miércoles, 29 de abril de 2015

Un pobre hombre con una vida pobre


Ilustración: Artsenal
Ilustración: Artsenal
Estoy pensando seriamente en cambiar de rumbo e iniciar otra vida. Si de pronto pudiera comenzar de cero, elegiría ser escritor de boleros. Nuestro país da para eso, pues está lleno de vidas de sufrimiento, de malvados con almas negras que nos llevan a los callejones más oscuros, de abandonos, de lágrimas, de vidas arruinadas, de una última copa para ahogar en una borrachera infinita el destino quebrado, lo que pudo ser y ya no será. En tres minutos y medio, los boleros siempre nos cuentan un amor apasionado que se ha convertido en un desamor insuperable, un infierno personal. Los boleros nos obligan a transitar ese camino que une dos fotos: la del antes y la del después, donde, al revés de los anuncios de dietas, el antes siempre fue mejor. Nos hablan de nostalgia, de otro tiempo que fue feliz.

Para mi primer bolero estoy pensando en hablar de un pobre hombre con una vida pobre; tan necesitado estaba que todo el dinero el mundo se le hacía poco. El agujero de insatisfacción de su corazón no se llenaba nunca. Vamos, la historia de un infeliz, de alguien como Rato, que cuánto más robaba más triste estaba. No hablo de escribir una especie de narco-corrido que engrandezca su figura de ladrón, sino de contar la historia personal de su fracaso, la angustia que le viene, su corazón roto.

Intento canturrear la primera estrofa y se me cae al suelo sin remedio recordando su sonrisa cínica. Mal intento.



Llevo dos horas emborronando papeles y me doy cuenta de que no encuentro la menor hebra épica de la que tirar. Es verle tocando la campana en Wall Street y ponerme a llorar. Le miro y no encuentro otra cosa que al clasista que es, subido en su pedestal, por encima de los demás, importándole un bledo cada uno de nosotros, los pobres mortales. Él tiene apellidos y se siente inmune bajo ese sombrero panamá, trajinando con maletines llenos de dinero en paraísos fiscales. Se ríe de nosotros a carcajadas.

Rato es un hombre malo, avaricioso, egoísta e inhumano que no merece la menor compasión. Así que me da por probar con un tango canalla, pero tampoco encuentro la historia del perdedor con la que sentirme identificado. Es un estafador que no tiene ni escrúpulos ni honor y esos sinvergüenzas no sirven para protagonizar un tango.



Tres horas más y lo mismo. Yo no puede escribir esa canción. Ahora sé que podría pasarme el resto de mi vida intentándolo sin el menor éxito.

«¿Por qué nos robaste?» le pregunta un hombre mayor a Rato cuando sale de los juzgados. No hay respuesta. Ese mismo silencio cobarde y deshonesto es quizá lo que mejor le describe. Ese silencio cobarde y deshonesto nunca podrán ser los versos de una canción.

Revista Gurb

miércoles, 15 de abril de 2015

Un país secuestrado


Ilustración: Jorge Alaminos
Ilustración: Jorge Alaminos
No hace demasiadas semanas contaba Rajoy historias de un país inventado al que le puso el nombre de España. Allí las cosas iban bien. Quizá tiene una perspectiva un tanto particular, algo interesada y clasista. Quizá sólo le importan los pocos que sacan beneficio y no el dolor creciente de los demás a quienes ya ha dado por desahuciados. Muchas personas no piensan como él. Yo no siento la menor mejoría, al contrario. Los que no nos hemos dejado engañar nos hemos convertido en el problema, así que para mantener esa mentira, esa idealización partidista, necesita que no hagamos ruido. Su desgobierno no duda, con decisión elige tapar la boca a quienes protestan, a quienes se salen de su pensamiento único, a quienes vamos a enseñar la realidad, esa misma que no sale en los telediarios, pero que se ve con solo asomarse a cualquiera de las calles.

A Rajoy y a su ministro del Interior, ese señor tan de derechas y tan religioso, les ofendemos. Así que para proteger su mentira ha forjado alrededor de ella una legislación regresiva con la que secuestrarnos. No les queda ya ninguna vergüenza, les da lo mismo el calado de las nuevas leyes tan represivas que hasta la ONU ha tenido que mostrar su preocupación. Dicen cinco relatores de la ONU, expertos en derechos humanos e independientes, que la «ley mordaza» amenaza con violar derechos y libertades fundamentales de los individuos, socavando los derechos de manifestación y expresión. No pasamos la conformidad con los estándares internacionales, con esta ley no somos una sociedad libre y democrática. Estamos secuestrados y a todo secuestrado, lo he visto en el cine con frecuencia, lo primero que le hacen es ponerle un trozo de cinta americana en la boca. Luego vendrá lo de apagarle cigarrillos en el cuerpo, arrancarle las uñas y otros tormentos si se tarda en pagar el rescate, pero lo primero es el silencio para que no se desmonte el tinglado.

No han podido pasarse casa por casa, ni les ha parecido correcto mandarnos por correo ordinario nuestro propio pedazo de cinta-mordaza; pero nos han secuestrado igual. Cada noche oigo el helicóptero que me dice que me tienen «controlado», cada mañana me cruzo con las furgonetas policiales de turno amenazantes que me avisan de los peligros de salirse del «camino recto», a mediodía veo policías con chalecos antibalas y ametralladoras que me enseñan dónde han puesto los límites de mi «seguridad», a la tarde veo en las noticias que han detenido «otra peligrosa red» y de nuevo lo han hecho preventivamente, sin ningún delito cometido y solo por la palabra acusadora del ministro.

Ese señor de derechas y tan religioso quiere darme miedo, no tengo duda. Me está diciendo que mi país está amenazado, que debería temblar y sacrificarlo todo por el concepto que tanto le gusta de «seguridad». Pero no, no es así, sé que podríamos vivir tranquilos sin esa sobreprotección, seguros y felices, expresando nuestras opiniones, quejándonos por lo que no se hace bien, denunciando la corrupción. Pienso que el ministro sufre delirios y que nosotros pagamos las consecuencias. No es extraño, le hacen vivir dentro del ministerio, rodeado de medidas de seguridad, secuestrado también.

Revista Gurb