lunes, 24 de noviembre de 2014

La justicia y John Wayne


Ilustración: Artsenal
Ilustración: Artsenal
Cuando me hablan de justicia siempre imagino a John Wayne subido a un caballo. Alguien le cuenta la injusticia que le toca. Wayne le mira con esa expresión de quien está de vuelta de todo y que te hace sentir un poco estúpido. Masca una hierba y escucha con paciencia para al final soltar su discurso, decir lo que moralmente es correcto y enseñar esa línea tan clara que él ve entre el bien y el mal. Habla con palabras escritas en mayúscula, pero sin levantar el tono.

John Wayne interpreta a ese extranjero que llega a un pueblo del oeste abrasado por sus corruptelas, desequilibrado y básicamente injusto. De un vistazo sabe dónde están todos los problemas que desde dentro son imposibles de resolver. Ésa es la primera ley de la justicia: la distancia. Debemos juzgar con esa mirada del que viene de fuera, del que está de paso, del que no se va a quedar. Esa distancia nos permite reconocer lo correcto, porque lo correcto lo es siempre, lo encontremos en nuestra casa o en la ópera de Melbourne. Lo que nos pasa a menudo es que con lo cercano somos más tolerantes. Terminar disculpando al vecino es una tendencia habitual. En esos pueblos parecen todos unos cobardes, incapaces de levantarse ante la injusticia. Eso pasa cuando la justicia se sustituye por la costumbre y las costumbres las dicta el poderoso.

John Wayne es un pistolero solitario. A su personaje habitual no se le conocen mujer, ni hijos. Esa es la segunda ley: la igualdad. Como no hay lazos afectivos, las decisiones se aplican igual para unos que para otros. A todos se les juzgará por los mismos patrones, sin favoritismos y con la misma distancia.

Como el pistolero viene de fuera no suele tener intereses en el propio pueblo. Me refiero a que sus decisiones no le van a hacer ni más rico ni más pobre. Enfrentarse al cacique para que devuelva los grandes pastos a sus legítimos dueños es de justicia y no busca el beneficio propio. A esto lo podíamos llamar imparcialidad.

Decía que se enfrenta al cacique. Eso lo hace porque tiene fuerza, porque la propia justicia puede recuperar el cauce de un río si se lo propone. No hay otra firmeza mayor que la justicia cayendo a peso. Solo así se podría levantar la mano contra los que se vanaglorian de su impunidad, detenerlos, juzgarlos y encarcelarlos.

Hay otro tema que me gusta en las películas del oeste: la empatía del pistolero hacia los débiles. Enternece ver cómo el hombre bregado en mil batallas, que ha perdido la confianza en el ser humano, de pronto es capaz de dejar su frialdad y ponerse del lado de la víctima. Se trata de saber lo que siente el otro, de entenderlo. Ese conocimiento le permite posicionarse del lado de lo que es justo y ser ecuánime.

Ahora toca transitar el camino en que Wayne se desvía. Si nos da por pensar un poco, lo que vemos es que el personaje resulta ser un justiciero. Tiene coraje y un arma. Son sus balas las que dictan sentencia. No hace verdadera justicia, sino que se la toma por su mano. De niños es fácil confundirnos, pensar que necesitamos justicieros en lugar de justicia. De mayores, no se sostiene. Sabemos que la potencia de la justicia está en el cumplimiento de las leyes y que nuestra sociedad será más justa si sus leyes lo son. En nuestra mano como sociedad está tomar las decisiones correctas, responsabilizarnos de nuestras leyes y cambiar aquellas que moralmente no son sostenibles. Legislar no tiene fin, cada día hay nuevos comportamientos, métodos de delincuencia, explotación e injusticia.

Y sí, nuestro país tiene un atraso en la justicia y en la legislación. Sobre todo porque no es capaz de mostrar que todos somos iguales, porque unos pesan más que otros y porque a los delitos de los poderosos no se les aplica la misma dureza que al resto de ciudadanos medios.

Revista Gurb

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