política, aunque en aquellos tiempos fuera algo prohibido con lo que había que tener cuidado. Eran así, hombres empeñados en cambiar la sociedad que nos había tocado. Entre sus voces yo jugaba imaginando mis cosas, sosegado y tranquilo mientras recorríamos la ruta. De los viajes recuerdo el olor a harina, las manos manchadas de blanco y algún que otro currusco de pan que terminaba en mi boca a iniciativa del panadero.

La Luna, Marte o Saturno, con sus paisajes únicos, no pueden sin embargo competir con aquellas primeras experiencias y el sabor inolvidable que fueron grabando en mi corazón. Nunca he vuelto a disfrutar tanto en un viaje, ni del tiempo, ni del espacio, como lo hacía entonces, en mi infancia, sentado en la parte de atrás del dos caballos de Antón.

Revista Gurb